Capítulo 6: Antes se pilla a un asesino...
A las pocas horas, aproximadamente a las 02:12 del 11 de enero, los dos jóvenes se encontraban en la comisaría de Scotland Yard, donde tenían retenido al sospechoso de la muerte de Wendy. Tras acercarse al mostrador de recepción, un joven los atendió.
–Lo siento, chicos, no puedo dejaros pasar...
–Vaya –Alma procedió entonces a atusarse el pelo y a adoptar una postura algo más provocativa, subiendo un poco la falda que llevaba, inclinándose hacia delante en el mostrador–, nunca había conocido a nadie que fuera tan parecido a Clark Kent –lo alabó, provocando que el muchacho de recepción se sonrojase y carraspease, abrumado por el cumplido.
–¿De-de verdad?
–Yo nunca miento... –replicó con una voz algo más dulce–. ¿Sabes? Siempre he soñado con conocer al autentico Superman, y ahora que lo tengo delante no sé qué hacer –fingió una risa de colegiala nerviosa–, y además de eso trabajas en un sitio tan importante...
–Bu-bueno, si tanto te gusta...
–¿Si? –la hermana de Aiden pestañeó en varias ocasiones–. ¿Podrías enseñarme tu S de Superman? Me encantaría verlo...
Connor rodó los ojos ante aquel flirteo tan descarado, así como a la indecente propuesta de sexo consentido por parte de la morena, pero al mismo tiempo sintió que la ira lo recorría de arriba-abajo al contemplarlo. Por su parte, Alma tomó al muchacho por la corbata y lo arrastró hasta uno de los servicios cercanos, cerrándose la puerta tras ella. El hijo del Gobierno Británico ni siquiera lo pensó dos veces y la siguió, encontrándose una escena que apenas pudo creer: la pequeña morena había logrado inmovilizar al joven policía de recepción y atarlo a uno de los servicios con su propia corbata y su cinturón, metiéndole sus propios calcetines en la boca para que no hablase. De igual manera, lo había dejado únicamente en ropa interior.
–¿Qué has...? –cuestionó el castaño-pelirrojo, ciertamente impresionado. Su mirada se posó entonces en otra guardia de seguridad que había dejado inconsciente.
–Di clases de rodeo cuando era más pequeña, Señor Estirado –contestó ella con orgullo–. Puedo atarlo y castrarlo en 60 segundos –añadió con cierto aire de superioridad–. Mi madre me ha enseñado todo lo que sé.
–Ya... Veo...
–Ahora date prisa y ponte este uniforme encima –le indicó, entregándole el uniforme del recepcionista, el cual había apartado con cuidado–. Si vamos a interrogar a esa cucaracha más nos valdrá pasar desapercibidos ante las cámaras de seguridad.
–Bien pensado –la alabó Connor, esbozando una sonrisa que ella reciprocó a los pocos segundos.
Una vez se hubieron puesto los uniformes por encima de la ropa y hubieron despojado a los agentes de la ley de sus identificadores, ambos muchachos lograron acceder al área de las celdas de interrogación, donde se encontraba Nick Robertson.
–Como era de esperar, Scotland Yard es un sitio abierto para los delincuentes –murmuró Connor mientras caminaban por el área de las celdas–. No comprendo cómo logran encarcelar a tantos... Aunque claro, mi tío Sherlock los ayuda.
–Concuerdo: el sistema de vigilancia es una guasa –afirmó la hermana de Lucifer–. No hay nada que evite que unos turistas entren hasta el fondo de las instalaciones. Fíjate en nosotros, por ejemplo.
Al llegar a la celda de Nick Robertson, el joven de cabello castaño-pelirrojo y la niña de cabello como la noche y ojos claros entraron a la estancia. El paparazzi por poco pareció perder la compostura al ver al hijo del Gobierno Británico por segunda vez en aquellas horas desde que lo había arrestado la policía. Con una actitud de superioridad y algo de chulería, Connor tomó una de las sillas y se sentó frente al sospechoso. Alma por su parte se aseguró de desconectar las cámaras de vigilancia que grababan la conversación entre ellos, antes de sentarse junto a su compañero.
–Hola otra vez, Nick... Vamos a continuar donde lo dejamos ayer, ¿te parece? –comentó–. La última vez nos interrumpieron.
–¿Qu-qué haces aquí? ¡No puedes estar aquí!
–¿Quién dice que no pueda? –cuestionó Alma con satisfacción: esa cucaracha que tenían frente a ellos parecía desesperada.
–Si tienes algún problema, Nick, te aconsejo que hables con mi padre, Mycroft Holmes... Ah, claro, se me olvidaba lo que pasó la última vez que intentaste difamar a nuestra familia –apostilló con un tono indiferente, algo molesto–. Intentó decir que mi madre se había casado con mi padre por su dinero y posición... Te puedes imaginar el tiempo que estuvo en la cárcel –aclaró, pues su compañera lo observaba con una ceja arqueada.
