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negrura

Día 7 de tepsemireb a 14 corbeut, año 5777.

Isla de Solice, Sembei, Ventyr e Isla de Eedu.

El mundo era una maraña, rara vez las cosas estaban ordenadas ante mis ojos. Lo había contemplado desde mi hogar sin que el tiempo pareciera pasar a través de mí. "No te muevas, no interfieras, que el tiempo corra por los que no pueden estar por fuera de él", solíamos pensar en mi casa. Podía sentir el pulso a mi alrededor, una canción que era parecida pero distinta a la que había en el continente y las aguas. Uno que se movía al ritmo de los árboles y las plantas.

Había dejado mi hogar porque el tiempo parecía llamarme, invitándome a meterme en su paso desenfrenado. Las más ancianas, las que habían estado cuando los dioses seguían caminando sobre la tierra, me habían dicho que estaba yendo a mi muerte. Y mejor ir hacia ella, que evitarla eternamente, ¿no?

Rápidamente aprendí la diferencia de la energía en el resto del mundo. El agua era mucho más ordenada que el aire, pero podía ser más despiadada. Los dusilicanos tenían una música que iba y venía, completamente distinta a la de los sembenos, que sacudían todo a su paso. Todo en ellos era mucho: las risas eran estruendosas, sus emociones causaban terremotos. Y en medio de mi camino, cuando atravesaba el bosque que separaba a Sembei de sus mayores rivales (según me habían comentado), encontré la energía de los anánimos, esa que estaba tan suelta que había echado raíces con el mundo mismo, como si fuera una sobresaliente de la tierra. El último que conocí antes de llegar a Eedu, fue Ventyr, que tenía un ritmo elegante, aunque sentía que en cualquier momento eso podría cambiar.

Lo triste, era ver cómo todo en la isla de las brujas, las más jóvenes de los descendientes de Cirensta, estaba vibrando de una manera tal que me costaba no desear ir a encerrarme en una pequeña habitación. Generalmente me encontraba en sitios donde podía sentir el movimiento como una sacudida, atravesando mi cuerpo, haciéndome saltar por dentro cuando la energía era alta. En general me gustaba creer que el mundo era así, que saltaba de alegría pese al miedo que detenía todo. Pero esa isla me asfixiaba. Encontrar a alguien que tuviera su esencia limpia, ya ni qué decir brillante, era imposible. Sombras reptaban por doquier, enredándose en los cuellos y tobillos de todos los habitantes, algunos más conscientes de las cadenas que otros.

Incluso ver a las pequeñas criaturas que me miraban desde las esquinas, agitando las colas y las orejas puntiagudas en lo que se fijaban momentáneamente en mi presencia. Pronto volvían sus ojos a quien le hubiera dejado en ese estado, enseñando los dientes que eran capaces de desgarrar la luz y las sombras. No había visto tantos en ningún otro sitio como aquél, ni tan... voraces. Ni qué decir de las plantas que a veces me contemplaban con ojos perdidos, preguntando algo que no podía comprender.

Temía que Darau se convirtiera en uno de esos hombres que caminaban a mi lado por la calle, arrastrando los pies y cargando quizás con cuatro o cinco criaturas a sus espaldas. Me aterraba que aquella figura que parecía estar a punto de soltarse, reuniendo fuerzas para romper el cascarón, se opacara. El miedo me había acariciado las mejillas al verlo en la casa, con los ojos alertas y todo en él buscando ocultarse, pasar desapercibido. No quería que se volviera como las ancianas de mi tierra, aquel cascarón que no era más que una sombra de lo que habían sido.

Nunca había creído encontrar alguna tierra que fuera más oscura que la mía, pero Eedu estaba bastante cerca, sino peor. Madre Cirensta bendita, ni siquiera el continente, con sus hijos perdidos y toda la locura que acarreaban, era tan oscuro y denso.

Cuando me vio, parte de la flama que Darau tenía dentro, pareció volver a la vida. La vi dejar de ser esa pequeña cosa que había estado al borde de apagarse, de convertirse en una voluta de humo negro, y empezó a arder de otra forma, más completa.

La chica, Dalia creo que se llamaba, me decía que podía estar un tiempo más, pero tendría que partir cuanto antes. Algo sobre que la estaban persiguiendo desde su hogar o tierra de origen... Tampoco me preocupaba mucho, considerando que todo en ella funcionaba de una manera tan diferente que no podía siquiera terminar de verla. Era como un montón de hilos que se enganchaban en sus alrededores, siguiendo sus comandos de una u otra forma. Ayudaba mucho que pudiera sentir la tierra de una manera que rivalizaba con mi esencia, y que pudiera controlarla con la misma facilidad que respirar era realmente asombroso.

Ella me ayudó a controlar mejor los movimientos de las guardias, las idas y venidas del puerto. En general los barcos llegaban y se iban al poco tiempo, siempre quedándose lo mínimo e indispensable. Para Dalia era raro que no bajaran a tierra hasta que recordaba lo que nos habían hecho. La dueña de la posada donde parábamos, Yanira, nos comentó alguna vez, entre gruñidos y sonidos molestos, que de vez en cuando había un hombre que intentaba escaparse.

"Lo que es igual a saltar por un acantilado sin una pócima de Oucraella" creo que dijo. Dalia me ayudaba a tener una idea de cómo se veían los hombres, que tenían la energía tan baja que debía concentrarme en no chocarme contra ellos. Ella me decía que estaban desnutridos, estirando sus manos siempre en dirección a las eduanas o su persona.

Había observado a la eduana que mantenía a Darau bajo cautiverio. Tenía también esa flama que había visto en él, pero estaba compuesta de tal manera que tenía tanto sentido como ver a la luna durante el día. Tenía esa densidad encima, rodeándola como una capa, pero era posible ver el fuego que empezaba a removerse.

Quizás debería sentirme culpable por haber metido a mi amigo (si es que podía llamarlo como tal) y compañero de viaje en el lío, pero ¡se suponía que iba a salir corriendo! No sabía que iba a quedarse quieto, con la cabeza puesta en la atrocidad que estaba desplegándose frente a nosotros que apenas registró mi distracción. Cuando estaba por volver a él y agarrar su brazo, ya estaba corriendo y escalando las paredes como si tuviera garras en lugar de manos, con una horda de eduanas que lo perseguían cual sombras carroñeras.

Sacudí mi cabeza, tratando de volver a lo importante: Darau estaba a punto de conseguir salir de esa casa, pateando cualquier intento de avance de la eduana mientras la convencía de dejarlo ir. El plan era simple, el tema era que el primer paso consistía en sacarlo de las garras de la mujer que lo mantenía cautivo. Con cada día que pasaba, Dalia se ponía más nerviosa, haciendo que mi propio cuerpo temblara ligeramente, y yo misma me encontraba rezando casi constantemente, murmurando todas y cada una de las plegarias que tenía de Cirensta.

Un día, creo que el doceavo de corbeut, me dijo, por una ventana y susurrando las palabras, que la eduana estaba intentando tener descendencia con él, pero parecía estar desistiendo. Con eso en mente, Dalia y yo empezamos a correr de un lado a otro. Ella estudió a las plantas que habían alrededor que podrían cubrir nuestras pisadas, así como el mejor sitio alrededor de la casa para poder sacarlo sin que se dieran cuenta hasta que fuera demasiado tarde. Incluso un escondite, pese a que... bueno, para mí no había forma de no ver a un sujeto oculto tras un árbol, pero ese era otro asunto.

Durante el último mes habíamos estado anotando las salidas de la eduana, cuánto tardaba y cuándo solía pedir la ayuda de Darau. Faltaba encontrar el día en el que finalmente pudiera salir de la casa.

Con suerte, ese día llegaría pronto, si nos guiábamos por lo que nos había dicho Darau. Aguardé y recé un poco más, haciendo todos los pequeños gestos supersticiosos que podía hacer, ignorando por completo la curiosidad que irradiaba Dalia. Mis ojos estaban siempre enfocados en las paredes y posibles salidas, las cuales se movían con él, como si estuvieran esperando el momento en el que tuvieran que atraparlo.


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