Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Lirio

Día 22 y 23, mes louji, año 5778.

Isla de Edu, Ciudad de Yaralu - Estrecho Gris

Podemos ser los más grandes de Magmel, prima, pero no hay que subestimar a los más pequeños de Cirensta.

Kadensa se preguntaba en voz baja si estaba perdiendo la cabeza por completo. Quizás sí era el caso, probablemente estaba haciendo todo con falta total de racionalidad, pero ella no había perdido todo lo que tenía. Aunque, no era que yo hubiera perdido la casa que me asignaron, o mi estatus, pero definitivamente no podía salir a la calle sin que varios ojos se posaran en mí.

-Te lo digo en serio, Morgaine; te acompaño y todo lo que quieras, pero es una mala idea -me repitió por... no tenía idea, tampoco importaba. Cerré la mochila de un tirón y la acomodé en mi hombro.

-Si piensas que es mala idea, no tienes que venir -repliqué, metiendo algunas pócimas en los bolsillos, así como algo de comida. No debía ser difícil encontrar a Darau, ¿o sí? Quería creer que podría seguirle el rastro, encontrarlo y... «¿Y qué? ¿Pedirle que vuelva?» Definitivamente no. Ya lo había dejado en claro y no iba a cometer el mismo error dos veces. «Espero».

-Sí, pero la que está saltando a la muerte segura sos vos, no yo.

La miré con una mano en mi cadera y otra en la correa de la mochila que había cargado. El calor estaba volviéndose insoportable y ya había enterrado el cuerpo de mi bebé donde lo había dejado. Parte de mí quería llevarlo, quizás incluso enterrarlo en la tierra del continente, pero nada de eso iba a ser una solución. Había nacido en Eedu, y Eedu había reclamado su vida.

-Bien, quédate -respondí al final, pasando junto a ella, decidida a abandonar la casa de una vez por todas. Sabía que si caminaba rápido, si estiraba mis piernas hasta casi correr, haría difícil que Kadensa pudiera seguirme. Y así fue; me alcanzó con las mejillas coloradas, el aire apenas entrando a sus pulmones y casi arrancándome el brazo al llegar a mi altura. El amanecer estaba próximo, habían algunas mujeres que caminaban a sus puestos, la gran mayoría con bolsos y mochilas similares al que yo llevaba. Con suerte, nadie me detendría, ni siquiera Kadensa, cuando llegara al puerto.

«Luego será cuestión de conseguir una embarcación», pensé, aflojando un poco el paso para que Kadensa pudiera seguirme. Sus respiraciones agitadas, probablemente cubierta de sudor y con las mejillas ardidas, me daban todas las razones por las que debía ir más despacio, pero si lo hacía, aumentaba mis posibilidades de no poder salir. De no ir tras Darau.

-Morgaine, dale, de las dos tú eres la que más piensa -jadeó, poniéndose delante de mí con pasos torpes. La miré largo y tendido, casi sintiendo que era como la Morgaine que un año atrás se había ordenado como iniciada, que este año iba a celebrar con una primogénita, con un hombre que podría mantener la casa mientras yo me ocupaba de mis asuntos. Era parecido, podía sentir esa necesidad de mirarla con la nariz en alto, de dedicarle una expresión helada, pero por distintas razones.

-Y de las dos, soy la que perdió a un hijo en frente de sus ojos -murmuré, sintiendo que las palabras eran como un puñal que me revolvía las tripas. Kadensa sacudió su cabeza, agitando sus mofletes, los cuales habían aumentado un poco a lo largo del año, y ella estaba en camino de tener una hija-. Kadensa, ya no me queda nada aquí.

-Te queda todo. Lo tienes todo -empezó farfullando, volviendo a ponerse colorada, pero claramente no por la falta de aire-. Eras la que tenía una profecía sobre sus hombros, a la que le dieron una casa cerca del bosque, a la que le dieron a un hombre extranjero. A tí te vigilaron más que a mí durante mis primeros meses de gestación. -Contuve el aliento, enderezando más y más la espalda, mordiendo mi lengua. Sabía que mis manos se estaban abriendo y cerrando-. No tienes derecho a decir que no tienes nada, ¡porque te encaprichaste con un hombre que jamás iba a ser bueno!

