innato
30 de orfebre, año 5779.
Observé a mamá en silencio. La veía sentada, con los ojos a medio cerrar y con Nele al lado de ella, tallando unas ramas que probablemente había encontrado por ahí. Papá estaba todavía con el uniforme puesto, picando algunas verduras para la sopa de la noche.
-Cole, dejame, yo no he estado dando vueltas por todo el pueblo -insistió mamá por cuarta vez, poniéndose de pie. Papá dejó el cuchillo y se volvió hacia ella, cruzando los brazos.
-Estás cansada -señaló, cruzándose de brazos. Mamá se volvió hacia mí y no hizo falta que dijera nada, simplemente asentí, separándome de la pared en la que había estado apoyado-. Nero, no me molesta hacerlo.
-Se te cierran los ojos, tienes ojeras y Darau tiene tantas ganas como yo de que te sientes y dejes de andar casi cortándote los dedos porque cabeceas -enumeró con una puntualización de su dedo. Papá la miraba sin alterarse en lo más mínimo. No me entretuve viendo cómo seguían discutiendo en su manera silenciosa, donde no había ni siquiera una palabra dando vueltas por el aire.
Tomé la tabla con las verduras y continué con el trabajo que estaba a medio hacer. Era relativamente fácil, el sonido del filo que se deslizaba sobre la piel de la planta me ayudaba a callar lo que sea que estuviera dando vueltas por ahí. Sabía que papá probablemente estaba buscando la forma de dejar a mamá descansar al tener un embarazo, y, conociéndola, ella no iba a estar mejor sentada.
Mi atención pronto se enfocó en hacer los cortes más o menos firmes. Cualquier sonido fuera del "chop chop" que hacía la tabla, no me interesaba. Iba por la mitad, y estaba seguro de que había tardado el doble de lo que solía hacerlo. Tragué un gruñido mientras seguía picando, hasta acabar con la primera verdura. Después fue agarrar a mi siguiente blanco, un tomate, e intentar cortarlo por la mitad.
«La piel es más fuerte que el interior», me recordaba cuando ya había cortado en diagonal. Respiré hondo, dejando las mitades imperfectas sobre la tabla. Picar fue un poco más fácil al no tener que andar balanceando constantemente, pero de todas formas me sentía torpe. Una había quedado más grande que la otra, parte del jugo me había saltado a la ropa
Terminé con la segunda mitad y la eché con las hojas de lechuga. Mientras tanto, mi mano intentaba acomodarse, encontrar el punto que solía ser familiar, pero el movimiento de la muñeca era raro. «Esto no es como comandar a los árboles», con ellos bastaba que agitara un ojo, que murmurara la palabra correcta, para que todo fuera exactamente como quería. Con eso, regresé a Morgaine, cómo había gritado que parara.
Apreté los dientes al tiempo que acababa con un repollo. «Galyon está loca, no sabe de qué mierdas habla», repetía, picando hasta que todo lo que quedaba de la bola blanca eran tiras que eché sin miramientos a la olla.
-Dau, ¡mira!
Me volví hacia Nele, encontrándome con su sonrisa amplia y la rama que tenía una figura imposible de distinguir. La miré sin alterar ni un ápice de mi rostro.
-¿Qué es?
Mi hermana me rodó los ojos, bufando exasperada. Resistí el impulso de hacer exactamente lo mismo.
-Sos vos, Dau, ¿ves? -Y empezó a señalar cada detalle que ella había puesto allí. No recuerdo ninguno, pero sí me resultaba... de alguna forma, la descripción que daba eran de otra persona. Decía que tenía la sonrisa que solía poner cuando estaba en los árboles, una cicatriz que nos hicimos cuando jugábamos antes de que me fuera-. ¿Tú también estás cansado?
-¿Cómo?
-Tienes la mirada perdida -me dijo, agarrando la banqueta más cercana y sentándose, para mi horror, cerca de las hornallas. La agarré del medio, acomodé el asiento a mi derecha y la ayudé a acomodarse ahí-. Y estás actuando raro de nuevo.
-Tonterías -negué con la cabeza. Nele me miró con las dos cejas arqueadas, probablemente intentando levantar una. Ahogué con fuerza la espina de mi pecho al ver el parecido con mamá y papá en aquel gesto. «Y ahora vendrá otro», me encontré murmurando por dentro. Necesité un momento para respirar hondo, ahogando el ridículo pánico que parecía estar consumiéndome.
Agarré el cuchillo y volví a concentrarme en cortar verduras.
-Dau, se te va a quemar de nuevo la sopa.
Maldije por lo bajo mientras revolvía la olla. Di dos golpes con la cuchara y me apresuré en echar las zanahorias cortadas en rodajas. Solté unos cuantos improperios cuando un poco de agua caliente me saltó a la mano.
-¿Todo bien en la cocina? -preguntó mamá. Nele se adelantó a la respuesta que estaba por dar.
-Dau está molesto. -Y lo siguiente me dejó con ganas de acogotarla-. Debe estar molesto porque no pudo pasar el día con Morga.
-No es eso -mascullé volviendo a mezclar la sopa antes de que se convirtiera en... qué sé yo. ¿Se podía quemar realmente la sopa? Cualquier cosa menos mirar a mi mamá. Estaba seguro de que iba a encontrarme con esa mirada ligeramente molesta, quizás hasta una ceja alzada o algo que me pidiera respuestas que no iba a dar.
-Nele, andá a vigilar que tu padre no se haya levantado -ordenó mamá. Mi hermana estaba por responder, estaba tomando aire para negarse-. Hablaré con el tío Kertmuth para que te enseñe a hacer talladura.
Eso pareció convencerla, al menos un poco. Viendo de reojo, noté que inflaba los cachetes y dejaba salir el aire en un "ya qué..." y se bajó de la banqueta con un golpe seco. Ahogué la risa ante la protesta silenciosa, y tuve que resistirme el doble al escuchar los pasos pesados en la escalera. Inmediatamente, la risa desapareció de mi garganta cuando mamá se acomodó donde antes había estado Nele, solo que de pie.
Estaba con los brazos cruzados, con los músculos no tan definidos como era lo usual, considerando que papá le pedía tener algo de cuidado. Tenía el cabello atado a la altura de la nuca, sin rastros de las trenzas. Consideré seriamente mis palabras, pero no se me ocurrían muchas más aparte del ya desgastado "no pienso dejar de juntarme con ella". Mamá tenía esa expresión que me hacía querer apretar los dientes y volver a pensar en lo que estaba haciendo, que quizás le había fallado.
-Dudo que sea la bruja el problema -soltó. Me miró fijamente y pude terminar de suponer qué era lo que quería decir, haciendo que parte de mí pudiera soltar un suspiro de alivio. Una ligera sonrisa se abrió paso por su rostro, y quedamos en silencio por un momento-. ¿Qué crees que será? ¿Una chica o un varón?
La miré en silencio a los ojos antes de empezar a notar un ligero destello alrededor de ella. Creí que era algo del ambiente, quizás que fuera el típico "brilla de alegría" o cosa así, pero me era demasiado familiar como para considerarlo tal cosa. Apenas entrecerré los ojos, enfocándome en lo que veía, viendo aquella luz que no parecía emanar de ningún lado. Como en...
«Pembakaran».
Inmediatamente bajé la vista hacia el vientre de mi madre, encontrándome con una pequeña silueta opaca que se iba aclarando. No era malo, sino como que estaba siendo... ¿renovado? ¿Limpiado? Pero había una especie de blancura y amarillo en aquella nube negra.
-Eleín -me pareció escuchar que murmuraba.
Sacudí mi cabeza, todavía viendo aquel ligero resplandor. Clavé mis ojos en mamá, sintiendo que las manos de Cirensta se posaban sobre mis hombros.
-Es un varón -dije.
El mundo era lo mismo, pero distinto. Ahora veía una luz alrededor de todos, algunas más oscuras que otras, pero estaban ahí. Lo más peculiar fue cuando me crucé con Morgaine. No diré que brillaba más que el resto, para nada, a veces tenía la impresión de que tenía una luz oscura que me hacía apretar los dientes. Al lado del resto, hasta parecía perderse, pero era como una flor roja en medio de un prado.
Mi piel se erizaba cuando se acercaba. Sabía cuándo estaba mirándome, no de la misma manera en que lo sabía antes, esto era una certeza como el color de sus ojos.
-Estás pensando -me dijo mientras terminaba de recolectar unos hongos. El pelo empezaba a llegarle a la mitad de la espalda, con rizos que la hacían parecer recién salida de algún árbol. Ante mi silencio, se volteó hacia mí, con su rostro tan inexpresivo que me hizo tensionar la espalda. Me aparté del árbol y caminé hasta ella-. Darau, responde.