–Yo...
–Además de eso, cuando supuestamente falleció mi tía, a pesar de no haber cuerpo ni féretro, se empeñó en sacar una foto a mi familia en aquel día –su voz ahora estaba teñida por el odio–. Quería la exclusiva de poder decir que «la mujer del detective más famoso de Inglaterra ha fallecido».
–Es usted un ser despreciable –lo acusó Alma, empatizando con Connor, comprendiendo su ira.
–Es verdad –admitió Nick–. Saqué la fotografía y tu padre hizo que los de seguridad me rompieran la cámara, pero... He de decir que conseguí mucho dinero por esa fotografía –parecía estar orgulloso de ello, pero su rostro pronto reflejó su arrepentimiento–. Sí, pero a costa de mi alma, de mi integridad...
–Es como estar hablando con los clientes de mi hermano –murmuró Alma–. Él no es Lucifer, por mucho que lo apoden así por concederles favores.
–Me pasé de la raya y lo sabía. Después hice todo lo posible por evitar que otros cometieran mis mismos errores. Por eso...
–¿Por eso, qué? –cuestionó la hermana de Aiden–. ¿Quién quieres que no siga tus pasos? –cuestionó.
–No puedo, no puedo...
Viendo que no iban a conseguir respuestas por el momento por el estado de negación de Nick, Alma y Connor salieron de la estancia, dispuestos a reflexionar con calma y así poder avanzar en su investigación. No fue hasta después de unos minutos que ambos recibieron mensajes por parte de sus madres, preocupadas por el hecho de que aún no habían llegado a casa. Tras suspirar con pesadez, Connor miró a la morena.
–Me parece que por hoy es suficiente diversión –murmuró–. No ha estado mal para el primer día –admitió.
–¿Nos vemos a la tarde? ¿Después de clases? –cuestionó en una voz suave.
–Sí, en el parque de esta mañana –afirmó el hijo de Mycroft–. Hasta dentro de unas horas, Pequeña Dominatrix.
–Hasta luego, Señor Estirado.
Ambos se alejaron el uno del otro, comenzando a caminar hacia sus respectivos hogares. En sus rostros había una sonrisa cómplice, pues estaba claro que habían estrechado lazos de alguna forma, aunque su relación estaba lejos de ser una convencional, y ni siquiera podían confirmar que fueran amigos... El mejor adjetivo que podría describir su relación era sin duda complicado.
Una vez en su casa, Connor se vio arrinconado por sus padres, quienes por lo visto estaban preocupados (o al menos en el caso de su madre). Mycroft tenía una expresión inmutable en el rostro, habiéndose cruzado de brazos.
–¿Por qué llegas a estas horas, jovencito? –cuestionó Anthea.
–¿Sabes lo preocupados que estábamos ahora que Shirley ha desaparecido? –indicó Mycroft, aunque su expresión facial apenas dejase vislumbrar ese hecho.
Connor se sorprendió por una milésima de segundo, pero se dijo que seguramente la hermana menor de su primo estaría con Aiden, resolviendo su caso, por lo que suspiró y decidió aprovechar aquella nueva información en su beneficio.
–Hamish me lo ha contado. El tío Sherlock está como loco buscándola –supuso–. No tienes que preocuparte, mamá, estaba con unos compañeros de clase. Habíamos quedado para terminar un trabajo en grupo para hoy.
–Connor, sabes que no debes ocultarnos nada, ¿verdad? –cuestionó su madre, quien a pesar de su excusa parecía algo desconfiada.
–Ya lo sé –afirmó, dándole un beso en la mejilla a su madre–. Voy a dormir un poco, estoy cansado –sentenció con rapidez, pues era cierto que el caminar de aquí para allá durante todo el día lo había agotado.
Una vez subió las escaleras hasta su cuarto, cerró la puerta y se sentó en la cama. Se aseguró entonces de mandar un mensaje al grupo que habían creado los jóvenes, preguntando si Shirley y Aiden se encontraban bien, debido a las palabras de su padre sobre su desaparición. No hubo respuesta por su parte, pero tanto Rosie, como Hamish y Alma parecían estar muy preocupados por ellos. Según Hamish, su padre no paraba de pasear de un lado a otro del piso, esperando alguna noticia o que la pequeña pelirroja cruzase la puerta. Ni siquiera parecía dormir.
Las horas pasaron lentamente aquel 11 de septiembre, y al fin los dos muchachos volvieron a reunirse, sobre las 16:00, aunque Connor decidió cambiar el lugar de reunión, pues ahora que estaba seguro de que su padre pondría sobre él el grado de vigilancia 3, no lo dejaría respirar ni a sol ni a sombra. Debían actuar con cuidado si no querían ser descubiertos investigando el caso de Wendy. Una vez pusieron en común sus averiguaciones, entre ellas que el sitio web de Nick continuaba publicando fotografías, y la última de ellas se había hecho en una fiesta que aún perduraba, ambos salieron a escape hacia aquel lugar.
–¿Alguna noticia de Aiden y Shirley? –preguntó Connor mientras caminaban a paso ligero.
–Aún nada –negó la morena–, y empiezo a preocuparme. Espero que no se metan en líos.
El joven de cabello castaño-pelirrojo asintió, esperando que no fuese el caso, pues, ante todo, ambos eran sus familiares y no quería que por una estúpida competición pusieran en riesgo sus vidas.
–¿Algún plan para atrapar al asesino? –cuestionó la hermana de Aiden mientras se acercaban al lugar de la fiesta.
–¿Y si el asesino nunca llegó a abandonar el lugar del crimen? –cuestionó, pues tenía una ligera hipótesis.
–¿Estás insinuando que quizás se mezcló con los otros paparazzi que estaban sacando fotos al cuerpo de... Wendy? –indagó la morena, quien parecía comenzar a ver la conexión en el razonamiento de su compañero–. Ya veo... Muy inteligente.
–Gracias.
–Me refería al autentico asesino –recalcó ella con una sonrisa y un tono fingido de superioridad, ganándose una mirada severa por parte de Connor, la cual ignoró–. Si reconociéramos a alguien del accidente, podría tratarse de él –indicó Alma, de pronto percatándose de un rostro que le era familiar–. Un segundo, esa cara me suena...
Connor posó sus ojos castaños en el hombre en el cual se había fijado su compañera morena: tenía la tez sonrosada, con claros rasgos asiáticos y vestía con un estilo urbano. No parecía tener más de unos 27 años. En sus manos había una cámara.
–Sí –Connor asintió, su voz en un tono sereno, pero ciertamente interesado– Estaba en la escena del crimen –afirmo, reconociendo al fotógrafo.
–Así es –admitió Alma–. Me ha costado reconocerlo, pero es él.
–Y es increíblemente espeluznante –murmuró Connor, comenzando a caminar hacia el con paso ligero. Su mirada era hasta cierto punto amenazante.
El joven paparazzi comenzó a retroceder lentamente al ver acercarse al hijo de Mycroft Holmes, por lo que, en un intento de desviar la atención que había posado el joven sobre él, comenzó a gritar a los demás reporteros.
–Mirad: ¡ahí está Connor Holmes, el sobrino de Sherlock Holmes! –exclamó, los flases de los fotógrafos agolpándose frente y alrededor del joven diplomático en ciernes.
–Abran, paso, vamos –comenzó a decir el joven de cabello castaño-pelirrojo, hastiado de ser el centro de atención.
"Si alguno de ellos logra publicar una fotografía de mí, estamos perdidos. La probabilidad de que mi padre la encuentre es por lo menos del 99,9%", se alarmó el joven, haciendo todo lo posible por evitar los flases de las cámaras.
–¿¡Connor, Connor, es cierto que tu madre es una prostituta que se casó con tu padre por dinero!? –cuestionó uno de los paparazis, posando una mano en el hombro izquierdo del joven.
Aquella sola pregunta bastó para hacer enfurecer el muchacho, quien tomó su mano y la apartó de él, sin soltarla, dispuesto a propinarle un derechazo en toda regla. Nadie, ni siquiera su familia, podía referirse así a su madre. Alma llegó entonces en el momento justo, apartando a Connor del hombre.
–Vamos, yo me encargo de ellos. Ve a por el paparazi –le exhortó, observando la gran ira que irradiaba de los ojos de Holmes–. No hay que perder la calma. Venga, vete –insistió, haciendo recapacitar al joven, quien se alejó de la multitud de cámaras.
–¿Y tú quién eres, niña? –cuestionó con un tono de burla el paparazi.
–Oh, no soy nadie importante –comenzó a decir, antes de sacar una imagen y mostrársela al hombre frente a ella–, pero no es de mí de quien deberías preocuparte, sino de mi papi –indicó, el rostro del hombre y de los demás paparazis llenándose de terror al contemplar la imagen–. Si sabéis quién es, os aconsejo que dejéis en paz a mi compañero, ¿me he explicado con claridad?
–¡S-sí, niñita!
–Perdona, no te he oído bien –recalcó ella, antes de súbitamente, sujetar los testículos del hombre, retorciéndoselos–, ¿qué has dicho?
–¡Sí, señora! –exclamó el reportero en una voz aguda, lleno de dolor.
–Ah, y solo por asegurarme de que no publicáis una exclusiva de mi amigo –continuó la de ojos claros–, romped ahora mismo todos vuestros equipos de fotografía, incluidos los teléfonos móviles –sentenció, ganándose una mirada de odio por parte de los medios–. Solo me bastará hacer una llamada para lograr lo que quiero –amenazó, comenzando a teclear en su teléfono móvil.
–¡Está bien, está bien! –exclamaron los reporteros, rompiendo sus dispositivos de grabación y fotografía, tirándolos al suelo.
–Gracias –afirmó la pequeña de cabello oscuro–. Si alguno de vosotros se atreve a engañarme, no os preocupéis: sé dónde vivís cada uno de vosotros O al menos mi padre lo sabrá –finalizó, antes de señalar a uno de los paparazis–. Un momento ¿Acabas de robarle la cartera? –cuestionó, logrando con efectividad que estallase una pelea entre los fotógrafos. Tras unos pocos segundos, comenzó a caminar hasta reunirse con Connor, quien estaba a pocos pasos de allí–. ¿Y el paparazi escurridizo?
–Ha huido –repicó él en una voz asqueada–. Pero para bien o para mal, tengo una gran memoria fotográfica. Recuerdo perfectamente la matrícula: 7KAI321.
–No te preocupes –dijo ella, tratando de calmar sus ánimos–: seguro que no nos faltará ocasión para encontrarlo, y aunque me cueste admitirlo, tengo cierta habilidad para encontrar información –comenzó a decir, tecleando en su teléfono móvil.
–¿Qué haces? –cuestionó Connor, tratando de mantener la calma.
–Pedir ayuda a una fuente mucho más fiable que la policía –sentenció–: un cliente. Le debe un favor a mi hermano –comentó, provocando que su compañero de investigación ponga los ojos en blanco–. Y Listo –sentenció con un tono de voz satisfecho–. Ha comprobado la matrícula por mí y se trata de un coche a nombre de Nick.
–Gusano traicionero
–Quieto ahí, tigre –lo detuvo la morena, observando que Holmes parecía a punto de salir escopeteado del lugar–, aún no he terminado: el coche está a nombre de Nick, sí, pero es un coche de empresa, como el que provocó el accidente de Wendy. Y su conductor se llama Josh Brian.
–Déjame adivinar –murmuró en una voz ronca el joven burócrata en ciernes–: trabaja para Nick.
No hizo falta más para que ambos jóvenes se pusieran en camino hacia una cafetería: solo quedaba esperar a que Josh volviera a publicar alguna fotografía en la página web de Nick. Mientras tomaban dos tazas de chocolate caliente, Alma, quien no soportaba el silencio que se había instalado entre ellos, habló:
–Tu también deberías intentar superar tu complejo –sentenció, contemplando cómo los ojos del castaño-pelirrojo se abrían con algo de pasmo, aunque esa sorpresa desapareció a los pocos segundos.
–¿A qué te refieres? –cuestionó, su tono de voz algo a la defensiva.
–No soy una total experta en las personas, al menos no como mi hermano, pero
–De modo que hablas de eso –la interrumpió Connor de pronto, esbozando una sonrisa ladeada–: el complejo de inferioridad. El que acabas de demostrar ahora mismo
–¿Qu-qué? –la morena parecía sorprendida, pues el joven Holmes acababa de darle la vuelta a la situación–. Yo no –intentó negarlo, sintiendo la presión de la mirada de su compañero en ella– Está bien –admitió al fin, exhalando un hondo suspiro–: es cierto que tengo un complejo de inferioridad respecto a mi hermano –afirmó, antes de alzar el rostro para mirar al hijo del Gobierno Británico–. Dime entonces, ¿qué hay de ti? Tu complejo está relacionado con tu Todopoderoso padre, ¿verdad?
–Veo que no se te escapa ni una –comentó, su tono de pronto entrecortado: no le era fácil hablar de esos temas, al menos no cuando él mismo estaba implicado–: aunque no esperaba menos de mi compañera.
–¿Compañera?
–Por supuesto –afirmó Holmes–. Te considero una aliada, Alma
Alma no supo cómo reaccionar, quedándose en estado de shock por unos breves minutos, hasta que finalmente logró recuperar la compostura que la caracterizaba, retomando Connor el tema de conversación.
–Como ya sabes mi padre ocupa un puesto en el Gobierno Británico –comenzó, provocando que Alma resoplase con pesadez–. Siempre ha sido alguien de gran importancia para el país, y eso implicaba que nunca tenía tiempo para pasarlo en casa: ni conmigo, ni con mi madre –continuó, la morena escuchando en silencio su historia, llegando a empatizar hasta cierto punto con él, pues su padre también estaba ausente en su vida–. Cuando comencé a crecer, mis capacidades deductivas empezaron a manifestarse –su voz era tensa: parecía intentar controlar sus emociones–. Parece que esto viene en los genes –murmuró en un tono irónico, dando otro sorbo a la taza de chocolate–. Como iba diciendo, apenas empecé a demostrar mis habilidades, mi padre comenzó a ¿Cómo decirlo de forma suave? Menospreciarme –se sinceró–. En realidad, no diría exactamente que me menospreciaba, sino que realmente me hacía notar lo inferior que yo era respecto a él y respecto a su inteligencia –tuvo que tragar saliva: jamás había hablado de aquello con nadie, ni siquiera con su madre–. Parecía que yo no podía ser un orgullo para él, y hoy en día sigue ocurriendo exactamente lo mismo que cuando era niño: mi padre jamás considera, ni ha considerado, que estoy a su altura –finalizó, antes de añadir–: solo deseo su aprobación. Que diga que está orgulloso de mí.
–Yo Lo siento –fue lo único que pudo decir la morena, antes de carraspear, tomando valor y posando su mano izquierda sobre la derecha del joven castaño-pelirrojo–. Ahora, quiero que me escuches, Señor Estirado: tú tienes unas maravillosas capacidades que has desarrollado y perfeccionado a lo largo de los años. Si tu padre no es capaz de ver esto, tan claro como yo lo veo, es que es un auténtico idiota, por mucho Gobierno Británico que sea –le aseguró en un tono confidente–. Puede que me equivoque al decir esto, pero Tú eres tú, y el único que tiene el derecho de juzgarte, eres tú mismo –concluyó.
Connor posó su mano libre sobre la izquierda de Alma en un gesto agradecido.
–No puedo expresarlo con palabras, pero
–Lo sé –afirmó la hermana de Aiden, retirando su mano en el instante en el cual el teléfono de su compañero comenzó a vibrar–. Se acabó el descanso: hora de trabajar.
Al cabo de dos horas, Alma y Connor lograron llegar a la localización en la cual se encontraba Josh Brian haciendo fotografías. Apenas habían llegado al lugar en cuestión, cuando observaron a su sospechoso particular sacando el objetivo de la cámara por la ventana del coche. Parecía concentrado, sacándole fotografías a las piernas de una famosa.
–Oh, lo siento –dijo Alma, colocándose frente al objetivo–. ¿He interrumpido tu despreciable trabajo?
–Para nada –negó Josh, apuntando su objetivo hacia la falda de la muchacha de ojos claros–. Está claro que empiezas a desarrollarte y tienes unas piernas que
–Aparta tu foco de ella –sentenció Connor en un tono férreo–: a menos que quieras problemas con el Gobierno Británico, te aconsejo que desistas.
–Vale tío, lo capto –afirmó Josh–. Nada de fotos de tu chica.
–¿¡Qué!? –exclamó ella, claramente ofendida–. ¡Yo jamás saldría con!
–Por suerte te hemos encontrado –intercedió el futuro político, ignorando por completo el comentario y la respuesta de su compañera de investigación.
Ante su respuesta, Josh pareció ponerse nervioso.
–¿Me buscabais? ¿Por qué? –inquirió, saliendo del coche para hablar con ellos.
–Porque él busca justicia –sentenció la morena, desviando sus ojos por un breve instante hacia el castaño-pelirrojo–: para Wendy Sullivan.
–Yo no sé qué
–No hará falta que me mientas –sentenció Connor, antes de exhibir esa sonrisa propia de los Holmes–: tu ropa no es de marca, pero hay ligeras trazas en las etiquetas que indica que has intentado hacerlas pasar por productos caros. Está claro que eres alguien ambicioso –comenzó a deducir–. Y claro que, si eres así de ambicioso Aprendiste de Nick cómo ser el primero, cómo lograr lo primero en todos los aspectos.
–Claro que aprendí todo de Nick –afirmó Josh tras dudar por unos segundos–: es mi ídolo. Es el mejor paparazi que hay.
–Pero sacaste fotos de tu ídolo cuando lo detenían –rebatió Alma, cruzándose de brazos.
–No sabía qué hacer Aparte de lo que habría hecho Nick: ser el primero pase lo que pase.
–¿En serio? –cuestionó el joven de ojos castaños–. Por qué no me sorprenderá: de tal cucaracha
Josh entonces procedió a introducir la mitad superior de su cuerpo por la ventanilla del coche, dispuesto a coger su cámara del interior. Al hacerlo, la morena de ojos claro observó claramente un cigarrillo de marihuana encendido, apoyado en un cenicero en el interior del vehículo. Brian empezó entonces a hacerle fotografías a la misma famosa de antes.
–¿Te gusta fumar hierba, Josh? –cuestionó Alma en un tono severo.
–Es para los nervios –replicó el joven–: tengo receta.
En ese preciso instante, una mujer se acercó a la famosa sentada a pocos metros de allí, abofeteándola en su mejilla izquierda con fuerza, antes de alejarse de allí. Josh fotografió ese momento, a escasos segundos de que se produjera. Una vez hubo logrado su fotografía, el joven fotógrafo entró en su coche y se marchó.
–Yo no soy quién para cuestionar la moralidad de nadie, pero –comenzó a decir la hermana de Lucifer– juraría que eso estaba planeado.
–Sí. Estoy de acuerdo –concordó el joven político en ciernes–. Y por tanto, habrá otras.
–Hora de hacer labor detectivesca –sentenció la morena con una sonrisa confiada, dirigiéndose a una biblioteca cercana, donde contaban con ordenadores–. Mira –le dijo a Connor una vez se sentaron frente a un ordenador, entrando a la página web del aprendiz de Nick–: fotos de peleas entre famosos. Josh obtuvo la primera foto en todas
–Y va a más –comentó el joven Holmes, observando las fotografías de la web–: sobredosis, suicidio (o eso parece) Al ser, como él nos ha confirmado, el primero, le daba la oportunidad de saber qué ocurriría de antemano –reflexionó el castaño-pelirrojo antes de cerrar los puños con rabia–: siguió a Wendy y la sacó de la carretera. Él la mató.
–Asesinato premeditado ¿Cuánta es la pena por eso? –intentó recordar la morena en un tono lleno de desprecio.
–No necesitará pena de cárcel, ni Nick tampoco. Pienso encontrarlo yo mismo y cuando lo haga, voy a hacérselo pagar –sentenció, airado, levantándose de la silla con algo de brusquedad–. A ambos.
–¡Connor, espera! –intentó llamarlo la morena, pero ya era demasiado tarde: el joven había salido del edificio como alma que lleva el diablo–. ¡Maldición! –exclamó, saliendo del lugar ella también.
"El idiota del Señor Estirado no se da cuenta de que Josh perfectamente pudo haber coaccionado a Nick para que se autoinculpara ¡Y va a castigar a ambos! Agh, ni que fuera mi hermano hablando así", se recriminó mientras caminaba por las calles londinenses: ya había anochecido. "Será mejor que vaya a casa. Mamá debe estar preocupada, y tengo que intentar contactar a Aiden. Solo espero que Don Perfecto calme su temperamento: no necesitamos más sangre en este caso. Aunque viendo cómo están las cosas Tendré que pedir la ayuda de papi", reflexionó mientras caminaba, mandando un mensaje con su teléfono móvil, recibiendo una respuesta a los pocos segundos.
–Acabemos ya el Juego –sentenció con una sonrisa tras leer el mensaje.
Al día siguiente, el 12 de septiembre, apenas a las 06:45, Connor despertó de su sueño por un mensaje en su teléfono móvil. Las horas anteriores había estado tentado de cometer varios homicidios al averiguar quién era el responsable de la muerte de Wendy, pero tras calmarse y adoptar una actitud fría (algo parecida a la de su padre), se dijo a si mismo que no merecía la pena mancharse las manos de sangre. Ahora Wendy podía descansar en paz y no debía preocuparse. Su asesino recibiría su merecido, sí, pero gracias a la justicia. Tras frotarse los ojos con cansancio evidente por haber sido despertado a horas tan intempestivas, el joven de cabello castaño-pelirrojo observó el mensaje en su teléfono móvil: era de Alma.
Ha llegado la hora de que el caso termine.
Encuéntrate conmigo en el Invernadero de Kew Gardens en cinco minutos.
Tengo una sorpresa preparada para ti.
Seguro que te divertirá.
-A.
Con un gruñido de molestia, Connor se levantó de la cama, ciertamente intrigado por la sorpresa de su compañera en la resolución de delitos. Exhalando un hondo suspiro, comenzó a vestirse para salir a hurtadillas de la casa, a sabiendas de que su padre tenía un oído muy agudo, por lo que debía actuar con la máxima cautela. Con pasos lentos y suaves, caminó por la madera hasta la ventana de su cuarto: apenas era un primer piso. Podía saltar al exterior sin problema. Una vez abrió la ventana con sumo cuidado, el joven político en ciernes saltó al exterior, comenzando a correr hacia el Invernadero de Kew Gardens, donde la morena lo esperaba. Una vez allí, observó que Nick estaba en compañía de la muchacha.
–¿Qué macabra sorpresa has preparado, Pequeña Dominatrix? –cuestionó, caminando hacia ellos, cruzándose de brazos.
–Una con la que vas a disfrutar –sentenció con una sonrisa algo maquiavélica, chasqueando los dedos–. Me he tomado la molestia de traer a otro invitado. Espero que no te importe –indicó, apareciendo varios hombres muy corpulentos, quienes dejaron caer a Josh al suelo–. ¡Gracias chicos, decidle a mi papi que habéis sido de gran ayuda! ¡Aseguraros de que os pague! –exclamó despidiendo a los hombres, antes de carcajearse–. ¿Qué se siente al ser la víctima de algo premeditado, Josh? ¿Eh?
–¡Estás loca!
–Lo cierto es que hay que estar loca para aguantar a tanto idiota –admitió con una carcajada.
–¿Qué pretendes? –cuestionó Nick, atemorizado, pues Alma ya le había contado lo que su pupilo había estado haciendo.
–¿No es evidente? –cuestionó, acercándose a Connor–. ¿Querías castigar al culpable, cierto? Ahora es el momento –le indicó, antes de sacar dos revólveres de su bolso tras colocarse unos guantes–. Las reglas son simples: una para cada uno, y A ver quién dispara primero.
–Alma, no lo hagas –intercedió Connor, tomándola del brazo derecho–: la justicia debe ser quien dictamine su sentencia.
–¿Tu crees? La justicia de este mundo está podrida, Holmes –rebatió ella–. Cada vez más y más inocentes son encarcelados mientras que más y más culpables son liberados al mundo incluso con sus fechorías –argumentó–. ¿Vas a continuar impidiendo mi plan, o vas a dejarme hacerlo a mi modo?
El hijo del Gobierno Británico no dijo nada al respecto ante sus palabras, pues sabía que eran ciertas, y había logrado entrever en la mirada clara de su compañera una intención oculta. Fuera lo que fuera lo que tenía planeado hacer, estaba claro que tenía un plan maestro. La hermana menor de Lucifer entonces colocó las pistolas en el suelo, cerca de ambos hombres.
–Podríamos mataros a vosotros –sentenció Josh.
–Malgastaríais las balas –rebatió Alma, marcándose un farol–. Él iba a contarle todo a la policía –indicó, haciendo un gesto hacia Nick–, y él te engañó para que te auto inculparas por un asesinato que no cometiste –se dirigió a Nick, haciendo alusión a Brian–. Adelante –sentenció, haciendo un gesto hacia las armas–: es vuestro turno de jugar.
–Te has pasado de la raya –le dijo Nick a su pupilo, mirándolo a los ojos–. ¡Has matado personas!
–Habías perdido facultades –indicó Josh, tomando el revolver en su mano derecha, apuntando su cañón contra su profesor–. Tanto hablar de los límites que no deben cruzarse –murmuró asqueado–. Hoy en día la mejor manera de ser el primero en todo es darse cuenta de que no hay límites. Además estabas encantado de cargar con las culpas –añadió–. Que gesto más dramático. Como si eso pudiera borrar lo capullo que has llegado a ser.
–No me hagas esto: ¡te he tratado como a un hijo! –exclamó Nick, su voz llena de desesperación.
Josh entonces apretó el gatillo del arma, escuchándose el claro sonido del disparo. Sin embargo, no hubo ningún tipo de herida en el cuerpo del paparazi. Josh observó el arma con confusión.
–¿¡Habrías sido capaz de matarme!? –exclamó Nick horrorizado.
El joven paparazi intentó entonces tomar el arma cercana a Nick para disparar una vez más. Sin embargo, su mentor había previsto que intentaría hacerlo, por lo que tomó el en sus manos el otro revolver. Apuntó el cañón contra Josh, su mirada llena de miedo, desesperación e incredulidad.
–O-oye, Nick, cometí un error ¿Vale? Ahora me doy cuenta –intentó convencer a su mentor, su sangre helándose ante la perspectiva de perder la vida.
–Quería cambiar, quería darte un ejemplo a seguir ¡Y mira en lo que ha resultado! –exclamó el paparazi, antes de apretar el gatillo, con el mismo resultado que Josh había tenido.
–¿Veis? Por eso decía que malgastaríais las balas de dispararnos a nosotros –sentenció con una sonrisa triunfal la mujer de cabello como la noche–: muchas gracias por vuestra cooperación –indicó, sacando una grabadora de su bolso.
–Bien hecho Pequeña Dominatrix –la alabó Connor.
–Con esto Wendy debería estar en paz.
–Gracias –el joven de ojos castaños le sonrió antes de compartir una mirada cómplice con ella–. ¿Y si dejamos un regalo a Scotland Yard?
–Me parece un plan perfecto, Señor Estirado –admitió la hermana de Aiden con una sonrisa.
Al cabo de unas horas, Lestrade llegó al Invernadero de Kew Gardens tras recibir una misteriosa y anónima llamada que le indicaba dónde podía encontrar al culpable y al cómplice de la muerte de Wendy Sullivan. En cuanto Greg entró al invernadero junto a sus hombres, encontró a Nick y Josh inmovilizados con unas posiciones algo complicadas. Su ropa había sido desgarrada y utilizada como cuerdas para sujetarlos. Por su parte, Mycroft entró al cuarto de su hijo a las 07:35, encontrando al joven ya despierto (aunque en realidad acababa de llegar de su escapada nocturna), sentado en la cama.
–Veo que has estado ocupado estos días, Connor
–No sé a qué te refieres, Padre –intentó negar la acusación el joven.
–No hace falta que me mientas, hijo –sentenció el Hombre de Hielo–: Lestrade me ha llamado hace apenas unos minutos para confirmarme el hallazgo del asesino de Wendy. Ha sido tan riguroso que hasta me ha enviado una foto del culpable –indicó, enseñándole el teléfono móvil a su hijo–. Solo me han bastado unos dos segundos para percatarme de que ese estilo de cardenal solo podía ser provocado por las clases de defensa personal que te hice tomar de niño. He reconocido tu estilo particular en estas marcas, Connor –finalizó en una voz severa–. No puedo decir que apruebe tu forma de proceder, y de hecho me aseguraré de que comprendas la gravedad de tus actos, pero –comenzó a decir antes de interrumpirse–. No importa. Vístete: Shirley ha aparecido y está en el hospital. Vamos a ir a verla.
No hizo falta más para que Connor se adecentase un poco tras la marcha de su padre de su habitación. A los pocos minutos ya se encontraba en los pasillos impolutos del hospital de Barts, donde se encontraron a Sherlock Holmes, su tío paterno.
–Mycroft, llegas tarde –sentenció el detective, caminando hasta la recepción–. ¿Quién te acompaña? –cuestionó tras dar una mirada de reojo.
–Solo llego dos segundos después que tú, querido hermano –rebatió Mycroft, observando que John, Hamish y Rosie acompañaban al detective–. Este es Connor. Mi hijo –lo presentó sin demasiadas formalidades, provocando que Sherlock por poco de un traspiés y se caiga de bruces al suelo.
–¿¡QUÉ!? –exclamaron John y el sociópata al unísono.
–Oh, vamos, no es el momento para hablar de trivialidades –indicó Connor–. Vayamos a ver a Shirley.
–Definitivamente es hijo tuyo –murmuró Sherlock, decidiendo procesar más tarde esa nueva información: lo primero de todo era su pequeña niña–. ¿Dónde está Holmes, Shirley Holmes? –preguntó a la recepcionista.
–¿Es usted un parie?
–¡Soy su padre por Dios! –exclamó el detective, sobresaltando a la mujer–. ¡Dígame dónde está!
–Se-segunda planta, habitación 212 –tartamudeó ella, indicándoles con su brazo izquierdo el pasillo contiguo.
Sherlock entonces comenzó a correr como alma que lleva el diablo hasta la habitación en la que descansaba su hija tras ser intervenida. Apenas sabía los detalles, pero solo le importaba una cosa: estaba viva. El detective estaba tan concentrado en llegar hasta su hija, al igual que su hermano y Watson, que no repararon en cierto joven de cabello negro como la noche y ojos castaños pasaba a su lado, en dirección a la salida. Sin embargo, Connor, Hamish y Rosie sí que lo notaron, intercambiando una mirada con Aiden.
Al cabo de varias horas, Connor se encontraba en su casa, leyendo un libro en la sala de estar. Su padre se encontraba hablando con Lestrade por teléfono, aconsejándolo sobre cómo llevar el final del caso de Nick y Josh. Mientras hablaba, Anthea se sentó junto a su hijo, acariciando sus hombros.
–Tu padre me ha hablado de cómo has resuelto el caso de Wendy.
–No hace falta que digas una mentira piadosa, Mamá –negó Connor–. Es más fácil que digas que has hablado con Lestrade o el padre de Wendy –añadió en un tono ligeramente dolido–. Solo –su mirada se dirigió hacia su padre– me gustaría que mi Padre dijera que está orgulloso de mi. Me gustaría que saliera de sus labios.
Anthea no dijo nada al escuchar su respuesta, pero atrajo a su hijo hacia ella, abrazándolo con dulzura. Connor desvió su mirada a su teléfono móvil, el cual tenía junto a su pierna izquierda. En él había un nuevo mensaje de Alma:
Ha sido muy divertido resolver este caso.
Nos veremos en el colegio, Señor Estirado.
-A.
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