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1 a 3 de oastog, año 5778.

Reino de Ventyr, Jisaen - Marel.

Las personas se pueden dividir en dos clases: las que son un libro abierto y las que tienes que tomar notas para saber qué quieren decir con cada mínimo gesto que hacen. Había encontrado personas de ambos lados en mis dieciocho años de vida y recorriendo todo Oucraella, Morgaine no era la más cerrada, desconfiada o inexpresiva que me hubiera cruzado, tenía sus mañas, imagino que eran producto de su naturaleza eduana. Ahora, Sahisa era tan fácil de leer que ni me molestaba en intentar adivinar qué pasaba por su cabeza.

No tenía idea de qué marca hablaba la ventina, yo seguía viendo los tres pétalos que decoraban la parte superior de la nariz de la bruja, incluso se había vuelto más cerrada, completamente inexpresiva. Lo que sea que hubiera visto en los segundos que caminó en medio de la oscuridad, por no mencionar las cosas más y más raras que pasaban a su alrededor, empezando porque la tierra parecía ser una bestia rabiosa. De haber sido más religiosa, habría dicho que Deyno estaba bajo su poder, pero los dioses no eran nada más que mitos, excusas para seguir diciendo que la transformación era una maldición.

En ese momento, fuera del pozo y con el sol dándole en todo el rostro, parecía... relajada. Su cabeza empezaba a mostrar una pequeña manta castaña sobre su piel, nada que ver con la pelada que había visto en aquel barco casi dos semanas atrás. Caminábamos hacia Jisaen, una pequeña ciudad donde el bosque me recordaba ligeramente a Oucraella. No eran los grandes árboles que me ofrecían todo para vivir en sus ramas, no había un aire húmedo ni un viento que me invitara a volar, pero la nostalgia seguía siendo la nostalgia.

Las casas tenían el distintivo de los ventinos, con esos techos que parecían elevarse como las llamas al cielo, las paredes con las columnas talladas de tal forma que parecían tener serpientes que iban ascendiendo en espirales. Niños corrían de un lado a otro, riéndose a carcajadas, las ancianas y mujeres ya adultas tejían o realizaban los quehaceres que requerían de mayor habilidad. Ignoré a los jóvenes que nos miraban pasar con interés, sobre todo a Morgaine, quien iba con las faldas por la altura de las pantorrillas. Sahisa tenía una especie de vestido que dejaba sus piernas descubiertas a los costados, mientras que la tela caía hasta las rodillas.

Yo iba con una mezcolanza de ropas, una camisa sin hombros de un mercader que venía de Oucraella, una falda que me llegaba hasta la mitad de los muslos y un lindo cinturón que tenía una funda de espada. Ah, y un collar con una sodalita en medio de un intrincado diseño. La mejor de todas mis adquisiciones; costaba no pasar las manos por los hilos encerados que sujetaban incluso las pequeñas rocas brillantes que decoraban la parte principal del adorno.

—Oh, si no es otro que el gran Hessán —dije al muchacho que empezaba a reconocer de mis excursiones. No tenía mucho que admirar, un cuerpo algo regordete, ojos pequeños y un hablar dudoso. Al escucharme, volteó sobre sí mismo, alzando sus delgadas cejas hasta desaparecer en su cabello. Con el rodete que tenía siempre, daba la impresión de ser una cebolla enorme. De todas formas, era mi mejor carta, sonreí y me pegué a su costado, ignorando por completo el olor a ajo y cebolla que destilaba. «Plumas benditas, ¿no conoce la palabra baño?»—. Mis amigas y yo estamos en aprietos. ¿Te acuerdas que te conté que estábamos cerca?

—Burung —musitó, casi dejando caer lo que tenía en la mano.

—En fin, que estamos buscando un lugar donde quedarnos. ¿Sabes de algún lugar?

