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Cap. 7- Padmé Amidala

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La estructura en forma de escudo abovedado no era la única característica llamativa en el edificio del Senado Galáctico. En cuanto el transporte oficial se detuvo en la dársena principal, Seda no pudo evitar que su instinto de espía se pusiera en marcha, buscando posibles puntos débiles en la inexpugnable construcción. Estaba maravillada y, al mismo tiempo, aliviada de que nunca la hubieran mandado a colarse en la cúpula que se alzaba ante sus ojos. Cada detalle parecía perfectamente estudiado para mantener a los intrusos fuera y proteger a los políticos que a diario se reunían en el interior.

―Es fascinante ―musitó, sin preocuparse por contener el asombro.

A su lado, Obi-Wan solo asintió.

»¿Te encuentras bien? ―inquirió ella de nuevo. El jedi se comportaba de manera un tanto extraña desde que habían salido del Templo unos minutos atrás. Estaba demasiado pendiente de ella, y no dejaba de mirarla con una mezcla de pena y admiración que ya empezaba a incomodarla.

―Claro. ―Él se apresuró a esbozar una sonrisa tranquilizadora―. Vamos, nos aguardan en el despacho del Canciller.

―No, espera. ―Seda se detuvo junto a una de las enormes columnas del pasillo principal―. No soy tonta, Obi-Wan, sé que tú y Anakin hablasteis con Vespe y Nova mientras yo me ponía este ridículo vestido, y sé que lo que os dijeron os impresionó lo suficiente como para que tu padawan no esté aquí ahora, y tú me trates como si me fuera a romper en cualquier momento.

Sabía que si sus amigas le habían contado algo de su pasado a los jedi era por una buena razón, ellas nunca harían nada para hacerle daño. Sin embargo, no podía evitar sentirse algo irritada con ellas en ese momento. Por muy buena que hubiera sido la intención, no les correspondía a ellas hablar sobre su vida.

―Seda, olvídalo. ―Él bajó el tono al percatarse de que un par de funcionarios se habían quedado mirándolos con curiosidad―. Está todo bien, no te preocupes.

Ella lo ignoró y se cruzó de brazos.

―Os dijeron lo que era yo para Rastan, ¿no? ―insistió, esta vez sin el vigor que había demostrado un instante atrás. Antes de que Kenobi pudiese responder, ella sacudió la cabeza y volvió a tomar la palabra―. Escucha, no quiero tu compasión, ni la de Anakin, ni la de nadie. Te pido que lo olvides, porque si no dejáis de sentir pena por mí, me voy a volver loca... Si es que no lo estoy ya ―añadió casi en un susurro.

Lo que había vivido durante los últimos tres meses con su antiguo amo la había dejado marcada, no podía negarlo. No sabía si algún día sería capaz de superarlo, tal vez cuando Rastan estuviera encerrado por sus crímenes o, mucho mejor, muerto. Pero lo que sí tenía claro era que no estaba dispuesta a soportar las miradas de lástima de los demás. A pesar de haberse criado como esclava, de haberse visto obligada desde niña a estar al servicio de un criminal, o de nunca haber gozado de auténtica libertad, ella siempre se había caracterizado por su optimismo incansable, por su fuerza y sus ganas de acción. Quería volver a ser esa chica, pero no lo lograría si los que la rodeaban no dejaban de recordarle lo desdichada que había sido.

―No estás loca ―Obi-Wan respondió en un tono que no dejaba lugar a discrepancias. Sus ojos azules se habían clavado con intensidad en los oscuros de la joven―. Eres increíble, Seda Aybara, no permitas que nada ni nadie te haga pensar lo contrario. Créeme, no es lástima lo que inspiras, sino admiración.

Una mueca de sorpresa atravesó el semblante de la joven.

―Pero no puedes pedirme que lo olvide ―continuó él―. Lo que te hizo ese hombre es imperdonable. No podría mirarme a mí mismo cada mañana si permito que algo así quede impune. Encontraremos a Rastan y lo llevaremos a juicio. Te doy mi palabra.

―¿Por qué te importa tanto? ―Consiguió responder ella tras un instante de silencio―. Apenas me conoces, no me debes nada ―insistió, sin acritud, sino con auténtica curiosidad.

―Soy un jedi, es lo que hacemos ―contestó él simplemente. Las comisuras de los labios se le alzaron en un vano intento de sonrisa. Quería mostrarse optimista, sobre todo en presencia de Seda, pero todavía se sentía demasiado abrumado.

Ella exhaló un breve suspiro. Pese a que el Consejo al completo había estado presente durante la prueba que había realizado un par de horas atrás, apenas había llegado a intercambiar unas pocas palabras con ellos; hasta el momento, los únicos jedi a los que conocía eran Obi-Wan y Anakin, y ambos la habían sorprendido. Los dos eran admirables, aunque cada uno a su manera.

Era consciente de que sus posibilidades de entrar en la Orden eran escasas, sino nulas, sin embargo, debía reconocer que empezaba a atraerle la idea de formar parte de algo conformado por personas tan especiales.

―Aun así, no tendrías por qué ―dijo finalmente―. Gracias. ―Sonrió, y él le devolvió la sonrisa. Esta vez de forma sincera.

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La noticia de que un miembro de la casa Aybara seguía con vida había llegado en forma de carta confidencial a los aposentos de la senadora Amidala en Coruscant unas pocas horas atrás.

Padmé se había visto obligada a hacer acopio de toda su entereza para no dejarse llevar por las lágrimas de nostalgia en frente de sus doncellas. A pesar de los once años transcurridos desde el atentado, todavía sentía una punzada de angustia cada vez que recordaba la muerte de su mejor amiga de la infancia y adolescencia, Sya Aybara, la primogénita del rey Seth y la reina Tiaris.

Se habían conocido durante su estancia en el Programa Legislativo, la academia en la que se educaban los jóvenes nobles de la República para su futuro en la vida política. Sya era su compañera de habitación, y no tardó en convertirse en su confidente inseparable. Ambas eran muy parecidas, idealistas, apasionadas, obstinadas e incansables. No había simulacro de juicio del Senado que no ganasen juntas. Se conocían mejor que nadie, y se consideraban hermanas. Incluso sus familias habían llegado a desarrollar una estrecha relación como consecuencia de la amistad entre las jóvenes.

―¿Va todo bien? ―El senador Organa le posó una mano sobre el hombro, y ella asintió levemente, regresando a la realidad.

Se encontraban en el despacho del Canciller, aguardando la inminente llegada de la princesa perdida y su acompañante jedi.

―Solo estoy algo emocionada ―dijo con una sonrisa tranquilizadora. Palpatine conocía la estrecha relación que la había unido a la familia Aybara, por eso había confiado en ella para participar en la reunión.

Además de Padmé y el Canciller, también estaban presentes Bail Organa, un viejo amigo y aliado del fallecido rey Seth, fruto de muchos años de colaboración entre Alderaan y Eriadu; y el maestro jedi Mace Windu.

Cuando las puertas del despacho se apartaron a un lado, Padmé no pudo evitar sentir un repentino peso en la boca del estómago. La joven que acababa de hacer acto de presencia acompañada de Obi-Wan tendría ahora un par de años más de los que había tenido Sya antes de morir, sin embargo, el parecido era innegable. Los rasgos faciales de Seda eran más suaves que los de Sya, más aniñados, pero ambas compartían esos ojos negros enmarcados por espesas y largas pestañas que tanto habían encandilado a sus antiguos compañeros de la academia. Por otra parte, Seda tampoco se movía como lo solía hacer Sya; a diferencia de su hermana mayor, ella había sido criada como esclava, y no como futura reina, por lo que no contaba con el bagaje de convencionalismos que jóvenes como Sya, o la misma Padmé, tenían tan interiorizados que hasta los confundían con sus propias manías. No obstante, la elegancia era innata en ella, bastaba observarla durante unos segundos para percatarse de sus orígenes palatinos.

―Entonces es cierto. ―Palpatine se levantó de su asiento y rodeó su escritorio para dirigirse a los recién llegados―. Es un placer comprobar que no se trataba todo de un rumor. Está claro que esta jovencita es una Aybara, no hay duda ―añadió con una sonrisa de bienvenida―. Permitidme que haga las presentaciones, yo soy el Canciller Palpatine, y estos que nos acompañan son el senador Organa, y la senadora Amidala. Ambos eran muy cercanos a tu familia. ―Señaló a los dos políticos con la mirada―. Al maestro Windu ya lo conocéis, según tengo entendido.

―Es un honor, princesa Seda. ―Bail le dedicó una inclinación de cabeza.

Seda frunció el ceño involuntariamente. Todavía le resultaba chocante escuchar el apelativo princesa precediendo a su nombre.

―Seda. ―Padmé se acercó a ella y la tomó de las manos con emoción contenida―. Probablemente no me recuerdes, la última vez que nos vimos fue en tu cuarto cumpleaños. Sya, tu hermana mayor, era como parte de mi familia. Te has convertido en una joven preciosa. Ojalá ella pudiera verte ahora.

La aludida le devolvió una sonrisa un tanto incómoda. No quería ser descortés, pero todo le parecía tan surrealista. Era difícil asimilar que esas personas la conocían, que habían tenido relación con una familia a la que ella vagamente recordaba. Que sabían más de sus orígenes que ella misma.

―Muchas gracias por traerla de vuelta, maestro Kenobi. ―El Canciller se dirigió al jedi, para luego invitarlos a todos a tomar asiento.

Tras algunos formalismos más, el senador Organa pasó a resumir la situación actual del sector Eriadu. Seda escuchó todo atentamente. Al parecer, tras la muerte de su familia, la soberanía del planeta había quedado vacía, por lo que el gobierno había empezado a rotarse entre la cámara de los antiguos lores del rey. Sin embargo, ninguno había conseguido superar los dos años de mandato, no contaban con suficiente apoyo por parte del pueblo, y tampoco tenían el poder necesario para continuar con la, hasta entonces, fructífera política exterior del planeta.

Obviando a los gobernadores circunstanciales, el demandante más cercano al trono había sido, y seguía siendo, el Conde Dooku. No obstante, en todas las ocasiones en las que había intentado postularse, su candidatura había sido rotundamente rechazada por dos razones. La primera se basaba en la ley monárquica de Eriadu, según la cual, la corona debía transmitirse por herencia dentro de la familia real, con la que Dooku en realidad no compartía lazos de sangre, pues su única conexión con el rey Seth Aybara era administrativa, a través del matrimonio de este con su hermana mayor, Tiaris. La segunda razón tenía que ver con los ideales políticos del Conde; a esas alturas, para nadie era un secreto que tanto su planeta, Serenno, como gran parte de los integrantes de los bordes exterior y medio estaban siendo persuadidos por él para escindirse de la República.

Si el Conde Dooku conseguía hacerse con el gobierno de Eriadu, la República perdería su influencia en todo el sector, hecho que el Senado no estaba dispuesto a permitir, pues tanto los recursos tecnológicos y militares del planeta, como las rutas comerciales que controlaba eran de vital importancia, sobre todo en vistas a la guerra que se aproximaba.

En conclusión, la inesperada aparición de la última heredera de la familia real no podría haberse dado en mejor momento. Dooku no debía conseguir el gobierno bajo ningún concepto, pero dada la inestable situación política en Eriadu, la única que podría echar abajo de una vez por todas la candidatura del ex jedi era Seda, una verdadera integrante de la familia Aybara.

Tras la explicación del senador Organa, Padmé planteó la posibilidad de que hubiera sido el propio Conde Dooku el responsable del atentado. Después de todo, él era quién más podría haber ganado con la desaparición de la casa Aybara. Sin embargo, su hipótesis enseguida fue desechada por el maestro Windu, quien exculpó al ex jedi, no solo por su pasado en la Orden, sino también porque, siguiendo los protocolos, ya lo habían investigado en su momento y fue imposible hallar cualquier prueba concluyente en su contra. Dooku estaba limpio.

Igualmente, Windu explicó que, en cuanto Obi-Wan se había puesto en contacto con ellos para informar de la supervivencia de Seda, el Consejo había reabierto la investigación, esta vez dirigida y llevada con máxima prioridad por el maestro Plo Koon, quien ya había empezado a hacer los primeros avances en Eriadu, teniendo como principales sospechosos a un grupo de extremistas antisistema, que se habían hecho notar con especial contundencia a partir de los años posteriores a la desaparición de la familia real.

―La investigación avanza favorablemente, pero hasta que hayamos concluido es conveniente manteneros fuera del punto de mira, princesa ―dijo Windu―. Sería solo una medida temporal. En cuanto los culpables sean desenmascarados podrá regresar a Eriadu y reclamar el trono.

Seda sacudió la cabeza.

―Pero yo no sé nada de gobernar ―dijo, pasando la mirada por todos los presentes―. Aprecio el apoyo y la confianza que estáis depositando en mí, pero si lo que necesitáis es a alguien que detenga la inestabilidad en el planeta, y mantenga el sector leal a la República Galáctica, yo no soy la persona indicada.

―Eres la única que puede hacerlo, Seda. ―Obi-Wan la miró con un gesto de ánimo.

