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Capítulo 4

CAPITULO 4

            –Esto no acaba de convencerme –Baragund se dirigió con gravedad al  grupo de personas que los rodeaba–. Bishop Hendrik es el tipo que supuestamente debíamos atrapar y que ahora resulta que es el mismísimo Corregidor ¿Por qué diablos enviaría una orden de captura de sí mismo? ¿Y si tiene el poder de robar almas y reducir poderes como dicen –señaló a Gustavo y Hugo–. ¿Por qué no robó el alma de Berenis?

            Diandra intervino con más dudas:        

            –Y si Candela también domina la telekinesis, entonces para que quiere a Hugo y la Salamanca. Ella puede transportar las ciudadelas.

            La pareja de desconocidos que se les unieron intervino. La mujer de nombre Aimee, una belleza cuya habilidad era bastante particular, ya que poseía un irresistible poder de seducción, mismo que utilizó para escapar del Régimen junto a su hermano Roque. Un jovencito tan apuesto como hermosa era su hermana. Éste poseía el valioso don de curar heridas y enfermedades con solo tocarlos, si bien no podía evitar sentir el sufrimiento de los demás, su don fue muy útil para restablecerlos.

            –No olviden a Julieta –señaló Aimee –esa mujer puede leerte el pensamiento con solo verte a los ojos y es muy cercana al Corregidor. Ella descubrió que yo sabía de Frontera por una conversación que escuché sin querer y seguro que ella es quien averiguó que nos ocultábamos en el tren de Hugo.

            Llenos de conjeturas y pocas certidumbres acordaron descansar unos horas. Baragund se ofreció para hacer guardia y el resto improvisó mantas y cobijas. Aunque el sol ya había salido, todos durmieron profundamente. Baragund salió y escrutó los alrededores. El silencio era absoluto en este lugar lleno de bodegas abandonadas. Todo parecía excesivamente quieto. De pronto un suave y embriagador perfume lo abrumó. El hombre aspiró profundamente y sonrió reconociendo la seductora presencia.

            –Baragund –una voz susurrante lo llamó.

            El hombre siguió la voz sin dudarlo. Era Diandra. Tan hermosa y vital quien siempre alegraba su corazón. La chica estaba a escasos metros adelante. Le daba la espalda y de pronto se volvió.

            Sonrió provocativa. Le juró que solo vivía para amarlo y dejarse amar por él. Sólo tenía que seguirla y él lo hizo sin chistar. De alguna manera se encontraban de regreso en su casa, en la ciudadela de Berna y él se apretaba contra la suavidad del cuerpo de Diandra. Vislubró sus ojos ardientes, y a continuación acarició su boca con sus labios.

            Diandra acarició su pelo, la bronceada piel de la nuca y se abrazó a él. Baragund la besó más profundamente, completamente hechizado en un ensueño amoroso hasta que de pronto una sonora explosión los sacudió y ambos salieron despedidos por los aires. Aturdido contempló a unos metros la figura de Diandra. En su mano sostenía una esfera de plasma y la mirada más amenazadora que nunca. Más allá se encontraba la mujer que había tenido entre sus brazos: Aimee. Ésta sostenía un arma completamente dañada por el disparo de Diandra.

            –¡Ups! –pronunció Diandra con fingida culpa–. Siento interrumpir la diversión.

            De pronto, un par de metacorceles aparecieron y lanzaron una andanada de disparos que los obligó a retraerse. Más disparos surgieron de alguien escondido en el almacén frente a ellos. Aimee aprovecho la distracción para huir mientras Baragund y Diandra se tiraban al piso.

            –¡Cúbreme! –rugió Baragund y corrió tras la chica protegido por los proyectiles de Diandra. Los metacorceles los siguieron. A solas, Diandra lanzó una serie de potentes disparos que destruyeron la construcción donde se ocultaba el delincuente. Con cautela se aproximó a los escombros y descubrió a Roque. Estaba vivo, pero el daño a su cuerpo era grave. No sobreviviría mucho tiempo.

            "Qué estupidez", pensó. "Que dones y juventud desperdiciada". Apenas se volvió para seguir a Baragund cuando alguien la golpeó en la cabeza derribándola. Miles de puntos brillantes estallaron frente a sus ojos tratando de engullirla. La chica luchó para permanecer consciente y por instinto, lanzó una lluvia de bombas que iluminaron el almacén.

            Se trataba nuevamente de Richard Davis, el tipo que dominaba las sombras y que ahora estaba en su elemento. No había ningún campo abierto como la vez anterior y cada explosión creaba letales sombras que la atacaban.

            El hombre se cubría en sus propias tinieblas mientras formaba haces  de oscuridad que se arremolinaban en torno a la joven, asestando golpes y heridas. La chica emitió un terrible grito cuando la estampa lóbrega arrimó un fuerte golpe justo encima de su muñeca.  

            Diandra sabía que no resistiría mucho.  Cambiando de estrategia lanzó una sucesión de luces a las alturas que rompieron la azotea y se elevaron por encima de cualquier construcción. Pesadas vigas cayeron y la luz iluminó una estrecha línea por donde se escabulló tan rápido como pudo.

            Intentó llegar hasta un lugar más abierto pero las sombras de Richard apartaron los escombros antes de lo que pensaba. Se quedó agazapada tras una pila de metal y ahí esperó. Ganó algo de tiempo pero tal vez no fuera suficiente.