Lo vi dudar, pasando la mirada de las chicas a mí, una y otra vez. Seguí parloteando, mencionando cualquier cosa que me permitiera mantener su atención en mí, manteniendo mi rostro alegre, indiferente al olor que salía por todos sus poros.

—Creo que conozco un lugar —dijo despacio. Me aparté un paso, con los ojos abiertos de par en par y sonriendo ampliamente mientras le daba las gracias. Él asintió, sonrojado y esbozando una sonrisa que me dejaba con una sensación incómoda en mi estómago.

—No te tenía por ladrona —murmuró Morgaine, apenas perceptible, cuando estuvimos a unos pasos de distancia del chico. Le di una sonrisa de medio lado y un guiño en el ojo, habría llevado un dedo a mis labios, pero ser descarada en la calle principal de un pueblo era de suicida. Su cara era insondable, podía intuir el brillo de interés en sus ojos, suponía que indicaba que estaba estudiando mis gestos, al igual que aquel día en la bodega del Ojo Negro. Estaba tentada de preguntarle qué pensaba de ello, pero de inmediato volvió a mirar al frente.

Suspiré por dentro, acomodando las monedas que había obtenido en mi monedero. Detestaba saber que todavía tenía el toque, pero con situaciones desesperadas, las malas costumbres volvían cual peste. No quería ni pensar qué diría mi hermano, aunque seguramente estaba muy entretenido con la presumida Menawan, intentando quedarse en su nido, como para dedicarle un pensamiento a mi persona.

Dudaba que siquiera notara mi falta.

Hessán nos mostró un cuarto que tenía en la parte posterior de su casa, una construcción modesta que se apoyaba en un baobab. Dentro había un olor a especias, picante y algo más que no sabía identificar. Una mujer regordeta y un hombre, que por poco no pasaba como un zibreño de lo rechoncho que era, se asomaron por lo que asumí como la puerta de la cocina. Sus ojos se abrieron de par en par al vernos.

No capté todo lo que dijeron, pero las palabras "muchas mujeres" me dieron una idea de qué estaban diciendo; y la sospecha se reafirmó cuando Hessán echó una mirada nerviosa en nuestra dirección. Mi espalda se tensó y tuve que obligarme a pensar en las montañas frías, en cualquier cosa menos en lo que me retorcía el estómago por dentro.

—Vengas, muchachas, vengan —dijo la mujer con más entusiasmo del que me hubiera gustado, tomando mis manos y mirando a las otras dos mientras nos llevaba hacia la puerta donde estaba el hombre y Hessán. En efecto, era la cocina, y más allá había una escalera que daba a un cuarto donde había una mesa para sentarse en el suelo, con solo tres platos. Sentía que en cualquier momento iba a vomitar, pero mantuve la sonrisa y escuchaba con atención las palabras de la mujer.

Así fue cómo me enteré de que su hijo era más tímido de lo que uno creería capaz, que la mujer se sentía vieja y estaba al borde de la desesperación por tener nietos. Hablaba de Hassán con tanto énfasis que me encontré considerando la opción de saltar por la ventana y marcharme volando.

Lejos. Quizás a Zibra, o Lerán.

«O ir a buscar a papá en el Monasterio», pensó una parte de mí que ya creía más que superada. Aparentemente, no.

—No estoy interesada en su hijo —cortó Morgaine en un momento. Parpadeé, volviendo a la realidad que había abandonado hasta ese momento.

—Uhm... —empezó Sahisa, apretando los labios y removiéndose. Una parte de mí se preguntaba si ella consideraría quedarse aquí. No tenía madera de alma errante, ni ese fuego que estaba dispuesto a consumirlo todo como la eduana junto a mí—. Señora, sé que es muy hospitalario de su parte, pero me temo que hay un malentendido.

La mujer agitó la mano para quitarle peso al asunto, riendo con ligereza. Intenté no atragantarme con mi propio aliento, y me limité a sacar todas las clases de etiqueta, las veces que mi madre y hermanos me enseñaron cómo tenía que actuar para que se me cumplieran los caprichos.

