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Día de los Rugidos a Día de los Susurros, Erotmont, año 5779.

Magmel, Oucraella - Dusilica

Hay dolores que no vemos ni nosotros mismos hasta que no han arrancado la carne de los huesos.

Intenté respirar hondo, reordenar mi cabeza, antes de que empezara a gritar como si no hubiera un mañana. Pero era imposible. El corazón estaba retorciéndose sobre sí mismo, extendiendo espinas hacia todos lados, desgarrando el pecho desde adentro. «Enfócate, Morgaine», me repetía mientras observaba con atención el dibujo en el papel.

Parpadeé furiosa, intentando apartar la sensación de que el aire no podía pasar por mi garganta. «Es un dibujo simple», me decía mientras trazaba con el dedo los espirales que iban en direcciones opuestas contenidos dentro de lo que parecía una almendra. Mordí mi labio, intentando detener el temblor de mis manos, de que las lágrimas no siguieran ardiendo en mis ojos. Debía haber una forma simple de poder encontrarlo... «No creo que sea algo que esté a simple vista.» Solté un suspiro trémulo, limpiando mis ojos con el dorso de la mano.

«¿Me dejará atrás?» Lo había hecho antes, lo acababa de hacer, ¿por qué no lo haría en un futuro? «Luego, Morgaine», pensé apretando los dientes. Enderecé la espalda, mirando al frente. «Tal vez...» Miré mis manos y los árboles. Volteé hacia Darau, quien seguía en el mismo sitio de antes. El pecho se me desgarró al verlo, quería correr hacia él, pedirle que me sostuviera, que me afirmara que no iba a dejarme de nuevo. «¿Y si es una mentira?» Había estado con Bláth, el hijo de ella seguía vivo. Yo no había podido proteger al mío.

Apreté los dientes, los labios, todo mi ser, y enderecé la espalda.

—Dame un cuchillo —dije, rogando que mi voz no sonara tan temblorosa como me daba la impresión. La expresión dolida de él casi me hizo gritar. ¿Él se sentía dolido?—. El cuchillo —repetí con los dientes apretados y extendiendo la mano. Se quitó la mochila de los hombros lentamente, mirándome de reojo, como si en cualquier momento fuera a convertirme en un anánimo. «Sería una buena idea,» dije por dentro. En cuanto tuve el filo entre mis manos, fui hacia el árbol que estuviera más cerca y dejé que cayera quizás más sangre de lo necesario.

Cerré los ojos con un suspiro, buscando. Empecé a escuchar el latido de mi corazón por todos lados, sentía el movimiento de las bestias que nadaban en el pantano. Sentía el peso de los anánimos que nos observaban a la distancia, con sus picos chasqueando de vez en cuando, acomodando sus plumas. Había un ligero zumbido, suave, constante, no muy lejos de donde estaba viendo. Avancé hasta allí, tratando de recordar el entorno. Estaba lejos del camino principal, con un puente remendado, los tablones estaban desgastados y parecía tener unas leves marcas de quemaduras.

—¡Morgaine! —gritó alguien a lo lejos.

Bufé mientras regresaba sobre mis pasos, concentrándome en lo que había alrededor de aquella marca. Ya casi había vuelto cuando sentí un tirón que me llevó de sopetón a mi cuerpo. Abrí los ojos de golpe, la cabeza me daba vueltas sin parar y el corazón me palpitaba con fuerza. Darau estaba sobre mí, con Trifhe viendo de cerca. «No,» me dije mientras me sentaba, sintiendo que el estómago estaba a punto de trepar por mi garganta. Respiré hondo, gruñendo que me dejaran en paz por un momento.

Esperé a que me dejara espacio antes de ponerme de pie, sacudiéndome la ropa y apretando los dientes al mover la mano. Apenas escupí un "es por aquí" antes de empezar a marchar en la dirección en la que había perseguido a Darau. Si no me equivocaba, llegaríamos al árbol donde estaba la marca cerca del crepúsculo. Y así fue.

Las sogas que mantenían al puente parecían nuevas, y había una rama más o menos gruesa que había crecido hasta traspasar el puente por debajo. Bastó una mirada rápida para que reconociera el tronco y saltara a la rama con la suficiente suerte como para no patinar y caer directamente al vacío. Se me encogió el estómago ante aquello. «No mires hacia abajo y no pienses en las alturas», me dije mientras daba un paso, dos, tres... Tenía la impresión de que en cualquier momento iba a caer en picada. El aire parecía ser empujado desde mi estómago hacia mi garganta mientras avanzaba, cada vez más rápido, casi corriendo.

Por un instante, mi pie estuvo en el aire.

Abajo estaba el agua, con cientos de ojos viéndome. Raíces sobresalían por doquier.

Tenía el grito atorado en la garganta. Cualquier rastro de aire, se fue por completo. El estómago se me encogió.

Y unos brazos me atraparon. No miré quién era, simplemente me aferré y cerré los ojos con fuerza en cuanto sentí que mis pies tocaban algo firme.

—Mora, voy a necesitar que me mires —murmuró Darau. El corazón me latía desbocado en el pecho. ¿Levantaba la mirada o no?—. Si no me miras, no podemos ir a un sitio más seguro. —Eso bastó para que tragara saliva y lo viera a los ojos—. Vas a avanzar un paso a la vez. No dejes de verme en ningún momento, ¿si?

Asentí con la cabeza. El mundo entero desapareció, dejé de escuchar el palpitar desbocado, las aves y el grito constante de mi cabeza. Mis pies se movían sin que yo lo quisiera, siguiendo el ritmo que Darau me indicaba. Por un momento, fuimos solo nosotros, nada más que él ayudándome a no caerme de un árbol, sosteniéndome entre sus brazos. «Bláth, niño...» Retrocedí en ese mismo instante, con el pecho a punto de destrozarse. Miré hacia el tronco, distinguiendo la marca a duras penas, más por el murmullo de los árboles a mi alrededor que por haberla visto realmente. Apenas era una muesca en medio de los surcos de la corteza.

—Está ahí —dije, rozando con la punta de mi dedo la marca, la cual inmediatamente adquirió un color azulado y el zumbido aumentó de golpe. Del símbolo empezaron a surgir como venas que trazaron una especie de puerta. Como si fueran insectos, trozos de la corteza empezaron a moverse hacia los costados, dejando a la vista una superficie que parecía agua. Respiré hondo, recordando una vez que la doctora Zethidou me había mencionado sobre aquellas cosas. Contuve el aliento antes de dar un paso adelante.

Era helado, como si cientos de raíces me atravesaran la piel, perforándola hasta llegar a los huesos. Con la misma velocidad con la que empezó, terminó, dejándome con el corazón acelerado y la cabeza dándome tantas vueltas como cuando estuve a punto de caerme. Frente estaban los pasillos inmaculados, con la ventana que daba a las profundidades del mar, justo con un cardumen de peces que pasaban por allí.

—¿Morgaine?

Justo doblando la esquina, estaba Niobe, detenida a medio paso y con los ojos abiertos de par en par. Un segundo después, escuché los pasos de Darau y Trifhe resonando por el sitio, sacando del estado en el que estaba a la nylana. Sacudió la cabeza, recompuso su expresión y miró hacia todos lados antes de decirnos que la siguiéramos. Dejé que se adelantaran, siguiéndolos casi por compromiso. «¿Y si sigo hacia Eedu?» La pregunta me hizo mirar sobre mi hombro, estudiando los alrededores. Me abracé a mí misma, sintiendo demasiado frío de repente mientras avanzábamos.

Recorrimos los pasillos hasta llegar a una puerta donde Niobe llamó un par de veces. Hubo un ligero siseo antes de que la cabellera rubia de la doctora les dijera a que pasaran.

—Niobe, ¿acompañas a Morgaine a un sitio donde esté cómoda? —El estómago se me cerró ante aquello. Como si recién al terminar de decir las palabras cayera en la cuenta de que podía oírla, se volvió hacia mí—. Es por tu seguridad. No sabemos qué puede pasar.

Asentí, sintiendo que el aire se volvía espeso. «Ahora no, nada de lágrimas», me dije mientras seguía a Niobe hacia el laboratorio donde había estado la vez anterior, todavía llena de frascos con líquidos de distintos colores y la pizarra cubierta por notas y fórmulas nuevas. Pasé la mano distraídamente por el borde de una mesa antes de sentarme en la silla que me indicó la nylana.

—Te ves muerta —señaló ella, manteniendo una distancia algo prudencial. Dejé salir un suspiro antes de encogerme de hombros.

—No dormí bien —dije, bajando la mirada a mi mano. Una cicatriz la decoraba de extremo a extremo. La moví ligeramente, esperando sentir algún malestar, pero no había tal cosa. «¿Será una ventaja a tener en cuenta?» No recordaba que hubiera alguna raza que se sanara las heridas a una velocidad superior de lo usual, que hicieran la piel más resistente, sí, pero no era lo mismo, claramente.

Te ves pálida, Morgaine. —Abrí la boca para contestarle—. No es por la luz —me cortó, caminando hacia mí viéndome de pies a cabeza—. Pero no parece ser grave. ¿Te sientes cansada? ¿Débil?

Negué con la cabeza, acomodándome mejor contra el respaldo y cerrando los ojos. Podía escuchar a lo lejos que me llamaban, sentía que un hilo tiraba de mí, y por un momento estuve a punto de ponerme de pie y decirle a Niobe que me enviara lo más cerca de Eedu que pudiera. «Podría irme a vivir a Fel», o alguna de las ciudades de la costa norte. Mordí el interior de mi boca, sintiendo que las lágrimas volvían a agolparse en mis ojos, ahogándome de a poco.

¿Y si me había equivocado? Había recorrido Magmel y parte de Tagta para encontrar a Darau, estaba casi segura de que había hecho lo correcto, pero luego de la conversación con Bláth y su padre, donde acordaron que Trifhe se quedaría en lugar de Darau... ¿Se quedaría en Oucraella al final? Iba a hacerlo, ¿no? Había vuelto por Trifhe, había dicho que no podía seguir sin él, me había pedido perdón... Respiré hondo, parpadeando furiosamente mientras me secaba las lágrimas con el dorso de la mano. «¿Dejamos atrás a Sinta y Sahisa?» La pregunta no la esperaba, en lo más mínimo. «Podría irme a una cabaña en medio del bosque de Tagta.» Aparté la opción de inmediato. Era un suicidio tal cosa. Podría seguir viviendo con mis amigas, aunque no sabía si podría seguir adelante con el invernadero que había empezado a armar.

—Hiedras...

—¿Agua?

Asentí, tratando de respirar hondo, de no soltar todo, no con Niobe, no allí. «¿Estará Sahisa cuidando de las plantas?» Esperaba que sí. No tenía idea de cuántas horas habían pasado, al igual que la primera vez. Solo que en ese momento al menos tenía para plantearme qué hacer luego de todo aquello.

Así que, entre una idea y otra, terminó apareciendo Darau por la puerta. Levanté la mirada, encontrándome con su expresión inescrutable y el andar más lento, firme. Apreté los labios, dejando salir un suspiro. Claro, tenía que lidiar primero con el que probablemente se iría de inmediato.

—More...

El pecho entero me tembló ante el apodo. Me puse de pie, aferrándome a la mesa más cercana mientras me acercaba a él. Dio unos cuantos pasos hacia mí, estirando la mano para tocarme y no sabía si apartarme o dejar que lo hiciera. «¿Me dejará? Es Darau, de alguna forma, pero no lo es...» Él había hecho el acuerdo. E iba a cumplir con su palabra, ¿no? No tenía idea de qué se suponía que significaba que me viera con una expresión algo más suave, que retorciera un mechón de mi cabello entre sus dedos.

—¿Volvemos a Oucraella? —escupí, sacándolo del ensimismamiento en el que estaba. Parpadeó una vez, antes de dejar caer la mano.

—Ya hablé con Eko —dijo luego de soltar un suspiro. El aire se me atoró en la garganta, estaba segura de que incluso el corazón se me había detenido por un instante. Pasó una mano por su pelo, donde me pareció ver una franja de pelo blanca que no había estado allí antes—. Tendré que ir al menos una vez al año.

No sabía si eso me aliviaba o no, pero asentí despacio, solrando el aire lentamente.

—¿Vamos directo a Eedu?

—Mañana —asintió, y apretó los labios antes de dar un paso al costado—. Tienes... tenemos que dormir.

—No creo que sea tan...

—Ya es noche cerrada, More.

Me crucé de brazos antes de asentir. Intenté dar un paso, pero las piernas me temblaron. Otra vez sentí que los brazos de Darau me atrapaban, solo que el agarre era más firme, y, de un segundo a otro, estaba siendo alzada. Empecé a protestar, e inmediatamente me gané una mirada firme de Trifhe que me hizo desistir de pedirle que caminara. Rodeé su cuello con mis brazos e intenté encontrar una postura cómoda en lo que caminábamos por un pasillo tras Niobe. ¿En qué momento la habíamos empezado a seguir? No tenía idea, pero nos llevó hasta un cuarto sinilar al que habíamos tenido la primera vez.

Trifhe me dejó en la cama con más cuidado de lo que habría creído posible, antes de treparse a la cama que había encima de la mía. No quería dormirme, pero en cuanto me di vuelta, tuve la impresión de que lo hice.

Y me encuentro en una casa que se siente familiar, pero a la vez no. Camino por sus pasillos, sabiendo qué voy a encontrar en cada recoveco y detrás de cada puerta. Un cuarto donde hay plantas creciendo alrededor de la cama, un cuarto con una cuna que se mece sola y una habitación que da a un vacío absoluto.

—Salta —susurra una voz a mi oído. Siento sus manos filosas apoyatse sobre mis hombros, los dientes filosos como agujas rozar mi oreja—. Ven y saluda. —En un parpadeo me encuentro con el cuerpo de Kadensa colgando de unas sogas, suspendida en el aite, como dormida—. Ella paga, y tú también.

Abrí los ojos de golpe, mirando a mis alrededores desesperada. Mis brazos se aflojaron en cuanto reconocí las paredes blancas que empezaron a alumbrarse de a poco, estampando mi cara contra la almohada, dejando que mis párpados pesaran de nuevo. Un sueño, nada más que una pesadilla. Otra vez.

Estaba por volver a conciliar el sueño, cuando sentí que Darau bajaba de la cama de un salto. Todo rastro de sueño se me fue cuando noté un patrón tan intrincado como el de Niobe, pero más refinado. Ocupaba todo el hombro, parte del brazo derecho y se extendía hasta casi llegar al centro del pecho.

—Eso...

—¿Estás bien? —La pregunta me dejó casi tan descolocada como la psimnesis (si es que me acordaba bien el nombre). Parpadee en lo que él se sentaba en la cama, mirándome fijamente.

—Sí —logré soltar. Él me miró de hito en hito, antes de sentarse a la altura de mis rodillas, sin apartar sus ojos de los míos—. ¿Qué?

—¿Puedo recostarme contigo?

Mi mente quedó en blanco por un buen rato. «Se supone que es Darau, ¿no?» Mordí mi labio antes de asentir y voltearme, dejando que él se acomodara contra mi espalda. Sentí que uno de sus brazos se deslizaba por mi cintura y mi corazón latió con un poco más de fuerza, dándome una sensación cálida en mi pecho. Cerré los ojos y traté de acallar la mente que me daba demasiadas vueltas.

No fue difícil.

Desperté sintiendo sus brazos a mi alrededor, con una mano apoyada sobre su pecho y la otra rodeando su cintura de la misma manera en que él hacía conmigo. Una de mis piernas estaba atrapada entre las de él y mi cabeza era acunada por su otro brazo. Por un momento me pregunté si debía o no moverme, pero él se estiró antes de que pudiera tomar una decisión. Entreabrió los ojos y dejó salir un suspiro pesado antes de empezar a soltarme. Apreté los labios ante la sensación de que había demasiado espacio.

—Vamos, se hará tarde —dijo, saliendo de la cama y tomando sus cosas. Solté un suspiro antes de hacer lo mismo y prepararme a la vez que él se vestía. En cuanto estuvimos listos, abandonamos el cuarto, encontrándonos con Niobe.

Ninguno dijo nada en lo que recorríamos los pasillos, Darau sujetándome la mano con un poco de fuerza y Niobe apretando cada vez más el paso hasta llegar a un cuarto donde entramos casi como si nos estuvieran siguiendo. Era una habitación algo vacía, con plantas que directamente no conocía, todas contenidas en tanques enormes, con más o menos líquido que las mantuviera suspendidas. Un escalofrío me recorrió mientras observaba algunas. Entrecerré los ojos al pasar cerca de una que me daba la impresión de que tenía una mano extendiéndose en medio de las raíces, o una cara en medio de los tallos.

—No te distraigas —susurró Niobe antes de pasar junto a mí y adelantarse—. Aquí está el portal a Ventyr, como prometimos con la doctora.

—¿Quitaron el aparato?

—¿Por quién me tomas?

—Tú sabrás, myling —murmuró fríamente la última palabra y fruncí el entrecejo. Niobe simplemente rodó los ojos antes de abrir la puerta, dando paso a una pared que empezó a emitir un brillo azulado similar al que había visto al llegar. Sentí a Darau darme un ligero apretón antes de tomar aire—. Ya puedes dejarnos.

—Bien, pero tienen unos minutos antes de que el profesor empiece con sus preguntas y rondas —dijo ella, mirando de reojo su muñeca—. Nada de ser dos enamorados ahora, esperen a estar del otro lado.

Las mejillas me ardieron ligeramente, aunque no pude decir nada ante la risa traviesa de la morena antes de que nos dejara a solas. Abrí y cerré la boca, negando con la cabeza al final. Darau soltó un suspiro antes de volverse hacia mí.

—Escucha, iremos directamente a Edu. No te haré nada, lo prometo —dijo, soltándome la mano y poniéndose frente a mí.

—¿Y luego irás a Ocraella? ¿O...?

—Jagne. —Por un momento miró al costado, como si escuchara a alguien más, y volvió a verme—. O a donde tú quieras ir.

El aire se me congeló en el pecho a la vez que el corazón empezó a correr como si no hubiera un mañana. No pude sostenerle la mirada por mucho tiempo, así que asentí con la cabeza, viendo a cualquier parte menos a él. Suponía que eso podía valerme como una respuesta, ¿no?


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