37
11 a 29 de oastog, año 5778.
Magmel, Marel, Capital Política.
No tardé mucho en comprender por qué Sinta insistía en enseñarnos a usar un cuchillo como método de defensa. Las afueras de la ciudad nos dieron nada más que esa noche para disfrutar de la paz. Luego de que despertara a Sinta, me acomodé en un rincón y me dormí un momento antes de que el grito de la oucraella me despertó.
Antes de que pudiera comprender qué pasaba, una mano se cerró sobre mi boca y alguien se puso sobre mi cadera, aplastándome contra el suelo. Si tenía o no los ojos abiertos, no podía saber quién estaba sobre mí. Intenté no vomitar cuando noté el olor acre, y no quería saber si además olía a orina o a lo que bien podría ser abono.
—Pero si no es más que una carroñera —rio el que estaba encima mío.
—¡Y una rastrera! Creo que Lik encontró a una de las pajarracas —añadió otra voz por encima de los gritos de Sahisa. Quise respirar, mover alguna de mis manos, algo, pero todo lo que podía hacer era estar quieta.
Dejé de comprender, dejé de escuchar. Podía ver a las sombras que se retorcían con placer a mi alrededor mientras las manos asquerosas del hombre empezaban a recorrerme. Sentía que ardía por dentro, que la bilis me empezaba a trepar las entrañas como enredaderas. Ahogándome.
Ya estaba por encerrarme cual pimpollo, tratando de no perder lo último que me quedaba. Y en un momento desapareció el peso. Abrí los ojos, viendo al mundo borroso, incapaz de escuchar bien. Parpadeé, encontrándome con una silueta que se encontraba enroscada sobre sí misma, siseando peligrosamente hacia lo que tenía apresado. Siseaba, haciendo que me temblara todo el cuerpo. Alguien bajó e inmediatamente oí que gritaba de dolor. Hubo un chasquido antes de que algo pasara rozándome la cabeza. Otro chasquido, más húmedo que el anterior, y volvimos a quedar en silencio.
Levanté la vista encontrándome con dos figuras que se retraían, una de ellas empezaba a tener brazos y una figura humana, corriendo hacia mí.
—Colmillos, ¿estás bien Morga? —preguntó Sahisa al agacharse. Asentí, aunque no podía estar del todo segura. Me dolía la cabeza, el corazón latía con fuerza y estaba segura de que el pecho me molestaba un poco—. ¿Sientes que te arden los ojos? ¿O la piel en general?
—No —logré murmurar. Sahisa soltó un suspiro e inmediatamente apareció Sinta a un costado.
—Se me acabaron los buenos modales.
—No voy a entrenar nada, Sinta.
—No te estoy preguntando, Sahisa —gruñó—. Lo de hoy fue una advertencia, la próxima probablemente sea la última vez que podamos decir que sobrevivimos.
—Tiene que haber otra...
—¡NO HAY OTRA! —estalló la oucraella—. Estamos completamente desnudas, si vamos a empezar a jugar como si tuviéramos oportunidades, vamos a acabar convertidas en anánimos o sombras.
Levanté la mirada, aunque no podía ver nada más que las siluetas que se recortaban contra la escasa luz de afuera. Respiré hondo, sentándome en el suelo, volviendo a mis sentidos de a poco. Mi cabeza, iba de un lado a otro, considerando las palabras de Sinta, mis años en Eedu, la presencia de Darau y mi hijo, lo que siempre había escuchado sobre los hombres, lo que acaba de ocurrir, la respuesta de Sahisa... «El camino a las sombras es fácil», me encontré pensando.
—Tiene razón —murmuré.
—Morgaine, no puedes opinar sobre algo que no te incumbe —siseó Sahisa. Sentí que la sangre me hervía por debajo de la piel.
—Puedo opinar sobre no morir —contesté con una frialdad que no hubiera esperado en aquella situación—. No está en mis planes convertirme en fertilizante en breve, así que —me volví hacia Sinta—, enséñame lo que sepas, así sea mínimo.
Sahisa bufó algo y se marchó hacia el segundo piso, quizás queriendo aclarar sus ideas antes de hacer lo que hiedras fuera a hacer. No dije nada más por un rato, sintiendo que mi cabeza se sentía colmada, un desastre absoluto. Sinta esperó un rato antes de sentarse junto a mí, soltando un largo suspiro antes de ponerse en la misma posición que yo, abrazando sus rodillas.
Estuvimos en silencio por un rato antes de que ella hablara en un susurro.
