45
6 a 11 de corbeut, año 5778.
Las heridas se abren y cierran al son de nuestro dolor. Si te quitas la costra, el dolor saldrá sin control.
Salí de la habitación sintiendo que gran parte del nudo que tenía en el pecho se había ido. Aún sentía que me temblaban las manos ligeramente cuando intentaba relajarme, la cabeza me daba vueltas y necesitaba urgente algo de soledad. Aire.
Logré no correr por un tiempo, hasta que estuve casi seguro de que no había nadie cerca,y me dirigí hacia el viejo laboratorio, pasando por el pequeño hueco hasta llegar a la siguiente planta, sentándome en el suelo. Cerré los ojos, respirando hondo y tratando de volver a sentir que estaba a salvo, en medio de un claro del bosque, sin nada ni nadie para hacerme daño. Si me concentraba, quizás podría detenerme y realmente considerar lo que estaba haciendo, en lugar de actuar como un idiota que definitivamente no entendía un cuerno.
Contemplé las vetas del techo. No había ningún dibujo allí, pero tomé un punto desde el cual podría... quizás ordenar las cosas. Era agradable la idea de que hubiera alguien más como yo en Jagne, una especie de sensación de que seríamos dos marginados, pero con cierta compañía. Por otro lado, saber que Morgaine había venido aquí porque había cometido un error suficientemente grave como para abandonar Eedu, me dejaba con la impresión de que respiraba hielo, más si consideraba que de alguna forma había dado conmigo. Lo que me llevaba a preguntarme si era desesperación o algo más retorcido que se me escapaba.
Al cabo de un rato, empecé a recordar las cicatrices, casi invisibles ahora, pero que de todas formas habían marcado su piel como una fina línea blanquecina. Si bien cuando la había visto por primera vez aquí las marcas estaban con un color más rojizo, le daban un aire diferente a la eduana de hacía un año. Pronto me encontré recordando cuando llegué a la isla, cuando me desperté en la celda y ella apareció... No era la mejor forma de recordar a alguien, como el anuncio de las cosas que iban a empeorar.
Una parte de mí estaba ligeramente satisfecha al ver que ella también había sido marcada, que había caído tan bajo como yo lo había hecho en su momento. E inmediatamente no podía evitar sentir que estaba haciendo lo mismo que entonces. La idea me hacía respirar hondo, contemplar la situación por un momento antes de ponerme de pie y empezar a repetir los movimientos que había hecho hacía un par de días. No era nada nuevo, una combinación de puños, patadas, golpes con el codo y agarres, pero la secuencia de alguna forma me permitía perder más y más la división entre mi cuerpo y el mundo.
Exhalé, concentrándome en el aire que empezaba a agitarse a mi alrededor, cómo empezaba a silbar a mi alrededor, enfriando mi piel con dedos helados. Di un golpe y me pareció sentir que la tierra quería seguirlo, que se agitaba cuando frenaba un ataque de un enemigo que no existía. En los desplazamientos tenía la impresión de que el arroyo me guiaba, yendo de un punto a otro, evitando o arrasando obstáculos. Y con todo eso, me sentía arder por dentro, como si mi aliento hacía que el aire empezara chispear ligeramente.
—¡Darau!
Abrí los ojos, frenando justo en medio de un salto. Caí con mucha menos gracia de la que hubiera querido, apenas frenando la caída con las manos. De golpe fui consciente de la transpiración y el calor que me abrasaba. Si bien habían comenzado a aumentar las temperaturas, no eran las más altas que había sentido en toda mi vida.
Con las piernas temblando ligeramente por el esfuerzo, salí de mi escondite, encontrándome con Papá pasando de largo de donde estaba. Lo llamé, a lo que él se giró sobre sus talones, dejando salir un suspiro de alivio mientras caminaba hacia donde estaba y me daba una palmada en el hombro. El silencio entre nosotros era normal, a veces no sabía si era porque papá tenía la atención en los alrededores o porque, comparado con Mamá, era alguien que las palabras eran contadas.
—Estás pensativo —comentó, sacándome del trance en el que estaba metido—. Andas más distraído desde la llegada de las tres chicas.
Lo miré de reojo, esperando encontrar desaprobación o algo, quizás una alusión a Morgaine, como solía ser con Mamá, pero él mantenía su rostro tranquilo, mirando al frente, su mano a un costado, lista para ir al arma de ser necesaria. Pasó un buen rato antes de que me mirara, alzando una ceja.
—Supongo que me ha dado qué pensar —respondí con un encogimiento de hombros. La respuesta pareció satisfacer momentánemente a mi papá, por lo que seguimos caminando en silencio hasta que casi llegamos a la casa.
—Avisa si la chica calva te hace daño. —Mi cabeza casi salió volando de mis hombros de lo rápido que giré para verlo—. No tengo problema con que esté recuperándose, pero ya tenemos más que suficiente con los otros chicos.
Asentí una vez, dejando el problema a un costado mientras cenábamos, hablando de cualquier cosa que no tuviera que ver con Morgaine. Mamá comentaba sobre las otras dos que iban mejorando de a poco, que podrían incorporarlas sin problema a las fuerzas militares de ser necesario. Papá consideraba la opción mientras señalaba los posibles argumentos que pondrían la Capitán Dahl y los otros miembros que tenían cierta relevancia dentro del pueblo. Nele comprendía poco y nada, a veces haciendo preguntas que terminaban en "cosas de adultos" o una explicación muy simple que terminaba por satisfacer su curiosidad.
Con todo eso, me tiré en la cama, contemplando a la oscuridad, incapaz de dormir antes de acudir a mi turno. Las reglas en Jagne eran dolorosamente simples: sé útil y te quedas, si eres magmeliano, debes probarte antes de poder entrar. Mamá había prácticamente perdido la cabeza con tal de demostrar que ella podía ayudar al pueblo, mi tía Kadga había trabajado como cocinera hasta que las cosas se complicaron y terminó uniéndose a Mamá en las patrullas. Silje se había incorporado de inmediato a las patrullas, pese a que sus habilidades eran más útiles con un tagtiano que contra un anánimo.
Daba vueltas al asunto, escuchando que me llamaban desde afuera, haciendo que mascullaba todo s los insultos posibles al sentir que el cuerpo me pesaba. Me puse el uniforme y salí, apenas dándole un gruñido a Lisbeth cuando nos encontramos. Caminamos hasta llegar a un puesto donde solían estar los anánimos, a unos dos kilómetros del pueblo hacia el sudeste. Estábamos en el árbol, con las armas listas para ser utilizadas de ser necesario.
Lisbeth intentó entablar una conversación, contarme sobre la nueva, Sinta, quien parecía tener demasiadas ganas de unirse a la patrulla, de no ser porque la Capitán había prohibido que lo hiciera hasta no saber manejar un arma de fuego.
—¿Y bien? —preguntó de golpe.
—¿Y bien qué?
—La chica que está herida, la que te tiene de mal humor y taciturno —dijo, haciendo que echara la cabeza hacia atrás, contemplando las estrellas entre las ramas de los pinos. No tenía idea de cómo decirle que se sentía tan cómodo como espinoso—. Supongo que es ella la que comentabas antes.
Asentí con la cabeza, murmurando un sí al sospechar que el gesto no sería visible. Era una noche sin luna.
—¿Y qué piensas sobre ella? Supongo que no la quieres aquí.
—No lo sé —suspiré, intentando comprender dónde estaba el nudo y qué sacaba de todo aquello. Me imaginaba a Ilunei hablando sobre Bláth, diciendo que no le caía bien, cómo había intentado sacarme de Eedu en cuanto tuvo la oportunidad. No sabía qué me habría dicho de verme en esa situación, con Morgaine en frente, sintiendo que las cosas eran tan malas o buenas como podrían ser—. Da miedo tenerla de nuevo cerca, pero la veo tan... herida, que es difícil no sentir que quizás debería dejar todo a un lado.
Lisbeth soltó un suspiro molesto.
—No permitas que te lastime de nuevo —empezó. Estaba por decirle que no era mi idea, pero me detuve. Mis dos vivencias marcaban que, lamentablemente, no estaba en posición para argumentar algo al respecto—. Esa desgraciada no merece tu perdón. Directamente no te merece, estás por encima de su nivel.
—Si tú lo dices...
Mascullé, sintiendo que la situación distaba mucho de lo planteado. No creía que yo fuera mejor que Morgaine, por mucho que insistieran, tampoco creía que estaba por debajo de ella, pese a que eso era lo que había comprobado. Había caído en un mero objeto en su presencia, y Bláth me había señalado que todo lo que importaba era... qué sé yo, ¿mi aspecto?
Cuando pude dormir, me encontré caminando de nuevo por un pantano, en el que había visto a la garza antes con su inmenso nido.
Estoy en una pequeña isla, rodeado por las aguas traicioneras que apenas si reflejan a la luna. Una fina capa de bruma cubre todo. Sospecho que en el agua hay bocas listas para cerrarse alrededor de mis piernas, desesperadas por consumirme. Levanto la vista, encontrándome con la garza, brillando a lo lejos, sobre un árbol que ha hundido sus raíces hasta lo más profundo, aferrado a la tierra que no puedo alcanzar sin hundirme y morir en el intento. Sé que si voy allí, las fieras me atacarán y lo más probable es que muera.
Considero ir hacia allí, pensando que las alturas podrían ser lo que necesito para no hundirme, justo cuando un fuego verde empieza a danzar a mi alrededor. Dejo que tome mi mano, siguiendo la dirección en la que su pequeño brazo, vagamente reconocible, me señala. Allí veo una selva que se mantiene quieta, como si durmiera. En el instante que mis ojos se posan en aquel sitio, todo parece removerse, haciendo chasquear las ramas y tallos de tal forma que estoy seguro de que dicen algo. Intento comprender, incluso me parece captar el mensaje, pero las palabras carecen de cualquier sentido.
Lágrimas amenazan con ahogarme al ver una planta que cae muerta al suelo, como si la hubieran cortado en dos. En cuanto su cabeza toca el agua pantanosa, el bosque se sacude, lanzando raíces que perforan a todo lo que se acerque, chillando de dolor. Me pongo de pie, listo para ir y tranquilizar a las plantas, pero me quedo paralizado. Si me acerco, bien podría morir.
Retrocedo, listo para emprender la huida.
—¿Aterrado de unas plantas? —dice la voz de Cire a mis espaldas. Giro, encontrándome con el Salón y ella mirándome con una sonrisa divertida. Bufo, sacudiendo la cabeza.
—No son las plantas en sí.
Ella medita por un momento, siempre mirándome con sus ojos ligeramente entornados, los labios en una sonrisa que no pierde un ápice de diversión.
—Entonces, temes que un ser que responde a tí te muerda la mano —reformula.
—Sentir dolor no es algo que me apasione —gruño, cruzando los brazos. Cire tararea para sí con los labios cerrados, dando golpes rítmicos con sus manos de garras.
—¿Y piensas dejar que tu miedo al dolor permita la muerte de otros? —pregunta, dejándome en completo silencio—. Entiendo que detestes el dolor, y comprendo el no querer seguir sufriendo, Darau. —Bajo la mirada, las mejillas ardiendo ante su escrutinio—. Simplemente pregunto, ¿dejarás que tu miedo deje que otro salga herido? No te elegí porque eres indestructible, para eso tengo a mis hijos.
Desperté con esas palabras resonando en mi cabeza. Las repetía todo el día, en las comidas, entrenamientos, patrullajes. No fui a ver a Morgaine por un par de días, incapaz de poder verla sin sentir que estaba de nuevo ahogándome, que estaba fallando a Ilunei en cierto modo. Casi una semana después de nuestra última conversación, me encontré caminando de regreso a su habitación luego de que mi tía me pidiera que fuera a verla.
Respiré hondo antes de entrar, sintiendo que me quedaba ligeramente sin aire al verla. Estaba sentada en el suelo, con un cuaderno en el regazo y un par de plantas a su alrededor, su ceño permanecía ligeramente fruncido mientras anotaba algo con un lápiz. La luz que entraba por la ventana le había ver sus irises de un verde tan brillante como el de las plantas que la rodeaban, incluso la mata de pelo sobre su cabeza tenía cierto brillo. No parecía haberse percatado de mi presencia, así que cerré la puerta con cuidado a mi espalda, rogando que ni siquiera el ligero chasquido del pestillo la alterara.
Me acomodé en la silla, donde podía ver su mano moviéndose con habilidad sobre el papel. Sus ojos iban de las plantas a la hoja constantemente, jamás dando una señal de que estaba consciente de mi presencia. Habría quedado en silencio hasta que alguien tocara la puerta, hasta que mis ojos captaron unos puntos rojos y luego fui hace los vendajes que habían en la mano que sostenían el cuaderno.
—¿Qué te pasó en la mano?
Casi me sentí mal por sobresaltarla cuando la vi tensarse y abrazar el cuaderno como si su vida dependiera de ello. Ni llegó a relajarse antes de apretar los labios con la cara contraída de dolor, de inmediato me puse de pie, corriendo a su lado, maldiciendo por lo bajo al olvidar la herida del costado, ahí sí sintiéndome como el peor de los hijos de puta. Dejé que se aferrara a mí mientras la ayudaba a acomodarse, tratando de acomodarla en la cama sin romper alguna de las plantas. La ayudé a acomodarse, yendo a por la infusión que había señalado la vez anterior, dándosela con cuidado.
Pasó un rato en el que ella estaba echada con los ojos apretados, como si quisiera respirar hondo pese a que no podía. Con los dientes apretados, me agaché, levantando el cuaderno y el lápiz que había salido volando. Tomé las plantas y las dejé a un costado.
—Perdona —murmuré cuando vi que el dolor dejaba de contraer su rostro. Morgaine me miró con las cejas alzadas hasta casi tocar las raíces de su cabello. Estaba empezando a explicarme cuando ella negó con la cabeza, sacudiendo la mano herida para quitar hierro al asunto.
—No te había escuchado entrar, es todo —contestó. Mordió su labio un momento, contemplando su mano antes de dejarla caer y dirigir su mirada al techo—. Experimentaba con las plantas.
—¿Te lastimaste con una espina?
—No. —Dudó un momento antes de pasar una mano por su rostro—. El corte me lo hice yo.
Una parte de mí se tensó ante sus palabras. Intenté no dejar que el escalofrío de la última conversación que tuvimos me recorriera. Como la vez anterior, me senté en la camilla, a la altura de su cadera, tomando la mano herida, la derecha, mientras desataba el nudo de la venda. En completo silencio, saqué el vendaje, observando el corte horizontal. Parecía estar limpio, con un ungüento que ya se había secado. Apenas rocé el borde del corte y tuve que sujetar la muñeca con la otra, dándole una mirada rápida a Morgaine.
Fui hacia la caja con el botiquín de primeros auxilios, sacando unas gasas y desinfectante. Ninguno dijo nada mientras me ocupaba de la herida, limpiándola con cuidado de no hacerle más daño del que parecía estar haciéndole. Cuando terminé, volví a cubrir la herida con una venda limpia, ayudándome con cuidado. Incapaz de verla, empecé a acomodar todo.
—¿Por qué no viniste? —Estuve a punto de tirarlo todo ante lo repentino de la pregunta. Sus mejillas se habían vuelto ligeramente rosadas, de nuevo incapaz de dirigirme la mirara—. Los otros días. Parecías no tener... problema la última vez.
Me encontré incapaz de darle una respuesta que no sonara a una excusa que ni yo mismo me creería. ¿Cómo le decía que me sentía como un idiota que no sabía huir del peligro cuando lo tenía enfrente? Es más, ¿cómo cuernos le explicaba que todavía dudaba de sus intenciones?
—Supongo que es... miedo —tanteé, viendo que los músculos se tensaban ante la elección—. Quiero decir...
—Lo entiendo —cortó, con un tono tan frío que me encontré apurando el guardar las cosas para volver a estar frente a ella. No hizo falta que me acercara, su mirada, tan dura como el primer tiempo que viví con ella, me dejó clavado en el lugar, a dos pasos de donde estaba—. No tienes que venir a tenerme pena, Darau.
—¿Pena?
—Entiendo que no puedas soportar el verme, así que hazme el favor y vete.
—Mora... —empecé, pero ella me cortó.
—¡Mora nada! Vete, deja de hacer como si fueras bueno, haz lo que siempre has hecho y déjame en paz.
Me quedé un rato en silencio, dudando si enojarme y hacer exactamente lo que ella decía o... «¿O qué? ¿Seguir haciendo daño a los dos?», pensé. Con un suspiro, cerré los ojos antes de caminar hacia la silla donde había dejado mi abrigo y me marché. No di un portazo por suerte, la cual no duró mucho al ver a las dos amigas de Morgaine deteniéndose al verme.
—No las voy a molestar —gruñí, pasando de largo. Necesitaba aire, espacio.
Ignoré a todos los que me llamaban, adentrándome en el bosque, yendo un poco más lejos de lo que sería prudente. Me quité la ropa del torso, dejándola a un lado mientras empezaba con la serie de movimientos. Esta vez, sentía que todo se sacudía, ardía y el viento aullaba. Si estaban cayendo rayos por doquier, no me hubiera sorprendido. Ni siquiera la idea de estar solo, en medio de un bosque plagado de anánimos, me importaba del todo.
Volvía a vivir en Yaralu, estaba de nuevo en aquella casa insoportable, encerrado cual animal que solo servía para dar crías, siendo sacudido de un lado a otro como si fuera un mero muñeco. Ella me había empujado a huir, ella me había hecho actuar como un maldito cobarde, incapaz de siquiera mentir y cuidar de mí porque, oh, sorpresa, ¡no era un maldito bastardo que iba matando gente porque sí!
El árbol frente a mí soltó un quejido cuando un rayo cayó sobre él. La lluvia torrencial de inmediato apagó el fuego, pero yo sentía que estaba recién empezando. Lo veía todo de nuevo, al chico que aparecía destrozado en la puerta, muerto al momento en que lo arrastraban hacia la muerte. Veía al niño que aprendía a jugar conmigo a atrapar rocas morir antes de que pudiera sacarlo de allí.
Mi espalda volvía a ser quemada, volvía a huir hacia Magmel, regresaba a Oucraella, a las ciudades entre los árboles, y me encontraba con Bláth. ¿Cómo no lo había visto antes? El mismo brillo que había tenido Morgaine cuando me encontró en la cárcel, cuando me encerró en su casa. Veía a Ilunei desaparecer en un estallido dorado y luego...
Abrí los ojos, sintiendo que mis rodillas cedían y apenas podía sostener mi peso. «Preferiría no sentirlo», pensé al caer de costado en el barro, sin fuerzas para poder levantarme. El cuerpo me dolía, era un malestar lejano, aunque mejor que el que me desgarraba el pecho. Al menos, sabía bien por qué los músculos parecían estar en llamas, por qué mi cabeza estaba dando vueltas, y que me había dejado como presa fácil como un grandísimo idiota.
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