garza
17 a 20 de ramzo, año 5778.
Reino de Oucraella, Paltognatha - Angsa - Bangau
Crucé mis piernas cuando vi entrar al mayordomo, sintiendo que el malhumor por la charla que había tenido con mis padres empeoraba al verlo. Llevé una mano hacia la bandeja que tenía a un costado y saqué lo primero que rozaron mis dedos. Una medalla oscura, seguramente dulce, con un dibujo que quizás representaba a la familia del pobre infeliz que esperaba llamar mi atención. Mastiqué despacio una galleta casera saboreando cada miga que entraba en contacto con mi boca, pronto me encontré a punto de querer vomitar todo. Tenía un sabor a tierra y quemado, ni me molesté en fingir decencia al escupirlo sobre un brasero finamente tallado a mi lado.
-Señorita, el escenario está listo -me dijo, inclinándose hasta dejar su nuca completamente desnuda ante mí, sus brazos abiertos y aguardando a que yo hiciera algo. Examiné mis ropas, sencillas, pero perfectas, delicadamente bordadas, aunque no era posible de apreciar a la distancia. Una pena.
Con un suspiro disimulado, me puse de pie, haciendo que el hombre se inclinara más sobre sí mismo. Excedía mis conocimientos el saber cómo no se caía hacia delante. Pasé a su lado, sin decir nada y caminé por el corto, pero oscuro, corredor que llevaba al anfiteatro. No me llevaba más de cinco pasos atravesar esa distancia, aunque se sintiera mucho más larga. Podía escuchar los murmullos a medida que atravesaba la cortina y subía los dos escalones que hacían falta.
Mi rostro ya tenía una sonrisa plasmada, una educada, sin mostrar mis dientes. Sabía que tenía el cabello perfecto, bien cepillado, y mis ojos seguramente resaltaban con el ligero maquillaje que me habían hecho las acompañantes de mi madre. Hubo un murmullo de emoción antes de que todos se acomodaran en sus asientos, guardando el más absoluto silencio.
La melodía era más que conocida por todos los oucraellos, especialmente los que estaban cerca de Bangau y Pembakaran. Las notas eran el reflejo del camino que había atravesado mi ancestro, desde que Alo la había elegido como la digna cabeza de una estirpe, una que pudiera tener varios esposos para asegurar su descendencia. Empezaba por lo bajo, como si volara por las tierras áridas de Sembei, subiendo de a poco hacia Ventyr. Había algunas palabras en la canción, pero estaba tan concentrada en mantener las notas perfectas, que las disimulé.
No prestaba atención a nada más que mi voz, en mantenerla perfecta; en cómo trabajan los músculos de la garganta y pecho, empujando el aire con la mayor eficiencia posible. Si hacía las notas finales bien, en cuanto acabara con la última parte, y donde estaban las notas más difíciles de atinar, podría decir que tenía al menos unos pretendientes. Era una Menawan, mínimo conseguiría unas tres propuestas después de mi presentación. Mi hermana había obtenido dos en su presentación, yo tendría más.
En cuanto acabé, los aplausos se hicieron escuchar, así como hurras y vivas, halagos y toda clase de palabras que debía recibir alguien de mi estatura. Alcé la mirada, cruzándome con un hombre de piel oscura como la noche, hombros anchos y ojos igual de oscuros. Me esbozó una sonrisa, así como una cortés inclinación de cabeza, manteniendo el contacto visual hasta que yo lo terminé. «Ahí va uno...», canturree en mis adentros, siguiendo a la masa que empezaba a marcharse, y me crucé con un segundo hombre, mucho más delgado. Tenía una mata de cabello rizado, una sombra de barba que le daba un aire de ser mucho más grande de lo que probablemente era, y ojos imposiblemente verdes. Él no hizo una reverencia, pero vi que le costó apartar sus ojos de mí. Sonreí, volviendo a recorrer a la audiencia, pero no había más personas para elegir. Con eso, me marché de regreso a la sala donde estaba.
-Ha estado excelente, su señoría -me dijo una de las damas que solían acompañarme, ¿Laksmini era su nombre? Asentí, caminando con la frente en alto y los hombros echados hacia atrás. Ella me siguió sin decir ni una palabra más, simplemente iba tras mis pasos, asegurándose de que yo estuviera cómoda.
No había logrado vencer a mi hermana en cantidad de hombres, pero al menos había conseguido dos que parecían una propuesta interesante. El primero quizás sería algún descendiente de la familia de los Gagak, o alguna familia de las zonas australes del reino. Por otro lado, el segundo... Me relamí los labios, incapaz de recordar algún clan que tuviera aquellas características.
-Lakami -dije, chasqueando los dedos.
-¿Si, su señoría? -respondió, aunque algo en su tono me decía que no había acertado con el nombre. Tampoco era importante recordarlo.
-Averíguame sobre la familia que tenga piel blanca y ojos verdes -ordené y ella simplemente asintió y se marchó con pasos rápidos. Pasé de largo cuando llegué a la puerta donde estaba antes, respirando hondo mientras me preparaba para lo que iba a ser después.
Repasaba en mi cabeza lo que recordaba de los Gagak, no eran los que tenían mejor fama, pero definitivamente eran mucho más confiables que otras, como los Bangkai. Con suerte, mis hijos tendrían mi estatus, saldrían lo suficientemente parecidos a mí como para que pudieran llamarlos Menawan.
Afuera me esperaban unos cuantos hombres, pero solo me fijé en uno. Él sonreía de medio lado, abriéndose paso sin dificultad. No faltaron las quejas ni las miradas molestas, pero no parecían importarle. Al llegar a donde estaba, noté que le llegaba a la altura del pecho, el cual tenía cubierto por una camisa marrón lisa, un lienzo que yo podría empezar a llenar una vez lo tuviera en Bangau.
-Eko, descendiente de la familia Gagak -se presentó, de nuevo inclinando la cabeza. Contuve un suspiro al escuchar su voz grave, tan profunda como el bosque que nos rodeaba-. ¿Hay algo que pueda hacer por usted, su señoría?
-Me agradaría su compañía hacia Bangau -respondí, arrancando una amplia sonrisa de él. Revisé el resto de la multitud, pero no había ni rastros del otro sujeto. «Habrá sido un extranjero», pensé con cierta resignación. Tenía que elegir justo a alguien que no conocía de nuestras costumbres para estar en mi nido-. ¿Me acompañarás? -pregunté, volviendo a prestar toda mi atención en Eko, quien asintió sin dudar.
El resto de mi estadía pasó sin mayores cuestiones y pronto nos encontramos volando hacia Angsa. Iba sola, nada más que con un par de sirvientes que se aseguraban de que no me pasara nada en mi viaje. Cuando llegamos a la ciudad, estaba lista para al menos salir con uno o dos hombres que podrían estar conmigo. Mi actuación fue perfecta, cantando la misma melodía que en Pembakaran, con unos tres interesados que realmente no valían tanto la pena; el primero resultó ser un mestizo entre una vieja estirpe que vivía en las montañas, otro era un monje retirado que debía de doblarme en edad (parecía estar con una pata en la pira funeraria), y el tercero era tan delgado que se caería enfermo en cualquier momento.
Salíamos de allí, con Eko siguiéndome de cerca a todos lados. Pasamos una semana y media allí, como solía ser la costumbre. Y justo cuando creía que ya no había oportunidad para encontrar al extranjero de Pembakaran, él me chocó sin querer en uno de mis paseos.
No tenía para nada la contextura de Eko, delgado pero había cierta ligereza en su andar que me tenía atenta a cada cosa que hacía. En ese primer encuentro, rodeado de gente, logré conseguir su nombre. Sonaba peculiar en la boca, suave pero con fuerza a la vez.
Le indiqué a mis sirvientes y Eko que nos quedaríamos unos días más en la ciudad, deseando poder hacerme con Darau ahora que lo había vuelto a encontrar. Aproveché esos días para salir a caminar por mi cuenta, segura de que así podría hacerme mejor su atención sobre mí. Lo encontré en la Fuente del Olvido, y todo lo que podía concluir de la charla con él era que definitivamente lo quería y necesitaba en mi nido. De acuerdo, estaba el asunto de que no valoraba a los transformados por Alo y Foal, que había crecido en un pueblucho en un país de bárbaros, pero eso eran detalles que podíamos obviar.
Lo acompañé ese día hasta un barrio bajo, y si eso no le daba todas las señales de mi interés por él, no sabía qué lo haría. Cuando me contó que iba a seguir viajando, le dije que yo también debía marcharme, pero que lo esperaba en Bangau.
-Has conseguido uno -fue lo primero que me dijo mi hermana cuando vio que llegaba con Eko. Sus ojos no mostraban más que cierta diversión y me atrevía a decir que superioridad, la muy picotuda-. ¿Acaso no tienes mucho más que atraer? ¿No que eras la mejor de las dos?
Tomé la mano de Eko y caminé hacia el árbol que me habían designado. Apenas me molesté en ver algo más que los barandales de las escaleras que llevaban a mi nido, lista para empezar con lo que fuera que tuviera que hacer. Darau probablemente llegaría en unos días y ya podría dedicarme al completo en mis deberes.
Me senté en una silla del comedor e inmediatamente sentí las manos de Eko en mis hombros, masajeándome.
-Sería una pena que andes por todos lados con los hombros tensos -comentó a modo de explicación. Sonreí, cerrando los ojos y permitiéndome disfrutar del calor que emanaba de sus manos, así como la reacción de mi cuerpo.
«Pronto», me dije, mirando de reojo hacia la ventana. «Pronto.»
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