—Ojalá a ella no le pase lo que a nosotras. —La miré, confundida, hasta que recordé cómo nos habíamos conocido y asentí despacio con la cabeza—. Supongo que a los muertos no les molestará que usemos sus ropas. Tormentas, me encantaba lo que tenía antes.
Sacudí la cabeza, intentando no sonreír.
—No sé si estás queriendo acuchillar o golpear al pobre aire con el palo.
—Disculpame que no me encuentre muy entusiasmada —replicó Sahisa y yo ya estaba a una queja de encerrarme en mi mundo. Sinta nos había estado enseñando por unas dos semanas la mejor forma de usar un cuchillo como defensa. Éramos un desastre, si me guiaba por las expresiones de la oucraella, y no ayudaba que ella y la ventina estuvieran constantemente peleando. Podía asegurar que la mayor parte de mis dolores de cabeza eran debido a ellas.
«Es como cortar los tallos», me repetía mientras usaba mi pequeña rama. Aunque era mejor practicar con el arma verdadera, Sinta insistía en que teníamos que aprender al menos los movimientos, luego iríamos con las hojas de metal. Apuñalar era fácil, cortar también, lo complicado venía con las peleas.
Todavía tenía algunos moretones de las prácticas con Sinta, unas donde Sahisa había dicho que era poco considerada. La respuesta había sido que nadie iba a ser considerado con nosotras de darse la situación. Y era una conversación que ya podía repetir de memoria cada respiración.
Empezaba con una queja silenciosa de Sahisa, luego venía un suspiro cansado de la oucraella. "Estás siendo imposible", decía la ventina. "Bien, entonces, bajo la exigencia y mañana apareces muerta. ¿Eso quieres?"
Solté un suspiro por mi parte, dando otro tajo al aire antes de dejarme caer en un tronco cercano. Sentía el calor palpitando en mi cabeza, el corazón latiendo con fuerza y los músculos algo cansados; desconocía si había empezado a tener alguna oportunidad de defenderme, pero definitivamente daba algo de tranquilidad pensar que el cuchillo empezaba a sentirse como una silenciosa compañía. Dudaba que pudiera hacer algo más que causar risa, pero no estaba en mis planes andar amenazando a todo el mundo con el filo.
Sabiendo que las otras dos no iban a salir de su discusión (ya estaban en la parte donde empezaban a contabilizar las veces que había hecho o no falta saber esto), me fui hacia una parte del bosque más al sur de la ciudad. El sitio tenía una laguna, con árboles que hundían sus raíces en las profundidades del agua. La luz pasaba en pequeños haces, dándole un aire similar a lo que había cerca de la casa en Eedu.
Me acomodé entre las raíces de uno de los sauces llorones, con los brazos cruzados, y me puse a recorrer las ramas con la vista, creando figuras con las luces y sombras que podía captar. A veces me encontraba repitiendo viejas fórmulas, escribiéndolas en el aire hasta que mencionar los ingredientes y sus mezclas se volvían un sinsentido. ¿Por qué tenía que mezclar cilantro con extracto de ojos de ventino para afinar la visión? ¿Era realmente necesario combinar menta y cebolla con tejidos de sembenio para que pudiéramos levantar más peso al tener mayor resistencia?
En algún punto empecé a retorcer un talle entre mis dedos, considerando cada detalle, sintiendo que estaba dando vueltas en círculos. La cenizas de los continentales les permitían ser más de lo que eran, y yo había tenido la impresión de que todo se había metido en mi cabeza. Si seguía con los mismos principios...
Una rama se rompió, sacándome de mis cavilaciones. Aparte de bajar el brazo que había levantado mientras hacía mis cavilaciones, no me moví, incluso contuve la respiración al pensar que podrían ser anánimos. De serlo, me consideraba muerta.
Levanté la cabeza cuando escuché que unos pasos se detenían, a mi izquierda. Una muchacha imposiblemente delgada se agachaba a tomar un poco de agua, no con las manos, sino con la boca. Sus brazos parecían palos a punto de quebrarse, su cuerpo estaba cubierto por una melena enorme blanca como la niebla que cubría parte de sus hombros, por un momento creí que su ropa tenía una tela blanca a la altura del trasero, hasta que esta se sacudió de un lado a otro. Hubo un momento en el que el mundo entero se calló, dejando que los sonidos de la criatura fueran más que audibles, tan fuertes que estaba segura de que mi corazón latía al son de sus tragos. Levantó la cabeza por un momento, enseñando un rostro afilado y largo, sus ojos como estrellas me encontraron con facilidad.
Un gruñido a mis espaldas me hizo saber que no estábamos solas. Quería voltearme, pero los ojos de la mujer con rasgos más y más lobunos me hacían imposible tal cosa. Consideraba el apartarme, el irme, pero sabía que sería en vano. Ella podría ser de extremidades flacas, pero los pasos del que estaba a mi espalda, definitivamente no era así; incluso tenía la vaga impresión de que me alcanzarían en cualquier momento.
—Carroñera. Un alma que arde demasiado, lista para volverse cenizas —dijo la loba.
—No debe estar aquí, entre las sombras, bajo las estrellas perdidas —gruñó el otro, avanzando hasta quedar en mi campo de visión. Incluso así, era difícil de verlo con claridad con los haces de luz, como si las sombras mismas se movieran hacia su figura, volviéndola imposible de darle un final y principio. Tenía la vaga impresión de que era un lobo que doblaba en tamaño a la primera.
—Al sur apuntan tus pies. No hacia las ciudades brillantes. Bosque, siempre al bosque —retomó la loba, apartando la mirada para señalar con su rostro hacia dónde debía ir.
—Si entre las montañas lograras pasar. A las Sombras ver y vencer —completó el lobo, parándose sobre sus patas traseras. Unos ojos igual de brillantes que los de la otra me vieron—. El olor de su manto es potente, una huella que no puedes cubrir con esa Marca —añadió, enseñando unos dientes que me congelaron la sangre.
No dijeron más y se marcharon con la misma velocidad con la que habían aparecido, haciendo que el claro volviera a quedar como si jamás hubieran pasado. Llevé una mano hacia mi garganta, sintiéndola seca a la vez que los fuertes golpes de mi sangre contra mis dedos.
Me puse de pie de inmediato, casi corriendo de regreso al claro donde estaban Sahisa y Sinta, quienes seguían discutiendo (no tenía forma de saber si era la misma o era otra pelea que desconocía), hasta que me vieron. Debía de tener una cara de espanto porque de inmediato corrieron hacia mí, mirando sobre mi hombro y a los alrededores.
Tardé varias horas en poder contarles qué putas estaba pasando. Mis manos temblaban mientras intentaba poner en palabras el recuerdo y la sensación de que en cualquier momento iba a tener que salir, ver el cielo nocturno o lo que había en el bosque.
—Debo marcharme al sur, a las montañas —murmuré casi sin aliento.
—Morga... —dijo Sinta, tomándome por los hombros y obligándome a verla a los ojos, mucho más normales que los de mi memoria, los que seguían dándome vueltas constantemente—. No podemos ir al sur así, menos contigo en este estado.
Entendía, la parte racional lo hacía, pero, a la vez, empezaba a escuchar como si algo estuviera persiguiéndome, buscándome. No sabía desde cuándo que lo hacía, pero lo sabía, y no hay nada peor que saber que no sabes lo que tienes en tu espalda, y que ese podría ser tu último pensamiento.
—Iré sola —sentencié, poniéndome de pie. La mano de Sinta se cerró en mi muñeca, mirándome desde el suelo donde estábamos sentadas. «Se hará tarde, se hará tarde», pensaba al verla a mi amiga firme en su lugar.
—No puedes ir sola.
—Apenas podríamos sobrevivir unos días —terció Sahisa—. Ni siquiera sabemos defendernos.
Me importaba tanto como si me preguntaban si habían tres o cuatro lombrices en el suelo, tenía que ponerme en marcha cuanto antes, correr hacia las montañas si era necesario. Y se los hice saber. Desconozco de dónde saqué la fuerza para deshacerme del agarre de Sinta, cómo hice para tener completa noción de lo que tenía que buscar en el cielo nocturno, menos aún por qué los pasos que me seguían se habían detenido por un momento.
Contuve un escalofrío al saber que no se había rendido, sino que me estaba dejando ganar tiempo.
Había avanzado un poco por el bosque, nada más que unos pocos pasos, antes de escuchar a las otras dos correr tras de mí. Frené, mirando sobre mi hombro cómo corrían a toda velocidad.
—-Idiota, haz eso de nuevo y te tiro por el primer acantilado que vea —jadeó la oucraella. La ventina simplemente asintió, recuperando aire en grandes bocanadas—. Ahora, brújula, ¿vas a seguir mirándonos con esa cara o vas a seguir con tus prisas?
Apenas pude contener la sonrisa antes de volver al frente, esta vez, avanzando a un paso más moderado.
Tardamos una semana en llegar a las Montañas Tao. Específicamente, a un paso que estaba cerca de los límites con el reino de Zibra, por lo que me explicaron las otras, y desembocaríamos en Tagta. El nombre no lo había terminado de comprender, pero sonaba a Jamel.
Cenábamos un poco de queso (cortesía de Sinta) con hierbas que había logrado reconocer como comestibles. No escuchaba tanto los pasos como hacía una semana, excepto al atardecer, donde corría el peligro de salir corriendo sin que pudiera evitarlo. Por mucho que intentara racionalizar, que quisiera frenar mis movimientos, mi cuerpo pedía correr, huir hacia la dirección contraria de aquellos pasos, añadir espacio entre nosotros. Sinta y Sahisa habían encontrado más fácil amarrarme a un tronco, donde iba a retorcerme hasta querer cortar las sogas, y luego me dejaban salir cuando el cielo se había convertido en un manto de estrellas.
Por supuesto, no se quedaban conmigo, no donde pudiera verlas, al menos. Sinta solía regresar con comida y lo que necesitáramos en el momento, suponía que Sahisa se quedaba vigilándome. En cuanto la locura se me pasaba, era capaz de ponerme a buscar hierbas o algo con lo que condimentar a la cena.
—Oí en el pueblo que el chico con el que había estado esta presumida viajó hacia las montañas —contaba Sinta y yo me detenía por completo—. Hubieron unas chicas que mencionaron haber visto una horrenda marca en su espalda.
—¿Dijeron algo de su forma? —pregunté, sintiendo que se me cerraban el estómago y la garganta.
—Creo que no, nada más que le arruinaba la vista a varias —dijo con una risa por lo bajo tras pensar por un momento. «Podría ser cualquiera», me repetía mentalmente, obligándome a terminar la comida—. ¿Sospechas de que es a quien buscas? ¿Tu dudoso esposo?
Consideré si responder o no, al fin y al cabo, no tenía forma de confirmar si era Darau u otro desafortunado hombre. Terminé encogiéndose de hombros y echándome al suelo, contemplando las estrellas como si pudiera entender algo de lo que había entre aquellos puntos. No sabía leerlas, ni tenía idea cómo formar las imágenes que las otras dos mencionaban con entusiasmo algunas noches, pero de alguna forma tenía idea de hacia dónde mirar, si estaba siguiendo correctamente el punto brillante.
Y, como se venía haciendo costumbre las últimas cuatro noches, mi cabeza empezó a intentar armar el rostro de Darau con esos puntos. Según mis amigas, el ojo se encontraba justo en el centro del firmamento, luego los rasgos se debían ir formando con el tiempo.
Claramente yo seguía viendo puntos, nubes de distintos tonos azulados que marcaban al cielo, que entendía tanto como la escritura del continente. Me era más fácil buscar cosas en el bosque que se semejaran a sus rasgos. La hierba no era tan verde como sus ojos, pero se acercaba cuando la veía con el rocío de la mañana. La corteza de los sauces era demasiado oscura para su pelo, pero tenían esos rizos que me recordaban a la mata que llevaba encima. A veces, cuando estaba en el límite de dormirme, creía escuchar en el viento algo similar a su voz.
«Estás perdiendo la cabeza», me decía todas las veces que me encontraba haciendo eso. Sabía que de por sí lo que estaba haciendo no podía ser considerado como algo racional. Todo porque no podía concebir la idea de que la vida que me esperaba en Eedu no era la mejor de mis opciones. Quizás estaba actuando como una niña, una malcriada que se había obsesionado con una cuchara de madera para revolver en su caldero. No era difícil concebir una hija, no era difícil seguir lo que se me pedía.
No era difícil volver.
Y la palabra "volver" se sintió más amarga que la rúcula. La idea, o mejor dicho, el ser consciente de que lo estaba considerando se sintió como un peso en las costillas, quitándome el aire de a poco. El pelo ya había comenzado a crecer hasta dejarme una fina capa sobre el cráneo, los dolores por el sangrado ya empezaban a convertirse en una posibilidad, el dejar mi sangre suelta por allí me paralizaba tanto como me daba igual.
Exhalé con fuerza, terminando de sacar todo lo que tenía, y sentí que un árbol se caía a la vez que escuchaba el suave crujir de una semilla que rompía su cáscara.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro