46
11 a 27 de corbeut, año 5778.
La tormenta que se había desatado era, por lo menos, aterradora. Jamás había visto a los árboles agitarse como si de un momento a otro fueran a ser arrancados de un momento a otro. Truenos resonaban por doquier, rayos rasgaban el cielo a la vez que la tierra parecía estremecerse un poco. Retrocedí hasta entrar en la casa de Kadga, contemplando todo desde la ventana mientras me quitaba las ropas mojadas.
—¿Suelen haber tormentas así por aquí? —le pregunté a Silje, quien se encontraba secando su cabello, echando una mirada de reojo al exterior.
—No —respondió, dejando la toalla a un costado antes de empezar a quitarse la camiseta—, es la primera vez que veo una así en los ocho años que vivo aquí.
Apreté la mandíbula, sintiendo que las alarmas empezaban a resonar en mi cabeza. Darau había salido del pueblo hacía no mucho y si me guiaba por lo que había visto en Oucraella... Oh, no. De inmediato me puse la camiseta nueva, corrí a ponerme las botas, casi chocando con mi hermana en el pasillo. Me preguntó qué estaba haciendo y apenas logré gritarle que había que ir a buscar a Darau. Apenas se frunció su ceño, incluso me pareció ver que abría la boca para decir algo, cuando la puerta se abrió de inmediato.
—¡Kadga, por los cuernos y las pezuñas de Iola, ayúdame a encontrar al inconsciente de mi hijo! —gritó Nero, justo cuando aparecía en el umbral, terminando de atar los cordones de las botas. Intercambiamos una mirada antes de salir bajo la lluvia, apenas cubierto por una campera prestada de mi cuñado—. Va a ser complicado encontrarlo —dijo, agachándose en medio de la tempestad, colocando ambas manos en el suelo—. Maldita sea, ¿cómo es que todo está tan agitado?
—Cosa de Darau —me limité a decir antes de correr hacia el bosque, Nero y mi hermana pisándome los talones—. En Oucraella hizo que el viento estuviera tan raro como ahora —grité por encima de mi hombro, ya chorreando agua, como si jamás me hubiera cambiado de ropa. Nero asintió una vez mientras corría hasta ponerse a mi altura, contemplando los alrededores con los ojos bien abiertos.
Considerando lo que me habían dicho los locales, o lo que había entendido de las traducciones de Silje y Kadga, estábamos en un sitio que ganaba a Marel en cantidad de anánimos, o en bestialidad al menos. Empezamos a hacer lo que Kadga y Nero definieron como las zonas donde Darau solía estar, que para mí eran más y más claros o puntos con árboles que no podía diferenciar. Avanzamos prácticamente corriendo, con varios patinazos de por medio.
No quería empezar a dejar que el pánico me consumiera, intentaba no pensar en que había una posibilidad de que Kong hubiera regresado a saldar cuentas con Darau. Cada vez estaba más seguro de que veía su largo cuerpo rojizo con los reflejos blancos a punto de desaparecer. Estaba convencido de que encontraría restos del muchacho esparcidos en el suelo, apenas reconocible salvo por un detalle en particular...
—¡Darau!
El grito de Nero hizo que me detuviera de golpe, perdiendo el equilibrio y chocando contra un tronco. Corrí hacia allí, apareciendo en un claro donde parecía haberse desatado la tormenta misma; el suelo estaba convertido en un extraño lodazal, los árboles se veían quebrados y quemados, en el mismo pasto se veían carbonizados. Estaba considerado lo peor cuando bajé la vista, encontrándome con la mujer sacudiendo a Darau, mirándolo con ojos abiertos de par en par antes de asentir una vez.
Estaba cubierto de barro en un costado, tenía el ceño ligeramente fruncido. Di un paso para acercarme cuando un gruñido resonó entre los árboles, haciendo que todos miráramos hacia el lado contrario del claro. Un lobo enorme, de pelaje rojo como la sangre, y con rastros de haber comido hace poco. Me sentí paralizar, temeroso de mover un músculo. Los ojos eran brillantes, de un azul helado que prometía malas noticias.
Con cuidado, retrocedimos. No teníamos armas, y, por más de que Nero y Kadga eran capaces de hacerle frente, Darau y yo éramos peso muerto. El anánimo se acercó, su cuerpo era tan grande que algunas ramas bajas rozaban su lomo. Bajo su peso, las ramas se partían con una facilidad que me daba escalofríos. Temía apartar la mirada, seguro de que sería mi fin.
—Lekten —empezó Nero con una voz tranquila—, lleva a Darau al pueblo. Llamen a Cole y al resto.
Asentí con la cabeza, estirando la mano para tomar al muchacho del brazo y correr. Fue un instante en el que desvié mi mirada y la bestia saltó. De un instante a otro, Nero se había convertido en una vaca bípeda, de pelaje negro. Era ligeramente más chica que el anánimo, una mancha negra que de inmediato empujó a la criatura hacia atrás. «¡Corre, sombras, corre!», me grité antes de volverme hacia Darau, tomándolo con fuerza y decidido a regresar.
—¡Espera! No, no podemos...
—¡Vamos a morir los cuatro si nos quedamos! —le grité con los nervios a un instante de consumirme por completo. Eso bastó para que él me mirara con una mezcla de emociones. Asintió, dudoso, pero empezó a seguirme. Los gruñidos y aullidos resonaban entre los árboles como una advertencia.
Desconocía cuánto faltaba. Temía haberme equivocado de dirección, de que quizás estaba abandonando a Nero y Kadga a su suerte, por más de que habría comprometido más su bienestar de haberme quedado allí. Distaba de ser un soldado, apenas podía mantener el ritmo más tranquilo del entrenamiento, ni en sueños estaba en condiciones para pelear. Y no iba a ser la causa de muerte de mi hermana si podía evitarlo.
—¡Lekten!
Caí al suelo, con Darau encima. Escupí hojas, listo para preguntarle qué pasaba, cuando me percaté de la bestia, de un pelaje marrón. Era grande, sí, como cualquier anánimo, y estaba con la boca abierta, gruñendo constantemente. Maldije al ver que avanzaba hacia nosotros con sus ojos fijos en nosotros. Estiré mi brazo, como si así pudiera cubrir a Darau.
—Darau, corre, yo te gano tiempo.
—¿Estás loco? —soltó—. Si te dejo, te mueres.
—¡Que corras! —grité, empujándolo justo cuando el anánimo se lanzó en nuestra dirección. Le ordené que corriera a buscar ayuda, haciendo todo lo posible para que la bestia se centrara en mí y pudiéramos tener refuerzos en mejor estado que nosotros. No esperé a ver si la cumplía, simplemente tenía que hacer lo que le decía. Estaba dando la vuelta cuando me encontré con unos cinco anánimos más que se acercaban hacia nosotros. «Nag y Vyn nos amparen», casi escupo. Tal había sido la sorpresa que no noté la presencia de los dientes a un pelo de cerrarse sobre mí hasta que todo el mundo pareció cobrar vida bajo mis pies. El suelo se sacudía, el viento aullaba como desquiciado y los anánimos que habían estado avanzando hacia nosotros empezaron a frenar, agachando las orejas.
Miré hacia un costado, encontrándome con el lobo que se retorcía entre unas raíces que lo apresaban contra el suelo.
—No vas a morir. No más —sentenció Darau, mirándome con los ojos furiosos antes de dirigir su atención hacia la bestia. De un golpe, ví un destello de luz y luego el olor a pelo quemado. Los otros anánimos estaban retrocediendo, con las orejas pegadas al cráneo y enseñando los dientes, pero manteniendo una prudente distancia antes de soltar unos gemidos lastimeros.
Abrí y cerré la boca, sin saber qué decir. Había visto lo que él podía hacer, pero esto se veía distinto. El bosque entero parecía estar cual ejército de soldados esperando la orden del general. Una ligera inclinación de cabeza de Darau hacia los lobos, como desafiándolos, bastó para que la locura se saliera de control.
Sentí que me agarraban de la cintura y me llevaban lejos. Mis pies no estaban más en el suelo. Veía todo desde unas altas ramas, lejos. Darau parecía empezar a echar chispas, caminando con una calma que me ponía los pelos de punta. Dijo algo, no supe qué, y los lobos se abalanzaron sobre él. Iba a gritar, cuando el bosque entero se sacudió, sacando las raíces de los árboles de la tierra, el viento agitando las copas de los árboles. Lo que había visto en Bangau no era nada en comparación a lo que tenía enfrente. El viento había estado loco, sí, el mundo entero parecía haber respondido a Darau, pero no era tan... Las ramas no habían actuado como si estuvieran desesperadas, no había sentido que estaba a un instante de cruzarme con quien no debía.
Con una precisión asombrosa, lo vi desplazarse de un sitio a otro, soltando rayos que encontraban su objetivo. En lo que pareció un instante, todos los lobos estaban a sus pies, siendo arrastrados por las raíces hacia lo más profundo de la tierra. Recién entonces, cuando el bosque entero pareció regresar a su sitio, las ramas que me habían mantenido lejos, se aflojaron hasta dejarme en el suelo de nuevo.
Bajé algo tambaleante, mirando de reojo al bosque, sintiendo que en cualquier instante iba a convertirme en el siguiente cuerpo enterrado. Antes de que pueda acercarme, Darau da media vuelta, yendo en la dirección contraria a la que habíamos venido. Apresuré el paso, sin saber si decirle que diera media vuelta, que no fuera hacia allí o simplemente seguirlo. Veía que iba acelerando el paso, a la vez que escuchaba gruñidos, siseos y golpes. Quise decirle que ni siquiera intentara intervenir, cuando me encontré con un escenario que no hubiera querido encontrarme.
Kadga estaba a unos pasos de nosotros, intentando incorporarse. Nero, todavía transformada, mantenía al anánimo a puro pulso lejos de su cara.
—¡Mamá!
Y un montón de raíces fueron directamente hacia la bestia. Corrí junto a Kadga, agachándome para poder ayudarla.
—¿Qué pasa?
—Darau está conteniendo todo —logré decir, pasando un brazo sobre mis hombros y ayudándola a mantenerse de pie. Nero ya se encontraba rugiendo y embistiendo al mismo tiempo que el anánimo se preparaba para volver al ataque—. ¿Puedes caminar?
—No. Pierna lesionada —gruñó, tensando su brazo alrededor mío—. Es anormal. El anánimo.
—Luego hablamos —dije, decidiendo que era mejor cargarla en brazos. Corrí hacia el pueblo, maldiciendo hasta que llegué a la arena de entrenamiento. Cole y Silje de inmediato corrieron al vernos. Como pude, expliqué lo sucedido, con ayuda de Kadga para traducir, e inmediatamente Cole empezó a dar órdenes a los gritos. Silje me ayudó a cargar a mi hermana, hacia donde estaba la otra chica.
Desconocía cómo hice para llegar hasta la habitación, donde la chica levantó la cabeza, mirándonos con ojos abiertos de par en par e inmediatamente se apartó de la cama. Preguntó qué ocurrió, en un ventino bastante raro, pero logré explicarle más o menos lo ocurrido. Ante la mención de Darau y Nero, sus hombros se tensaron ligeramente antes de volver a relajarse.
—Sahisa sabe un poco de medicina, puedes ir a buscarla y que me ayude.
Estaba por asentir cuando Silje me dijo que yo me quedara allí mismo antes de salir él a buscar a la chica. Kadga estaba ligeramente pálida, con los ojos cerrados y respirando entrecortadamente. Caminé de una punta a la otra de la habitación, sin saber qué hacer mientras tanto.
—¿Estás herido? —preguntó la chica, deteniéndome por un momento en mi ir y venir. La miré largo y tendido, completamente en blanco. Fue como si todo mi cuerpo volviera a funcionar de repente, haciendo que todo se me aflojara al punto en el que necesité de la pared más cercana para apoyarme—. ¿Te duele algo?
—No, es... —Me dejé caer contra la pared, deslizándome hasta sentarme—. Corrí mucho —e inmediatamente me recorrió una risa floja. Por los colmillos de Nag, sentía que estaba flotando a la vez que todo el cuerpo me dolía a horrores. Y así me encontraron Silje y la joven Sahisa, riéndome como si me hubieran contado el mejor de los chistes.
Mi esposo se arrodilló junto a mí, preguntándome si me había pasado algo, a lo que negué con la cabeza. Intenté respirar mientras las dos chicas empezaban a hablar entre ellas, pero las palabras me sonaban algo lejanas, como si el mundo se me hubiera vuelto agua y yo intentaba oír por medio de esta. Tenía una vaga impresión de lo que pasaba, pero era indistinto. Solo quería poder descansar, dormir hasta que todo se hubiera pasado.
Apenas recordaba cómo había dejado a mi hermana, o cómo fue que volví a la casa. Pero terminé recostado en el sillón, mirando al techo hasta que por fin mi cabeza se terminó de acomodar y me intenté sentar. De inmediato, Silje estaba junto a mí, mirándome con ojos preocupados, pidiéndome que me quedara tranquilo. Le pregunté por Nero y Darau en lo que él iba a por un poco de agua y se sentaba a mi lado.
—Están bien. Nero tiene unos rasguños y Darau estaba cansado, nada grave. Creo que Cole y el resto fueron a hacer patrullaje, Kertmuth ha ido con Kadga. Tú descansa —me dijo, dándome un beso en la frente—. No habrás peleado, pero parecías estar a dos segundos de perder la compostura.
Me sentí enrojecer ante sus palabras, ganándome una sonrisa de medio lado por su parte. Y con eso me quedé de momento, dejando que mi cabeza descansara un poco en su hombro, que él se encargara de los problemas por lo pronto.
Con eso, fui a visitar a mi hermana al día siguiente, encontrándola con la joven Sahisa hablando sobre plantas y meditación, sin rastros de la otra chica. En cuanto me vieron, Sahisa se puso de pie, marchándose de inmediato con la cabeza gacha, murmurando algo que no comprendí. Miré a mi hermana, arqueando una ceja, a lo que ella simplemente se encogió de hombros. Con eso, me senté en la silla disponible, acercándome hasta estar más o menos a medio brazo de distancia de Kadga.
Le pregunté cómo estaba, y me mencionó que quizás tenía un golpe más o menos leve, pero sospechaba que en un par de días iba a estar mejor. Estaba por cambiar de tema, cuando Nero entró a la sala. Sin inmutarse, se sentó en el suelo, dejando salir un largo suspiro. Tenía parte de los brazos vendados y se le veían ojeras. Estaba bien, según dijo cuando respondió.
—Me preocupa más Darau —dijo al cabo de un rato—. Ha estado algo... callado. No como suele estar.
—Bueno, puede que haya sido mucho lo de ayer —dije, recordando el bosque. Nero me miró de medio lado antes de echar la cabeza hacia atrás, sonriendo con desgana.
—Puede ser, pero no... —sacudió la cabeza, espantando la idea—, puede que sea cosa mía y estoy reaccionando mal. Ya se le pasará.
Asentí, seguro de que probablemente ella sabría mejor que yo qué ocurría con su hijo.
Darau se presentó al entrenamiento durante la semana, aunque se limitaba a hacer los ejercicios de respiración, completamente centrado en lo que hacía, ignorando a todos por completo. Nero le hablaba, ganándose respuestas secas cuanto menos. Iba y venía de las patrullas con una expresión que no dejaba entrever nada de lo que pasaba por su cabeza.
Y peor fue cuando Morgaine empezó a venir a contemplar los entrenamientos a los pocos días del ataque. Parecía tener una mirada especialmente dura para ella, evitándola o pasando de largo como si no existiera. Ella a veces parecía verlo de reojo, por más que se enfocaba más en las dos nuevas.
—¿Pasó algo, Darau? —le pregunté un día que pude ir a entrenar con él.
—Nada importante —replicó, sin dejar de hacer el ejercicio. Esperé a que añadiera algo más, pero no lo hizo y di la conversación por terminada. De casualidad desvié la mirada, encontrándome con la joven Morgaine mirando en su dirección y fingiendo que no cuando captó mi atención sobre ella.
Estuvimos un rato en ese silencio. Kadga me había dicho que quizás me era mejor aprender a controlar un poco la transformación, por más que la idea me resultaba aterradora. Entendía que realmente no tenía muchas opciones, menos si Silje y yo pensábamos quedarnos aquí, lejos de las redes de Shinu, en un sitio donde no sabían nada de nosotros.
Al principio, en los primeros días de entrenamiento, había sentido que estaba a punto de saltar al vacío, que mi cuerpo estaba a un paso de caer por un acantilado. En ese momento, unos cuantos meses más tarde, podía sentir como si mi sangre tuviera un ritmo, un sentido por el que notaba esa transformación. Intentaba recordar los manuscritos de los Monjes, al menos los que me habían permitido leer, intentando recordar algunos detalles que me habían resultado ajenos, extraños incluso.
Estaba logrando captar unos pequeños puntos que me había descrito Kadga alguna vez, incluso señalado, cuando escuché unos pasos que se acercaban. Abrí los ojos, encontrándome con Morgaine que caminaba hacia nosotros con los hombros firmes, las manos en firmes puños apretados y los ojos fijos en donde estábamos.
—Darau, ¿podemos hablar? —preguntó y esa fue toda la indicación que necesité para levantarme e irme en silencio.
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