Cerré mis manos con fuerza en mi ropa, intentando contener las ganas de darle una bofetada.

-¿Algo más? -pregunté, empujando las lágrimas al fondo, ahogando la necesidad de gritarle con más fuerza-. Tengo un barco que tomar, Kadensa -dije con los dientes apretados. Ella me contempló de pies a cabeza antes de escupirme a los pies.

-Ya verás cómo te arrepientes -me dijo, dándome un empujón con el hombro. Di un tembloroso paso hacia atrás antes de recuperar el equilibrio. Eché los hombros hacia atrás, tratando de tener la postura más firme que podía. Me obligué a no mirar cómo se alejaba la única amiga que había hecho. Ella no entendía, y claramente no iba a ayudarme.

Con lo que esperaba que fuera un poco de valor renovado, caminé hacia el muelle donde había una embarcación amarrada. No era muy grande, y parecía tener una cantidad moderada de mujeres y hombres. Las chicas caminaban de un lado a otro, y los hombres bajaban cargamento. Me mordí el interior de la mejilla, preguntándome cómo tenía que hacer para poder subir o averiguar una forma de ir al continente.

-¿Busca algo, eduana? -preguntó un hombre, en un eduanio bastante mezclado con otro acento, de hombros el doble de anchos que Darau, con músculos que parecían ser del tamaño de mi cabeza y una voz tan grave que parecía una tormenta. Asentí despacio con la cabeza, aferrándome a la mochila que tenía conmigo.

-Quiero ir al continente -logré soltar. Él dejó la caja a los pies con un gruñido, llamando la atención de unos cuantos que estaban cerca. Sentía que las entrañas se me retorcían como si fueran raíces, ayudándose entre ellas, rompiendo mis huesos hasta que no quedara nada dentro de mí.

El hombre me miró de pies a cabeza por un rato, como si estuviera buscando algo. Tenía la frente perlada de sudor, pese a que el calor no era tan fuerte como en otros años. La remera que llevaba estaba pegada a un torso más que musculado, con marcas de humedad en algunas partes y tuve que hacer un esfuerzo para no fruncir la nariz o taparme con mis ropas.

-Seguro, sube. Partimos en unas horas -dijo, con una sonrisa que me hizo arder las mejillas y corrí por la tabla que me señaló. Ni bien puse pie en la cubierta, las mujeres que habían cerca me miraron con expresiones indescifrables. Tenían sus cabellos, todos de distintos colores, atados en trenzas o con pañuelos que despejaban sus rostros. Una dio un trago a una petaca antes de decirme que la siguiera abajo. Asentí, mirando al suelo que pisaba, sin poder evitar sentir que me carcomía el frío que tenía dentro.

«Recuerda, lo haces por él», me dije mientras avanzábamos por un estrecho pasillo. La mujer sacó un manojo de llaves de un pequeño gancho y abrió una puerta, diciéndome que entrara. Pasé la mirada de un lado a otro, dudosa.

-Vamos, carroñera, no tengo tiempo para tus estupideces -gruñó, caminando hacia mí en dos zancadas y llevándome de un tirón al otro. Apenas tuve tiempo para emitir un leve quejido antes de caer al suelo. Estaba por ponerme de pie, gritarle a la mujer que tuviera más cuidado, pero antes de que pudiera siquiera terminar de levantarme, la puerta se cerraba con un chasquido a mis espaldas. Intenté evitar lo que claramente ya había pasado, pero de todas formas golpeé a la puerta, exigiendo respuestas. No hubo más que un silencio absoluto del otro lado.

Estaba sintiendo que el pánico empezaba a subir por mi garganta antes de escuchar una voz a mis espaldas.

-Debes estar demasiado desesperada como para terminar en manos de los Ojo Negro.

