
uña de gato
30 de tepsemireb a 6 de corbeut, año 5778.
Poco a poco me iba haciendo la idea de que Darau no quería saber nada conmigo. Luego de la visita de Sahisa, dejó de venir, por lo que me tocó estar bajo la vigilancia de una ventina que venía, tocaba mi costado y luego se iba, con suerte me decía dos palabras. Y si no venía ella, venía Nero.
-¿Y qué piensas hacer aquí? -preguntó esa tarde.
-No tengo idea -fue mi respuesta, cerrando los ojos ante la ligera sensación de dolor.
-¿Piensas volver a tu tierra? Debe ser más entretenido tener a un hombre bajo tu pie que ver a los que caminan con armas de un lado para otro. -Había una sonrisa de medio lado y un brillo de rencor en su mirada al decir aquellas palabras.
Cerré los ojos, intentando imaginar esa situación, que sonaba hasta cierto punto familiar, pero, a la vez, me daba la impresión de que iba a ser como rellenar un hueco con piedra en lugar de arena. Sí, era efectivo y probablemente no me causaría tantos problemas entre las mías, sin terminar de encajar del todo. Estaría junto a la tumba, si es que llegaba a tener la casa de antes al regresar, y si no estaba cerca, de todas formas habría caído. No había llegado a hacer nada importante, ni siquiera a probar que la profecía bien no podía ser sobre mí.
-No -musité, abriendo los ojos, encontrándome con una ceja arqueada en la estoica expresión de la mujer. Cambió la posición de las piernas, siempre cruzadas, dándome la falsa sensación de que estaba relajada-. A menos que no me quede más opción.
-Ahora puede que no te quede más remedio que volver -dijo, mirándose las uñas. La garganta se me cerró ante aquella idea-. Si vas a quedarte aquí, lo harás con nuestras reglas, y eso sería dejar todo lo que te hacía eduana.
Su voz había cambiado, adquiriendo el tono helado que me recordaba a la criatura blanca de ojos heterocromáticos que había visto en las montañas.
-¿Cuáles son las condiciones? -pregunté al cabo de un momento. Si Nero se sorprendió por mi pregunta, no lo mostró, nada más tironeó un costado de su boca.
-En cuanto puedas estar sin retorcerte al respirar hondo, te diremos qué tienes que hacer.
Y con eso me quedé por una semana. Sinta y Sahisa venían a contarme de vez en cuando cómo iban en su entrenamiento, así como la actitud de los locales. Desde el segundo día de entrenamiento que aparecían con ropas similares a las que tenía Darau, su cabello atado a la altura de la nuca o atado de tal forma que no las molestara. Me entretenía un poco, a la vez que me ponía peor, escuchar sus anécdotas.
Sinta no paraba de traer momentos en los que Darau le había cerrado el pico a un tal Dener, así fuera con un movimiento de combate o cuando estaba practicando con Nero. Contado por ella sonaba como una pelea callejera, nada que no hubiera visto en algunos hombres de Eedu, especialmente en los más jóvenes. Eran bien sabidos los casos en los que o habían hecho un revuelo enorme, donde alguno de los implicados terminaba herido, o bien aquellos que habían sido enfrentados por las mujeres a las que servían. Los segundos eran más brutales que los primeros.
-Le dio un golpe en el esternón, no como lo hacen Nero o los más grandes, sino con las falanges de los dedos, y el otro se dobló con la boca abierta. Si lo hubieras visto, prácticamente parecía volar, ni siquiera Kadga golpea tan rápido, aunque no me quedan dudas de que ella es más peligrosa, pero ese no es el punto -iba diciendo, antes de acomodarse mejor-. Él se fue caminando, con cara de que quería mandar algo a volar por los aires, y habían unas tres dementes que lo miraban de pies a cabeza. Te juro, Morga, que estuve a dos segundos de ir a buscar un balde de agua helada para tirárselo.
Intenté no reaccionar ante la mención de las chicas. Respiré hondo, haciendo que me arrepintiera de inmediato al sentir una fuerte puntada en el costado. Sinta de inmediato estaba junto a mí, buscando un tónico que me habían dejado más temprano. No me terminaba de convencer, la mezcla no terminaba de estar del todo unida, pero cumplía su trabajo. «Al menos hay hierbas inofensivas», pensaba al darle un pequeño sorbo al vaso con la mitad llena de un líquido verdoso con un poco de menta y uncaria tormentosa.