-No has preguntado nada -repliqué, acariciando su mejilla e inclinándome hasta dejar un beso en la comisura de sus labios. Canté victoria por dentro con su mirada confundida. Ví a las palabras empezando a formarse en su boca y le di un beso en los labios, pegando su cuerpo al mío, satisfecho al sentir que se volvía como líquido en mis brazos.
Presionó sus manos contra mis hombros y apartó la cabeza. Dijera lo que dijera, había ganado la pelea, sus pupilas dilatadas, la respiración ligeramente alterada y el temblor de sus dedos me daban toda la información que necesitaba.
-Tienes una maldita habilidad para evadir dar respuestas -siseó, sacándome una sonrisa.
-Quizás no quiero dar respuestas...
-¿Tú o el otro? -preguntó rodando los ojos, y reaccioné antes de que la pregunta terminara de tener sentido en mi cabeza. De un movimiento la apoyé contra un árbol, besándola con una desesperación ajena, mis manos recorrían sus costados, pegándola más a mí, queriendo fundirla con mi piel, quemar las capas de tela que nos separaban. Forcé sus labios a abrirse, me pareció escuchar un gemido, un graznido de un cuervo a lo lejos.
No sé cómo terminé lejos, con las manos siendo sujetadas por lo que tardé en reconocer como ramas, alejándome de Morgaine. Ella estaba con la respiración entrecortada, los labios rojos, la ropa desacomodada y una sensación de furia me invadió cuando caí en la cuenta de lo que estaba pasando. «¡Cuernos!» Sentí que el corazón se me partía ligeramente. ¿No había escuchado en Eedu cómo veían a los hombres? ¿Y si Morgaine me terminaba asociando con uno de ellos?
Cuervos volaban sobre mi cabeza, graznando a más no poder. Enloqueciéndome.
Apreté los dientes, sintiendo que las lágrimas empezaban a quemar. Sentí el nombre del viento en la punta de mi lengua, listo para llamarlo y así cortar las ramas que me mantenían lejos de Morgaine. «Quizás sea lo mejor, ¿habré sido un ingenuo al pedir tener algo con ella? ¿Y si no soy más que aquello que ella cree que soy?»
-Yam yeg yumu -murmuré y escuché el chasquido de la madera antes de que mis manos quedaran libres y saliera corriendo. Si Morgaine estaba diciendo algo, no podía oírla.
Corrí sin saber hacia dónde cuernos iba. Sentía que era demasiado, que me ahogaba, ensordecía. Grité y los cuervos chillaron igual de fuerte. El mundo se enloqueció a mi alrededor, los árboles se movieron hasta cubrirme, arbustos empezaron a rodearme a la vez que un huracán intentaba dispersar a los pájaros sin éxito. Podía ver los ojos de Morgaine aterrados, su cuerpo temblando, retrocediendo ante mí, apartándome.
Las palabras daban vueltas en mi cabeza. Dos. Otro. ¿Quién? Le había hecho daño dos veces.
«More es capaz, no necesita protección», murmuraba Trifhe. «Pero la he dañado, ¿y si abandonó Eedu por mi culpa? ¿La hice salir de su hogar porque causé demasiados problemas?» Y los malditos pájaros no se callaban una mierda.
-¡Enmebaragesi!
El nombre se abrió paso en medio de la tempestad, acallando todo, como si me hubieran tirado de un hilo que mantenía a todo mi cuerpo unido. Me volteé, maldiciendo por lo bajo cuando reconocí la silueta de Galyon abriéndose paso entre la barricada que había hecho. Su piel tenía algunas escamas rojas que empezaban a difuminarse, sin embargo, su atención estaba fija en mí. De haber podido, habría gruñido cual animal.
Alzó las manos, arrodillándose a mi lado, manteniendo todas sus emociones por fuera de sus rasgos. Seguía sintiendo que estaba con aquel hilo que me mantenía quieto en mi lugar, esperando a lo que fuera a pasar luego.
-No vengo a dañarlos.
-Deja de decir sinsentidos -escupí. Galyon siguió sin inmutarse. Por primera vez, sus ojos me hicieron sentir el peso de los años que tenía. Casi podía verme a mis nueve años, cuando llegué a Jagne con mamá. No me habría extrañado que ella hubiera conocido a mi madre, que la hubiera visto huir por los bosques de Magmel o su tiempo en Natham.
-De acuerdo, pero, a cambio, me vas a escuchar.
No dije nada por un buen tiempo. «De nada sirve escuchar a un loco», murmuró Trifhe. Le daba la razón, pero, de todos modos. Contemplé el aura que rodeaba a Galyon. Era amarilla y negra a partes iguales, podía sentir una ligera ola de tristeza y... «Soledad absoluta».
