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Introducción


"¿Conoces la sensación de estar apartado de todo... a propósito?"

Joseph Beckett nació el 2 de diciembre del 2000, acunado en la vergüenza ajena de los que le dieron la vida. Su pan de cada día fue el constante rechazo; sucede que es un muchacho complicado, o incomprendido. ¿No lo son las "mentes brillantes"?

Un susurro recorrió cada íntimo pasillo del orfanato "Santo Lutero", en Madrid, España: "Tal vez es un niño esquizofrénico, si vamos al caso. Fue un milagro que el padre Lucas lo haya encontrado entre la nieve".

Aquel 4 de enero del 2004, encontró al niño en las colinas bajas de Peñalara. Se presumía que estaba cerca de un estado de hipotermia severo, de no ser por aquel hombre que iba a buscar piornos serranos para decorar el altar de la parroquia. Envolvió al niño en una túnica que cargaba en su espalda, hasta llegar al orfanato.

"Sólo es un muchacho asustado", lo defendía una monja.

El muchacho demostró cualidades únicas a sus 7 años, fue hábil en cada materia que se le enseñara; pero aun así no lograba llevarse bien con sus compañeros. No podía insertarse en su ambiente, se encerraba en su habitación, siempre. A los curas no les importaba, mientras tuviera buenas calificaciones lo demás era motivo de "capricho"; creían ciegamente que el niño en realidad era un presumido.

Ese mismo año, un hombre llamado Martin John Pietrov, se acercó a las instalaciones del orfanato en busca de adoptar a una excepción que tuviesen en el lugar. Declaró tener la total capacidad de cuidarlo, de enseñarle todo lo que debía saber y de la mejor manera. Para esa época, Joseph había pedido aislarse de todos; permanecía en una habitación sin ventanas, sólo con un foco pequeño de luz para cuando necesitara realizar sus lecturas nocturnas, en el día prefería dormir.

El obispo, a cargo de todo el instituto, se encargó personalmente en deshacerse del problema que estaba causando aquel niño. Llamaba mucho la atención y parecía incitar a los demás a dejar el estudio, al no asistir a clases. Ningún otro jovencito demostraba la capacidad que tenía él para pasar de curso rápidamente.

Martin creyó llevarse una joya perdida; Joseph no lo rechazó, pues ¿quién más que él no quisiera estar ahí?

—Bienvenido, pequeño —esbozó una sonrisa amable, agachándose en cuclillas para quedar a su altura—. Éste será tu nuevo hogar, pero... antes de mostrarte la casa. ¿Quieres decirme algo?

Joseph parecía no inmutarse ante lo enorme que le parecía la casa, el aroma de la madera de roble y libros antiguos en la sala de estar, la pulcritud del lugar. Nada. Sólo observaba los ojos del que lo había salvado de ese infierno, esa mirada oceánica que tenía Martin le entregaba cierta paz que no comprendía; y que suponía estaría a salvo de su propia mente.

—No quiero saber nada de mis padres verdaderos —soltó de inmediato, a lo que el hombre lo observó con extrañeza—. ¿Ha escuchado? Ellos no significan nada para mí, no quiero saberlo. Me dejaron, no los necesito ahora. ¿Entendió? Nada de lo que diga de ellos me hará sentir mejor —alzó su temblorosa voz, mientras sus lágrimas descendían.

Martin no sabía cómo reaccionar, le daba temor hacer un paso en falso con el niño; pero no soportó verlo llorar. Lo envolvió en sus brazos, arrullándolo mientras lo levantaba cauteloso.

—De acuerdo, de acuerdo... —murmuró; Joseph abrazó su cuello—. Sólo seremos tu y yo. 


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