42
20 de oastog a 27 de tepsemireb, año 5778.
Tagta, Zona Noroccidental, Jagne.
Dejé que mi cabeza se despejara. Me concentré en mis movimientos, a la vez que buscaba sentir la energía que corría por mi cuerpo. Trataba de imaginarla como una extensión, una capa de agua que danzaba sobre mí para unirse con el bosque a mi alrededor. Era complicado de explicarlo, aunque mi tía lo hubiera intentado de todas las maneras posibles.
Normalmente entraba en un punto u otro, lo cual era... bueno, no era lo ideal. En el primer caso, terminaba sintiendo que mi pequeño cuerpo estaba queriendo mover al mundo entero, y en el segundo era como si el mundo me consumiera. Repasaba los movimientos que Mamá me había enseñado, una serie de ataques y defensas que antes solían ser una buena forma de recuperar la calma luego de un día complicado.
Lanzaba un puño hacia el frente, sintiendo que el viento soplaba con algo más de fuerza desde mi espalda. Oí un murmullo de agua cuando hice un golpe con el canto de la mano, la tierra tembló cuando realicé un bloqueo, y estuve casi seguro de que mi cuerpo estaba entrando en más calor de lo normal a medida que avanzaba. Me frené cuando una fuente de calor se acercó a donde estaba, haciendo que abriera los ojos de golpe, quedando desorientado por un momento.
—Y yo pensando que el fin del mundo se acercaba —comentó Lisbeth desde donde estaba, justo al lado de mi ropa.
Mis mejillas se colorearon y estaba seguro de que debía de verme ligeramente ridículo en ese momento.
—Dudo que Hustn o Cirensta quieran acabar tan pronto con nuestra existencia —respondí, yendo a por la camiseta. Lisbeth se apartó, dándome una sonrisa de medio lado en lo que yo me volvía a vestir—. ¿Qué te trae por aquí?
—Curiosidad —contestó, a lo que levanté la ceja—, y Elmer me dijo que me adelantara a la patrulla.
Apenas pude reprimir la risa que quería soltar al ver cómo sus mejillas se iban poniendo coloradas. Negué con la cabeza, soltando un suspiro y colgando la chaqueta sobre mi hombro. Mientras me iba alejando, le dije que tuviera cuidado con las ramas.
—Y si puedes disimular las hojas en el pelo despeinado, mejor.
—Siempre ando con hojas en el pelo —contraargumentó, confundida. Arqueé una ceja, dejando que una sonrisa fuera expandiéndose por mi rostro. En cuanto sus ojos se abrieron ligeramente, probablemente recordando el incidente que había pasado una semana atrás, donde ella había regresado al pueblo con la trenza medio deshecha y hojas enredadas en su pelo. En cuanto sus mejillas se volvieron coloradas, ya no pude detener la carcajada al ver cómo Lisbeth se tapaba la cara con las manos—. ¡Idiota cochino! Ya te vas a enterar.
—Nah, la soltería está bien —repliqué, marchándome definitivamente antes de que el recuerdo de Morgaine se volviera persistente. La simple mención de ella hacía que se me anudara todo el cuerpo, haciendo que respirar fuera más complicado y los hombros me resultaran más pesados.
Llegué a la zona de entrenamiento, encontrándome con los pocos que todavía quedaban. Al verme, Elmer dejó de intercambiar palabras con la patrullera Jasmin, quien me dirigió una mirada molesta antes de marchase en la dirección contraria. Mi amigo me dio una ligera palmada en el hombro que le devolví, haciendo que una sonrisa similar apareciera en el rostro de ambos. Le deseé una buena ronda, que no pasara nada grave, a lo que él simplemente sacudió la mano para quitar peso al asunto.
Fui a donde estaba Lekten, aprendiendo algunos movimientos básicos con mi mamá. Era raro verlo con pantalones y camisetas, además de tener el pelo atado en una trenza que se estaba desarmando. Lo más gracioso era cómo mi mamá parecía doblar en tamaño los músculos de él, pese a que ella era un poco más baja. Se notaba que mi... supongo que tío, no era alguien que hubiera siquiera hecho algo más que correr un poco y caminar por todos lados.
Al verme, Mamá me dijo que me pusiera a practicar allí los mismos movimientos, como empezaba a ser costumbre. Aquí sí era más consciente de mi cuerpo, obligándome a que no pasara nada que terminara por hacerme ganar el resto de las malas miradas de los otros habitantes. Podía sentir cómo me escudriñaban Anlya, Peita y Gailoa mientras conversaban entre ellas. En otras situaciones, habría creído que por fin me veían de alguna forma similar a como miraban a Elmer o los otros chicos, pero no, seguían dándome la mirada que me gritaba mantener mi distancia prudencial.
Con eso en mente, dejé la chaqueta a un costado, todavía sintiendo el calor de mi cuerpo de antes. Hubo un momento en el que me quedé quieto, hasta que Mamá me hizo un gesto y empecé con los movimientos más simples.
Puño. Agarre. Bloqueo.
Los primeros días que había vuelto a hacer estos movimientos, con más cuidado de lo que habría tenido en condiciones normales, empecé a notar cómo la energía se desplazaba con mi cuerpo.
Patada. Dos golpes bajos. Bloqueo seguido por un agarre.
Era como si estuviera acumulando la energía en diferentes puntos.
Puño y salto. Retroceso. Bloqueo. Golpe al rostro.
Ese día sentí cómo la energía parecía empezar a chisporrotear justo sobre mi piel, poniendo todos los vellos de mis brazos en punta. Intenté mantenerla bajo control, pese a que una parte de mí, una muy estúpida, tenía ganas de dejar salir todo en el siguiente puño.
—El magmeliano siempre corriendo a las faldas de la madre caníbal —escuché que dijo Dener, un muchacho que era como Elmer, pero definitivamente no había logrado caer en su lista de "merece la pena no molestar", haciendo que abriera los ojos y lo mirara. Sonreía con la seguridad de quién sabía que no iba a recibir ningún daño—. ¿Qué pasa? ¿Incapaz de defenderte por tu cuenta, fosforito?
—Darau...
Abría y cerraba los puños. Estaba seguro de que era cuestión de segundos para que todo lo que tenía dentro saliera cual estallido hacia afuera.
—No vale la pena —dijo Lekten a mis espalda.
—Oh, ¿ahora vas a hacerle caso a tu nuevo guardaespaldas, llorón?
Aparté la mano de mi mamá cuando sentí que la apoyó, no iba a intervenir, de eso me aseguraría. El viento empezó a rugir a mi alrededor, haciendo que varios chillaran y empezaran a mirar los alrededores con temor. Los árboles se sacudían, a la espera, como soldados bajo mi comando.
Iba a dar un paso hacia Dener, pero la mano de mi mamá me obligó a detenerme antes de que diera un solo paso. Me gruñó en sembeño que me comportara, y el viento dejó de estar embravecido, dejando al día parcialmente nublado como había estado antes. Con eso, tomé mi chaqueta y me marché hacia la parte abandonada de Jagne.
Allí empecé a pasar mis días, encerrándome en lo que antes había sido el sitio donde mi mamá hacía cenizas sagradas, como ella y la tía Kadga solían referirse. Normalmente no las tocaba, recordando cómo mi mamá por poco se había convertido en una bestia incapaz de reconocerme, siempre con dolores de cabeza y capaz de matar con sus manos desnudas. Mi tía había sido muy gráfica con las cosas que podían pasar si yo consumía.
—Pruébalo y te ahorco —me había dicho entonces. Le hice caso por mucho tiempo, al punto de mantener en secreto que había un poco de las cenizas que había hecho una de las veces que me había ido a este sitio. Suponía que mi mamá sabía que frecuentaba el sitio, y si no lo sabía, tampoco me interesaba mucho hacerle saber.
Aquel sitio se sentía peculiar, especialmente desde que había regresado luego de mi tiempo en Magmel. Sentía el pecho y la garganta ligeramente cerrados, había restos de sangre en el suelo, así como un ligero olor a pelo quemado y humedad que no se volvía insoportable por la ventilación. Si bien la mitad de las ventanas estaban tapadas, el aire corría con bastante libertad.
Dejé la chaqueta a un lado y fui hacia la puerta que había detrás de un mueble viejo. Costaba un poco el entrar y salir, dado que me veía obligado a ponerme de costado y agacharme un poco a la vez que levantaba lo más posible la pierna para pasar al otro lado, pero la tranquilidad y el silencio que podía obtener aquí valía la pena. Había intentado hacer mis ejercicios allí, pero perdía la capacidad de mantener el equilibrio entre mi cuerpo y el mundo en un instante, prueba de ello eran algunas plantas que habían crecido por las paredes exteriores, algunas grietas y marcas de quemaduras en las paredes y piso.
Cerré los ojos, concentrándome en los primeros ejercicios que me había dado Kadga. Podía ver perfectamente cómo iban los hilos, naciendo de entre mis costillas, justo donde se supone que está el corazón, cómo zigzaguean hacia mis dedos. Si me concentro, soy capaz de notar cómo se retuercen entre ellos. A veces tengo la impresión de que no son hilos, pero cuando entro en esa situación, el mundo me devora.
Durante oastog y las primeras cuatro semanas de tepsemireb, mi rutina se convirtió en entrenar en el bosque a la mañana, a veces hacía pequeñas rondas con Lisbeth y Elmer, y a la tarde me centraba más en retomar mi habilidad de combate con mi mamá. Buscaba un momento durante el día para ir a mi pequeño refugio. Entre eso y el bosque, el reconocer cuándo estaba yendo más hacia un punto u otro, hizo que los entrenamientos se volvieran más fáciles.
Para el día veinte de tepsemireb, Mamá me encontró en suficiente forma como para volver a practicar algunos combates.
—Nada de pegar hasta que el otro caiga —nos dijo a Elmer y a mí. Asentí, más concentrado en la impresión de que no podía estarme quieto que en lo que me estaba diciendo. Levanté las manos al mismo tiempo que mi amigo, quien esbozaba una sonrisa que a cualquiera le daría pesadillas.
Ni bien escuchamos la señal para empezar, empezó la pelea.
Tal como había ordenado mi mamá, Elmer iba hacia mí con claras intenciones de ganar, aunque sus golpes y movimientos no se semejaban en lo más mínimo a cómo solíamos pelear antes de mi viaje. Necesité sólo una respiración para frenar el golpe de él, desviándolo hacia un costado, y darle una patada que me dejó de nuevo con suficiente distancia como para reaccionar. Distaba mucho de ser un golpe fuerte, pero que mi amigo se encontrara ligeramente sorprendido, apoyando una mano sobre su estómago, dijo suficiente.
Eso bastó para que me dejaran volver a mis actividades usuales como soldado de Jagne. Los otros jóvenes, como siempre pasaba cuando era capaz de mantener un combate a Elmer, dejaron de dedicarme el mínimo de atención que solían darme en un principio. Papá me devolvió el arma que solía usar, invitándome a hacer algunos patrullajes con él, tal como lo hacíamos antes.
Sonreí cuando logré subirme a los árboles, no sabía si lo hacía con la facilidad que había tenido siempre o cada vez me costaba menos. Pronto me encontré sentado entre las ramas de los pinos, atento a los sonidos del bosque, contando mis tiempos en Eedu cuando el sol empezaba a caer.
—Suena a que los anánimos son buenos en esas tierras —comentó Lisbeth una vez.
—Los devoran antes de que existan. Me juego las dos bo... manos —terció Elmer ante la mirada desaprobatoria de la chica. Solté una carcajada, negando con la cabeza, mientras mis manos acomodaban las balas y cartuchos que tenía.
—Creo que en la isla no se transforman —dije, más para mí que para ellos, tratando de recordar lo que había hecho Morgaine tiempo atrás. Sí, había corrido a una velocidad que bien podría considerarse imposible, y la fuerza con la que me había agarrado definitivamente no era suya—. En fin, siempre hay alguien peor afuera.
Los tres guardamos silencio, cada uno en un árbol diferente. Lisbeth fue quien rompió el silencio de golpe.
—Me sigue resultando raro que hables tan bien de una hija de puta como la que contabas el otro día.
Me encogí de hombros, terminando de poner el seguro del arma y observando el bosque a través de la mira. Desconocía cómo cuernos había descrito a Morgaine, cada tanto tenía la impresión de que mi cuerpo estaba tieso, incapaz de moverlo, y una parte de mí se aterraba de encontrarme con ella sentada sobre mí.
—Habían peores —repliqué, espantando el recuerdo de la amiga que iba seguido a su casa.
—Al menos estaba buena, Lis —dijo Elmer, ganándose probablemente que su novia, pareja, amante, lo que sombras fuera Lisbeth para él, le tirara una piña desde donde estaba.
—Marrano.
—Fea no era —admití por lo bajo, por lo que fue mi turno de recibir al proyectil.
—Idiota, ese no es el punto. Bonita o no, dan ganas de... de...
—Tan bonita que te ves queriendo ser violenta —murmuró Elmer.
—Dejen de comer pan frente al hambriento —repliqué.
—¡Si serán los dos unos completos imbéciles! —gruñó Lisbeth antes de que la tierra empezara a sacudirse ligeramente. Fui el primero en ponerse de pie, acomodando el arma a mi espalda, sin saber si debía o no moverme—. ¿Dau?
Murmuré algo sobre que había sentido algo. Aguardamos por un rato, atentos a que apareciera una bengala, una sombra o incluso empezaran a sonar las viejas alarmas que de vez en cuando funcionaban. Quería relajarme, concentrarme en lo que tenía que hacer en ese momento, pero todo lo que pasaba por mi cabeza era una molesta sensación de que el bosque estaba moviéndose.
Ya habían pasado unas horas cuando alguien nos dijo que había terminado nuestro turno y podíamos ir a dormir. Elmer y Lisbeth de inmediato soltaron un suspiro al bajar, yo simplemente asentí. Regresamos al pueblo, pero mi cabeza estaba corriendo por todos lados, incapaz de dejar de darle vueltas a la sensación que me iba consumiendo lentamente.
Estábamos atravesando la plaza principal, a punto de saludarnos, cuando Mamá apareció en la entrada este. No tenía buena cara, por más de que se viera completamente sana, sin ninguna herida a la vista. Mi tía se apartó corriendo hacia su casa, por lo que me acerqué a ella, preguntándole qué había pasado. Cuando miré sobre su hombro al notar otra figura que se acercaba, me encontré con dos chicas que cargaban un cuerpo entre ellas.
—Ve a decirle a la Capitán que tenemos un herido —dijo mi mamá, haciendo que volviera mi atención a ella y corriera de inmediato a la casa que correspondía. Llamé a la puerta, tal vez con un poco más de insistencia con la que hubiera querido, porque la Capitán Dahl apareció con expresión alerta al abrir. Le repetí el mensaje de mi mamá, haciendo que ella asintiera una vez antes de correr a agarrar una coleta para atar su cabello rojizo y correr hacia el Edificio.
«Es mera curiosidad por la que voy, solo curiosidad», me repetía mientras iba un paso por detrás de la soldado. Mamá le dedicó un cortés gesto de saludo antes de que la Capitán reparara en quien suponía que estaba herida.
—Llevemoslo a la enfermería.
Mi tía Kadga apareció poco después, cargando su bolso de medicamentos y dándome una mirada rápida que me dejó un mal presentimiento. Entré por detrás de todos al Edificio, el único que había quedado funcional desde que el pueblo de Jagne había sido atacado en el año 67. Sus pisos lisos hacían que los pasos produjeran eco, así como algunos balbuceos y quejidos que sacaba el herido al moverse.
La enfermería estaba justo en el primer piso e inmediatamente abrieron la puerta, dejando que entraran las mujeres con el herido y mi tía por detrás.
—Ve a casa, Darau —me dijo mi mamá con un tono demasiado duro para la situación. Fruncí el ceño, considerando decirle que no veía razones para irme, pero consideré que lo mejor no era armar una escena con la Capitán en frente y un herido que claramente necesitaba tranquilidad en ese momento.
Apenas pegué un ojo esa noche, removiéndome en la cama hasta que me levanté y fui hacia el Edifico, listo para al menos pedir una ligera explicación. Apenas había vuelto a poner un pie en el interior y me encontré con mi mamá saliendo de la habitación. No estaba tan molesta como antes, pero definitivamente tenía la mirada de que necesitaba un tiempo a solas, y mi presencia allí solo pareció empeorar lo que estuviera pasando por su cabeza. Soltó un largo suspiro antes de decirme que vigile al paciente.
—Si se pasa, avísame —me dijo, dándome un abrazo rápido antes de salir. Tragué saliva antes de ir hacia la habitación.
Me mentalicé para encontrarme con un hombre hecho trizas, quizás lleno de cicatrices por lo que sea que hubiera puesto a una persona en aquel estado. Estaba incluso esperando encontrarme con una cosa espantosa, y no podía estar más lejos de la realidad.
El aire se me atoró en la garganta y tuve que luchar contra las ganas de dar media vuelta y salir corriendo en el instante que comprendí quién era. Tenía una mata de pelo castaño, los ojos rojizos y la piel de la cara con lo que parecían cicatrices todavía rosáceas. Ni bien sus ojos se enfocaron en mí, me encontré con una Morgaine algo más... la primera palabra que vino a mi cabeza es "patética", pero no podría estar más errado. Triste, desolada, al borde de la desesperación, se acercaban. Cuernos, estaba seguro de que podía escuchar todo lo que pasaba por su cabeza al verme.
—Tanto tiempo, Morgaine.
No podía parar de darle vueltas a la situación. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Por qué estaba en Tagta? O, mejor dicho, ¿por qué estaba tan lejos de Eedu? No era el sitio donde su gente iba a ser bien recibida. «Cirensta bendita», suspiré por dentro al comprender el por qué del humor tan opaco de mi mamá. No me cabían dudas de que esa era la causa raíz.
—Menudo viaje has hecho —comenté al cabo de un rato, sin saber si sentarme en la silla, en el suelo, quedarme parado, ir a la camilla donde estaba ella...—. ¿Alguna razón en particular?
Morgaine permaneció en silencio por un tiempo más, mirándome como si jamás en su vida me hubiera visto. Me removí en el lugar antes de terminar sentándome en la silla junto a la pared.
—Estás aquí —murmuró en una mezcla de eduano y ventino. Arqueé una ceja, sin saber qué se suponía que debía responder a ello—. Digo, pensé que no iba a encontrarte en... —Dejó de mirarme el hablar, haciendo una ligera mueca de dolor cuando se movió hacia el costado. Quizás fue por costumbre o buenos modales, pero me encontré caminando hacia ella, tratando de empujarla suavemente para que quedara acostada.
—Será mejor que no hablemos por el momento —dije y ella asintió con la cabeza. Retrocedí, aprovechando que estaba con los ojos cerrados, sin verme, y me acomodé en el lugar que había ocupado antes. Abrí y cerré las manos, preguntándome qué sombras iba a hacer a partir de ese momento.
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