Mi mente regresó al yukuteriano rojo y dorado, al que había matado a Ilunei. Esos ojos que había visto entonces, completamente distintos a los que tenía frente. Por un momento, me encontré recordando el relato sobre una torre en medio de las Montañas Tao, una que se había reducido a meros escombros. El héroe Trifhe había luchado contra anánimos que habían sido de la gente de Galyon, y, hasta donde sabía, no quedaban muchos yukuterianos como ella. ¿No?
-Escucha, tengo un diario que puede ayudarte, espero. -La palabra diario quedó resonando en mi cabeza. Un olor avinagrado, a tierra húmeda, a páginas que tenían siglos, más años de los que quizás podía imaginar-. Déjame ayudarte, Darau.
Eso bastó para que mi cuerpo se relajara, que mi cabeza terminara de dar vueltas. Me puse de pie, siguiéndola hasta su casa. No recuerdo el trecho, pero sé que mis ojos inmediatamente se fijaron en un libro que era tan grueso como la palma de mi mano y casi tan ancho como mi antebrazo. Lo más raro de todo era que parecía tener un brillo propio. No como el que rodeaba a las personas, no era esa aura que había alrededor de todos, sino uno más opaco. Casi marrón.
Mis dedos rozaron la tapa e inmediatamente abrí en la página 731. Las palabras estabas en eduardo, aunque mezclados con otro idioma que directamente no podía comprender, pero, si desenfocaba un poco mi vista, concentrándome solo en lo eduano, me encontraba con:
"El dios vivo entre vivos camina, sin saberse oculto. Las palabras divinas, claras para quien sabe escuchar, su sentido revelan cuando en lengua de dios se habla. Donde lo amargo ha sido probado, cuando la luz sea vista sobre las montañas, se volverá. A la luna se ilumina, hermanos desconocidos se verán, y a los conocidos se enfrenta."
Levanté la mirada, sintiendo que se atoraba el aire en la garganta. Pasé a la siguiente página, donde las lágrimas empezaron a acumularse en mi garganta, aunque el significado se me escapaba.
"Marcada por las lenguas del pueblo, la Voz del dios a las sombras ve. Blanco en su piel, negro en su corazón apuñalado. Gritos se dan en la noche, ejércitos marchan a su comando. De sus hermanas aprende, y de su sangre sale un amanecer sombrío, una justicia, un mediador, fuego y belleza, y un cambiante. Las sombras la escuchan y temen, la vida le protege, una reina venida del mar."
-¿Quieres un poco de agua?
Levanté la mirada y asentí con la cabeza.
-Por favor. -Pasó un momento de silencio en el que Galyon me contemplaba de hito en hito. Tomé una bocanada de aire antes de dejar salir un largo suspiro-. ¿Qué más tienes para decirme?
-No sé qué quiere decir exactamente, pero hay una frase... -Estiró la mano hasta señalar unos dibujos que parecían distintos cuadrados con líneas y puntos. Si me preguntaban a mí, eran meras decoraciones, aunque empezaba a sospechar que no era el caso-. Creo que tiene relación con otra frase, pero no sé leer eduano. Dice "la luna poniente tiene la llave que dejará que las aguas se abran" -leyó, mirándome al final de todo-. Puedo hablar con Rei, ¿te acuerdas de ella? Está por la zona. Quizás pueda serte de ayuda.
Asentí y miré por la ventana, sintiendo que los hombros se me hundían ligeramente. «Habrá que tomar el camino largo, ¿no?»
Morgaine me encontró cuando salía de la casa de Galyon al caer la tarde. Pude notar, incluso desde la distancia, que sus hombros se relajaban. Trotó hasta quedarse a unos pasos de mí, mirándome a los ojos con atención. Abrí y cerré mis dedos, dudando si podía acariciarla al notar algunos raspones y moretones.
-Baqaya bendita, me preocupaste por un momento -dijo, abrazándome. Tragué saliva antes de devolverle el gesto.
-Lo siento. Yo... No tengo idea qué fue... -Su mano fue a mi mejilla, centrándome en sus ojos. Estaban despejados, con un poco de brillo de lágrimas contenidas. Se me estrujó el corazón ante aquello-. ¿Estás bien?
-Darau, no llegué aquí porque no soporto un par de rasguños -replicó, sacándome una sonrisa amarga. Miré su aura con más cuidado, como si así pudiera terminar de comprender los detalles que se me escapaban. Llevé mi mano a su nuca y la otra a su cadera, ocultándola en mi pecho.
