Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

anima

26 de veimober, año 5779.

Magmel, Dusilica, Citadela, Piso de Investigación.

Maldije por lo bajo en cuanto estuve segura de que Morgaine estaba lejos. ¿Por qué tenían que atraerme siempre las que ya estaban con otro? No era mucho pedir, ¿verdad? Me merecía a alguien en mi vida que no fuera peor que las sanguijuelas. Merecía algo mucho mejor que la bazofia que tenía a mi alrededor. Era lo menos que Cirensta y Hustn me debían luego de haberme quitado todo en mi puta vida.

Era, cuanto menos, un poco de justicia que me dieran al menos algo bueno para compensar. Una pareja no estaría mal, por ejemplo y para empezar.

De cualquier forma, tenía que ir a cumplir con mi trabajo. Seguramente el Profesor estaría desesperado por contar de nuevo lo increíble que era, que tenía razón, que la operación había sido un éxito. Y una mierda que quería volver a escuchar al hijo de la gran puta, pero era eso o volver a los Pisos Inferiores. De todas formas, el pedante del profesor seguía siendo un dolor en el culo.

Entré al laboratorio luego de deslizar mi tarjeta de identificación por el lector, metiendo mis manos dentro de la bata negra que llevaba. El Profesor estaba frente a su pizarra, contemplando sus fantásticas fórmulas, seguramente regodeándose en su propio éxito el muy desgraciado. La única cosa que quizás competía en hijaputez era la indiferencia de Cirensta y Hustn. Al menos este se podía ver directamente dónde mierda estaba cuando le pedía algo.

-Los niveles de actividad del C-777 se mantienen estables -dijo e inmediatamente agarré la tableta que me correspondía y anoté el dato-. Y parece que ambas partes siguen funcionando como individuos distintos. Un ánima cuanto menos unigénita.

Mis dedos se deslizaban sobre la pantalla con practicada agilidad, ya un hábito luego de casi dos años haciendo esto. El Profesor seguía hablando sin que mi cabeza se molestara en captar realmente lo que estaba diciendo, simplemente contemplaba las palabras que iba formando como si fueran parte del fondo del océano. Las letras verdes contra un fondo negro me hizo recordar a la eduana, con sus ojos que se habían opacado más ante la idea de que al muchacho le hubiera ocurrido algo. Reprimí un suspiro.

No quería ni pensar qué implicaba que un experimento hubiera salido de aquella manera, pero lo pensaba. Y me preguntaba si había sido cosa del Profesor con aquellas máquinas que eran un prototipo tras otro o si había sido el muchacho menudo que brillaba como un sol en miniatura. Dudaba que el hombre que seguía hablando frente a mí pudiera sentir lo que implicaba ver aquello, no creía que él tuviera aquella sensibilidad. O tal vez sí.

¿Importaba? No.

Tal vez.

-Podría haber una calidad en las ánimas -dijo el Profesor y mi cabeza se silenció de inmediato. Sentí que mis dedos se abrían y cerraban, tenía hasta la impresión de que todos mis dientes empezaban a afilarse-. Falta comprobar si son capaces de seguir con sus transformaciones.

-Me temo que no será posible de comprobar -intervino Alkaia al entrar en el laboratorio. Sentí que parte de mi ser se calmaba al verla avanzar entre las mesas, con las manos metidas en los bolsillos y la mirada fija en el frente. Tragué saliva, sintiendo que mis mejillas ardían y el pecho no sabía si cerrarse o expandirse. Podía sentir vagamente al corazón mecánico que se movía un poco más rápido dentro de aquella carcasa.

Tun-tun, tun-tun-tun.

El Profesor se detuvo, todavía dándome la espalda, sin moverse por un momento, estudiando lo que sea que hubiera en su probeta, antes de bajarla. Pasó un momento eterno, donde todo lo que se escuchaba en el laboratorio eran los pasos de Alkaia resonando como una sentencia.

-¿En base a qué haces tal afirmación, Doctora Zethidou?

-En base a simple observación empírica, Profesor Zeuxides -dijo, contemplando los tubos de ensayo de reojo. Me quedé quieta en mi sitio, contemplando todo con la tableta a un costado. En otro momento me habría preocupado por sentarme como me habían enseñado, pero en cuanto me encontré de cuclillas en el banquillo, no me molesté en cambiar. Era mucho más cómodo así.

-Las observaciones son poca cosa para sacar conclusiones.

-Tengo suficientes -dijo, levantando la barbilla. Incliné mi cabeza hacia un costado, como si así pudiera apreciar mejor la luz que salía de ella-. Empezando porque mi área de estudio son las eduanas.

-No hay nada que investigar allí -sentenció el profesor, haciendo que el ceño de Alkaia se frunciera más. Me acomodé mejor, sin producir ni un sonido, hasta que pude abrazar mis rodillas. Era cuestión de tiempo para que alguno de los dos se volteara y notaran lo que estaba haciendo, pero...-. Son magmelianos que han perdido la capacidad de transformarse.

Alkaia se rio por lo bajo, rodando los ojos.

-Porque los nylanos nos transformamos mucho -soltó-. Porque nosotros enviamos a nuestros hijos al Monasterio para que nos protejan de nuestra propia condición. Oh, vaya que sí. -Sentí el vago recuerdo de mover la cola ante aquellas palabras. Incluso las ganas de castañear los dientes en una risa baja-. Sabes perfectamente que hay mucho más en esto, Eudoxos.

La mirada entre ellos fue suficiente para que me bajara de la banqueta de un salto y me marchara. Odiaba ver cómo la marca que empezaba a brillar en el pecho de ambos se definía un poco más. Quería gritar, romper todo como lo hacía antes...

¿Antes de qué?

No sabía, pero era mucho tiempo atrás. O quizás no tanto.

¿Por qué tenían que gustarme mujeres que ya estuvieran con alguien más?

Quizás era lo que había sido.

-Quizás debas ver por dónde vas. -Retrocedí un paso cuando caí en la cuenta de que me había chocado contra alguien. Alcé la vista, encontrándome con unos ojos verdes que me observaban sin interés, los mismos que había estado viendo un par de días atrás. En base a la pelada que tenía, y las ropas típicas que daban en el Departamento de Medicina, supuse que sería el C-777 con el ánima del muchacho que había trasladado poco antes. En cuanto vi las marcas de un color blanco sobre el pecho, idéntica a la que había visto en Morgaine, apreté los dientes.

-¿Te lo dices a ti? -escupí, ganándome una ceja arqueada de su parte.

-Vaya actitud -murmuró antes de seguir caminando hacia la ventana más cercana. No sé por qué lo seguí, aparte de que tenía ganas de hincarle los dientes en la yugular. Como si me hubiera escuchado las intenciones, él me miró sobre el hombro, deteniéndome en el lugar.

Por instinto, bajé la mirada. Apretando los puños ante la impresión de que había estado a punto de meterme con una fiera antigua. Irónico que lo sintiera luego de haberle dicho lo de Zena.

-¿Qué haces aquí? -pregunté, todavía con los ojos fijos en el suelo.

-No es de tu incumbencia.

De haber podido, habría gruñido y hecho castañear peligrosamente mis dientes.

-Vaya actitud. ¿No deberías estar con tu preciada esposa? -La espalda de él pareció tensarse un momento y la marca refulgió más que antes. Sonreí por lo bajo.

-No es asunto tuyo -masculló. Incliné la cabeza hacia un costado, antes de sentir que una vieja llama se encendía en mí mientras me acercaba, parándome junto a él, contemplando las profundidades del mar. A lo lejos reconocí a unos bukavac que perseguían a un kraken, destrozando poco a poco el cuerpo, agitando las aguas desde las profundidades. Arriba quizás empezaría a formarse un oleaje peligroso.

-Ahora lo es -dije, sonriendo con los colmillos al descubierto. De nuevo me dio una mirada de lado. Una expresión que definitivamente era una advertencia, pero si yo estaba mal, él también tenía que estarlo, ¿no? No estaba con Morgaine, así que ella quería solo una parte de lo que sea que fuera él y la otra mitad del ánima-. Los homúnculos somos parias.

Sus ceño se frunció ligeramente antes de volver a la expresión estoica, casi desinteresada de antes.

-Parias son todos, Dumuzi -dijo y todo mi ser se detuvo en el lugar. ¿Cómo...? Pero su rostro no traicionó ni una emoción suya-. Vete.

Respiré hondo y sacudí la cabeza. Era alguien jodido. Muy jodido. ¿A quién había alterado el Profesor? Temía saber la respuesta. Pero... también podía ser mi oportunidad.

-Dudo que realmente quieras la soledad -repliqué, girándome hasta enfrentarlo. La mirada de él bastó para que desviara la mía de nuevo hacia el agua que tenía del otro lado de la ventana.

-Supongo que tu especie lo sabe bien, myling -masculló.

-No soy una de ellos -solté, conteniendo un escalofrío. Bueno, no sabía si lo era realmente, al menos no lo podía recordar, ¿contaba? La expresión de él no me dijo nada y por un buen rato nos quedamos contemplando el paisaje.

Un cardumen de peces pasó por el frente, a lo lejos me pareció ver un tiburón con otros tantos que lo acompañaban, el kraken se había caído en silencio, siendo comido vivo. El pasillo estaba tranquilo y vacío la mayor parte del tiempo, salvo por los eventuales susurros de las puertas que se abrían y cerraban, o los pasos que se perdían a la distancia.

-¿Te importa Morgaine? -Sentí que su cuerpo entero se tensaba y que me observaba con una furia contenida en sus hombros-. No voy a intentar nada.

-Permíteme dudar -masculló, haciendo que rodara los ojos.

-Estoy considerando si ser amable o no -dije, arrastrando las palabras, para luego clavar mi mirada en él-. No sé qué mierda los llevó a tomar la decisión, pero espero que no se arrepientan.

Algo pasó fugazmente por el rostro de él antes de dirigir la mirada hacia el pasillo por el que seguramente había venido. No me atrevía a interpretar qué pasaba por su cabeza, tampoco es que hubiera realmente alguna información aparte de la que era obvia.

-¿Por qué lo dices?

Guardé silencio por un momento, considerando todas las opciones, antes de dejar salir un suspiro. Maldije por lo bajo el que siquiera estuviera siendo amable, ¿no debía estar queriendo destrozar todo lo que él tenía? Yo quería a Morgaine, pero era como querer quedarse con un arma cuando no sabía cómo se supone que hay que usarla. Al final, terminaría lastimándome más.

Me gustara o no, tenía demasiado en claro que esas marcas no eran para molestar. No si quería seguir respirando.

-Mi buena acción del año -dije, separándome de la ventana en un movimiento más o menos fluido. Ante el silencio y la mirada escéptica del C-777, me encogí de hombros y sonreí-. Querré quemar esta torre y la ciudad encima hasta sus cimientos, pero, ya te dije, los homúnculos somos parias.

Entrecerró los ojos, pero me di vuelta, caminando hacia el sitio de entrenamiento de Zena. Pero antes, una parada por el comedor no estaría mal. En cualquier momento sería la hora de comer y el cuerpo que tenía seguía necesitando que lo mantuviera vivo. Apenas había dado unos pasos cuando sentí su presencia junto a mí, caminando con la misma seguridad con la que caminaría el Profesor. Solo que en él, realmente era difícil mantener la mirada, era fácil agachar la cabeza.

-No has respondido.

Lo miré de reojo por un momento antes de cruzar ambos brazos por detrás de mi cabeza. Esperé un momento, considerando mis palabras antes de volverme a mirarlo.

-Respondí. -La expresión de él hizo que riera por lo bajo y rodara los ojos-. Porque hay quienes son dioses y quienes quieren serlo.

-No soy un dios -dijo, sin alterarse en lo más mínimo. Arqueé una ceja en su dirección.

-Estás mucho más equilibrado que cualquier otro homúnculo que haya visto.

Tampoco era como si hubieran muchos, estaba segura de que podía contarlos con una mano y me sobrarían dedos. Ni qué decir uno que pudiera mantener una conversación, la cordura y la vida, por más de una hora o dos.

Él ya iba al menos ocho.

-¿Cuál es tu nombre?

-Trifhe.

-Como el de la leyenda.

Asintió una vez, aunque me pareció que un intento de sonrisa se quiso asomar en su rostro. Por un momento me encontré estudiando los gestos, como si así pudiera comprender qué es lo que tanto le gustaba a Morgaine, qué era lo que él tenía que ella quería, necesitaba o lo que fuera. Pero se me escapaba, no era algo que pudiera obtener simplemente viendo los patrones tenues que lo envolvían o revisando la marca que había en su pecho.

-Probablemente -fue todo lo que dijo.

Asentí una vez y quedamos en silencio por un buen rato.

Ya habíamos casi llegado al área donde tenía que comer, y que siguiera junto a mí me hacía sentir que el aire estaba volviéndose más denso, podía sentir las palabras empujando para salir de mi boca. Mordí mi labio inferior antes de soltar un suspiro.

-Es doloroso -murmuré, sin saber qué decía, pero fue como abrir una compuerta-. Pocos soportan las primeras horas, y cuando llegas a este estado... -Ahogué la sensación de que estaba a un segundo de destrozar el contenedor como si fuera de tela, una mera marioneta-. A veces simplemente matan al cuerpo. -Y el recipiente no moría del todo, seguía estando, seguíamos atados. No quedaba ninguno de ellos a la vista, jamás. Todos acababan en lo más profundo de la Citadela, con los otros muertos, y no sabía si era para mantener a los anánimos de allí contentos con la carne o con qué propósito. Quizás nos enviaban como ofrenda de paz a los bukavac, aunque esos seres no entendían de paz.

Una y otra vez regresaba a ese sitio. De vez en cuando tenía la impresión de que una cadena me tiraba hacia los Pisos Inferiores. Y ahí sí sentía hambre, unas ganas de consumir la delicada membrana que mantenía el ánima unida al cuerpo. Justo era mi turno en la línea de comida y pedí mi ración a la vez que estiraba mi tarjeta de identificación hacia la mujer al otro lado del mostrador. No me dedicó más que una mirada rápida antes de pasar el pequeño artefacto por un lector y me la devolvió. Casi al instante me encontré con una bandeja a un costado con un plato, cubiertos y un vaso de agua.

Trifhe no dijo nada, pero se quedó conmigo mientras comía. Mantenía los brazos cruzados y a veces me daba la impresión de que estaba dormido, pero siempre abría un ojo cuando estaba por comprobarlo, haciendo que me retrajera de nuevo a mi ración. Di un bocado tras otro mirando de vez en cuando la masa amorfa que me habían dicho que era un puré; la comida no tenía sabor alguno para mí, podía estar comiendo tierra y habría sido igual. Lo único que registraba era que el estómago ya no estaba tan tenso y que el cuerpo parecía estar más relajado en general.

En cuanto terminé, fui a dejar la bandeja en la pequeña encimera que había a un costado del mostrador, hubo un chasquido y la tapa se abrió, tragándose todos los restos, y se cerró con la misma velocidad. Me giré hacia Trifhe, quien se puso de pie de inmediato y me siguió hasta el pasillo donde estaban las habitaciones. Lo vi dudar un momento frente a la puerta de Morgaine y el otro, antes de apresurarse e ir a la suya.

-Hasta luego -dijo y desapareció detrás de la puerta.

Definitivamente, Morgaine no era una mujer que siquiera pudiera considerar como una opción de interés. Solté un suspiro por la nariz antes de ir con Zena, segura de quizás la encontraría entrenando hasta no dar abasto. Mejor, era divertido verla.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro