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Día 16 de orfebre a 4 de ramzo, año 5778.

Isla de Eedu, Ciudad de Yaralu - Magmel, Oucraella.

Las respuestas siempre están a la vista, Ya-Long, nuestra misma historia nos responde qué pasó para que Yukuteru debiera caer. El asunto es saber dónde encontrar lo que se busca.

-Estás demente -dije, contemplando el puerto por última vez antes de volver a mirar a Ilunei, quien me miraba con una sonrisa amplia.

-¿Me vas a culpar? ¡Por fin podemos irnos de este nido de ratas!

-Dudo que hayas estado en un nido de ratas antes -mascullé antes de seguirla fuera del escondite, acomodándome la capucha de la capa. Miraba al suelo, como varios de los hombres en aquel sitio, y dudaba que fuera por alguna razón aparte de no querer perder mi vida y la libertad que estaba a punto de reclamar de nuevo. Estaba tentado de echar un vistazo a la multitud, pero todo lo que podía distinguir eran cabezas peladas, voces chillonas y espaldas huesudas que difícilmente podían diferenciarse una de la otra. Lo que habría dado en ese momento para saber de qué color era el pelo de Morgaine, o qué clase de peinado utilizaría, pero no podía perder tiempo.

Avanzamos por el puerto hasta mezclarnos con los marineros que iban y venían, dejando rápido las cajas y, según contaba Ilunei, no hacían preguntas cuando se trataba de hombres pidiendo salir de aquel sitio. Parecía que la fama de la isla no era tomada tan a la ligera (como hice yo) y mi caso no era algo raro de ver. Así fue como terminé subiendo a una embarcación de ventinos que volvían en ese mismo momento hacia el continente. Hablaban rápido, y me costaba un poco seguirles, pero logré captar el hecho de que no hacía falta que estuviera yendo de un lado a otro de la borda.

Fueron unos días de viaje tranquilos, realmente días con el viento necesario para movernos, pero sin tantas olas que convirtieran a las aguas en traicioneras. A veces me encontraba echando miradas sobre mi espalda, como si así pudiera ver algo de Morgaine. Ridículo tener sentimientos por quien me había retenido contra mi voluntad...

En cuanto llegamos a Ventyr, los marineros nos recomendaron alejarnos cuanto pudiéramos de la costa.

-Jamás hemos escuchado de las brujas dejando su paraíso, pero siempre hay una primera vez -me dijo uno, dándome una palmada en la espalda. Luego nos señaló una posada donde podíamos pasar la noche si trabajábamos lavando platos por un tiempo.

No sabría decir por qué, pero la que mostraba más entusiasmo por haber salido de aquel sitio, era mi acompañante, no yo. Me veía trabajando, bah, sabía que mis manos estaban moviéndose, que estaba realizando las mismas actividades que había hecho durante, ¿cuánto? ¿Medio año? Lo sabía y lo veía, y me sentía como si todavía pudiera verla aparecer en medio de la nada, entre la multitud, con esos ojos verdes como la hierba que... «¡Olvídala!», me encontré gritando por dentro, refregando los platos con más énfasis que antes.

Morgaine era pasado. Con suerte, no volvería a verla. Y con esa frase repitiéndose en mi cabeza, me fui a dormir.

Cire me espera en su trono, con sus brazos relajados y los ojos algo opacos. Puedo escuchar voces por doquier, aunque sus palabras se me vuelven confusas, incomprensibles. Los rostros de las paredes se remueven, como si me temieran, por más que eso sea imposible. Están muertos, sus almas son parte de la sombra de Cire, no deberían tener miedo.

-Así que ya has encontrado una solución -me dice ella, inclinando la cabeza hacia un costado, cual lechuza. Yo la miro con el ceño fruncido-. Para tu gente, la forma en la que dejarán de ser algo tan... destructivo.

Aprieto los labios, considerando mis palabras antes de dejar salir un suspiro. Le digo la verdad, que no creo haber cambiado ni un poco a los eduanos, menos aún a las mujeres que tanto se empeñan en tener sangre corriendo por sus manos. Ella guarda silencio un momento, como empieza a hacer últimamente, y aprieta los labios.

-Quizás el cambio no lo veas, Darau -empieza, con una voz tan suave que cuesta creer que es la misma que se ríe a carcajadas cuando vence en una pelea-, pero a la joven Morgaine le has abierto un mundo nuevo.

Ignoro la sensación de mi pecho y aparto la mirada del humo verde que empieza a adquirir una forma ligeramente femenina. No quiero verla, y Cire capta el mensaje, pese a que sus ojos muestran cierto brillo que no termina de darme buena espina. Sí, quizás le mostré a una eduana que no todos los hombres somos una mascota, que no somos menos, pero ¿qué hay del que habían condenado a morir en unos meses? En la misma ceremonia en la que a mí me capturaron. ¿O del niño que me llevé en brazos, parcialmente consumido por quemaduras que no sabía tratar?