Giré sobre mis talones, encontrándome con una chica de ojos imposiblemente azules, largo cabello negro y piel llena de mugre, imposible de saber bien qué color tenía debajo. Estaba hecha un ovillo en una esquina, contemplándome con la cabeza ligeramente torcida, como si todo lo que hiciera fuera algo de su interés o entretenimiento. Iba con ropas andrajosas y no tardé en distinguir un destello metálico a la altura de su muñeca.

-No tengo idea de qué hablas -logré decir. Ella rio por lo bajo, como si el comentario le resultara de lo más entretenido.

-Ah, cierto que ustedes, brujas, no levantan la vista de su propio ombligo -murmuró. Apreté los dientes, sintiendo que el frío de antes era reemplazado por una sensación de calor que quería salir. Ella siguió hablando como si no se diera por aludida-. Son un montón de esclavistas, y no reconocen a un grupo cuando lo ven. La ironía.

Fruncí el ceño, sin moverme ni un ápice de mi lugar.

-No tenemos esclavos -dije y ella me miró con una ceja arqueada. Sus ojos tenían un brillo divertido que se tradujo en otra risa que reverberó por todo el sitio.

-Ah, brujas... ¿Y qué son los hombres sino esclavos para ustedes? -preguntó, mirándome con una sonrisa que se sentía macabra ahora que notaba las costillas que se asomaban bajo su piel. Observando un poco más, noté lo marcado de sus pómulos y las muñecas delgadas que cada tanto aparecían entre los grilletes.

-Son hombres -respondí simplemente. Ella chasqueó la lengua, riendo por lo bajo antes de acomodarse mejor en su sitio-. Pero... ¿Me llevarán al continente?

-¡Pues claro que sí! -contestó con más entusiasmo de lo que creía posible-. Seguro que te venden a un noble o algo por el estilo. No todos los días tenemos a una bruja que se marcha de su pequeño paraíso.

-No me van a vender -dije, cruzándome de brazos. Si antes la mujer se había reído, en ese momento estaba soltando una especie de ladrido, con lágrimas que saltaban de sus ojos y las mejillas probablemente coloradas. Se limpió un poco el rostro, tratando de contener los espasmos que la sacudían incluso cuando pasó un buen rato. La paciencia me abandonó en ese momento-. Tengo que ir a encontrar a alguien, no...

-¡Por las plumas sagradas de Alo! -exclamó, haciendo que me callara abruptamente-. Eres idiota. No, peor que idiota, eres ingenua -escupió, mirándome de tal manera que, incluso en la situación que estábamos, temí siquiera decir algo más-. Te han secuestrado y lo mejor que puedes esperar es que te vendan a un noble de Ventyri que no tenga ganas de doblegarte.

Fue como si en ese momento me entraran todas las palabras que me habían estado diciendo, no con la fuerza que uno esperaría, pero sí me encontré sintiendo que el alma se me empezaba a ir. Me mojé los labios, mirando a cualquier sitio menos a mi compañía de viaje. Estábamos en una bodega, con toneles de agua y lo que parecían cajones de frutas. Consideré ir hacia uno de ellos, pero la chica me detuvo cuando vio mis intenciones.

-Si lo haces, te van a prohibir comer hasta que lleguemos al mercado donde nos vendan.

Respiré hondo.

-Bien, ¿algo que sí pueda hacer? -gruñí, volviendo a mirarla. Ella me contempló largo y tendido antes de ponerse de pie con un ligero gruñido.

-Presentarte. Soy Sinta, un gusto ser tu compañera de celda hasta que nuestros caminos se separen -dijo, extendiendo una mano en mi dirección. La miré una y otra vez, como si estuviera dudando de si hacer lo mismo que ella. «¿Qué tengo que perder?» me encontré diciendo mientras me presentaba simplemente diciendo mi nombre y estrechaba su mano-. Me gusta, tiene carácter.

Rodé los ojos.

-Es bastante común en Eedu. Suele haber al menos una por ciudad.

-Interesante. Mi nombre es un tanto raro, pero bueno, supongo que no todos podemos ser uno más del montón.

Mordí mi labio inferior antes de asentir lentamente con la cabeza. Sinta me invitó a ir a su lado, cosa que hice con algo de duda, llevando conmigo mi pequeña mochila. Un vistazo rápido al interior me permitió comprobar que no se habían roto los viales de pociones, ni se habían echado a perder algunas de las provisiones que tenía.

Pasó un rato hasta que escuché... Bueno, sentí que el barco empezaba a moverse. Era un vaivén suave, aunque pronto me encontré sintiendo que tenía que cerrar los ojos y ver algo firme. La luz que entraba por la pequeña ventana en el techo no hacía más que ir de un lado a otro, queriendo hipnotizarme.

-Así que, buscando a alguien en el continente -empezó ella. Pronto descubrí que era una de esas personas que rara vez lograban quedarse calladas por más de cinco minutos. Tampoco ayudaba el hecho de que me sentía al borde de vomitar cualquier cosa, por mínima que fuera. Así, entre respiraciones profundas y consejos de mi acompañante, le comenté parte de mi historia con Darau.

En algún momento empecé a encerrarme en mi mente, sintiendo que el ir y venir del barco me mecía en una especie de sueño que poco podía hacer para impedirlo. Sin darme cuenta, apoyé mi cabeza contra Sinta, todavía controlando las náuseas que amenazaban con deshacerme por completo.

Me encuentro de nuevo en el sueño que tuve meses atrás. Estoy en el prado verde, con los fuegos que danzan de arriba a abajo, formando una especie rara de corona que me rodea. Frente a mí no hay nadie, ninguna persona o figura humanoide. Sin embargo, escucho que los fuegos cantan, una melodía que resuena en la parte más profunda de mi ser.

Avanzo con seguridad, sabiendo que a un par de pasos me encontraré con una inmensa hondonada. Sé que una vez suba la colina que hay frente a mí, me toparé con un largo río de cabello que fui cortando poco a poco. El mismo que tengo en una pequeña choza que hice a unos cuantos pasos de allí.

Oigo a lo lejos truenos. Siento el sabor de una tormenta, así como una rabia que es mucho más fuerte que yo, demasiado grande para un cuerpo tan pequeño como el mío. Saco un cuchillo que improvisé con una ostra. Corto cabello, piel, saco un poco de la sangre que ya se ha coagulado hace tiempo. Trabajo en silencio, siempre sola, rodeada por esos fuegos que danzan a mi alrededor, cantando canciones que solo yo comprendo.

-Morgaine. ¡Morgaine!

Parpadeé, justo a tiempo para encontrarme con que estaban abriendo la puerta que teníamos entre nosotras y el resto del barco. Del otro lado aparece el mismo hombre que vi en el puerto, el ancho de piel oscura. Nos mira con una sonrisa torcida mientras se acerca a nosotras. Sinta, se quedó absolutamente callada, con la mirada fija en el suelo. Mi cuerpo se tensa y trato de aferrarme a mis rodillas cuando lo veo caminar hacia nosotras, sin dejar de sonreír.

-Vamos, muchachas, hay que ver qué tanto valen -dijo, parándome de un tirón-. Y esto no lo vas a necesitar -añadió, arrancándome la mochila de entre los dedos antes de empujarme hacia la puerta. No encontré la fuerza para siquiera correr a intentar recuperar mis pertenencias, menos cuando Cinta se puso de pie casi de inmediato y el hombre me dirigió una mirada aterradora. Hice el camino inverso al que había hecho antes, con las manos sudorosas-. No, linda, entra en esa puerta a tu derecha -ladró cuando estaba a punto de subir las escaleras.

El aire empezó a atascarse en mis pulmones mientras estiraba mi mano hacia el montón de madera, sin perilla, que me indicó. Dentro había dos jaulas donde entraría solamente estando arrodillada, ambas hechas con gruesas rejas metálicas y una ventana que echaba un mínimo de luz dentro. Avancé un poco más cuando escuché un gruñido a mis espaldas.

Estuve tentada de decirle que nos dejara ir, pero la voz no me respondía y mis ojos no podían apartarse de los grilletes que había en el suelo. Iba a preguntar qué era todo aquello, e inmediatamente me encontré tropezando con mis propios pies hasta quedar adentro de aquella celda. Un segundo estaba intentando acomodarme, al siguiente tenía al hombre sobre mí cerrando los grilletes alrededor de mis muñecas. Contuve la respiración al notar el desagradable hedor a sudor y falta de baño que desprendía.

-Pórtate bien y veré de darte trato preferencial -murmuró contra mi oreja antes de atrapar mis tobillos con los grilletes faltantes. Giré ni bien estuve libre de sus manos y me aparté cuanto me permitían las cadenas y la jaula misma. Él simplemente se carcajeó mientras cerraba la puerta con un fuerte sonido metálico que me hizo castañear los dientes.

Cerré los ojos, escondiendo mi cabeza entre las piernas y brazos. Unas lágrimas empezaron a caer por mis mejillas.

Habían tenido razón. Los hombres en el continente eran peores que los de Eedu. Para peor, no podía evitar aferrarme al recuerdo de Darau, lo mucho que él se había esmerado en tener una distancia prudencial conmigo. «¿Habría sido para evitar sus impulsos de hombre?», me encontré pensando e inmediatamente descarté la idea. Él lo había dicho, ¿no? Me lo había querido demostrar incluso.

«¿No crees que podría ser un engaño? ¿Una forma de sacarte de donde eres más fuerte y llevarte a sus tierras?»

No tenía forma de saberlo. Por imbécil estaba encerrada en una jaula, por idiota estaba yendo a una tierra que mis mayores me habían advertido, y por estúpida seguía a una fantasía doblemente estúpida. Darau no había sido un buen hombre, me había engendrado un varón, se había marchado porque no podía ser un hombre de verdad. «Idiota, ingenua, imbécil», me repetía una y otra vez, clavando mis uñas en la piel de mi brazo.

-¿Morgaine? -Levanté la mirada, encontrándome con los ojos de Sinta que me estudiaban-. ¿A quién culpas?

Bufé, sintiendo que mi pecho se anudaba hasta convertirse en una brasa.

-A... -me corté. Darau jamás me había dicho que lo siguiera, ¿o sí? No, que yo recordara, no lo hizo. Tampoco me había prometido una vida que yo esperaba. Las señales siempre estuvieron allí, frente a mis ojos, claras como el agua: él no iba a formar nada en Edu-. A nadie -susurré al final.

Sinta guardó silencio por un momento antes de empezar a parlotear de nuevo, contándome sobre un rumor que había escuchado cuando estaba abandonando el continente. Algo sobre un chico que era capaz de encantar al viento mismo y había capturado la atención de una de las mujeres más bellas de Oucraella.

-Ah, si la vieras, Morga... -Ya me había resignado a que me iba a soltar ese apodo de vez en cuando-. Es tan delicada como una flor, con el cabello que brilla como un diamante bajo el rayo de luz más puro.

-¿El cabello puede brillar?

Decir que era una roñosa probablemente la hubiera ofendido menos a Sinta.

-Por las alas de Alo, ¡claro que puede! Tormentas y talones, ustedes se pierden de las cosas más bonitas por ir como piedras pulidas -espetó, señalando mi cabeza. Me encontré soltando una sonrisa sin quererlo.

-El pelo tiene propiedades alquímicas fuertes -le dije, como si eso explicara algo para ella-. Tener pelo es una forma en la que otros pueden controlarte. Basta una pestaña para que puedan crear un sortilegio de control, o crear pócimas que manipulen a tu cuerpo.

Los ojos de la muchacha, que debía rondar por mi edad, se abrieron de par en par.

-Dioses benditos, nos quedamos cortos con los cuentos de terror -murmuró. No pude evitarlo, reí a más no poder. Supongo que el saber que no hay nada que puedas hacer y el tener a una compañera que encontraba la forma de sacarle conversación incluso a una roca, ayuda a que cualquier intento de ofensa se olvide-. O sea..., ¿no tienen peinados? ¿No se hacen trenzas?

Claramente, la parte de que podíamos controlar cuerpos por medio de un poco de pelo no le había quedado claro.

-Solo la Malikaton puede tener un pequeño mechón de cabello. O las exiliadas.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro