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Capítulo 4: Un Diablo de palabra

Tras haber dejado ese oscuro mensaje en el abrigo de Lestrade para evitar que Sherlock siguiera su rastro e intercediese en la investigación, Aiden y Shirley ahora iban de camino a la consulta de una terapeuta. Según 2Vile, Delilah le ponía los cuernos con un famoso actor, aunque no sabía su nombre. Confió en una terapeuta a la que veía cinco veces por semana, a la cual le contaba todos aquellos detalles de su vida privada. Según su ex, Delilah habría usado un apodo para registrarse, y tras haber hackeado el teléfono al Inspector de Scotland Yard, Aiden no lo tuvo difícil para encontrar quién era esa mujer: la Dra. Amanda Hosho, a cuya consulta se dirigían ahora.

–¿Por qué has hecho creer a mi padre que eres el perpetrador del asesinato de Delilah? –cuestionó Shirley una vez estuvieron en la sala de espera, aprovechando que no había personas alrededor ni cámaras de vigilancia.

–Es mejor que crea que alguien como él te tiene retenida por ahora –replicó él–. Eso nos dará cuartel para investigar sin que él interceda, y por si fuera poco, tendrás una excusa para no aparecer durante el tiempo que dure el caso.

¿¡Qué!? –exclamó ella, sorprendiéndose–. ¿¡Pretendes que me quede contigo, por quien sabe cuanto tiempo, cuando mi padre está preocupado por mi de esta manera!?

La pelirroja no podía creerlo.

–¡Shhh! –tuvo que hacerla callar el joven de cabello moreno–. Sé que no es la mejor solución...

...¡Es la peor solución! –rebatió ella.

–...Lo sé –afirmó Aiden–. Pero te aseguro que antes de que acabe el día estarás en brazos de tu padre, ¿de acuerdo?

–¿Prometido? –Shirley arqueó una ceja, antes de alzar el meñique de su mano derecha. Aiden suspiró.

Yo nunca miento –sentenció, entrelazando su meñique con el de ella.

–Prométemelo.

–Está bien: prometido –concluyó, instantes antes de que se abriese la puerta de la consulta, asomándose una mujer de cabello castaño y ojos marrones por ella, aunque por un segundo parecieron tornarse dorados.

–Bueno, ya puedo atenderos –indicó la terapeuta, dejándoles entrar en su consulta.

–Gracias –dijo Shirley, entrando a la consulta junto a su compañero. Incluso tras sentarse en el sofá de la estancia, sintió que la mirada de la mujer se posaba en ella más tiempo de lo debido, pero no dijo nada al respecto.

Sin embargo, su compañero no iba a dejarlo pasar.

¿Por qué mira a mi hermana de esa manera, Dra. Hosho? –cuestionó, pillandola desprevenida. Shirley se giró hacia él, extrañada por que se refiriera a ella como su hermana. Aiden le dio una mirada rápida, indicándole que era para levantar menos sospechas.

–Yo... –al igual que hubiera sucedido con la novia en la boda de Jimmy, la Dra. Hosho pareció caer rendida a los extraños encantos del chico, una sonrisa dibujándose en su rostro– Lo cierto es que me recuerda a una persona muy querida que ya no está.

–Comprendo –afirmó Aiden–. ¿Qué podría decirnos sobre Delilah?

–¿Estáis jugando a los policías? Que adorables –indicó Amanda, claramente intentando evitar la influencia de Lucifer sobre ella.

–No. Esto no es un juego –negó Shirley.

–Díganos lo que sabe, doctora –la apremió Aiden–: sabemos que Delilah, quien era íntima amiga mía, tenía una aventura secreta con un hombre adinerado. ¿Quién era?

–Lo lamento, muchacho –negó Amanda, claramente haciendo un esfuerzo–. No puedo hacerlo.

"Oh, es de las complicadas", pensó Aiden, quien ya iba comprendiendo sus nuevos poderes. El joven sonrió para sus adentros y tras carraspear, entrelazó sus dedos y se inclinó hacia delante, mirándola a los ojos.

Amanda, dímelo a mi –sentenció en un tono autoritario.

–Es que no puedo –intentó negarse de nuevo.

Shirley entretanto posó su vista en las fotografías que la doctora tenía colgadas en sus paredes, una de ellas llamando su atención: en ella aparecían la doctora, una niña pequeña con orejas de gato, su melliza y... Su madre, Cora. Aiden, quien notó esto, se apresuró en sacarla de su estupor, posando una mano sobre la suya.

–Vamos, doctora Hosho, sé que quieres hacerlo.

–Oh, sí, y además es muy jugoso –admitió la castaña, completamente bajo el control del chico–. ¡De acuerdo! Eres un diablillo, ¿eh?

Exacto. Y ahora dinos quién es.

Grey Cooper –replicó Amanda, tapando su boca a los pocos segundos, horrorizada por haber roto la confidencialidad medico-paciente.

–Vaya, sí que es jugoso, sin duda –alabó Shirley con una sonrisa confiada, pues aunque no comprendía cómo Aiden había logrado persuadir a la adulta, estaba feliz por avanzar en el caso.

–¿Grey Cooper, el actor? –se sorprendió Aiden–. ¿El marido de Lisa como se llame? –cuestionó, pues ni se molestaba en recordar esos detalles–. Oh no, es horrible –comentó, tras recibir un gesto afirmativo por parte de Shirley y Amanda–. ¡Ese guaperas de mandíbula cuadrada, tan sosaina! Me he llevado una decepción con Delilah: tenía un gusto horrible con el sexo opuesto.

–¡Aiden...! –exclamó Shirley, propinándole un leve codazo en las costillas.

Para cuando los dos muchachos salieron de la consulta, ya eran las 20:12 de la noche, por lo que Shirley se vio obligada a dormir en un hotel con su nuevo amigo, si es que se lo podía llamar así.

¿De dónde sacas tanto dinero? –cuestionó mientras subían a las habitaciones–. Una motocicleta, habitaciones de hotel,...

–¿No te lo había comentado? –se extrañó el joven–: mis padres son ricos –concluyó, dejando a la pelirroja con la boca abierta–. Cierra la boca, preciosa, así estás más hermosa –indicó, cerrando la boca de su compañera, posando dos dedos en su barbilla, elevándola con suavidad–. Sé que no es lo ideal, que estarías mejor en tu casa y que no es exactamente lo que te he prometido antes en la consulta, pero... –comenzó a disculparse.

...No importa –negó la pelirroja, sorprendiéndolo–. Sé que nunca me mentirías, por lo que estoy segura de que me devolverás a mi padre cuando acabemos el caso –continuó–. Por ello, pienso seguir ayudándote. Debemos encontrar al asesino de Delilah.

–Gracias, Pelirroja –sonrió, dejando ver a la pequeña sus emociones por vez primera–. Buenas noches.

–Buenas noches.

Cada uno se internó en su respectiva habitación, la cual estaba conectada por una puerta interior, y se prepararon para dormir. Por suerte, Aiden se había asegurado de comprar unos pijamas para ambos, pues no sería nada higiénico que durmieran con la ropa que habían llevado todo el día.

Esa misma noche, una fuerte tormenta se desató, los rayos iluminando las habitaciones de los jóvenes con blancos destellos de luz, el ruido ensordecedor escuchándose a los pocos segundos de aquello. Shirley se hallaba ahora cobijada bajo las sábanas y las mantas de su cama: no soportaba las tormentas. Desde niña les había tenido un pavor inexplicable, y solo podía temblar cuando estaba presenciando una. Cuando era más pequeña, recordaba claramente que se escabullía de su cuarto hacia el de su padre, refugiándose con él de la tormenta. Su padre la abrazaba, la calmaba con una voz tan suave como un leve murmullo, como si fuera el bálsamo que necesitaba. Con él se sentía segura... Pero no estaba en su casa. Estaba en un hotel, y tenía miedo.

–¿Se habrá dormido ya Aiden? –se preguntó a si misma, sobresaltándose al contemplar el destello de un rayo, temblando de nueva cuenta con su estruendo posterior–. Tengo miedo... Y no quiero quedarme sola –se dijo, tomando fuerzas para salir de la cama–. Ojalá Papá estuviera conmigo –parecía a punto de llorar mientras caminaba lentamente, sus piernas comenzando a flaquear.

Llegó al fin a la puerta que conectaba las dos habitaciones, alzando su temblorosa mano para propinarle unos toques. Esperó unos segundos, y al ver que no había respuesta, fue a tocar una vez más, cuando de nueva cuenta, un relámpago la hizo sobresaltarse y pegar un leve grito lleno de pavor, abrazando su propio cuerpo. Para ese momento, la puerta que conectaba las habitaciones se encontraba abierta, con el joven de cabello moreno observándola con una mirada apenada pero curiosa al mismo tiempo.

Tras dar un bostezo, Aiden habló.

¿Qué ocurre,...? –cuestionó, pese a hacerse una idea de su respuesta.

Sin darle tiempo siquiera a contestar, la pequeña Holmes se apresuró en acercarse a él, abrazándolo temblorosa. Las lágrimas que había estado reteniendo hasta entonces comenzaron a caer por sus mejillas, mojando de forma leve la camisa del chico, quien correspondió el abrazo con lentitud, acariciando su espalda, instantes antes de tomarla en brazos y llevarla a su propia cama, donde la recostó.

Sin embargo, la pelirroja no parecía tener intenciones de soltar su agarre sobre él.

Escucha, es tarde –intentó razonar–: son las tres de la mañana y necesitas descansar, pequeña –Shirley entonces posó su mirada en él, lanzando un grito de nuevo al sobresaltarse con otro trueno–. De modo que te dan miedo las tormentas –murmuró, recostándose a su lado, tapándolos a ambos con las sábanas y las mantas–; lo siento –se disculpó, acariciando el cabello de ella con movimientos suaves–: si hubiera llegado a saberlo me habría quedado contigo.

Shirley temblaba como un flan (o eso pensaba Aiden), por lo que el muchacho de cabello moreno y ojos chocolate la abrazó con calma, intentando no invadir demasiado su espacio personal. La niña fue quien, sin embargo, se acercó más a él, como si quisiera que la protegiese de la tormenta del exterior.

No me... dejes sola –fue lo único que murmuró la pequeña de nueve años mientras enterraba su rostro en el pecho del niño de trece.

Jamás –dijo Aiden, su voz llena de ternura, pues comprendía lo asustada que debía sentirse.

–¿Prometido?

–Prometido –afirmó él, sonriendo–. Cuando me necesites, estaré ahí. Siempre.

Con aquellas suaves y dulces palabras pareció que Shirley al fin lograba calmarse, comenzando a respirar en intervalos más lentos, hasta que la final cerró sus ojos, logrando entrar al mundo de los sueños, incluso con la insoportable tormenta. Aiden no tardó tampoco demasiado en dormirse también, sintiendo que el cuerpo de la pequeña Holmes le brindaba una gran calidez. Claro que, se dijo, aquella situación no volvería a sucederse.

A la mañana siguiente, Aiden y la pequeña pelirroja ya se habían puesto en marcha hacia el lugar en el que se encontraba el actor Grey Cooper, quien Amanda les había asegurado, tenía una relación con Delilah. Aunque el actor no fuera del agrado del moreno, sabía que debería tragarse su orgullo y hacer su trabajo. Cuando llegaron al lugar, Aiden comenzó a sortear a una muchedumbre de gente que estaba apostada tras unas vallas de seguridad.

Disculpe, perdón,...

Cuando al fin lo hubo logrado, caminó unos pocos metros, hasta casi ser atropellado por un coche perseguido por un coche patrulla, el cual venía a toda velocidad. El coche salió volando por los aires unos segundos, aterrizando cerca de sus pies. En ese instante se pudo escuchar cómo un hombre gritaba «corten», antes de comenzar a profanar en voz alta.

¿¡Qué coño estás haciendo, niñato!? –exclamó el director, acercándose al joven.

¿Y besa a su madre con esa boca? –cuestionó Aiden, arriesgándose a recibir un golpe por su tono de sarcasmo. En aquel instante, Shirley llegó a su lado, sacando una placa rápidamente.

Soy Lyla Lestrade, hija del Inspector de Scotland Yard, Greg Lestrade –sentenció, presentándose. Aquellas palabras lograron provocar que Lucifer reprimiese una sonrisa por la buena interpretación de la pequeña–. Mi padre nos ha ordenado entrevistar a un actor que trabaja para usted: Grey Cooper.

¿Estás majara, niña? –espetó el director, logrando que Aiden tenga serios problemas para no lanzarse a su yugular por haberle hablado así a la pelirroja–.¿De verdad crees que me voy a creer tu pantomima?

–Como quiera –sentenció Lucifer, sonriéndole a su compañera, siguiéndole el juego con una maliciosa satisfacción–. No nos venga llorando cuando el Inspector le detenga por obstrucción a la justicia –comentó, logrando poner nerviosos al hombre, su rostro tornándose pálido al momento.

–¡E-esperad! –exclamó–. Ahora le digo a Grey que venga a hablar con vosotros –indicó, alejándose rápidamente de allí.

–Bien hecho, Pelirroja –sentenció el moreno, guiñándole un ojo–. Eres una gran actriz.

Tú tampoco estás mal.

A los pocos minutos, el actor, Grey Cooper, se había reunido con ellos.

–Dios, Delilah, sí –afirmó Cooper, reconociendo el nombre, y por tanto, a la joven víctima–. Me he enterado esta mañana –sentenció–: no puedo creerlo –parecía afectado en cierta forma–. El año pasado grabamos una película juntos. Nos hicimos amigos.

Ante aquellas últimas palabras, el de ojos castaños por poco tuvo que reprimir una risotada.

¿Amantes? –cuestionó sin pelos en la lengua.

–¡Aiden! –murmuró Shirley por lo bajo.

No, déjame esto a mi, querida –sentenció con una sonrisa encantadora.

Ugh... –resopló la pelirroja.

–Amigos –recalcó Grey con una voz seria, tensa, incluso. Estaba claro que mentía.

–¿Amigos que son amantes? –inquirió de nuevo, provocando que Shirley decida intervenir, posando una mano en su antebrazo derecho.

–Estate calladito, anda –sentenció Shirley provocando que Aiden sonría.

No es mi estilo el obedecer órdenes, pero por esta vez... No me importa.

–Recuerda quién es la hija del Inspector aquí –recalcó con cierto tono de diversión, pues adoraba poder lucir sus dotes de interpretación–. Ya pregunto yo: ¿señor Cooper, cuándo vio por última vez a Delilah?

–Yo tengo otra pregunta –intercedió Luifer con una sonrisa, logrando comprobar cómo una leve resquicio de molestia asomaba a los ojos azules-verdosos de su compañera–, antes de que tú sigas con esas preguntas tan aburridas: dígame, señor Cooper, ¿qué es lo que más desea en este mundo? –cuestionó, de nueva cuenta percatándose de que el hombre frente a él parecía ensimismado de pronto– ¿cuál es su deseo más profundo y oscuro?

–Aiden –Shirley volvía a ser testigo una vez más de los extraños... dones de su compañero, si así se les podía llamar, por lo que se volvió algo nerviosa.

–Cuando cierra los ojos, ¿qué ve? –Lucifer ni siquiera hizo caso a sus palabras.

Que soy elegido Primer Ministro de Reino Unido –contestó Cooper sin vacilar un segundo. A los pocos segundos parpadeó, inquieto, por haberlo dicho en voz alta.

–¡Ja! –pareció que Aiden apenas podía contener la risa–. ¿Quién es el diablillo ahora, eh? –preguntó a la pelirroja, quien se encogió de hombros tras suspirar con pesadez.

–Tiene unas aspiraciones considerables, señor Cooper –sentenció la niña de nueve años con una sonrisa suave.

–Bueno, cuando... termine como actor –intentó justificarse.

–No, no se avergüence –comenzó Shirley–: si Arnold pudo hacerlo en los Estados Unidos...

Pareció que aquella pulla conseguía su propósito, achantando y bajándole el ego al actor.

–No querrá que ningún secretito embarazoso le fastidie los planes, ¿no? –indagó ella.

–¿Adónde quiere llegar, señorita Lestrade?

–Señor Cooper, ¿tenía una aventura con Delilah? –preguntó directamente la niña, pues el tiempo apremiaba para atrapar al que ordenó su asesinato.

¡Cariño! –se escuchó la voz de una mujer, quien salió de una limusina negra, caminando hacia el actor con un teléfono en su mano derecha–. ¿No has recibido mis mensajes? Tu descanso para comer empezaba hace media hora –indicó, acercándose, solo en ese momento percatándose de la presencia de los dos niños–. ¿Qué ocurre?

–Vienen de parte de Scotland Yard –le dijo su marido.

–¿De verdad? ¿Vienen de la autentica Scotland Yard? –cuestionó la mujer de Cooper, evidenciando su poca materia gris.

–Le preguntábamos sobre Delilah –sentenció Shirley.

–Oh, sí. Qué triste –replicó rápidamente.

–Sí –afirmó Cooper–. Muy triste.

Solo en ese momento se fijaron ambos compañeros en el rolex que el actor llevaba en su muñeca izquierda.

–¿De dónde ha sacado el reloj? –cuestionó la pelirroja, arqueando una ceja, dubitativa.

Es de promoción –mintió el actor.

–No, es el que te regaló Delilah –negó su mujer rápidamente, corrigiéndolo– por... "El Tiempo Dirá", ¿no?

Aiden intercambió entonces una mirada cómplice con Shirley, quienes ahora comenzaban a ver cómo el rompecabezas iba uniendo sus piezas.

–Es la película que rodamos juntos –aclaró Grey–. Fue un regalo de fin de rodaje.

–Ya... –Shirley parecía escéptica– ¿Le compró un reloj así a todo el equipo?

–Eh, no –le dijo Grey–, solo a mi. Que yo sepa, claro... –parecía querer evitar el tema–. Porque éramos co-protagonistas y eso...

Tendría que aprender a mentir si quiere ser el Primer Ministro Británico –lo aleccionó Aiden, acercándose a él inadvertidamente.

–Ya lo sé, jovencito.

–¿Se acostaba con ella, a que sí? –cuestionó el moreno en un último intento por obtener información.

Pues sí –de nueva cuenta, Cooper no se pudo resistir a revelar sus autenticas acciones–. Eh... Lo he dicho delante de otras personas.

–Da igual –sentenció su mujer, cerrando los ojos–, como si no lo supiera... Mentir se te da fatal. Y actuar también.

Aiden entonces dejó de sonreír por un breve instante, posando sus ojos al igual que Shirley en la mujer del actor.

–¿Lo sabías? –Grey parecía consternado.

¡Claro! ¿Por qué crees que me acuesto yo con Bobby? –preguntó la mujer en un tono condescendiente.

–¿Lo dices en serio? –Grey no podía creerlo: su rostro había palidecido de pronto.

–Pues sí –afirmó ella–. Y me encanta –le aseguró, provocando que Bobby (quien estaba tras ella tomándose un tentempié), se sorprenda, dejando de comer–. Mmm... Trepo por él como por un árbol –continuó, describiendo brevemente sus encuentros con el guardaespaldas de su marido, ¿verdad, Bobby?

Por favor, que hay niños presentes –murmuró Aiden.

Habla por ti –murmuró Shirey, observando la escena que se desarrollaba frente a ellos.

¿¡Con mi guardaespaldas!? –exclamó Grey, colérico–. ¡Qué poco original!

–¿Yo soy poco original? –le espetó ella–. ¡Pues tú eres un capullo!

–Y... Se armó –comentó Shirley, preocupada.

Fue en aquel instante cuando Grey salió disparado hacia Bobby, dispuesto a partirle la cara. Su mujer (o mejor sería llamarla ex-mujer), intentó separarlos, pero Bobby y Cooper continuaron su pelea, intercambiando numerosos puñetazos y empujones. Aiden notó en ese instante que la policía parecía acercarse al escuchar las sirenas, por lo que tomó de la mano a la pelirroja y se la llevó de allí por un callejón lateral.

Ni que volviéramos a parbulitos –comentó Aiden, encontrando su motocicleta y subiéndose a ella, ayudando a la niña a subirse tras él. Ambos se colocaron los cascos entonces.

Parece que el que no corre vuela –comentó ella, haciéndolo reír.

Las horas se sucedieron rápidamente aquel día. Ahora conocedores de la desgraciada muerte de su ídolo musical, los fans de Delilah se apiñaban frente al lugar en el que había sido asesinada, dejando velas, ramos de flores y cualquier tipo de ofrenda. Hubo alguno que también se aseguró de dejar un pequeño televisor donde se la veía cantando con gran energía. En aquel mismo bar al que Delilah y él habían ido antes de que los acribillasen a tiros, Aiden y Shirley se tomaban algo mientras reflexionaban sobre el caso.

–Gracias –dijo la pequeña, al recibir el refresco de mora que Aiden le entregaba. Éste se había agenciado una cerveza, nuevamente–. ¿Bebes? –se sorprendió.

Es sin alcohol –sentenció rápidamente–. Además... –continuó, enseñándole un carnet falso– tengo esto por si las moscas.

Eres incorregible –murmuró antes de suspirar–. Bueno, por lo que sabemos, Grey y su mujer, Lisa, no tenían relación con el asesinato ni su perpetrador –comenzó a pensar–. Pero, sabemos que el asesino tenía el mismo reloj que Grey, tú lo dijiste –la pelirroja miró entonces a Aiden, quien parecía pensativo–: no puede ser casualidad. A lo mejor, Delilah también se lo regaló como una especie de regalo sexual...

–Mi querida Pelirroja, me temo que piensas demasiado –comentó Aiden, dando un sorbo a la cerveza–. Además, eso implicaría que se acostaba con ese gusano, y te aseguro que ella no habría hecho eso.

–¿En serio, Aiden? –cuestionó Holmes, comenzando a enumerar con sus dedos–: Jimmy, 2Vile, y Grey Cooper –sentenció–. Son, como dices tú, otros de los gusanos con los que se acostaba, y sé que es difícil para ti creerlo porque era tu amiga, pero sinceramente, no creo que fuera, lo que se dice, discreta –apostilló.

–De acuerdo, lo admito. En eso tienes razón –afirmó el de ojos castaños.

La hija de Sherlock tomó un trago a su refresco antes de suspirar. Parecía derrotada por el caso.

¿Dios, qué hago aquí...?

Te equivocas de Deidad, pero sí, esa es la eterna pregunta –comentó Aiden tras dar otro sorbo a su cerveza, logrando que ella sonriese.

–Me refiero a aquí, en un bar, contigo –recalcó ella–. Debería estar resolviendo un caso, o incluso debería contactar con mi padre para decirle que estoy bien.

–Pues no lo sé, dímelo tu, Pelirroja –indicó el moreno con una sonrisa ladeada–. ¿No será que me encuentras irresistible?

–¿Irresistible? Por supuesto –bromeó ella con sarcasmo–. Aunque reconozco que no está mal resolver delitos contigo, Aiden...

Lo mismo digo –admitió él–. Pero... ¿Qué quieres en realidad? No pareces el tipo de persona dispuesta a romper las normas de sus padres, incluso aunque tu hermano te haya animado a hacerlo.

–¿Te refieres a qué deseo más que nada en este mundo? –cuestionó, recibiendo un gesto afirmativo por parte de su compañero.

–Sí, pero sin trucos –contestó, recordando que en ella no parecían funcionar sus nuevos y recién descubiertos encantos–. Contigo no funcionan.

–Lo que te dije es verdad, Aiden –la pelirroja fijó entonces su vista en el vaso que contenía su refresco–: no hay nada que desee más que el hecho de que mi madre regrese. Quiero saber dónde está, y quiero que volvamos a ser una familia feliz. No lo recuerdo bien, pero sé que hubo una época donde todo iba bien y Papá sonreía. No me miraba con desazón... –comenzó a relatar–. Por eso quiero mejorar con mis deducciones: quiero llegar a enorgullecer a mi padre y a Mish, y al mismo tiempo, quiero la habilidad necesaria para averiguar qué ha sido de mi madre.

–Por eso te pusiste tan tensa ayer en el despacho de la doctora Hosho, ¿no es así? –cuestionó el moreno–. La mujer pelirroja que viste en esa fotografía enmarcada era tu madre.

–Lo era –afirmó Shirley–. Y por lo que parece, todos a nuestro alrededor han hecho voto de silencio para no hablar sobre ella. Para ocultarnos algo que la atañe... ¿Pero no comprenden que seguiremos queriéndola aún así? Es nuestra madre –parecía a punto de echarse a llorar–, y la echamos mucho de menos.

Aiden posó una de sus manos en su espalda, acariciándola deforma lenta y suave.

–Tu madre estaría orgullosa de la persona que eres –dijo en una voz aterciopelada–. No dejes que nadie te diga lo contrario.

Shirley sonrió al escucharlo decir aquellas palabras, antes de percatarse de que en la televisión del bar se anunciaba una noticia acerca de Delilah: por lo visto, sus ventas se habían disparado hasta límites insospechados. Aiden también se percató de que la atención de su compañera estaba fija en la televisión, por lo que fijó su vista en ella.

–La banda sonora de "El Tiempo Dirá", ha logrado alcanzar el puesto Nº 15 de la lista de mayores ventas de los últimos dos días, y por lo que se ve, sigue escalando puestos –dijo la presentadora de las noticias.

–No puede ser –sentenció Shirley, su boca abriéndose por la sorpresa–. Delilah no le regaló el reloj al camello...

Exacto –sentenció Aiden, de pronto sus sospechas confirmándose de golpe, la ira comenzando poco a poco a aumentar–. Ahora que tenemos a nuestro principal sospechoso, Pelirroja, creo que es hora de atrapar a un homúnculo despreciable –sentenció el joven, levantándose de la mesa tras dar el sorbo final a la cerveza, con la niña de nueve años siguiéndolo rápidamente fuera del local.

Tras unas pocas horas, casi a las 20:22, en un estudio cercano a la escena del crimen, Jimmy Barnes estaba dirigiendo a un nuevo ídolo musical en su carrera, haciendo nuevas tomas de su próximo disco. Jimmy entró al set de grabación, nada contento con el resultado de su nueva estrella.

–¡No! ¡Para, para, para! –exclamaba, caminando hacia el cantante, la música deteniéndose de golpe–. ¿Tienes un jerbo en la garganta? ¿Qué te pasa? –cuestionó, antes de percatarse de que la puerta se abría, entrando por ella la pelirroja.

¿Cómo has podido entrar, pequeña? –cuestionó Jimmy, hablándole como si no comprendiese nada–. Había guardaespaldas fuera.

–Oh, ¿te refieres a estos, Jimmy? –cuestionó Aiden, entrando por la puerta, sujetando a los inconscientes hombres con una sonrisa de satisfacción total–. No te preocupes: les he dicho que era hora de tomarse un descanso... Literalmente hablando –el joven no parecía tener ojos para nadie más salvo para ese despreciable ser humano.

–Tampoco deberá preocuparse por las cámaras de seguridad del edificio, señor Barnes –sentenció Shirley, quien escondía en el bolsillo trasero de su pantalón un pequeño objeto que Aiden le había entregado: un shuriken–. Nos hemos asegurado de desactivarlas todas para que así no haya problema alguno.

–¿Aiden? –Barnes parecía contrariado y en cierta forma nervioso–. ¿Qué haces aquí, y acompañado por esta lolita?

Anda, cierra la boca Jimmy, antes de que te haga callar para siempre –sentenció Aiden, molesto con él por ese término que le había dado a la pelirroja que lo acompañaba. Tras meterse las manos en los bolsillos continuó–. ¿Cómo te van las ventas del álbum? –inquirió.

Jimmy palideció entonces, tragando saliva. Estaba claro que era culpable.

–¿Qu-qué álbum? –cuestionó, tartamudeando.

–La banda sonora de "El Tiempo Dirá" –replicó Shirley, cruzándose de brazos–. El que produjo –la pelirroja parecía clamada, continuando su acusación–. ¿Lo sabía? Withney Houston alcanzó el top 10 de ventas tras su muerte –comenzó–, Michael Jackson alcanzó la estratosfera –concluyó, mientras que Aiden se abotonaba los botones de la chaqueta, en un claro gesto de superioridad–. No creo que llegue a ese nivel con la muerte de Delilah, pero seguro que le van a llegar un montón de cheques a su nombre.

Juego, Set y Partido. Esa era su acusación: Jimmy Barnes era el que, a pesar de haber utilizado intermediarios, había acabado con la vida de Delilah.

–Necesitaba el dinero –Shirley parecía no querer contenerse más–. Por eso le pagó al asesino con un reloj.

–El reloj que Delilah te regaló –sentenció Aiden en un tono serio, casi asesino–. Es muy cruel... Claro que así eres tú –el joven sonrió–. Veamos si mi hipótesis es correcta: te enrollaste con Delilah solo por capricho, y cuando te percataste de su talento, intentaste que se casara contigo para no perder a la gallina de los huevos de oro. Pero Delilah era lista. Sabía que tramabas algo y te abandonó, escogiendo a otro que le produjera su próximo álbum –el rostro de Jimmy ahora había pasado de la palidez extrema a una gran iracundia.