A ellos no les había cambiado la realidad. Los había condenado incluso.

-¿Acaso tú fuiste quién los entregó a las autoridades? -pregunta Cire de la nada, entrelazando sus manos más pequeñas, apoyándose sobre sus rodillas y contemplando mi persona con el mayor de los intereses-. ¿No fuiste tú quien intentó proteger a un indefenso?

-¿Y qué conseguí? -gruñó, sintiendo que mi cuerpo entero está listo para estallar. Ella me mira sin inmutarse-. Ambos mueren al final, a ambos les quitan todo ¡porque estaban conmigo!

-¿Así de importante crees que eres? -pregunta con una voz que me anuncia una tormenta de las graves. Una parte de mí sabe que estoy a punto de pisar la cola de una fiera, que me estoy metiendo en la boca del lobo. Pero no puede importarme menos.

-¡¿Y por qué más sería?!

-Porque han considerado que blasfemó contra mí y por eso el embarazo de su pareja no llegó a buen término. Porque no fue cuidadoso y empezó a enseñarles a otros niños el juego que tanta alegría le trajo -replica. Ante eso, no puedo decir nada, simplemente puedo intentar contener las lágrimas que se agolpan en mis párpados-. Lo único que te relaciona a tí es ser el refugio que buscaron antes de que fueran entregados a las sombras, antes de que su vida terminara.

Respiro hondo, mirando hacia arriba mientras parpadeo con furia, despejando mis ojos. Cire se pone de pie y la noto caminar hacia mí. Vuelvo a verla y me extiende sus cuatro brazos. No sé por qué su gesto me recuerda vagamente a mamá, quizás por los brazos con más músculos de lo que uno esperaría en una diosa, pero a mí me resultan acogedores. Murmura palabras a mi oído, acariciando mi pelo mientras me asegura que estaría bien, que las cosas irían para mejor.

Y así desperté, con las mejillas llenas de lágrimas, el corazón en un puño y sintiendo toda una gama de emociones que no podía hacer más que contemplar en silencio. Ardía de furia, me partía de dolor y sentía una conocida sensación de nostalgia, desesperado por volver a mi hogar.

Cuatro días después, Ilunei ya estaba pidiéndome que siguiéramos viaje.

-No te estuve haciendo el aguante por tantos meses para luego quedarme sin recorrer el resto de Magmel -me dijo, tironeándome del brazo mientras intentaba no olvidarme el pequeño bolso con ropas y comidas que nos habían regalado unos viajeros. Cosa de Ilunei, contando lo que me había pasado y, por pena, me habían entregado eso. Admitía que no era como las mochilas tagtianas que tenían cada tipo de bolsillo y tela, pero los magmelianos parecían ser bastante capaces de manejar cueros resistentes.

Las ciudades de Ventyr eran peculiares, con sus calles de adoquín que siempre parecían reptar hacia una plaza donde estaban las casas de nobles. Casi todo estaba decorado de rojo y amarillo, dando la impresión de estar en un eterno otoño. Seguía sintiendo que las mejillas me ardían al ver que algunos caminaban con sus genitales al aire, pero no parecían ser... menos.

Eedu mostraba la desnudez de los hombres de una forma en la que uno solía terminar deseando darles una palmadita en la cabeza y un poco de comida. Aquí, tenía la impresión de que si llegaba a hacer un comentario iba a terminar más muerto que la muerte misma. Especialmente cuando veía a los guardias, los cuales no se molestaban en ocultar sus tamaños casi que desproporcionados. La mayoría eran de hombros anchos y caderas angostas. El uniforme era mayormente tela en la parte inferior del cuerpo, sin nada que cubriera sus pies o piernas, una armadura de metal en el torso, una lanza larga y un sable que sabía que podían utilizar sin problema.

La mayoría de los locales no me miraba muy bien, y quería creer que era por mi apariencia ligeramente similar a la de un tagtiano, pero con mis meses en la isla, dudaba que siquiera estuviera en la versión de palito con músculos que era al llegar. Al menos sabía que los reflejos los tenía intactos, si me guiaba por mis experiencias.

Estuvimos por distintas ciudades, incluso consideramos ir a la capital de Ventyr, Shaseen, pero unos viajeros nos dijeron que era un mal momento para visitarla.

-La reina está alborotada, cualquier extranjero que ponga pie puede terminar en el calabozo.

Por supuesto que le dije a Ilunei que no pensaba correr de nuevo un riesgo tan grande. Me había escapado de Eedu, por los pelos, no iba a seguir tentando a la suerte, por lo que seguimos hasta llegar a la frontera con Oucraella. Entre las habilidades de dominar anánimos de Ilunei y los esporádicos viajeros que nos ofrecían a llevarnos con ellos por un trecho, creo que tardamos como una semana desde la ciudad portuaria donde había vuelto de Eedu, hasta la capital, y de ahí, otra semana hasta el límite.

