36
Día 3, mes louji, año 5778.
Tagta, Zona Noroccidental, Pueblo de Jagne.
Contemplé todo desde la rama donde estaba apostada. El silencio del bosque que podía ser tanto buenas como malas noticias, suponía que el invierno había hecho algo de mella en la resistencia de los anánimos este año. Quizás podría considerarlo suerte, un año en el que podríamos descansar tranquilos de que nuestras reservas de carne no serían un blanco del que preocuparse.
Dejé salir un suspiro por la nariz mientras acariciaba distraídamente el cañón del rifle. Sonreí con el olor ácido de los pinos, el lejano cantar de las aves y los rayos de sol que caían entre las hojas. Como venía siendo costumbre, giré la cabeza hacia un costado, esperando encontrarme con la silenciosa presencia de Darau trepando más alto, como si no pudiera tener suficiente desde donde estaba, pero no había nada más que bosque.
—¿Buscando fantasmas, Pedersen?
«Como te sonrojes, Lisbeth, vas a darle lo que no debes», pensé y suponía que había fracasado estrepitosamente cuando no pude ni mirarlo a los ojos sin sentir que me convertía en una fogata.
—Al menos los fantasmas son eficientes en su trabajo —repliqué, fijando mis ojos en el horizonte. Lo escuché reír por lo bajo, un sonido tan grave como el gruñido de las bestias. Me sorprendía que las ramas soportaran su peso—. ¿Podemos decir lo mismo de tí, Denoy?
—Hasta ahora, no creo haber fallado un tiro.
Abrí la boca y la cerré en cuanto noté la sonrisa de autosuficiencia que tenía. Por supuesto que el muy granuja iba a seguir sacando en casa esa vez. Y no ayudaba que él supiera muy bien por qué había pegado al árbol en lugar del blanco; el comandante Supkum debería haber prohibido el uso de camisetas para entrenar. «Y la entrenadora Supkum también», pensé, sabiendo muy bien que ni siquiera yo misma habría quitado una vista como aquella. Había algo interesante en la anatomía de un soldado como Elmer.
—Estás distraída —comentó, sacándome de las cavilaciones.
—No lo estoy.
—Dímelo cuando no parezca que estás a punto de hiperventilar.
Me abstuve de bufar, por lo que deshice la coleta alta, permitiendo que mi pelo cayera libremente. Casi canté victoria cuando noté que sus ojos seguían el recorrido dorado que acomodaba sobre mi hombro. Sin molestarme mucho en la prolijidad, hice una trenza rápida, atándola al final y volviendo a acomodarme en mi puesto.
Por un momento me pareció escuchar que murmuraba algo similar a "preciosa", pero no iba a encontrar nada que me permitiera confirmar aquello. De todas formas, admitía que el insoportable de al lado tenía algo de razón, por mucho que me negara admitir que mis ojos siempre estaban esperando encontrarlo, extrañaba al palo andante de Darau.
Sabía que no era la única que notaba su falta. El pueblo entero parecía estar buscando la manera de llenar el vacío de él. Nadie tenía la misma agilidad felina para subirse a las partes más altas de los árboles, ni quien estuviera quejándose de los intercambios entre Elmer y yo. Una sonrisa tironeó de mis labios al pensar en nuestros primeros años juntos, las primeras veces que habíamos ido a jugar entre los arbustos, buscando frutos y huellas que nos permitieran encontrar anánimos.
—¿Qué te causa gracia?
—Un recuerdo idiota.
Elmer pareció pensar un momento antes de preguntar su parte del recuerdo. Asentí con la cabeza, escudriñando entre los árboles, preguntándome si el movimiento de las ramas era una bestia o un animal más.
—Qué buenos tiempos —comenté, sabiendo que Elmer iba a decir lo contrario.
—Dicen los que sobrevivieron de culo.
—No fue por suerte.
Elmer me miró con una ceja arqueada. Tenía razón, pero antes fingía demencia para dársela. Esa vez nos había salvado la entrenadora Supkum, junto con la entrenadora Dahl. Hustn bendito, todavía podía recordar la sensación de terror puro que nos había invadido. De no haber sido por Darau y Elmer, seguramente no estaría contando la historia,
Un sonido de aves alzando vuelo hizo que levantara la cabeza y me pusiera de pie. Intercambié una mirada con Elmer, quien ya estaba con la escopeta lista, a punto de sacar el seguro. De haber tenido a nuestro amigo, le habríamos dicho que se adelantara a ver qué pasaba, pero la tarea recaía en mí; por eso me encontraba bajando al suelo con cuidado y avanzando con la mayor ligereza que pudiera.
Sabía que mis pasos no eran los más silenciosos, que probablemente mi olor lo estaba llevando el viento, pero el trabajo tenía que hacerse. Pegué mi espalda contra el tronco, quitándome la correa del hombro, preparándome para disparar de ser necesario. Con suerte, Elmer podría dar la voz de alarma.
Con cuidado, me asomé por un costado, encontránodolo despejado. Solo el bosque con su suelo de hojarasca.
Volví la cabeza, rogando no descubrir un hocico con dientes afilados.
Me asomé, y el corazón estuvo a punto de salir por mi garganta. La bestia me miraba entre los matorrales. Sus ojos, anormalmente brillantes, eran distinguibles entre los pocos arbustos que había. No gruñía, y definitivamente iba a saltar sobre mi yugular. Correr habría sido inútil, disparar más aún. Nadie más que las entrenadoras era capaz de hacerles frente a esas criaturas sacadas de las sombras mismas.
Solo los años de entrenamiento me ayudaron a trepar el árbol tan rápido, dejando el arma en el suelo. La bestia estuvo bajo mis pies en un salto, patinando un poco para poder saltar de nuevo. Trepé cuanto pude, poniendo toda la distancia que era posible. No miré hacia abajo hasta que consideré que había una buena distancia entre la criatura y yo.
Apenas existía tal cosa.
No era una criatura que pudiera escalar, pero sus garras seguían siendo capaces de aferrarse a la corteza. Los saltos que daba la dejaban a dos metros de distancia que se sentían como centímetros. Con manos sudorosas dentro de los guantes, saqué la pistola de bengala de mi cinturón, rogando que la señal llegara a Elmer y el resto.
«¡Trepa, estúpida, trepa!»
Mis manos inmediatamente encontraron ramas que me sostenían, mis piernas me alzaron más.
Solo tenía que aguantar unos minutos. Un momento y quizás podría bajar al suelo.
¡PANG!
Temí lo peor al escuchar el sonido del disparo. La bestia perdió el interés en mí, dejándome en paz para ir a su siguiente blanco. Con el corazón en la garganta, me aferré a la rama que tenía a un costado, dándome vuelta con algo de dificultad.
Busqué con la mirada a Elmer, casi segura que el grandulón se había agarrado a puño limpio con el anánimo. O quizás peor, pero no escuchaba ningún sonido que me indicara el peor escenario.
—¡Lisbeth!
Mi cabeza se volvió de inmediato hacia un costado, encontrándome con la entrenadora Dahl.
—No me ha tocado. Solté el arma por supervivencia.
Eso bastó para que asintiera y volviera su atención al suelo. Hubo un momento de silencio antes de que bajara con gracia entre las ramas, como si fuera un ave, tocó el suelo e inmediatamente la bestia pareció notarla.
Contuve mi respiración, sintiendo fascinación y terror por igual. No importaba cuántas veces lo viera, seguía siendo asombroso ver a la entrenadora. Su cuerpo estaba relajado, en una postura que parecía ser el primer paso de una danza llena de saltos y giros.
La bestia gruñó y se lanzó hacia ella. Un movimiento y la entrenadora estaba volando por encima de la criatura, haciendo que las telas de su peculiar vestido se agitaran como lenguas de fuego tras ella. Aterrizó tras la criatura y en un parpadeo estaba cerca de la cabeza, sus manos abiertas de lado a lado, como si hubiera cortado los hilos que sostenían al animal. Hubo un sonido seco y un gemido lastimero antes de que apareciera la entrenadora Supkum.
Contrario a la entrenadora Dahl, iba vestida con ropas que apenas se movían cuando caminaba, llevaba el pelo atado en dos largas trenzas que caían por su espalda. Caminaba como si no hubiera apuro, con la seguridad de que la victoria era suya. Se detuvo un momento junto a la otra entrenadora, gruñó algo que no pude comprender y luego bajó el puño contra la cabeza.
El silencio se hizo presente por todo el lugar. Si lo habían matado o no, estaba por fuera de mis conocimientos, pero ya podía bajar sin problema. Las ramas bajas habían cedido a los intentos de trepar del animal, por lo que me dejé caer lo que suponía que eran unos tres metros. Yo había trepado con casi dos metros de distancia entre la rama y el suelo. Doblé las rodillas lo más posible y puse las manos frente a mí cuando me sentí caer con el rostro.
Estaba poniéndome de pie en mis temblorosas piernas, cuando las manos de Elmer me tomaron por los hombros. No hacía falta que me preguntara nada, sabía muy bien que me preguntaba lo de siempre.
—He tenido peores caídas.
El dato no pareció importarle, se limitó a abrazarme con fuerza, dejándome poco espacio para respirar. Me sentía a punto de pasar a una mejor vida de la alegría que sentía, y la vergüenza. Las dos entrenadoras nos miraban, Kadga Dahl lo hacía sin ninguna expresión comprensible en sus rasgos, mientras que Nero Supkum lo hacía con una sonrisa de oreja a oreja.
—Por supuesto, no hay nada más que camaradería por ahí, ¿no? —Elmer y yo nos apartamos de inmediato, evitando mirarnos todo lo posible—. Darau seguramente se va lamentar no haber visto este momento.
Yo solo pude sonrojarme más, incapaz de decirle que no hacía falta. Conociendo a mi amigo, no iba a dejar de escuchar todas sus idioteces sobre que se estaba volviendo viejo, quizás habría dicho que consideremos seriamente tener hijos. «No vayas por ese camino, Lisbeth», me dije al notar que empezaba a preguntarme cómo sería.
—Volvamos. Es tarde —dijo la entrenadora Dahl con la mirada en el cielo.
—Ya oyeron a la embarazada, ¡en marcha!
No faltó una mirada helada por parte de Kadga, que definitivamente no le hizo nada a la entrenadora Supkum. Ella y el Vicecapitán Kertmuth Dahl eran los únicos inmunes a aquella expresión.
Íbamos unos pocos pasos por detrás de las dos mujeres, suficiente como para hablar en murmullos tranquilamente.
—Ni una palabra al escobillón andante —murmuró Elmer.
—Dudo que se entere por mí —repliqué. Él me miró antes de negar con la cabeza, rendido. ¿Cuándo se había escuchado de Nero Supkum no haciendo de las suyas? A veces me preguntaba cómo hacía el comandante para verla como si fuera lo único que existía. Las palabras de Darau cuando hablaba de nosotros resonaron en mi cabeza y me declaré derrotada.
Eché la cabeza hacia atrás, contemplando el cielo.
«Espero que estés bien, Dau.»
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