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40

14 de louji, año 5778.

Tagta, Zona Noroccidental, Jagne.

Viajar en mi estado había sido una apuesta más que arriesgada, pero por lo menos podía respirar con tranquilidad. Apenas podía mover la cabeza sin sentir que estaba siendo picado por millones de aguijones, aunque al menos la cama se sentía cálida, mi cabeza podía dejar de prestar atención a cada sonido y el aire era familiar. No oculté la sonrisa y las lágrimas que salieron al ver las conocidas vetas del techo, al escuchar los pasos apresurados de Nele en el pasillo, la voz de mi mamá pidiéndole que no hiciera ruido en un susurro, el olor a pan y verduras que trepaba desde la cocina hasta las habitaciones. De haber estado en mejores condiciones, me habría levantado solo para poder sentarme en el comedor por unas horas, disfrutando de tener a mi mamá renegando sobre alguna receta que le habrá pasado una de las ancianas del pueblo, o enseñándole a Nele algo respecto a su herencia sembenia.

Escuché unos pasos sutiles, y la puerta de la habitación se abrió con un suave chirrido. Con un poco de esfuerzo, abrí los ojos, encontrándome con mi tía Kadga. Andaba con su usual expresión vacía, los rasgos filosos sin nada que me dijera qué opinaba.

—Tienes fiebre —me dijo tras una mirada. Se arrodilló a mi lado con un bolso lleno de pequeños frascos y telas que contenían lo que parecían jabones.

—Eso explica la sensación rara —respondí con un suspiro mientras la veía tomar los distintos contenidos con la punta del dedo, mezclándolos cuidadosamente en una tela que había desplegado frente a sus rodillas—. ¿Algo preocupante?

Ella me dio una mirada rápida antes de decirme que no podía saberlo a simple vista. Asentí, cerrando los ojos mientras Kadga empezaba a esparcir la pasta sobre mis músculos. Se sentía como poner algo fresco, no frío, sobre la piel que recién entonces notaba caliente.

—¿Necesitan algo de ayuda?

Parado en la puerta, estaba Lekten. Miraba a mi tía con una expresión rara. Pasé los ojos de uno a otro, sintiendo que se me terminaba de cerrar la imagen que venía intentando armar desde hacía meses. Era ver la misma cara en el sexo opuesto, completamente fría, aunque los ojos de Lekten dejaban ver mucho más que los de Kadga.

—Dalo vuelta —dijo al fin, volviendo a concentrarse en la mezcla que hacía. Lekten se acercó a mí, ayudándome a ponerme de costado cuando mi tía estuvo satisfecha con la mezcla. Estaba tentado de romper el silencio en la habitación, pero no sabía siquiera cómo abordar el tema. ¿Arrancaba con el parecido? ¿Comentaba qué tal estaba el asunto?

—Supongo que ahora vas como Kadga —empezó él mientras mi tía seguía con su trabajo, aplicando la mezcla rápido y probablemente poniendo algo que me cubriera la espalda. No hubo respuesta por un momento.

—Y tú Lekten.

—Sonaba acorde para mi situación —contestó con una sonrisa de medio lado. Qué chiste interno había entre ellos jamás lo supe, pero un pequeño temblor pareció hacerse presente en la boca de mi tía. Con esa parte resuelta, empezó a guardar sus cosas, diciendo que lo mejor sería que esperemos una semana a ver cómo iban mis heridas, pero no parecía tener infecciones ni daños que requirieran más atención de la necesaria.

Ni bien terminó de decir esas palabras, escuché a la puerta de abajo abriéndose de golpe y pasos que subían apresurados las escaleras. De un movimiento fluido, Kadga se apartó de la cama a la vez que Lekten daba un paso al costado, dejando a la vista a una muy agitada Lisbeth y un enorme Elmer.

—¡Volviste! —chilló la primera, corriendo hasta abrazarme y arrancarme una mueca de malestar—. No quería darte por muerto, pero ¡carajo, si no me lo has puesto difícil!

—Vas a terminar matándolo, Lis —intervino Elmer, casi seguro que mi amiga le dio la mejor de sus miradas asesinas a la vez que yo le daba las gracias con un ligero movimiento de la cabeza. Kadga apareció a mi lado, apartando a Lisbeth con una reprimenda que la dejó rígida inmediatamente. Me habría encantado sentarme, pero las instrucciones de Kadga fueron claras: ningún movimiento hasta que viéramos cómo avanzaba mi estado.

—Incluye abrazos —añadió, haciendo que Lisbeth asintió una vez con la cabeza.

—Vamos, dejemos a los muchachos reunirse, Shi... Kadga —se corrigió Lekten de inmediato.