Curiosamente, no había forma de dudar en dónde empezaba y terminaba un reino. Como dije, Ventyr parecía estar en un otoño eterno, con una vegetación dentro de todo delgadas y que en ese momento tenía unos tonos algo verdosos, pero nada que ver con lo que había en el reino de las aves. Los árboles eran inmensos, bien podría hacer una casa en su tronco y estaría cómodo de espacio. Tan altos que me tenía que echar al suelo para poder ver las copas. Y era verde, y húmedo.

Demasiado húmedo.

Supongo que eso pasa cuando tienes árboles de ese tamaño y gran parte de los suelos son como pantanos. Nos guiaba un hombre afable, de sonrisa cálida y ropas austeras.

-Me sorprende que quieran venir aquí -comentó el hombre, a quien conocíamos como Lish. Eché una mirada rápida hacia su espalda, la cual navegaba con gracia entre las partes secas del pantano. Solo Ilunei le seguía el paso sin drama. Yo estaba temblando ante la idea de dejarme caer-. Están bastante lejos de sus tierras.

-Nada como un viaje para conocer el continente -respondió el alifien, saltando con ligereza al tronco que acababa de liberar Lish. Él la miró y asintió sutilmente antes de levantar un poco más su lámpara, alumbrando un poco lo que había frente a nosotros-. Oí que Oucraella tiene a los mejores músicos de Magmel.

El hombre soltó una risa por lo bajo antes de decir que los habitantes de aquel reino estaban definitivamente orgullosos de esa fama. Sinceramente, no escuché los detalles, estaba concentrado en no resbalar y caer a las aguas que amenazaban con tener bestias peligrosas nadando bajo la superficie. Había un ligero olor a putrefacción, así como uno que otro sonido de aves e insectos. El aire se sentía algo fresco, todavía con vestigios del invierno, aunque me encontraba transpirando por debajo de la ropa.

-¡Mira, Darau! Es increíble, ¿no crees?

Recién cuando mis pies estuvieron de nuevo en suelo firme me permití mirar hacia arriba. Entorné los ojos, intentando distinguir algo colorido o relevante que me diera una pista de qué estaba pasando. Cuando claramente todo lo que veía era árboles, lianas y barbas, volví a mirar a Ilunei, preguntándole qué estaba señalándome.

-La casa de Lish. Dice que así es como viven en el resto del reino -me dijo, parándose a mi lado y señalando de nuevo.

-Es una protuberancia extraña que sale del tronco -ofreció el dueño de la casa. Sentí que las mejillas me empezaban a arder hasta que reconocí una silueta claramente no natural. Era una especie de plataforma que nacía del tronco y se volvía a meter en el mismo. Mirando con más atención, logré distinguir una escalera colgante que estaba a un par de metros de Lish, quien nos miraba sonriente, colgando la farola de uno de los peldaños.

Ilunei fue la primera en subir, casi volando y estuve con el corazón en la boca al ver lo rápido que subía, casi sin detenerse en la tambaleante soga. Esperé a que ella estuviera arriba, y que Lish me diera un asentimiento y empecé a subir. Me dolían las rodillas, me faltaba el aire, pero ni muerto iba a dejar que una escalera me venciera. O eso me repetía en mi cabeza mientras trepaba y me dejaba caer cual peso muerto en la plataforma que había al final de la subida. Toda la escalera había teclado bajo mis movimientos y seguramente en breve subiría el dueño de la casa, por lo que empecé a arrastrarme hacia un costado.

Ilunei contemplaba todo con la fascinación de un niño. No estaba al borde de un ataque de nervios porque primero tenía que recuperar el aire.

-Vamos, preparé un poco de té adentro -dijo Lish cuando subió, suspirando y estirando su espalda. Era la primera señal de cansancio que le veía en todo el breve tiempo que lo conocía. Abrió la puerta, invitándonos a pasar.

La casa era todo menos lo que esperaba, sin embargo, no podía imaginarla de otra forma. Una contradicción asombrosa, ¿no crees? En fin, el piso era parte del tronco tallado, las cortinas estaban corridas y habían braseros cuidadosamente colocados sobre planchas de metal. Un olor a humedad y hierbas frescas me golpeó la nariz casi al instante. Todo estaba hecho como de madera, la mesa con cuatro sillas, la escalera que subía por encima de una biblioteca con pocos libros y pergaminos, una cocina revestida de metal. Realmente daban ganas de sentarse en el sillón y simplemente disfrutar del té.