Sahisa, por el contrario, me contaba sobre cualquier cosa menos Darau o los entrenamientos. Podía notar que el tema pasaba por su cabeza, más cuando cerraba la boca y apretaba los labios, cambiando de tema antes de pronunciar una sola palabra. Sospechaba que algo sabía de plantas, algo que me confirmó, aunque se limitaba a lo medicinal. Kadga le había dicho que podrían ver aquello luego, así como enseñarle lo que ella había aprendido en su momento.
-Son monjes --me dijo una vez en la que coincidimos las tres en la habitación. Sahisa trenzaba unos hilos, Sinta contemplaba el techo, con una pierna apoyada sobre su rodilla doblada, ni se movió cuando le preguntó a quiénes se refería-. Nero y Kadga.
-De alguna forma, tiene mucho sentido.
-No veo cómo tiene sentido -repliqué, recordando a las Kahinaton. Sí, podían tener ese semblante de tranquilidad absoluta, en el que parecían contemplar al mundo a lo lejos, pero no me las imaginaba con el estado físico de Nero, ni siquiera haciendo cosas que me contaban que hacía Kadga-. ¿No son sus guías espirituales o algo así?
-Esos son los sacerdotes -negó Sinta con la cabeza, apoyando las manos en el suelo-. Los monjes son quienes nos protegen de los tagtianos y se ocupan de los anánimos que estén causando problemas. Ser un monje es estar en lo más alto de Magmel, nadie más que los otros monjes pueden dictar sus acciones.
Me quedé en silencio por un buen rato. Intenté imaginar a Nero y Kadga siendo lo que decían mis amigas. La primera no era difícil, la segunda... bueno, no tenía forma de estar segura, pero no iba a ponerme a pensar si era coherente o no lo que me decían.
Al final de esa semana, unos ochos días desde que Darau había dejado de verme, nueve desde la primera visita de Sahisa, me encontré recreando recetas y formas de plantas en el techo, cuando la puerta se abrió. Pensé que se trataba de Nero o Kadga, sino alguno de los soldados que venían a vigilarme o dormir una siesta, no iba a hacer más que echar una mirada rápida hacia un costado, decidida a que no iba a darle ni un segundo de mi tiempo.
-¿Qué haces aquí? -pregunté, queriendo sentarme, pero el movimiento brusco me hizo apretar los dientes del dolor, apenas pudiendo contener un grito. Inmediatamente sentí cómo uno de sus brazos rodeaba mis hombros, obligándome a volver a recostarme.
-Si te soy sincero, no tengo idea -respondió yendo a por la silla. Giré la cabeza, viendo cómo sus ojos pasaban de donde estaba puesta hasta mi cama, varias veces, antes de sentarse y pasar sus manos por el pelo. Ese día lo llevaba suelto, dejando a la vista que le rozaba los hombros, con unas ondas que hacían levantar las puntas en cualquier dirección-. Necesitaba un lugar silencioso. Si te molesta, puedo irme y pedir...
-No me molestas -corté de inmediato, haciendo que me mirara con las cejas ligeramente alzadas antes de asentir-. Solo que... -Mi rostro se contrajo al querer suspirar. Hiedras y raíces, dolía mucho más que cuando me había caído en las montañas.
-¿Qué te duele?
-Respirar hondo -mascullé. Estaba segura de que me pareció escuchar una risa silenciosa de su parte, pero no tenía fuerzas para verlo, suficiente con mi propio dolor-. Dame un poco del líquido que hay ahí -dije, señalando con mi mano derecha. Inmediatamente escuché sus pasos y pronto apareció a mi lado con una taza llena. No sé cómo se las ingenió para ayudarme a tener una postura casi sentada sin tirar el contenido en ningún momento.
Cuando ya había tomado suficiente, le aparté la mano y él me dejó de nuevo acostada, esperando que me hicieran efecto los analgésicos.
-¿Por qué viniste? -me preguntó al cabo de un rato, cuando empezaba sentir que el cuerpo estaba en una rara situación de relajarse y tensarse un poco por el dolor. Giré la cabeza, enfocándome en él, en cómo estaba sentado con los codos sobre las rodillas, mirando en mi dirección, aunque sus ojos estaban en cualquier sitio menos en los míos-. No te faltaba nada en Eedu, y has venido.
Contuve el suspiro, volviendo a mirar el techo, sintiendo que los llantos de mi bebé empezaban a resonar a lo lejos, volvía a tenerlo dentro de mí y veía a la casa vacía.
-Porque quien tiene todo, es quien cae con más fuerza -murmuré-. Te fuiste, pensé que estaría bien, que no iba a necesitar nada más, pero las cosas cambiaron.
-¿Por qué?
Mordí mi mejilla, considerando si debía o no seguir. «¿Le interesará saber sobre el bebé?», me pregunté. Lo miré de nuevo, recordando todo lo que había pasado en su estadía. Definitivamente no tenía el mismo aire que en ese momento, podía ver los restos del Darau que había visto un año atrás, a la vez que veía otro. Su mirada era mucho más cautelosa, sus movimientos eran mucho más seguros, su espalda se mantenía más recta y no bajaba la cabeza, aunque evitaba el contacto visual. Durante un instante deseé poder ir con Sinta y Sahisa a entrenar, ver lo que ellas me habían descrito con detalle. ¿Cómo era Darau en su tierra? ¿Entre los suyos?
-Cometí un error -dije al final, volviendo a enfocarme en el techo-. ¿Y tú?
-¿Yo?
-Oí rumores de que estuviste en Magmel.
Sus mejillas se volvieron ligeramente rojas a la vez que sus ojos se abrían por un instante. Una de sus manos fue a masajear su cuello al tiempo que enfocaba la mirada en el suelo, la sorpresa y la risa casi pudieron conmigo.
-Estuve de paseo en Ventyr y un tiempo en Oucraella -respondió, pasando la mirada por todos lados, como si así pudiera encontrar lo que necesitaba para poder seguir-. Aprendí bastante y repetí algunos errores.
-¿Como cuáles?
-Digamos que tengo la mala suerte de atraer mujeres... -apretó los labios y ahogué la sensación de que me convertía en una flama ardiente. Las palabras de Sinta, las que me había dicho cuando nos conocimos, resonaron en mi cabeza-, controladoras.
La vergüenza me bañó, cubrí mi cara con ambas manos, esperando poder tapar la vergüenza.
-Lo de la casa fue demasiado -dije, más para mí que para él. ¿Acaso se había encontrado con una mujer que era como yo? ¿Consideraba que eso era malo? ¿Qué tan malo había llegado a ser? Porque definitivamente no estaba con ella en ese momento, que yo supiera. «Hiedras, Morgaine, ¡cálmate!»
-Junto con el resto -asintió, haciendo que quisiera hundirme en las sábanas y desaparecer. De no dolerme, habría rodado hasta quedar de espaldas a él-. Lo que me recuerda -me sentí tensar ante un tono que jamás había escuchado en Darau, haciendo que me volteara casi por completo a verlo; estaba apretando los labios y se lo veía conteniendo una risa-. ¿Qué clase de definición tienes para llamarme "esposo" con tus amigas?
«Voy a matar a Sahisa», pensé, soltando un gruñido y tapándome la cara con las sábanas, porque las manos no podían ocultar toda la vergüenza que sentía. No, definitivamente quería que el bosque me absorbiera y no mostrar mi cara de nuevo. Una carcajada brotó de los labios de Darau, haciendo que mis mejillas ardieran, incluso mis orejas parecieron unirse.
-No sé, sonaba menos dramático -dije en voz baja. «Esclavo claramente no eras», añadí en mi cabeza. La risa de Darau menguó un poco.
-Claro, y esposo es lo que era, ¿no? Por ahí a estándares eduanos...
-No, definitivamente no entrabas dentro de esos estándares -dije, todavía incapaz de mirarlo-. No debiste ir a Eedu cuando fuiste.
-Probablemente -concedió-. Me gusta poder trepar a los árboles y lo que hay por aquí. Anánimos incluidos, lo que me lleva a una pregunta que me viene dando vueltas.
Esperé, cruzando los brazos, todavía sintiendo que las mejillas estaban tan rojas que seguramente me había quedado sin sangre en los pies, el corazón latía como no lo había hecho en meses y todo se sentía... mejor que cualquier día en Eedu.
-¿Cómo hiciste para matar a dos anánimos?
Mi mente quedó en blanco por un momento antes de volver atrás. Le pregunté si se refería a las bestias que nos habían perseguidos y asintió con la cabeza, diciendo que su progenitora los había descrito como una pila de huesos que estaban empezando a perder piel y carne. Me mordí el labio, dudosa de cómo explicarlo, iba a sonar, por lo menos, descabellado. Había escuchado al bosque hablarme, pedirme sangre y yo había sentido sed de sangre. Sí, sonaba a algo muy coherente y racional.
-Puede que no lo entiendas.
-Oh, creéme, no me pasé todo el tiempo en Magmel saliendo por ahí con cada chica que me tenía con un látigo de aquí para allá -dijo, haciendo que lo mirara con varias preguntas en la punta de la lengua. Él tenía una postura mucho más relajada, parecida a la de Nero, pero había cierta chispa que hacía que se sintiera más a una conversación que habría tenido con Kadensa en otro tiempo, con una taza de infusiones herbales en medio y galletas recién horneadas-. Ponme a prueba.
-Esto no es un examen, Darau.
-No, no lo es, pero tengo ganas de evitar a la inquisidora de Lisbeth por unas horas y hablar de mis aventuras contigo suena a una buena distracción.
Fruncí el ceño, sin saber cómo tomar toda la información que acababa de tener encima. Al final, terminé por rodar los ojos, murmurando un "hombres" en eduano que le arrancó una risa por lo bajo. Con eso, le conté sobre lo que había pasado, tratando de que fuera lo más claro posible. Él escuchaba, inclinando ligeramente la cabeza y asintiendo ligeramente, añadiendo preguntas de vez en cuando.
-¿Como si estuvieran siguiendo órdenes o algo por el estilo?
-No exactamente, es como si mi voluntad se mezclara con la de... esto -dije, haciendo un gesto con las manos. Intenté no llenarme de ilusión, porque el relato no podía ser más descabellado, incluso con todas las preguntas que él había hecho.
Darau se quedó un momento pensando, antes de ir con la última pregunta.
-¿Sí o sí tienes que darle sangre?
-Hasta lo que puedo recordar, sí. -Y fue mi turno de hacer la pregunta-. ¿Sabes qué pasó?
Lo vi suspirar, entornando ligeramente los ojos antes de relajar los hombros.
-Sinceramente, es parecido a lo que me pasa, pero yo no tengo que andar perdiendo sangre -añadió, sonriendo de medio lado. Negué con la cabeza, preguntándole cómo era su caso. Así fue como me dijo que él escuchaba las voces pidiendo que les dijera qué debían hacer-. Y parece que me termino... ¿desordenado? -Le pregunté a qué se refería, y él se quedó pensando por un buen tiempo-. La última vez que lo usé..., bueno, terminé más o menos en tu misma situación, aunque moverme en general era un suplicio.
Sonreí de medio lado, intentando que el fuego que seguía ardiendo dentro mío no saliera en lo más mínimo. Escuchaba cómo seguía comentando, con un ligero sonrojo en sus mejillas, que algunos movimientos todavía lo dejaban con la sensación de que lo recorrían cientos de agujas por todo el cuerpo, así como no estaba del todo en sus funciones como habitante de Jagne.
Quedamos en silencio, ninguno capaz de ver al otro. Tenía tantas ganas de estirar la mano en su dirección como pegarme a la pared más próxima, quería saber todo sobre lo que había hecho en Magmel, sobre las mujeres que había visto, a la vez que me aterraba escucharlo. Él se había marchado de Eedu porque no podía estar con una mujer como yo, y no importaba del todo que yo... «No sigas ese camino, Morgaine.»
-¿Qué harás cuando te recuperes? -preguntó. Dejé mis ojos fijos en el techo, negándome a mostrar siquiera un ápice de lo que podría haber en mi expresión.
-Si no me mata tu progenitora antes, pensaba unirme al entrenamiento de Sinta y Sahisa -confesé, sintiendo que el aire se quedaba dentro de mis costillas, esperando su reacción. Lo escuché reír por lo bajo, haciendo que lo mirara con vergüenza y malestar a la vez. Él levantó las manos, acallando el sonido de inmediato.
-Es un buen plan, me sorprende la condición, nada más. Sé que mi mamá tiene... mala impresión de tí -dijo, dándome una sonrisa como de disculpa-. Imagino que es normal, hasta cierto punto.
-No tengo idea -suspiré, intentando pensar en mi progenitora. Sonaba irreal, en todos los sentidos. Realmente intenté imaginarla haciendo con Darau lo que Nero había hecho conmigo, obviando la parte de que él era hombre. Dejé de considerar el escenario cuando vi sus ojos molestos, casi asqueados, al ver que había tenido un niño.
En algún momento, el rostro de Darau apareció frente a mí, llamándome, sus ojos preocupados estudiando mi expresión. Aparté la mirada, sintiéndome demasiado expuesta. Dudaba que no pudiera ver todo lo que pasaba por mi cabeza, que viera exactamente por qué me había ido de la isla donde debía nacer, vivir y morir.
-¿Quieres que te enseñe parte de lo que aprendí? -preguntó en cambio. No sabía si estaba aliviada o sorprendida por el cambio de tema-. No sé si te hará el mismo efecto que a mí, pero me ayuda cuando vuelvo a... -cerró la boca, mirándome por un momento antes de sacudir la cabeza-. Es un buen distractor.
Consideré por un momento la propuesta. Tampoco era como si tuviera muchas opciones dentro de aquel sitio.
-Mientras no tengo que respirar hondo... -asentí, haciendo que una sonrisa de medio lado apareciera en su rostro.
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