Y así terminé con Lisbeth sentada con las piernas cruzadas y Elmer se dejaba caer contra los pies de la cama, como si estuviera montando guardia en medio del bosque. Podía ver la curiosidad a punto de salir por su boca, a la vez que consideraba qué tanto podía hablar.

—Cuando no estés por quedarte dormido, nos cuentas —terció al final. Esbocé una sonrisa de medio lado, sintiendo que todo el tiempo que había pasado en Eedu y Magmel en Magmel y Eedu me caía con toda la fuerza de una piedra.

—Va a ser largo.

—Perfecto, hay guardias que hacer y tiempo que matar —respondió Elmer.

Nele apareció en mi habitación, como empezaba a hacerse costumbre, con una sonrisa de oreja a oreja, con unas ropas fáciles de sacar. Ese día quería mostrarme cómo empezaba a controlar mejor su transformación, cosa complicada porque, bueno, definitivamente no quería ver a mi hermana completamente desnuda, pero ella quería que viera el proceso completo.

Similar a mi mamá, la piel de mi hermana se recubrió con un vello negro brillante y de sus sienes salían unos pequeños cuernos que apenas podían ser considerados amenazadores. Su rostro se alargó en la parte del hocico, sus colmillos se habían afilado y sus ojos estaban completamente oscuros, sin esclerótica visible. No aumentaba tanto de tamaño como lo hacía mi mamá, pero había pasado de ser un poco más de un metro de alto a metro y medio, tenía un poco más de musculatura, sin ser una mole como mamá.

Cuando su cuerpo ya estaba completamente transformado, soltó un "Mira esto" en sembeño antes de empezar a realizar una serie de movimientos que se parecían a los que usaba mi mamá para meditar. No eran peligrosos... cuando los hacía ella.

—Vas a romper la... —El sonido del vidrio partiéndose en miles de pedazos se adelantó a mis palabras—, ventana.

Nele me miró con los ojos abiertos de par en par al ver que su puño había atravesado el marco de madera, volviendo a su forma normal mientras se apresuraba en ponerse la ropa que había dejado junto a mi cama. Cerré los ojos, apretando los párpados para sentarme por mi cuenta lo mejor que podía, agradecido de que la piel de Nele fuera bastante resistente a cortes. Todavía sentía que me gritaba de dolor cada músculo del cuerpo, pero ya era más como un malestar sordo. Apretaba los dientes y respiraba hondo cada vez que movía el brazo, suponía que habría sido peor de no tener el tratamiento de Kadga, pero de todas formas estaba muy lejos de poder retomar mis actividades.

—Nele, como eso haya sido otra ventana rota...

Ahora el pánico de mi hermana era palpable en la forma en que intentaba disimular el daño al juntar los restos de vidrio con una escoba y buscando dónde esconderlos. Me habría reído, y quizás ayudado a ocultar un poco la evidencia, pero no podía siquiera moverme de la cama y mi mamá era imposible de caer en engaños cuando se trataban de estas cosas. Abrió la puerta, parándose cual soldado, mirando a Nele con la misma mirada que me daba a mí en situaciones similares.

—Fue sin querer... —empezó.

—Ya van tres en una semana —cortó mi mamá, entrando a la habitación—. Dejé muy en claro que nada de transformaciones dentro de la casa.

—Mamá, yo...

—A tí te va a venir cuando estés en condiciones —intervino, mirándome de la misma forma y cerré la boca. No estaba enojada, ni por asomo, pero definitivamente iba a tener una charla larga sobre varias cosas, empezando mi estado de salud—. Ve abajo, Papá va a venir a buscarte pronto.

Ante eso, la actitud de Nele pasó de ser la de una niña temerosa de recibir un castigo a la de quien tiene que cumplir una pena injusta.

—¡No quiero ir! No me gusta entrenar —replicó, dando un zapateo en el suelo y levantando el mentón.

—Nele Supkum, vas a ir y se acabó la discusión.

Era algo entretenido ver cómo la versión miniatura de mi mamá se plantaba, con los brazos cruzados, los cachetes inflados y el peinado similar que no hacía más que marcar la herencia de ambas. Mientras las trenzas en mi mamá parecían darle más filo a sus rasgos, a mi hermana le daban un aire adorable al apenas alcanzar los hombros con las puntas. Hice todo mi esfuerzo para no hacer el más mínimo sonido, esperando que en cualquier momento fuera a romperse la tensión y ver hasta dónde llegaba el impacto.

Con un gruñido, Nele salió de la habitación enfurruñada. Mamá la miró por un momento antes de volver su atención a mí. Me encogí en mi lugar, cerrando los ojos para poder prepararme.

—¿Cómo estás? —Contesté que bien y ella asintió, preguntándome si podía sentarse en la cama. Tardó un rato en volver a hablar—. ¿Qué pasó?

—Muchas cosas, mamá —dije, incapaz de mirarla. Me llamó, con un tono que sonaba tan preocupado como demandante. Cuando me encontré con sus ojos, fue como si volviera a Natham, cuando estábamos en la pequeña casa, ella con más vendajes de lo que jamás la vi usar, yo con apenas un corte en la rodilla por el vidrio de alguna botella—. Eedu es... fue... —Las palabras parecieron atropellarse en mi lengua, haciendo que las lágrimas empezaran a subir—. Tenías razón.

La mano de mamá acarició mi mejilla, limpiándola. Como lo había hecho entonces, su rostro no tenía nada más que atención hacia mí, vacía de cualquier sentimiento que fuera a distraerla. Entre sollozos e hilos de voz, le conté todo lo que pude, desde mi llegada a la isla, la planta carnívora gigante, Ilunei (casi no pude pronunciar su nombre), mi tiempo con Morgaine... Podía ver cómo su espalda se tensaba y obligaba a sus hombros relajarse, el temblor de sus facciones, y la furia que era cada vez más difícil de ocultar.

Me rodeó en un abrazo cuando terminé, de la misma manera en la que lo hacía durante aquellos años, dándome un refugio del desagrado de Chiara, soportando lo que hiciera falta. Me dejé llevar por las caricias en el pelo, por los arrullos y palabras que me prometían que todo estaría mejor.

Perdí la noción del tiempo en ese estado, sintiendo que mi cuerpo ya me dolía de los espasmos que daba por los sollozos. Mamá no se había apartado en ningún momento, por mucho que seguramente le doliera la espalda, ella insistía en que estaba bien. Recién cuando apareció Kadga, para ver cómo había evolucionado durante la semana, me dejó ir. Sin embargo, aguardó en silencio, con la espalda firmemente apoyada contra la pared y los brazos cruzados a que hubiera un veredicto.

—Estás... mejor —dijo y tanto mi mamá como yo alzamos las cejas ante la duda en las palabras de mi tía—. Tu cuerpo mejoró. La energía... Es raro.

—¿Como si estuviera descarriada? —preguntó Lekten, apareciendo por la puerta con mi tío Kertmuth. Un saludo fugaz y una amplia sonrisa fue todo lo que tuve de su parte.

—Algo así.

—Mmm... Creo que Ilunei lo mencionó cuando peleaste con los yukuterianos.

Mamá pareció ponerse pálida de repente, abriendo sus ojos a más no poder.

—¿Cómo que peleó contra yukuterianos?

Tal vez me había olvidado de contarle el pequeño detalle ese. Lekten me echó una mirada de reojo antes de contarle qué pasó desde su punto de vista, lo cual sonaba mucho más exagerado de lo que había sido. Mamá y mi tía parecían estar escuchando la cosa más incoherente que jamás había pasado por sus oídos. Estaba seguro de que si les decía que escuchaba a Cirensta en mi cabeza, o que había soñado con una mujer y un bosque, lo veían más posible. Mi tío Kertmuth parecía estar asintiendo con la mayor de las tranquilidades, casi sonaba a que estaban contándole cómo había sido el entrenamiento matutino.

Yo estaba dándole vueltas a la parte de que Ilunei había hecho algo. Mi cabeza regresó a las veces que había caído inconsciente, cuando el mundo parecía estar pidiéndome que le dijera qué tenía que hacer. Concretamente, iba a las veces que despertaba, encontrándome con que mi amiga estaba más cerca de ser parte del aire que sólida. No me creía capaz de soltar una lágrima o sollozo más, pero me ví cerca de perder el control en ese preciso instante.

Lekten, como si hubiera notado por dónde iban mis pensamientos, se volvió hacia mí al mismo tiempo que lo hacía mi mamá.

—Lo hizo voluntariamente, Darau —empezó, clavando sus ojos en los míos—. No la mataste, ni le quitaste nada.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque no sabía de qué hablaba y menos aún entendía qué hacía un alifien con su magia —respondió con el mismo aplomo con el que llegaba a hablarme mi tía, quien ya se encontraba viendo en mi dirección con sus ojos afilados—. Ya era suficiente con el recuerdo, seguir indagando en esos motivos no sirve en absoluto.

Tragué saliva, asintiendo una vez y dándole un ligero toque a mi mamá en la mano que se había apoyado sobre mi hombro.

Con eso, mi tía empezó a probar un segundo tratamiento, uno que implicaba darme ligeros puntos de presión en ciertas zonas que iban acomodando lo que sea que estuviera fluyendo en cualquier dirección. Los primeros tres días me dolía la existencia misma, mucho más que cuando había llegado, pero al cuarto empecé a sentir que las cosas se volvían mucho más agradables. Ese día pude salir de la cama sin ayuda ni tener la sensación de que mi cuerpo estaba como los vidrios de la ventana rota. Notaba un leve hormigueo, pero terminaba por irse al cabo de un rato.

A la semana de eso, ya podía aguantar parado más tiempo y empecé a salir a dar unas vueltas cortas cerca del pueblo, siempre con mi Papá cerca. Resultaba agradable caminar con su presencia inalterable, no de la manera en que lo era Mamá, sino como que él sabía exactamente dónde y cuánta preocupación debía poner en los problemas. Sí vi que tensaba los dedos cuando le conté sobre mi tiempo en Eedu y otro tanto más cuando estuve con Bláth, pero sus ojos jamás estuvieron llenos con ese fuego que parecía empezar a chispear en los de Mamá.

—Supongo que has aprendido y visto lo que tenías que ver —fue todo lo que dijo antes de darme un ligero apretón en el hombro, invitándome a acompañarlo a dar una vuelta. El aire frío del invierno resultaba agradable por un tiempo, antes de que mi nariz se volviera roja y mis dientes no pararan de castañear.

También empecé a recibir lecciones con mi tía, quien afirmaba que lo mejor era que aprendiera de inmediato a controlar mi magia interna. Era similar a cómo me había entrenado mi madre alguna vez, y solo por eso no me había convertido en un charco. Según ella, lo poco que tenía desarrollado mi control interno, había funcionado, pero seguía pagando el precio.

Nos sentábamos en el comedor de la casa de mi tía, apartando los muebles que hicieran falta. Lekten y su esposo, Silje, solían mirarnos en silencio, siempre y cuando el segundo no estuviera a punto de salir para acompañar a mi mamá en una patrulla. El ejercicio no era nada de otro mundo, constaba de dejar los brazos relajados a los costados del cuerpo, cruzar las piernas y percibir lo mejor posible el flujo de energía. Según mi tía, eran como puntos donde había más calor que en otros, sinceramente, yo tenía la impresión de que mi cuerpo estaba lleno de hilos que ardían de la misma manera.

Durante la primera semana de oastog me la pasé haciendo una "rehabilitación" y "repaso" de todo lo que hacía falta para que retomara mis actividades en Jagne. Mis dos amigos solían invitarme a dar una vuelta hasta el arroyo, donde pasábamos un buen rato conversando sobre cualquier idiotez, a veces me atrevía a contarles sobre mi tiempo en Magmel.

—¿En serio se dejan a las bestias dando vueltas por ahí? —preguntó Elmer, escudriñando los árboles antes de volver a mirarme.

—Más curioso todavía, hay quienes los tienen como enviados de los dioses —dije, tirando una roca al río. Lisbeth soltó un bufido.

—Me sorprende que no tengan muertos por doquier con ese bosque que está lleno de anánimos.

Me encogí de hombros, dejando que el entorno nos envolviera con el suave trinar de los pájaros, el murmullo del agua y el olor de los árboles que me rodeaba con una caricia conocida. Cerré los ojos, recostándome por un momento, contemplando el cielo con una que otra nube salpicada en el cielo.

«Descansa, disfruta de la calma», murmuró Cirensta en mi cabeza. Hice todo el esfuerzo que estaba en mi persona para no pensar en las implicaciones de sus palabras, centrándome en los sonidos de mi alrededor, en la compañía de los dos tórtolos que seguían en su complicado baile de hacerse morisquetas ofensivas. Sonreí para mí cuando escuché a Lisbeth llamar a Elmer "mole violenta" y él mascullando lo que seguramente habría sido otro apodo idiota.

Abrí los ojos, encontrándome con las ramas de los árboles sobre mi cabeza, estirándose como dedos hacia el otro lado del arroyo. Me perdí en las hojas como agujas, luego en la rama que se unía al tronco, sosteniendo los que debían ser los restos de un nido. Regresé a la casa en la parte más alta de la ciudad de Yaralu, a las paredes de madera y al jardín que daba al invernadero con el caldero. Aparté la mirada cuando el nombre empezó a tomar forma, cuando empecé a preguntarme qué había sido de ella.

«No somos del mismo mundo», repetía una y otra vez. Ella estaba bien en la isla y yo en un pueblo olvidado de Tagta. Ni siquiera quise pensar en cómo reaccionaría al ver lo que eran los habitantes de Magmel, en si ella y Bláth se habrían llevado bien de haberse conocido. «Idiota», dije, sentándome, fijando los ojos en el bosque que había frente a mí.

Yo era un soldado y ella una eduana, y ahí se quedaba el asunto.


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