            En la Salamanca, Dayana apuntaba su arma a la cabeza de Gustavo que se encontraba atado sobre el suelo de la locomotora. Con una perversa sonrisa advertía a Hugo.

            –¡Mueve este armatoste ahora mismo si quieres que tu amigo conserve la cabeza! –amenazó.

            –No lo hagas Hugo –exigió Gustavo–. Nos matará de cualquier manera cuando...

            Gustavo grito cuando Dayana le disparó a la pierna.

            –¡Maldita bruja! –Hugo se abalanzó sobre la mujer solo para ser derribado por una poderosa ráfaga de viento.

            En eso entró Aimee completamente agotada por la persecución. Pidió ayuda para deshacerse de Baragund que la seguía de cerca.

            –Arranca –ordenó Dayana a Hugo y éste obedeció a regañadientes.

            –Aún no idiota –Aimee la miró suspicaz cuando cerró la puerta de la locomotora–. Falta mi hermano y Richard.

            –Tenemos lo que vinimos a buscar. Mala suerte por ellos.

            Afuera, Baragund seguía a la Salamanca sobre un metacorcel que se agenció de uno de los maleantes. Volvió la vista cuando escuchó una sucesión de explosiones que se convirtieron en una lluvia de pequeñas luces. "Diandra está en problemas" pensó con un nudo en la garganta.

            Pensando a marchas forzadas, se apresuró al alojamiento en donde se habían refugiado y tomó una caja de bengalas. Volvió a montar y siguió nuevamente a la Salamanca que ya había tomado velocidad. "Aguanta, pequeña" rogó en su mente. Disparos continuos abrieron una oquedad en el metal en donde colocó la caja.

            Repentinamente, una fuerte descarga eléctrica pegó de lleno sobre el metacorcel haciendo que Baragund perdiera el control. Dayana se encontraba sobre el techo de la locomotora y el cazarrecompensas advirtió su sonrisa de triunfo cuando lo derribó. La chica volvió a entrar en la Salamanca y no se percató del fogonazo ni del humo de brillante color verde que dejaba atrás.

            Diandra permanecía inmóvil en el escondite. "¿Dónde estás Baragund?", pensó mientras escuchaba los improperios de Richard Davis al no poder encontrarla. La sangre humedecía un lado de su cabeza y el brazo le dolía terriblemente. Nunca se le había ocurrido que las sombras también hacían ruido. Era como el gemido de la madera, como si alguien se arrastrase con sus uñas. Un escalofrío la recorrió cuando el sonido de madera agrietada se aproximó a ella. Se atrevió a asomarse por un pequeño hueco en el muro tras el que se ocultaba y pudo ver a Richard Davis justo frente a ella. No tardaría en descubrirla.

                        Agazapado, Baragund observó la rabieta de Richard Davis. Era una señal inequívoca de que Diandra seguía con vida. Con el corazón un poco menos pesado, destruyó el metacorcel, sacó de su interior el pequeño propulsor de microondas, le quitó la protección y lo colocó bajo una enorme pila de escombros, luego encendió su arma de protones y la dejó sobre ella.

            A toda prisa regresó a donde comenzó el ataque. Encontró a Roque que yacía despatarrado entre hierros retorcidos, apenas vivo. Tal parecía que su don no podía usarlo consigo mismo. El cazarrecompensas tomó su mano y absorbió su poder y junto con éste, una terrible desazón lo embargó. Al igual que Roque, también podría sentir el dolor de los demás. Percibió cuando la vida del muchacho se extinguió y también el terrible malestar.

            De nuevo en marcha, se internó entre los callejones. Supo en donde se ocultaba Diandra aún antes de verla cuando sintió las heridas de la chica en sí mismo.

            Se arrastró sigiloso hasta llegar a ella y la ayudó a incorporarse. El dolor de la chica le martillaba la cabeza y el dolor del brazo era casi insoportable, pero lograron alejarse lo suficiente. En un supremo esfuerzo, Baragund dejó a Diandra en el suelo y lanzó un pequeño trozo de metal tan lejos como podía, en dirección a donde había dejado el propulsor y su arma.

            Richard Davis cayó en la trampa. En cuanto escuchó el ruido del metal lanzó un arrasador ataque de sombras con consecuencias nefastas.

            Un punto de luz se elevó con infinita gracia y luego todo estalló en una cegadora bola de fuego plateado. El suelo tembló, despojos salieron disparados y Baragund se abalanzó sobre Diandra protegiéndola de los proyectiles. Rachas de partículas metálicas, de cristal y por supuesto, de Roque y Richard se abalanzaron como un atronador enjambre.

            Baragund no estaba seguro de cuánto tiempo había pasado. Podían ser minutos o siglos enteros. Se incorporó y una nube de polvo resbaló de su cuerpo. Revisó el pulso de Diandra que despertó en cuanto tocó su cuello.

            –Te ves absolutamente asqueroso –declaró con una maravillosa sonrisa.

            –Es este clima que me seca el cutis –nunca se había sentido más aliviado. –¿Qué tal tu cabeza y tu brazo?

            –Como nuevos –lo miró asombrada. –¿Qué me hiciste?

            –Antes de llegar me pase con nuestro amigo Roque, que en paz descanse.

            El sonido de pasos los alertó y de pronto ambos apuntaban a una pequeña figura que se movía entre nubes de polvo.

            Noelia surgió de entre la destrucción y mirándolos con ansiedad dijo:

            –Por favor, díganme que Hugo sigue vivo.

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