—Mi hijo es un buen hombre, seguro que...

—Agradecemos su hospitalidad —dije, frenando a Morgaine que parecía estar a punto de soltar uno de sus comentarios que iban a poner a todos en alerta. Era imposible disimular su origen, no con su cabeza todavía sin pelo y el dibujo que no abandonaba su frente—. Su hijo es realmente muy amable, pero me temo que no estamos aquí para algo más que esta noche.

Con eso, el rostro de la mujer se transformó momentáneamente. Ví una sombra de pánico, nervios que se condensaron en una ligera gota de sudor y pupilas dilatadas. Me preparé para que empezara a chillar, que dijera cualquier reacción que amenazara con volver a esto en algo más grave.

—No ha habido acuerdo de ninguna parte —intervino Sahisa, cortando las palabras de la mujer—. Nuestra amiga solo pidió un sitio donde dormir esta noche, partiremos en la mañana, con el rayo de Nag.

—Oh, por los colmillos y las escamas, no, por favor, quédense cuánto tiempo necesiten —dijo, sacudiendo la cabeza, haciendo que un mechón de cabello castaño oscuro se escapara del apretado rodete que llevaba—. La cena estará en unas horas, pónganse cómodas, por favor.

Sin nada que me viniera a la cabeza, aceptamos. Eso pareció calmar a la mujer, quien volvió a sonreír de oreja a oreja, marchándose hacia la cocina. Morgaine miraba con atención a la puerta, tan firme como podía estarlo en una situación así. Sahisa se removía en el lugar, sus ojos abiertos de par en par, las lágrimas poco a poco trepando por su ojos. No quería preguntarle qué temía, pero tenía la impresión de que tener una vida con Hessán no entraba en sus planes.

—Si ese puerco cree que... —empezó Morgaine por lo bajo antes de soltar un suspiro cansado y sacudir la cabeza—. ¿Por qué tengo la impresión de que esa mujer quiere demasiado a su hijo?

—Porque en Jisaen, así como en varios pueblos que no tienen peso económico, militar o religioso, que un hombre lleve a casa mujeres puede significar matrimonio —explicó Sahisa, retorciendo sus dedos y empezando a pellizcarse los dedos. Un escalofrío hizo que las plumas estuvieran a punto de salir.

Ciertamente, casarme con un ventino que olía peor que un zapato en verano no entraba en ninguno de mis planes. Volver a Oucraella sonaba mucho más agradable que eso. Mordí mi labio inferior mientras contemplaba la ventana, era pequeña, y dudaba que tuviera tiempo para transformarme sin que eso implicara golpearme la cabeza contra el suelo. Salir corriendo por la puerta no estaba en nuestras opciones si la casera estaba decidida a mantenernos dentro y convencernos de desposar a su hijo.

—Qué idiotez —dijo Morgaine, sus ojos fijos en la mesa, pero parecía distante, con esa nota melancólica que tenía cuando parecía estar pensando en el hombre que estaba buscando. Entendía que había cometido la pata, y si el chico era como ella lo describía, sonaba a que tenía los pies bien puestos sobre la tierra. O tenía el suficiente sentido común como para salir huyendo de lo que hubiera sido una muerte segura.

—Idiotez o no —empecé en voz baja—, me parece que tendremos que salir pronto de aquí.

Las dos asintieron y esperamos a que volvieran con la comida. Mientras tanto, empecé a pasear por el piso, abriendo levemente las puertas que daban a los otros ambientes de la casa. Dos dormitorios, un almacén donde secaban embutidos. Me deslicé en una de las habitaciones, pisando con cuidado, observando la ventana y luego el resto del lugar. Estaba segura de que violaba unas cuantas normas sobre la hospitalidad, pero ya había metido la pata hasta el fondo, y mejor pasar desapercibidas que seguir siendo el centro de atención. Más si íbamos a escaparnos.

