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CAPÍTULO 6
Jesse vagabundeó un rato por la casa hasta dar con el garaje. No le costó demasiado adivinar que la clave a todo era la misma que la de la entrada. El hombre no tenía demasiada imaginación que se dijera.
Y en cuanto estuvo frente a la colección personal de Eric sus ojos se abrieron como platos.
Aston Martin, Maserati, Bentley, Ferrari, Rolls-Royce Lamborghini y Porsche, eran los que más destacaban sin contar los de "uso diario" el hombre tenía una puta concesionaria en el garaje.
Demonios, cualquiera babearía por ellos.
Jesse no era la excepción.
Como niño dentro de juguetería se paseó entre los coches admirando la pintura, pasando sus manos por los tapizados y sentándose en ellos, imaginándose como sería salir por ahí con uno de esos coches.
Casi se le hacía sentir el viento veraniego en la cara y eso que estaban en invierno.
Se imaginó a si mismo por la carretera, lentes de sol, un pañuelo al cuello. Manejando con una mano, dos mujeres guapas en el asiento de atrás (aunque no le gustaran) llegaría a la playa y jugarían vóley. Luego a una discoteca por la noche.
El sueño de todo adolescente.
Suspiró.
Se bajó del Porsche y antes de que pudiera ser consciente de sí mismo sus pies lo llevaron hasta el Rolls-Royce, le dio una palmadita cariñosa como la que le darías a un cachorro.
Si. definitivamente esa preciosura se deslizaría como la seda en la nieve.
Se lo pensó dos veces y al final se decidió a sacarlo del estacionamiento.
Salir no fue demasiado difícil.
Aunque se sorprendió de ver a un hombre en una garita cerca de las rejas.
Ese debía ser el que habló la noche anterior.
En el fondo se sintió un poco desilusionado al descubrir que no se trataba de una super inteligencia artificial sino de un hombre hablando por un intercomunicador.Pero no se lo pensó dos veces en cuanto las puetas se abrieron.
Se preguntó si el hombre sabría que no era Eric saliendo del garaje. Probablemente no O lo hubiera detenido preguntando quien era.
Al menos era lo que Jesse hubiera hecho de estar a cargo de la seguridad de un millonario.
Definitivamente debía hablar con Eric sobre eso.
Su seguridad era pésima.
Pero sus coches... vaya que eran una joya.
Por desgracia, el camino a la estación le resultó demasiado corto y en cuanto se bajó del coche no pudo evitar sonrojarse por las miradas que sus compañeros le lanzaron.
Oh diablos.
No había pensado en eso cuando se decidió a sacar aquel juguetito a pasear.
-¿Has asaltado un banco o qué?-silbó el chino.
Se encontraba fumando en la puerta de la estación cuando llegó.
-Es de mi... Pareja. -Dijo pensándoselo.
Decir que Eric era su esposo era raro. Pero decir que le había sacado el coche al tipo con el que por accidente se había casado y que era rico y que... sí.
Dar los detalles era demasiado complicado por lo que se limitó a encogerse de hombros.
- Tendré que conocerla. Vaya gusto que tiene. Mi esposa lo único que sabe elegir son coches de bebé.
-Es un él y está muy ocupado-mintió y miró a su compañero esperando aquella mueca de rechazo que ya había visto de sus otros colegas.
Para su sorpresa se limitó a abrir sus ojos como planos y hacer pasar saliva por sus dientes.
Terminó de fumar y echó las colillas a un lado antes de entrar detrás de Jesse.
El rubio pensó que aquel sería el final de toda posible camaradería entre ellos, ni hablar de una amistad, se lo imaginó dirigiéndole miradas de desaprobación y comunicándose por monosílabos con él. Sin embargo, a los pocos minutos el mayor volvió a hablarle con la misma calidez casi paternal con la que lo había hecho el primer día.
-Vaya esta juventud. Como son ¿eh? Ahora es todos con todos. Como sea. Hablando de juventud. Tengo algo que va a encantarte-le dijo y apenas le dio tiempo a que el chico se sentara en la silla detrás de su nuevo escritorio, que Liu ya estaba tecleando con rapidez sobre el viejo ordenador hasta hacer aparecer frente a sus ojos la foto de un niño vestido de naranja con el uniforme típico de la correccional de Illinois.
-¿Ian Goldman? -Leyó Jesse sin entender nada.
-Ese chico es la clave de todo. Necesitamos que trabaje para nosotros.
-¿Un soplón? -Preguntó lanzándole una segunda mirada al niño que de no ser por el uniforme naranja hubiera jurada era casi tan inocente como su propio hermano pequeño.
¿De hecho cuan mayor podía ser? Como mucho debía de llevarle 5 años a Max, era imposible que pasara los 14.
-Mejor aún. El chico es un hacker. Tres perpetuas por estafa. ¿Te das una idea de lo que ha hecho? Es un terrorista cibernético. De esos que pueden hacer desaparecer el dinero de una nación en un clic, hackear el puto Pentágono y sacar toda la mierda a la luz de las fuerzas militares rusas. - Liu Cong lucía excitado como quien dice que acaba de sacarse el gordo con el billete de lotería. Jesse no tenía idea de cómo el chico Goldman podría ayudarlos a resolver el caso de Caín y como si pudiera leerlo, el mayor continuó explicando: -lo extraditaron el jueves pasado luego de que lo atraparan en china. El juicio fue tan fugaz que no duró un día. 24 horas después de entrar a prisión hackeó la seguridad de la cárcel con un teléfono. ¡Un puto teléfono! yo apenas si consigo enviar una foto de cuando en cuando, pero este chico se metió en todas las prisiones que tuvieran acceso a una computadora conectada a la red y abrió las celdas de máximas seguridad. 7200 presos escaparon en un día. Destrozó todos los archivos penales que se guardaban en los ordenadores, borró registros, casos, cambió sentencias, hizo un caos en pocos segundos.
-Eso es malo. -dijo Jesse viendo al niño inocente con otros ojos.
-muy malo. -Dijo Liu Cong emocionado. -lo necesitamos. Necesitamos una orden para hablar con él. Averigüé por los de arriba que lo tienen aislado e inmovilizado en la zona de peligrosos. Ese niño. Ese niño es el puto amo del terror. Según los reportes lo hace por diversión, lo ha intentado recular la CIA pero se ha negado, no trabaja para nadie y ahora lo tenemos a pocos kilómetros de nosotros. Si hay una posibilidad, por mínima que sea de rastrar a este hijo de puta de Caín ese niño es la clave. ¿lo entiendes?
¿Qué si lo entendía?
Si. Jesse lo entendía.
Lo importante era conseguir que el chico colabore con ellos.
-¿y como haremos que trabaje para nosotros?
- Primero hay que conseguir una orden para hablar con él. Eso lo complica un poco, pero cuando tengamos el visto bueno de los jefes tal vez podremos negociar un trato.
-¿Y como sabremos que apenas le demos un ordenador no nos traicionará?
-No lo sabemos. Ese es el punto. Pero es la única manera que se me ocurre de seguir con esto. Ayer me llamaron para otro cadáver. Otra vez las malditas Rosas. Caín deja un rastro de flores rojas. Revisé los registros de cada florería, no hay mucho que haya podido averiguar. Las florerias pequeñas no dejan demaciados registros, es como buscar una aguja en un pajar. Puede ser una ofrenda o su fetiche personal. No lo sé. El tipo al que encontraron andaba en cosas turbias. Un hijo de puta menos por las calles, pero era mi soplón. Se suponía que estaba en protección de testigos, Sin él no tengo nada y no es que el misterioso Caín haya dejado mucho de él para tomar muestras. Lo incineró. Literal. A él y a su hijita pequeña, una bebé de 6 meses. ¿te lo puedes creer? ¡una bebé! Los forenses dicen que es imposible encontrar una huella o lo que sea de los restos. Tuvieron que usar los dientes del infeliz para identificarlo ¿te imaginas?
-¿Puedo ver las fotos?
-Créeme niño. No quieres verlo. -le advirtió. -Tú ocúpate del asunto del narcotráfico, pero te juro que cuando ponga mis manos sobre él... Ese hijo de puta sádico...
Jesse miró de nuevo la pantalla.
Al niño.
-¿De verdad crees que sea buena idea? No creo que lo convenzas de trabajar para nosotros. Suena como un chico que solo quiere ver el mundo arder.
-Exacto. Yo solo le daré los cerillos.
Eric McGraw despertó con una buena resaca.
Acabaría volviéndose alcohólico por culpa de Jed.
Pestañeó un par de veces y cerró los ojos mientras se acostumbraba a la claridad.
Diablos con Jed y la boda.
Auch...
Vaya mierda había sido eso.
Los recuerdos le llegaron como una lluvia de dagas al cerebro.
Se frotó los ojos y miró a los lados.
Jesse no estaba por ningún lado.
Abrió un cajón de su mesita de noche y sacó un ordenador.
Mientras esperaba a que encendiera tomó dos analgésicos del mismo cajón y se los tragó.
Una foto de sus amigos sonriendo lo saludó desde la pantalla recordándole lo mucho que la había jodido la noche anterior.
Había dicho tantas cosas que se avergonzaba de solo recordarlas.
Era probable que sus amigos no volvieran a hablarle en su vida.
Suspiró deslizando sus dedos por la pantalla hasta abrir las cámaras de vigilancia, fue salteando de habitación en habitación y nada, todo parecía vacío y en orden hasta que llegó al garaje, de sus coches también faltaba uno.
¿Le había robado?
Bueno, recordaba haberle dado las llaves, entonces el poli se había largado sin mirar atrás.
Eres un estúpido, se dijo. Con la cara de buen chico que tenía.
Miró su reflejo en el espejo frente a la cama. Se veía ojeroso, el cabello revuelto y aun vistiendo el traje arrugado de la noche anterior, daba pena.
Eres el reflejo del éxito, se dijo.
29 años, dos matrimonios falsos, un hijo al que evitaba, una madre adicta, amigos que probablemente no quisieran verlo en su puta vida, gente poderosa reclamando su cabeza, la policía detrás de sus pasos, una seguridad de mierda que había permitido que le robaran uno de sus coches favoritos y una jaqueca terrible era todo lo que había conseguido en su vida.
Y luego Forbes lo ponía como ejemplo a seguir para los jóvenes ambiciosos.
Su vida daba asco.
Miró la hora.
Intentó encender su teléfono.
Sin batería.
Genial. Simplemente genial.
Para colmo iba tarde al trabajo.
Se aseó y llamó a su chofer para que lo llevara. No era especialmente adepto a él, pero se sentía hecho una basura para manejar.
De hecho, pensó en reportarse como enfermo, pero acabaría sintiéndose peor si se quedaba encerrado en aquel lugar. Eric McGraw prefería dormir en los duros bancos del hospital que en su propia casa.
En cuanto llegó al st. Patrick para las 6 de la mañana, su teléfono ya se encontraba con un 30% de batería Y varias llamadas perdidas de sus amigos.
Lo desconectó del cargador, quedarse incomunicado ese día no sonaba tan mal.
Eric no quería saber lo que tenían para decirle.
De verdad que no.
Se consoló a si mismo pensando en que al menos solo debía evitar a Jed ese día, al siguiente partiría a su bonita luna de miel con su queridísimo Romeo, a vivir su fantabuloso cuento de Hadas, y el brincaría de alegría.
Sí, Eric estaba siendo sarcástico.
Caminó hasta su casillero evitando a la mayoría de las personas a su paso.
Como tantas otras veces se preguntó por qué demonios se seguía moviendo cuando en el fondo lo que quería era quedarse en la cama arropado como un frijol y no levantarse al menos en una década.
Inercia.
La respuesta le llegó como un susurro a su oído.
En la vida se había acostumbrado a seguir, a moverse, detenerse era morir, o seguías o morías y si no morías debías seguir.
Aceptar y seguir.
¿Que tenía que casarse con una albina del demonio y tener un hijo?
Bien, Eric, lo hacía y seguía.
¿Que tenía que entrenar hasta desmayarse?
Eric lo hacía, se levantaba cuando recuperaba la conciencia y seguía porque tenía que hacerlo.
¿Que tenía que hacer los "trabajos sucios"?
Eric no preguntaba, obedecía, Eric había aprendido a seguir ignorando los remordimientos.
¿Que tenía que aceptar que Jed se fuera con otro y sonreír?
Lo hacía, porque había aprendido que debía seguir, que la vida era un continuom de enfrentar y seguir... y seguir... y seguir....
Luego de apretar el gatillo, luego de que la sangre corriera por sus manos, cuando ya no quería levantarse, cuando era su propio cuerpo el que sangraba, cuando su propia respiración quemaba en sus pulmones, cuando su cuerpo dolía hasta dejarlo inconsciente... cuando no le encontraba un por qué a seguir...
Eric Se levantaba, Eric seguía...
Había seguido tantas veces que se preguntaba por qué demonios lo hacía, pues no tenía respuesta a eso.
Pero Debía hacerlo.
El solo se levantaba por la mañana, porque lo habían educado para eso.
La inercia hacia el resto.
Sacó su bata del hospital de su casillero, se cambió la ropa, se sujetó el cabello en una coleta y salió, porque había gente afuera que lo necesitaba, personas que le confiaban su cabeza a él, que no tenía idea de cómo manejar su propia mierda, a veces le entraban ganas de gritarles que eran idiotas por confiar en alguien como él para resolverles la vida, que la suya era un desastre, pero seguía, porque debía.
Esa mañana le tocaba consultorio.
Al menos eso no era tan malo como las guardias en emergencia.
Debía sentarse a escuchar los problemas de la gente, fingir que se interesaba por ellos, recomendarle soluciones para afrontarlos y luego recetar ansiolíticos y antidepresivos hasta que su recetario se quedara sin hojas.
Sí, podía decirse que era un día fácil.
Solo debía seguir así un par de horas más y sería libre para volver a casa y pasar otro día.
Para variar, las cosas no salían como planeaba y Tras un par de pacientes el que entró por su puerta fue Jed Jones.
A nada estuvo de soltar una maldición.
-¿Cómo estás? -Le soltó con cierta ¿Incomodidad?
Sí, jed se veía incómodo.
Eric sintiéndose culpable abrió una de las historias clínicas y comenzó a anotar datos al azar para evitar verlo a la cara.
Rogó internamente porque se fuera, pero su amigo, para variar no oyó su suplica silenciosa.
-Resaca ¿Qué tal tu? No deberías estar aquí. -Soltó intentando parecer normal. Como si no hubiera montado un escándalo la noche anterior, como si no se hubiera emborrachado hasta dar lastima como si no...
-¿Quieres que me vaya?
Sí, pensó Eric, alzó la vista a aquellos ojos verdes, aquel cabello dorado, los lunares en su mejilla y no pudo...
-Nunca.
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