Lish apagó el farol y se movió con habilidad hasta el brasero que había distinguido antes, el cual empezó a arder luego de que hiciera algo con sus dedos. Hubo un par de chispas antes de que una cálida luz se esparciera por el lugar. Nos dijo que nos sentáramos donde quisiéramos -menos en el sillón que ya le había echado el ojo- mientras él terminaba de sacar las cosas para preparar su infusión.

-Así que... ¿de dónde vienen? -preguntó mientras abría una pequeña alacena y sacaba cuatro tazas que parecían de cerámica.

-De Ventyr -respondió Ilunei, con un tono que señalaba lo obvio. Lish la miró por un instante antes de chasquear la lengua, divertido.

-Claramente no vienen de allí, sino tu amigo no tendía la expresión que tiene -dijo, señalándome de pies a cabeza. Me tensé, al igual que el hada a mi lado-. Descuida, es simplemente para saber. Andas con los ojos siempre abiertos y puedo notar una mezcla de acentos en tu hablar -empezó a enumerar y yo asentí, despacio-. Lo curioso es que pareces encerrarte en tí y te pusiste pálido ante la mención de la reina o cualquier cosa sobre la política intermonárquica.

Tragué saliva, removiéndome en mi lugar, tratando de quitarme el peso de sus ojos de encima. No pareció funcionar, todo lo contrario, pero me sentía sin ganas de hablar del tema, de sacar las palabras que probablemente Ilunei tenía dentro de sí. Lish siguió en silencio por un momento antes de asentir para sí y dejar la tetera con el agua encima del brasero.

-¿Por qué debería decirte? -pregunté, queriendo hundirme en el asiento y ocultar mi cabeza. Él sacó una pipa de algún sitio, puso hierbas dentro y las encendió, dándoles una calada antes de soltar una columna de humo. Olía a menta y una hierba que no supe identificar.

-En realidad, es simple curiosidad -dijo, quitando peso al asunto con un gesto de su mano-. Los oucraellos suelen ser un tanto... volátiles. Si les agradas, eres bienvenido y te colman de bienes y gestos de cariño. Ahora, si les caes mal por haber cuestionado alguna cosa, ahí ya puedes tener desde una prisión severa hasta el destierro absoluto.

Intenté no sudar, no temblar, pero era difícil contener el escalofrío.

-No pueden ser tan malos como los de Eedu, ¿no?

Lish se encogió de hombros.

-Depende a quién le preguntes, aunque yo tampoco tengo experiencia en la isla de las brujas como para ofrecer una comparación honesta. -Dio una calada a su pipa-. Por lo que escuché, aquí no está esa diferencia que suele escucharse de los hombres y las mujeres, pero normalmente tenemos reinas en Oucraella. Cada tanto hay un rey, pero suele ser uno de cada diez reinas.

Respiré hondo, tratando de asimilar las palabras y volver a sentirme en control de mi corazón, pero era casi imposible. Pasó un rato más antes de que Lish se levantara de su lugar, tomara una tela y sacara la tetera de las brasas. En cuanto el agua tocó las hojas, me pareció escuchar un siseo al tiempo que un aroma dulce se empezaba a abrir paso por mis fosas nasales.

-Puedo llevarlos hasta Huang, donde está el palacio, pero me temo que no puedo darles una guía por sus pasarelas -comentó, ofreciendo una sonrisa de disculpa. Le pregunté por qué, pero él simplemente negó con la cabeza y se sentó con su taza en la mano. Contemplé la mía, soplando un poco antes de darle un sorbo que casi me peló la lengua.

Él e Ilunei continuaron hablando sobre distintas cosas de Oucraella, cada tanto comentaba Lish que estaba haciendo un ligero estudio especializado en los dioses locales, Alo y Foal. Dijo algo sobre que en el Monasterio había pergaminos de todos los tiempos, tanto en las lenguas actuales como algunas más antiguas. Le comenté que mi mamá había estado allí, cosa que pareció picar su curiosidad por un momento, me preguntó por su rango y toda clase de tecnicismos que, obviamente, no sabía responder. De todas formas se encogió de hombros, sus ojos brillando de una emoción contenida y dio una última calada a su pipa.

-Aunque los monjes son nuestras fuerzas especiales, yo creería que saben tanto o más que nosotros que estudiamos los cultos y la religión de nuestro país.

-¿Por qué lo dices? -pregunté, terminando el poco de té que quedaba.

-Bueno, viven llevando su cuerpo al límite. Por no mencionar que son los que pelean contra los anánimos en Magmel. No llegas a un sitio tan extremo sin al menos considerar la religión o los mitos como una verdad momentánea. -Tiró los restos de su pipa en el brasero-. La magia tiene muchos secretos que seguramente están explicados en los mitos, en los rezos y rituales que hacemos. ¿No es así?

Me limité a asentir con la cabeza.


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