Supuse que las ropas de la mujer estaban en el baúl, y todo nos quedaría enorme. Mordí mi labio inferior, considerando las opciones que tenía.

—¿Sinta?

Casi dejé escapar un grito ante la voz de la eduana, quien me hizo un gesto con la cabeza a la vez que sus ojos se abrían ligeramente. No necesitaba ser muy inteligente para no sospechar de que era mejor volver de inmediato a la sala donde nos habían dejado. Cerré el baúl y casi corrí de regreso a la puerta corrediza, requirió de todos mis reflejos el detener la madera antes de que golpeara con fuerza contra el marco.

Los pasos en la escalera se hacían más cercanos, así como las voces. Morgaine se movió hasta quedar junto a la ventana más cercana, con los brazos cruzados y la mirada de mal humor que solía tener. Yo oculté mis manos por detrás de mi espalda, pintando la mejor sonrisa en mi cara mientras hacía como si estuviera caminando por el comedor.

Al parecer, los padres de Hessán estaban tan contentos con la idea de que su hijo había traído no a una, sino tres mujeres a la casa, que no parecieron reparar en las actitudes raras que teníamos.

Sahisa apenas probó un bocado cuando sirvieron la comida. Morgaine observaba con la nariz ligeramente fruncida su plato, suponía que podía detectar mejor que nosotras las hierbas o condimentos. O la comida de Magmel en general le resultaba demasiado ajena como para desconfiar incluso de un simple arroz blanco. Yo tampoco comí mucho, si las otras dos estaban con dudas, yo no iba a ser la que fuera a arriesgarse, así que conversaba sobre nada en particular, siempre con un ojo en la bebida que iban bajando los padres del chico, y en él.

Si debía darle crédito por algo, era por estar tanto o más incómodo que nosotras. Había una disculpa silenciosa en su expresión, pese a que echaba miradas interesadas hacia Sahisa y curiosas hacia Morgaine. Ninguna de las dos le devolvía el gesto.

En algún momento, los padres se emborracharon hasta que estaban cantando y bailando a todo pulmón, imposibles de comprender y se marcharon a su habitación, la que yo había entrado, diciendo que nos deseaban suerte. Me sentí arder las mejillas, aterrada ante la mera idea de que pasara algo. Hessán pronto se retiró, diciendo que estaba cansado, dejando la mesa con más brusquedad de la que hubiera esperado. Sahisa levantó la mirada recién cuando la puerta de madera se cerró con un estruendo, rebotando hasta dejar que parte del interior fuera visible.

Aparté los ojos cuando noté que Hessán se quitaba sus ropas y dejaba a la vista un cuerpo que definitivamente no estaba en mi radar de interés. Concentrándome, presté atención a mi respiración, al aire y soplé suavemente, cerrando la puerta con delicadeza.

—Vámonos —susurré cuando las risas de los padres empezaron a convertirse en sonidos más... íntimos; ambas asintieron de inmediato. Abandonamos el comedor, bajamos las escaleras y seguimos caminando hasta salir por una puerta trasera. Había visto el patio desde la ventana de la habitación de los padres y allí había algunas prendas que debían de estar secándose todavía. Tomé un par y se las lancé a Morgaine, quién me miró con una ceja alzada antes de sujetarlas, pidiéndome que me apresurara.

Corrimos hacia el montón de árboles y trepamos a uno que parecía estar algo alejado del pueblo. Morgaine se cambió la ropa con algo de dificultad, dejando caer los harapos que había estado utilizando hasta entonces. Sahisa se había acomodado en una rama, sus ojos mirando a la nada misma.

—Parece que no me queda otra —dijo, tan bajito que estuve segura de que no la había escuchado.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Morgaine, acomodándose las ropas como podía en la oscuridad.

—No puedo volver a casa, huí de mi compromiso para estar con Yuda, ahora esto...

Se me encogió ligeramente el corazón al escucharla. Morgaine no dijo nada, quizás teniendo la delicadeza de guardar los comentarios que iban a salir si abría la boca.

—Bueno, parece que las tres somos fugitivas —comenté, acomodando mi espalda contra el tronco, ganándome las miradas curiosas de las dos—. También me marché de un compromiso, y seguramente tengo carteles de recompensa en algunos sitios —dije, sin darle mucha importancia. No era del todo la verdad, pero no era algo que ellas tenían que saber. Morgaine no dijo nada, simplemente volvió su cabeza hacia el cielo, y se acomodó en la rama.

El silencio se extendió sin dificultad. No diré que dormí fantástico, he tenido peores noches que aquella. A la mañana siguiente nos marchamos al despuntar el alba. Morgaine se veía algo ridícula en las ropas que había conseguido, demasiado coloridas, demasiado cortas para lo que ella solía usar, con la falda no más larga que sus muslos.

—La próxima, yo elijo la ropa —me dijo cuando estuvimos en el suelo, caminando hacia el sur. Me encogí de hombros, aceptando que era más fácil si era ella quién conseguía las prendas que le parecían mejores. Estábamos caminando entre los baobabs, siempre con un ojo en los alrededores, hasta que una idea pasó por mi cabeza.

—Podríamos ir a Marel y pasar por la Capital Mercantil.

—¿No dijiste que te tenían en la lista de personas buscadas? —preguntó Sahisa.

—En Oucraella, y, seamos honestas, los que están en Marel no son todos inocentes o legales —repliqué. Sahisa se encogió de hombros, Morgaine simplemente me miró en silencio. Con eso, seguimos caminando, usando los conocimientos de la ventina como nuestra fuente más confiable para viajar por allí, aunque de vez en cuando tenía que ser yo quien investigara primero el terreno.

Evitamos anánimos por los pelos, la mayoría levantaban la cabeza y nos observaban pasar. Para el quinto, uno de Ventyr, ya teníamos los nervios destrozados. Lo vimos de reojo, notando cómo su cabeza en forma de diamante nos seguía por un trecho desde las ramas en las que estaba descansando, como si evaluara sus ganas de molestarse con nosotras, antes de volver a acomodarse y seguir con su siesta.

—¿Puedo preguntar a quién buscas, Morga? —empezó Sahisa en la segunda noche de viaje. Morgaine, quien estaba terminando de cocinar una liebre especiada que había logrado cazar, dejó el trozo de carne de ella a medio camino. Su cuerpo entero parecía haberse congelado ante lo que sea que había tras sus pensamientos. Comí en silencio, contemplando todo, conteniendo las ganas para acercarme un poco más y apoyar la mejilla contra mi puño.

—Mi... esposo, creo —dijo en un susurro, arrodillándose.

—¿Crees que buscas a tu esposo? —pregunté, sonriendo ampliamente. Ella me dedicó una mirada helada mientras daba un bocado a su comida y contemplaba el fuego.

—Es complicado —soltó.

—No, la verdad que no —repliqué. La eduana rodó los ojos y se concentró en su plato.

—¿Y por qué lo buscas? —empezó de nuevo Sahisa. Aguardé, contemplando con interés cada gesto que hacía. Nunca había visto a la bruja esbozar una tenue sonrisa, dejaba sus rasgos con un aspecto más dulce, no tan... rígido. Sus ojos parecían volverse más bonitos, como el musgo que solía ver en los árboles de la casa de mi madre. Al instante, su mirada se volvió helada, letal incluso, como si ante ella estuviera el ser más despreciable que jamás hubiera visto.

—Porque cometí el error de no seguirlo antes —terminó diciendo.

Intercambiamos una mirada con Sahisa y volvimos a centrarnos en la bruja.

—¿Cómo es él? —habló Sahisa, con una voz dulce y acomodándose.

—Libre —respondió al cabo de otro rato—. El hombre más... —Sacudió la cabeza, apartando la idea—. Simplemente no pertenecía a Eedu y yo creí que sí.


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