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"Teoría del vagabundo"


Viernes 4 de agosto de 2017

Ciudad de Córdoba, Fructuoso Rivera 

7.55h

Arrojé el collar al suelo, sin importar que se rompiera el dije de la piedra azul, estaba tan molesto por temer por mis pesadillas. Jamás me había pasado algo similar, y eso que me he metido en graves problemas.

Me levanté rápido, sin importar que eso me causara dolores de cabeza, y el movimiento brusco había generado que mi rodilla golpeara con mi labio superior. Faltaba otra tragedia mas para un viernes perfecto.

Al terminar de alistarme, busqué mi mochila, quería salir antes de casa con la excusa de que estudiaríamos con mis amigos. Me dejaron muchísimos mensajes que seguro leería en el colegio, no tenia ganas de contestar a nadie.

—Lo que me faltaba... —bufé mientras buscaba desesperado la mochila en toda la habitación.

Martin no pudo haberla sacado, rompería con nuestro acuerdo de privacidad del cuarto.

Bajé al comedor, mientras con la mirada seguía examinando cada rincón de la casa. Era imposible que se la tragara la tierra... encima tenía todas mis pertenencias del colegio ahí. No, no podía recuperar todo por más que quisiera, los apuntes eran míos y yo solo entendía cómo organizaba mis carpetas.

El aroma del café internacional que elegía Pietrov cada mañana era distinto, al igual que las masas dulces que compraba. Se levantaba demasiado temprano para conseguir todo fresco, y yo no podía creer que consiguiera locales abiertos a esa hora. Todo lo que se trataba de orden, rutina matutina... se trataba de Martin Pietrov, incluyendo su severa adicción al café que él negaba.

—Buen día, Joseph —dijo Martin mientras acomodaba su corbata y se sentaba a tomar su café—. Siéntate, por favor. Tengo que hablar contigo —señaló la silla del otro lado de la mesa.

Al acercarme aún más, vi la mochila salpicada en algunos lugares con sangre.

Más problemas...

—¿Has roto nuestro acuerdo? —me senté.

—No —suspiró y trajo una taza para mi, sirviéndome café—. Y yo no debo dar alguna explicación al respecto, cuando eres tú quien debería haber hablado... —respiró profundamente, parpadeando lento—. ¿Quieres explicarme por qué tu mochila está manchada con sangre?

Me sentí muy nervioso no sólo por la situación que había vivido, sino que su rostro reflejaba ¿enojo? Sinceramente no podría precisarlo, Martin era un enigma para mi cuando se trataba de gestos y tonos de voz. Relamí mis labios, juntando mis manos cerca de mis rodillas mientras miraba con pena las manchas.

—Hubo... —llevé la vista a Martin, quien alzó ambas cejas esperando a que confesara—. Hubo un accidente cuando salí de la biblioteca —murmuré mirando sus ojos—. Es que fue todo un caos, ni siquiera estaba mirando por donde caminaba, y de la nada sentí que la sangre salpicaba por todos lados. Nunca había sentido tanta adrenalina en mi vida, y el cuerpo. Cielos, el cuerpo estaba destrozado, todos los órganos expuestos —hablé rápidamente de lo nervioso que estaba.

El hizo una señal de "alto" con su mano, seguro no entendió nada de lo que dije.

—Tú no estás herido, ni has lastimado a nadie —me miró, a lo que yo asentí inmediatamente—. Bien, eso es un comienzo... —aclaró su garganta y frunció el ceño—. Si me lo hubieras dicho anoche te hubiera llevado al hospital o ver si en algo podía ayudarte. A caso... ¿pensaste que te regañaría?

Me quedé con la boca entreabierta, quizás mis pensamientos querían salir de mi boca pero no podía permitirlo, eso lo dañaría y no tenía nada contra él.

El problema era Melisa, yo no me sentía para nada cómodo, tuve muchas dificultades para adaptarme a Martin, y cuando llegó esa mujer... nosotros dejamos de comunicarnos, o pasamos a hacerlo en tiempos cortos y a las apuradas. Quería contarle todos mis proyectos con mis compañeros, las cosas que hacía en el colegio. Pero... Melisa era como un mural que se interponía entre nosotros, su sola presencia me incomodaba, pues me trataba como si fuera un niño. Apenas tengo 17 años, no soy tan chico.

En fin, tengo tanto para refutar su pregunta, y el tiempo sigue pasando. Martin entrecierra los ojos tratando de adivinar mis gestos...

Por los dioses, ya di algo.

—No... no lo sé —mi voz temblaba.

—Está bien, lo hablaremos luego. Tú tienes que ir al colegio —acabó su café—, y yo debo ir a trabajar.

Sin decir una palabra más, se levantó del asiento para poder lavar su taza y guardar la pequeña caja de madera donde mantenía su café. Quería preguntar si estaba bien todo con su pareja, porque usualmente me habla de ella y yo tengo que fingir que me interesa. Algo estaba pasando entre ellos, y no sabía si debía alegrarme o preocuparme, porque si existía la posibilidad de una separación... él jamás me perdonaría.

Por supuesto que hoy no iría al colegio, tenía asuntos que investigar sobre lo que sucedió, mis compañeros saldrían a las once de la mañana de educación física, por lo que tomé mi celular y mande un mensaje a nuestro grupo para avisarles que necesitaba con urgencia su ayuda, que se presentó un proyecto interesante que captaría toda su atención.

Llevé mi taza al fregadero para lavarla, enjuague mis manos y cerré el agua, pero al hacerlo escuché un ruido en el piso de arriba, como si alguien estuviera caminando descalzo por la habitación de Martin. ¿Se habría quedado Melisa? Era bastante extraño, ella no faltaba a su trabajo por nada del mundo, era una de esas mujeres obsesionadas por las compras y mi padrastro no contribuía a sus gastos innecesarios, era un muy bien ahorrador.

Caminé lentamente a las escaleras, tratando de ser lo más sigiloso posible, las pisadas de arriba no cesaron. Y si realmente Melisa se había quedado... no tendría por qué hacer tanto escándalo. Era totalmente insólito lo que estaba pasando. No parecía tener sentido alguno, ni máquinas de hacer ejercicio tenían allí.

A mitad de camino en la escalera, me detuve. Tal vez mi curiosidad estaba llegando al límite, además... si algún accidente le sucedía no la ayudaría ni me haría cargo, pues ninguno me dijo que ella estaba en casa. Suspire profundo y entré a mi habitación, cerré la puerta con seguro hasta que fuese el horario en el que llegarían mis compañeros, adelantaría un poco la investigación así no los sobrecargaba.

No tenía muchas faltas en educación física, pero no porque fuera un buen alumno o participara en el equipo de fútbol, la verdad detestaba ese deporte, odiaba la manera en que las personas se volvían locos por ver una pelota rodar por, lo que pareciera ser, un prado verde. Tuve que llevar la excusa de que tenía asma y no podía correr para hacer ese deporte, pero luego un compañero con "espíritu futbolista" dijo tener la misma enfermedad y que aun así podía ser de arquero. Así que tuve que deshacer mi mentira, le comenté a Martin lo sucedido y, para mi suerte, lo comprendió; me habló de cuando era joven y también le obligaban hacer deporte, pero no era precisamente éste, era Básquet, porque él se educó en Madrid, al igual que yo... al menos al principio.

Habló con el profesor para decirle que a mi no me interesaba en absoluto ese deporte,y que tal vez sería una buena idea incluir otras actividades para los que no puedan o no sientan capacidad. Y fue ahí cuando las burlas comenzaron, pues todos eran fanáticos de eso... no se podían imaginar, con su mente tan cerrada y diminuta, que un chico no quisiera jugar en los campeonatos. En resumen,tuvimos que mentir. Martin compró una especie de bota que se ponen para los esguinces o para cubrir los yesos, y estuve por mucho tiempo así en el colegio, les dijimos que era una fractura que me dejaría serias secuelas. La directora prohibió al profesor obligarme a jugar a ese deporte tan absurdo.

Supongo que confié tan rápido en él porque atendió a todas mis necesidades en el momento preciso, y no lo dejó pasar; pero cada que intentábamos hablar de mis padres verdaderos en las terapias... yo reaccionaba de manera violenta y a veces me hacía daño a mí mismo. Hay algunas heridas que permanecen abiertas para siempre.

Me dispuse a sentarme frente al monitor de la computadora y abrí el pequeño cajón para sacar el teclado, encendí la pc, esperando con ansias que se apareciera la luz en la pantalla, pero no fue así. Al parecer la luz se había ido, y sin información me quedaría a la deriva como un maniático contándoles mi sueño a mis compañeros. Mi respiración comenzó a acelerarse, estaba entrando en una especie de ataque de pánico.

El celular aún tenía batería, al menos algo bueno estaba sucediendo, encendí la linterna para poder salir de mi habitación, la casa era enorme y bastante cerrada, por lo que era necesario que siempre llevara una linterna en estas circunstancias; debía revisar el tablero eléctrico, no podía cortarse la luz, habíamos pagado, siempre lo hacíamos a tiempo.

A un costado de las escaleras, y cerca de la puerta del patio, teníamos el tablero, parecía estar totalmente arruinado. Esto es preocupante. Apague la luz de la linterna y abrí la pequeña ventana que tenía la puerta, en el patio todo se veía tranquilo, al menos no éramos los únicos que no tenían luz.

Los vecinos salieron a las calles para preguntarse entre ellos qué había pasado, pero yo permanecí en la sala de estar, que era donde teníamos el gran ventanal, así podría estar entre la luz.

A estas circunstancias la oscuridad me aterraba, ni siquiera podía ver las escaleras. Estaba sintiendo que alguien más estaba en la casa, y no sólo por el hecho de que convencía a mi mente que Melisa era la loca que corría de un lado a otro en el piso de arriba. Pronto el frio se adueñó del lugar, mis piernas temblaban y no quería moverme, esperaría lo necesario hasta que mis compañeros llegaran.

El cielo se volvió gris, las nubes parecían advertir una inminente tormenta, no era tan raro que lloviera en ésta época, pero los vidrios estaban cubriéndose de escarcha, como si estuviésemos a muchos grados bajo 0. Intenté no perder la cordura, tal vez sólo era mi imaginación por el frio que estaba sintiendo en mis piernas, las rodillas me atormentaban ya que las sostenía cerca de mi pecho mientras observaba el espectáculo que estaba creando mi imaginación.

En el sueño

Una vez más, estaba en la desolada ciudad. Las personas que habían querido atacarme ya no aparecieron, en realidad no se escuchaba nada, ni el tenue sonido del viento.

Los locales estaban vacíos, los envoltorios de los productos estaban en el suelo, ni siquiera tierra había. ¿Cómo era posible tanto silencio? ¿Dónde estaban todos?

Traté de entrar a un local para buscar algún teléfono o diario que me informara lo que estaba sucediendo. Sabía que sólo se trataba de un sueño, pero ¿y si era una advertencia de algo que estaba por venir? Había leído casos de personas que podían tener visiones, y a pesar de que antes no creía en eso, porque mis sueños eran muy comunes, ahora me convencía cada vez más. Era la tercera vez que aparecía en las mismas situaciones.

Las revistas tenían los rostros de las personas borrados, como si hubiera fallas en la realidad. En una peluquería no tenían los diarios actuales, pero creí que podría encontrar algo; en uno de los sillones estaba una plancha de pelo encendida, quemando el cuero del mueble. Al parecer si había electricidad. La desconecté por el olor que estaba causando y salí del lugar.

Pasando la conocida Cañada (1), que me llevaba a la biblioteca, escuché un sonido leve, era el semáforo que titilaba la luz roja. Quedé hipnotizado en eso, mientras escuchaba cómo hacía eco en mi cabeza. Hasta que el movimiento de algo me hizo volver.

En medio de la calle estaba un lobo blanco, traía un collar que destellaba una luz azul, tenía el dije de una piedra en forma circular, con decoraciones doradas que lo hacían parecer una estrella. El animal lucía mucho más grande que un perro común, mucho más grande que un lobo salvaje... casi que sobrepasaba mi altura. Lo sorprendente es que no estaba en posición de ataque, sólo me miraba con atención.