-No soy el único que sabe evadir respuestas, Mora -susurré, dejando un beso en su cabello. La sentí tensarse bajo mis brazos-. Cuando quieras, me dices por qué te has ido de Eedu.
Hubo un buen rato de silencio, dejando que el atardecer se convirtiera en noche. Y, sin decir nada más, me tomó de la mano, emprendiendo el regreso a nuestras casas. Ninguno quiso sacar lo que sea que hubiera dando vueltas, desconocía sus motivos, pero las palabras seguían siendo distantes. Mi pulgar trazaba círculos sobre su piel, ella daba ligeros apretones, encendiendo una pequeña llama dentro de mí.
Perdí la noción del camino de regreso. Simplemente vi que llegábamos a la zona donde se veían las casas alumbradas por dentro, y mi mano se tensó alrededor de la de Morgaine. La acompañé hasta la puerta de la casa, le deseé buenas noches con un beso en la frente, y me marché.
La cena pasó rápido, mamá y papá llevaron a Nele a dormir y yo me quedé lavando los platos. En cuanto no quedó ninguno, la idea de ir a mi habitación resultaba tan aterradora que no recordaba cuándo había sido la última vez que había considerando pedirle a mamá dejarme dormir con ella. «Al menos, diez años», señaló Trifhe.
Contemplé la nada por un rato antes de soltar una larga exhalación, apagar la luz y tomar mi abrigo antes de salir. Caminé en silencio, levantando la mirada cuando llegué a la casa de Morgaine. De inmediato encontré su esencia, y hacia ella fui con las manos hundidas en los bolsillos.
«¿Y si es una mala idea?»
«Dudo que le importe.»
Ni bien esas palabras terminaron de resonar en mi cabeza, mis nudillos ya habían dado dos suaves golpes a la ventana de la habitación. «Esto es ridículo», pensé, dando un paso atrás al ver que se movía el aura de Morgaine. Seguro que estaba durmiendo, o casi, y mañana todos teníamos un largo día por delante.
Apenas me había alejado un par de pasos cuando escuché que la ventana se deslizaba. Miré sobre mi hombro, y estuve a dos segundos de trastabillar al ver el pelo cayendo libremente alrededor del rostro de Morgaine, sus brazos desnudos que parecían reflejar la luz de la luna y su expresión de sorpresa. «No tengo ganas de que otro hombre la tenga cerca», murmuró Trifhe.
«No soy quién para quedármela.»
-¿Qué pasa?
Mi cara ardió ante la necesidad de tener que responder. Sonaba ridículo, dijera como lo dijera. Estaba empezando a formular alguna excusa, cuando volví a recordar la idea de mi habitación solitaria, sin Nele, con una ventana que daba a la zona abandonada de la ciudad. «Tampoco es como si tuviera un orgullo que perder», pensé amargamente con un suspiro.
-¿Te molesta si paso la noche contigo? -La confusión inmediatamente se hizo presente y las palabras salieron a borbotones-. Solo dormir, nada más. Lo juro.
La vi abrir y cerrar la boca antes de sacudir la cabeza y decirme que ya iba a abrirme la puerta. Una sensación de pánico se apoderó de mí ante la idea de llegar a cruzarme con sus amigas y en dos zancadas me encontré alcanzando el alféizar, sentándome sobre este.
-Supongo que la puerta queda fuera de cuestión.
Reí entre dientes, sintiendo que las mejillas me ardían más que nunca, y me saqué las botas antes de dejarme caer del otro lado. Escuché que ella cerraba el pestillo mientras me quitaba el abrigo y consideraba si quitarme también el cinturón. «Por las dudas, mejor lo dejas.» Y con eso me acosté.
La cama era estrecha, la única forma de que los dos entráramos era si ambos estábamos de lado. O uno sobre el otro. Estaba por decir que podía dormir en el suelo, cuando Morgaine levantó el cubrecama. Consideré negarme, pero ella insistió en que fuera. Tragué saliva, sintiendo que el corazón me latía con fuerza al acomodarme. Y fue como si todo este tiempo lo hubiéramos hecho; su cabeza se acomodó cerca de mi pecho, mis brazos la rodearon y nuestras piernas se entrelazaron.
Respiré hondo, sintiendo su olor a flores y algo dulce que me hacía querer hundir mi nariz en su pelo hasta estar seguro de que no iba a olvidarme nunca más de aquella fragancia.
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