Capitulo 1
EL LEGADO DE ENOLA
PROLOGO
El planeta Enola agoniza. Desde hace siglos su superficie ya no es habitable y lo que queda de sus habitantes se ven obligados a vivir en estaciones flotantes. Cinco inmensas naves llamadas ciudadelas se encuentran suspendidas y conectadas por descomunales vías que facilitan el transporte entre ellas.
Wattpadia, Gillingas, Palatino, Berna y Soleimán son el hogar de los últimos seres vivos de Enola.
CAPITULO 1
Diandra Cemberlitas, cazarrecompensas de la ciudadela Berna, aporreó la sólida puerta de madera del hogar de Baragund Sabranie, su socio a quien quedó de ver a las diez de la mañana.
Enfurecida le dio un puntapié a la inocente puerta y se volvió hacia la concurrida avenida. Justo a una calle divisó a Baragund que caminaba con toda calma por el lado soleado de la acera y con el aspecto más despreocupado del mundo. Con calma se detenía en cada cristalera admirando las mercancías, leyendo cada cartel e inscripción en los sucios muros. Saludó a un par de rufianes jugando cartas y se quitó el sombrero galantemente cuando una golfilla lo saludó coqueta desde uno de los balcones. El hombre irradiaba seguridad y le encantaba jactarse.
Cuando llegó a lado de la joven, la miró asombrado.
–¡Hola Diandra! Veo que llegaste temprano ¿Pues qué hora es?
–¿Qué hora es? –repitió enfurecida–. Son las once y media bufón y quedamos de vernos a las diez.
–Que mentira más grande. –respondió muy ofendido–. Acabo de pasar por la torre del ayuntamiento y apenas me pasé algunos minutos –explicó mientras sacaba sus quevedos, los limpiaba y los colocaba sobre su nariz para ver hacia la torre. –¡Ups! –La miró con falta culpa –te juro que…
–No me jures nada –le arrebató la llave que apenas sacó de su casaca–. Tenemos trabajo que hacer.
–¿Y en qué consiste?
–Es una orden desde Wattpadia para capturar a un tal Bishop Hendrik y poner su humanidad ante el régimen.
–¿Qué no está Wattpadia en cuarentena? ¿Cómo salió una orden de allá? –Baragund la miró extrañado. Hacía varias semanas que nadie entraba o salía de Wattpadia debido a una epidemia de influenza especialmente virulenta. Las noticias que venían de esa ciudadela aún eran desalentadoras.
–El tal Bishop es uno de los contagiados. Logró burlar la vigilancia de Wattpadia y escapó poniendo a todos en riesgo del virus. A raíz de la enfermedad, el régimen tiene carta blanca para gobernar Wattpadia y eso incluye el sistema de salud.
–¿Ya sabemos en dónde está?
–Andy se está encargando. Fue con Hugo de Merlo. Ya sabes que nadie viaja entre las ciudadelas sin que él se entere. Siento su presencia, está por llegar.
En ese instante una mujer idéntica a Diandra entró sonriendo y ondeando un papel con aire triunfal. El asombroso parecido iba desde el pelo negro y ensortijado que caía hasta los hombros y adornado con un sombrero de terciopelo color vino que enmarcaba a la perfección la piel oscura y tersa como el café cargado con una pinta de leche. Vestía una capa con valona de encajes, jubón de damasco y casaca sin mangas muy entallada a la esbelta y curvilínea figura. Un cinturón de placas de hierro a la altura de la cadera lo complementaba y remataba con unas calzas color negro y botas altas de cuero.
–¡Que tal buen mozo! –Saludó con un coqueto guiño a Baragund que le retiró una silla con exagerada cortesía–. Nuestro objetivo se encuentra en Soleimán y tenemos reservaciones para salir en un par de horas en el próximo tren –explicó a ambos y luego se dirigió a Baragund y con voz ronroneante agregó –reservé dos lugares en el vagón Montmartre que sé que te encanta…
–Andy… –Diandra se aproximó hasta la otra chica y literalmente se sentó sobre ella absorbiendo su cuerpo en el de ella–. Deja de ser tan resbalosa.
Baragund la miró dolido.
–A veces eres una verdadera aguafiestas.
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