No quise moverme, su imagen imponente me generaba tanto miedo que podría correr como nunca lo hice en mi vida.

De la nada, empezó a caminar, dándome la espalda mientras se perdía entre las calles. Sus pisadas resonaban en toda la ciudad. Ahora tenía más dudas que antes.

Estar solo aquí me da mala espina, se supone que cuando sueñas ves a alguien conocido, pero aquí no sucede nada. Y eso es lo perturbador.

Fin del sueño

—Joseph, oye... —escuché la voz de Leandro al sentir la sacudida en mi hombro—. ¿Qué estás haciendo en el suelo? —me observó, extrañado.

Aún algo desorientado, me sostuve del sillón para poder levantarme y sentarme otra vez.

—¿Cómo entraron aquí? —les pregunté cuando vi a mis cuatro amigos delante de mí.

—Simple —respondió Lucas—. Todos sabemos que las llaves extra se guardan en los floreros cerca de las puertas, yo creí que ustedes tenían un poco más de ingenio —bufó, lanzándose al sillón individual—. Pero ya, en serio, ¿por qué dormís en el piso? ¿Tenés problemas?

—Si para vos es una obviedad lo del florero, no sos tan inteligente como pensé. Se cayó del sillón, ¿eso no es obvio? —habló Víctor—. Dijiste que tenías algo importante que mostrarnos, que sería algo aún más interesante que visitar ese nosocomio abandonado...

Agité un poco mi cabeza para tratar de volver a la realidad, la ventana estaba intacta y el cielo totalmente despejado, había luz. Traté de no salirme del tema, a lo mejor estaba divagando por el sueño. Me puse de pie, haciéndoles señas a todos para que me siguieran a mi habitación. Y mientras subíamos las escaleras, vi que la puerta de la habitación donde dormían con Melisa estaba abierta.

Joseph, estas siendo muy paranoico.

—Espero que si sea como nos dijiste, porque hoy mi mamá iba a cocinar pastas y dijo que intentaría guardarme una porción —reclamó Benjamín.

—Benjamín, vas a llegar rodando a clases. ¿No sabes lo mal que hace la pasta al mediodía? Mi abuela dijo que te genera gases y dolor intestinal —rió Lucas—. Menos mal que a Joe se le ocurrió secuestrarte con misterio.

Entramos a mi cuarto, los chicos dejaron sus mochilas en la puerta, como siempre, uno se sentó en la silla de mi escritorio, otros en el sillón y Víctor en mi cama. Alcé un poco la colcha que caía sobre el suelo y busque con mi mano el collar.

—¿Adoptaste una mascota rara? —preguntó Leandro.

—No, no es eso —dije mientras continuaba palpando el suelo frio, quizás lo arrojé en otra dirección.

Finalmente, lo encontré debajo de la mesita de luz, el collar parecía una parte de ese dije de piedra azul que había visto en el lobo.

—¿Te compraste... un collar? —cuestionó Lucas, para nada impresionado.

—No, no me he comprado un maldito collar, esta cosa pertenecía a un hombre que murió frente a mis ojos en un accidente frente a la biblioteca. No se cómo llegó hasta mí, pero necesito saberlo. Desde que está solo me ha traído pesadillas sin sentido alguno —suspiré, alcanzándole el collar a Víctor, me quedé en el suelo, aferrado a mis rodillas—. Y ya sé que esto es raro de mí, porque saben que jamás hago caso a las "predicciones" de los sueños, siempre estoy dudando de lo sobrenatural... pero es aterrador. Creo que hasta Melisa se ha vuelto loca y anda por toda la casa como si...

—¿Melisa? —me interrumpió mi compañero mientras palpaba con sus dedos el collar—. Pero, Joseph, la vimos en un café. ¿Hace cuánto la escuchaste?

—Yo... —fruncí el ceño, tratando de armar una especie de mapa mental de lo sucedido.

Me levanté de golpe y salí de la habitación, mis amigos me siguieron ya que escuché sus pasos detrás de los míos. Me froté los ojos al acercarme a la habitación de Martin, la puerta permanecía abierta y no había rastros de alguien que haya estado hace unos pocos minutos, a menos que se haya ido cuando yo me quedé dormido.

—Bueno... creo que lo mejor sería averiguar quién fue el fallecido, a lo mejor obtenemos más respuestas —habló Leandro—. Un buen indicio podría ser el noticiero, ¿lo viste apenas llegaste a tu casa? Porque mi madre suele verlo muy seguido y no la escuché quejarse del tránsito o de lamentarse por una muerte —de inmediato buscó su celular y regresamos a la habitación.

De igual manera no le hallaba sentido, por qué corría de un lado a otro en su propio cuarto, qué le estaría pasando que Martin no me contó que se quedó un rato más en la casa. Y lo peor es que ahora sabe que no he ido al colegio.

Encendí mi computadora, y al igual que mis compañeros me puse a buscar en internet las noticias sobre un reciente accidente, el collar no traía muestras de sangre si quiera, por eso era extraño hasta para mis amigos. Lucas fue a la cocina a buscar una botella de jugo y algunas galletas, sabían que aquí podían sentirse como en su casa, nuestras reuniones casi siempre eran aquí y hubo veces que nos desvelamos debatiendo sobre algunos misterios o casos que tomamos por cuenta propia.

Luego de unas buenas horas, de paquetes acabados y dos rondas de mates por parte de Benjamín, no encontramos nada similar al accidente que les describí, como si no hubiera existido. Me preguntaba si ya estaba delirando o teniendo un principio de demencia, ¿cómo era posible? Hasta ellos podían ver y tocar el collar.

A todo esto, ya eran las cinco de la tarde, en una hora estaríamos saliendo del colegio y Martin pasaría por mi a la biblioteca.

—Me cambiaré y nos vamos, no quiero que acaben regañados ustedes también —busqué en mi armario el uniforme del colegio y salí en dirección al baño para cambiarme.

—Esto... no tiene sentido —dijo Leandro, mientras los demás comenzaban a guardar sus cosas.

—O tal vez sólo se trata de un vagabundo sin familia ni alguien a quien le importe como para ser publicado —habló Lucas—. Vamos a lo obvio primero, ¿no siempre analizó las cosas así Joseph? Entonces hay que descartar estos factores —escuché que abría un envoltorio de alguna golosina.

—Sí, pero también hay que entender que su lado lógico no está funcionando bien, ya les dijo que está teniendo pesadillas. Una mente que no descansa lo suficiente no podrá estar fresco para estos cuestionamientos —volvió a aclarar Leandro.

—Bueno, entonces vamos con esas variables —dijo Benjamín—. Supongamos que fue un vago, sin familia, ni amigos, no tenía nada en la vida más que a sí mismo y a esa bicicleta. ¿No creen que su muerte fue escalofriante? Digo, por cómo lo menciona Joe, la sangre por todo el piso, la cabeza hecha puré —silbó impresionado—. Si yo fuera periodista sería una gran portada —se rió.

Salí del baño con el uniforme puesto, ni me molesté en arreglar mi cabello, habían días que no podía controlar los rizos.

—No, no era un vagabundo, tenía una camisa blanca y un buzo en corte "v" de color mostaza. ¿Qué vagabundo se viste así? —dije al entrar a la habitación, busqué un bolso que tenía guardado y metí algunos libros.

Leandro estaba tomando nota de todas mis descripciones, no cabía dudas de que él podía ser un excelente periodista por lo detallado y meticuloso que era.

—Donaciones —escupió Lucas, todos lo observamos al mismo tiempo—. ¿Qué? Mi abuela dona mucha ropa seguido, y no es algo que esté en malas condiciones, llega a tener un rayón pequeño por una lapicera o por un poco de pelusa ya lo mete a las bolsas para donarlo —se encogió de hombros.

—Eso podría ayudarnos a concretar la "teoría del vagabundo" —dijo Víctor—. Podríamos ir a los centros de donaciones o asilo de gente en condiciones deplorables, me parece un punto de partida interesante.

Suspiré y les hice una seña con la mano para que fueran saliendo de mi cuarto así lo cerraba con llave.

—Las personas van y vienen, cualquier voluntario que trabaje allí te dirá que no siempre van las mismas personas a pedir ayuda o a quedarse a dormir. Tenemos que ir más allá de lo lógico —dije mientras cerraba—. ¿Qué tal si sólo empezamos por los sucesos paranormales? Hay muchos factores.

Bajamos las escaleras hasta la salida, parecía que cada uno reflexionaba sobre toda la información que les di. Por supuesto que no hablamos hasta subirnos al colectivo que nos llevaría directamente a la biblioteca, tratábamos de no hablar de nuestras investigaciones en voz alta en espacios públicos; principalmente por el "riesgo" que corríamos, según Benjamín.

Nos reíamos de lo imposible que era su teoría de espionaje, no podía creer que dijera que existían señuelos y cámaras de vigilancia en cada parte de la ciudad. Pensé que le faltaba mucho que averiguar sobre ello para poder advertirnos de un potencial riesgo de invasión a la privacidad. De ser así, podríamos denunciar fácilmente y llevar a cabo los trámites legales, de paso ganar un poco de dinero por los daños y perjuicios. En fin, no tenían motivos para seguirnos.

Llegar a la biblioteca no fue toda una odisea, permanecimos en total silencio mientras me aferraba a la pequeña caja donde guardé el collar, averiguaríamos si Susy sabía algo al respecto. Leandro no dejaba de escribir en su libreta, cuando le pregunté por simple curiosidad dijo que necesitaba ordenar los hechos para poder establecer las teorías, aunque se burlaba de cómo habían llamado a nuestra idea más sólida de lo que pasó en el accidente.

Susy nos atendió cordialmente en su pequeña oficina, buscó entre el catálogo de sus libros algo que tuviera que ver con los orígenes de estos collares y la piedra que parecía ser sacada de otra, pero ninguno tenía la respuesta. No estaba dispuesto a darme por vencido, si era necesario venderlo lo haría, pero si era un riesgo mayor al hacerlo no podía exponerme.

Nos escribió la dirección de un señor que se llama Pablo Rousse, dijo que era un experto en mitologías y significados astrales de las piedras y elementos, claro que no era conocido por muchos, su casa quedaba cerca de la ruta abandonada, la llamaban así ya que desde que hicieron otro puente casi nadie pasa por ahí.

Mis amigos no pudieron acompañarme, me dijeron que tenían que estar cerca del colegio para llevarle el informe de literatura al profesor, con tanto que averiguar olvidamos mandarlo por la mañana, así que ahora tenían que encargarse de eso. No sabía en qué momento podría ir a la otra punta de la ciudad sin que Martin sospechara, mi mente estaba alterada como para inventarme una mentira, además de que él me detectaría como si nada.

Me quedé en la biblioteca, Susy tenía mucho trabajo porque estaban destinando una sala para pasar películas de cine independiente. Hubiera deseado quedarme con la libreta de Leandro así adelantaba nuestra investigación. Estaba sentado en el suelo, observando el vitral en el techo como si fuera una maravillosa obra de arte, supuse que estar solo me daría el tiempo necesario de recordar si me golpee la cabeza en ese accidente. ¿Y si no hubo accidente? Sabía que la mente era capaz de todo, pero si era producto de mi imaginación... ¿entonces de dónde salió el collar?

No podría volver a dormir, eso es seguro. Debía hablar con Martin o tratar de contactarme con el señor Rousse.

Cualquiera de estas opciones no me salvarían ésta noche...



(1): La Cañada de Córdoba es el encauzamiento parcial del arroyo La Cañada que cruza de suroeste a norte la ciudad de Córdoba, Argentina.


¡Hola! Sé que hacía tiempo que ya no actualizaba, pero no me gustaba como estaba quedando el capítulo y tuve problemas con la historia de Joseph, por eso es que editaba a cada rato los otros caps. 

Es la historia mas importante para mi y trato de que los momentos en los que pueda escribirla cuente con el tiempo necesario, creo que todos necesitamos más que tiempo para escribir.

Pero... calma.

Ahora me pondré al día con sus actualizaciones, ¡gracias por leernos!

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