―Contáis con mi apoyo, y con el de gran parte del Senado, princesa. Además, los consejeros reales podrían ayudar en la labor de gobernar. ―Bail Organa le dirigió una sonrisa―. Ni siquiera tendríais que reinar directamente si no queréis. Llegado el momento, podríais nombrar a un representante, o a varios. Pero para hacerlo, primero debéis reclamar la corona. El pueblo de Eriadu será fiel a cualquiera designado por una auténtica Aybara, pero deben saber que vos estáis detrás de esa elección. Llevan una década aguardando por su reina. Necesitan ese símbolo.

―Es demasiada responsabilidad. ―Ella desvió la mirada. La situación era sobrecogedora―. Carezco totalmente de la preparación necesaria para decidir sobre el futuro de todo un planeta.

En ese momento, el Canciller se echó hacia delante sobre su escritorio, para mirar fijamente a la joven.

―Si me permitís, princesa Seda, para eso he hecho venir a la senadora Amidala. Nadie como ella podría otorgaros la tutela necesaria para dirigir un planeta al borde de la crisis política. ―Miró de soslayo a Padmé antes de proseguir:― Nuestra querida Padmé fue elegida reina de Naboo con tan solo catorce años, y supo resolver con éxito y diplomacia todos los conflictos que acaecieron durante su mandato. Si estáis dispuesta a aceptar a la senadora Amidala como mentora, estoy seguro de que en poco tiempo contaréis con los recursos necesarios para afrontar cualquier dificultad que tenga lugar cuando toméis el trono de Eriadu.

Padmé le posó una mano en la rodilla a la joven. A pesar de que la intervención del Canciller la había cogido por sorpresa, tenía que reconocer que estaría encantada de orientar a Seda en el futuro que la aguardaba. De algún modo, podría honrar la memoria de Sya transmitiéndole a su hermana menor todos los ideales y estrategias diplomáticas que habían aprendido y desarrollado juntas.

―Para mí sería todo un honor, princesa ―se limitó a decir, con una sonrisa de auténtica sinceridad.

―Es una buena opción ―intervino Obi-Wan, mirando a Seda―. Podrías estar cerca de la senadora como una de sus doncellas de compañía. De este modo nadie sospecharía, y sería fácil mantener tu identidad a salvo hasta que se resuelva la investigación.

Seda se mordió el interior de la mejilla. Era consciente de que le estaban pidiendo su opinión por mera educación. Estaba segura de que la decisión ya había sido tomada, pues según había entendido, su papel era fundamental para que Dooku, no se hiciese con el poder suficiente para desafiar a la República. Necesitaban que ella reclamase la soberanía de Eriadu a toda costa. Y, sin embargo, la idea no le disgustaba del todo, al menos la parte de aceptar a Padmé como mentora temporal. La senadora le había transmitido buenas vibraciones desde que la había visto. Mentiría si no reconociera que deseaba saber todo lo que ella pudiera contarle sobre su hermana y el resto de su familia.

Por otra parte, no podía evitar sentir cierta responsabilidad. Tal vez no recordase apenas nada de su planeta natal y de sus gentes, pero, para bien o para mal, formaban parte de ella. ¿Qué clase de persona sería si escogía desentenderse de ellos? No podía ser tan egoísta. Sabía cuál era la decisión correcta.

―Está bien ―contestó finalmente―. Haré todo lo que esté en mi mano para ayudar a mi planeta.

El Canciller respondió con una inclinación de cabeza en señal de respeto.

―No esperaba menos de una Aybara.



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Hola mis amores ^_^

Sé que este capi ha sido un poco lento, pero creo que era bastante necesario para ir atando los cabos sueltos y dejar las bases para lo que pasará a partir de ahora. Solo queda uno más antes de enlazar con la película El ataque de los Clones :) creo que más o menos ya os imáginais cómo estará integrada Seda ahí xD. Aunque admito que la primera escena de Obi y Seda me encantó jaja, está mal que yo lo diga, I know, pero es que los amodoro :P

¿Con qué personaje de Star Wars os iriáis a tomar algo, de fiesta...? Yo sabéis que tengo debilidad por Anakin y Obi, pero creo que elegiría a Han Solo, tiene que ser genial salir con él por ahí que te cuente sus batallitas, se meta en líos y te mate de risa xD

Besos, nos vemos la semana que viene con capi nuevo :) (tiene sorpresa jaja)

Mil gracias por leer ^_^

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