Aiden, no –Shirley notaba que algo no iba a ir bien si continuaba hablando.

–Intentaste recuperarla en los Grammys, pero ella te mandó a paseo –continuó el moreno, quien no parecía poder controlar su lengua por la ira que sentía en el momento–. Furioso, te sentiste despechado, pues considerabas que todo lo que ella había logrado era gracias a ti, y ni siquiera estaba considerando devolverte todo lo que habías hecho por ella –Jimmy pareció enfurecerse aún más, apretando los dientes–. Por eso decidiste asesinarla, y porque sabías que, al fin y al cabo, los discos de un gran artista alcanzan un gran apogeo tras su muerte –concluyó–. Pero no contabas con que alguien vendría a castigarte, ¿no es así, Jimmy? –inquirió–. Te dije una vez, que si algo le sucedía a Delilah por tu culpa, te lo haría pagar... ¡Sorpresa! –sus ojos comenzaron a quemar levemente sin percatarse de ello– ¡Soy un Diablo de palabra!

Pareció que Jimmy no podía mirar al joven a los ojos, pues su sola visión lo aterraba. Además de eso, el moreno había logrado enfadarlo por sus palabras y ahora sabía que estaba arrinconado. Conocía lo suficientemente bien a Aiden y su familia como para saber que jamás dejarían de perseguirlo. No le quedaba más remedio que tomar una decisión drástica: asió rápidamente por el cuello a su nuevo cantante, sacando una pistola del interior de su chaqueta. Apuntó con ella al joven, provocando que Shirley se tense al momento, alagando su mano hacia el shuriken.

–¡Quieto, Jimmy! –le ordenó en un tono serio, demandante.

Yo la creé y ella me destrozó –dijo el honbre, afirmando la acusación del joven de ojos castaños.

En la confusión, los miembros del grupo de música y los que estaban en el estudio con ellos salieron rápidamente por patas.

–¡Me humilló! ¡Me lo debía! –exclamó en un tono casi lunático.

Tu no eres Dios, Jimmy –recalcó Aiden, quien parecía haberse hartado de sus excusas–. No la creaste –le aseguró–. Pero sí la destruiste... Así que te voy a castigar –el joven comenzó a dar unos pasos hacia el asesino de su amiga, sin pensar demasiado en las consecuencias.

–¡Aléjate, pirado! ¡Va en serio! –lo amenazó Barnes–. ¡No pienso ir a la cárcel por esa zorra! –aquella misma palabra logró enfadar aún más a Lucifer, quien dio unos pasos más, alejándose de su compañera–. ¡Ni hablar!

¡Hazle caso, Aiden, aléjate! –sugirió Shirley, quien veía cada vez más claro que debería intervenir.

–Ya te he dicho que no importa, Pelirroja –sentenció Aiden antes de volverse hacia ella–. Soy inmortal –le dijo, provocando una profunda confusión en ella, quien no podía creer sus palabras.

Jimmy entonces apuntó su arma hacia Lucifer, lo que en consecuencia provocó que Shirley lanzase el shuriken, arrebatándole la pistola, antes de correr hacia él y golpearlo contundentemente con el micro de grabación, logrando dejarlo en el suelo, aparentemente sin vida. Por suerte, la joven se había puesto guantes por el frío que sentía, por lo que no dejaría huellas en el instrumento.

Al verse libre del loco de su productor, el joven artista salió huyendo. Por su parte, Shirley retrocedió hasta quedarse junto a Aiden, quien la observaba con una expresión que rozaba la locura y la desesperación.

¿¡Por qué has hecho eso!? –cuestionó, airado.

–¡Porque iba a matarte! –exclamó ella, preocupada por él.

–¡No, no, no, no! ¡Has dejado que se fuera sin padecer! –replicó Aiden, fuera de si completamente, algo que no era lo habitual–. ¡Tenía que pagar! ¡Tenía que sufrir! –se volvió hacia ella, encarándola. Con su estallido de ira logró achantarla levemente–. ¡Tenía que sentir dolor, no escapar de él!

Tranquilo, Aiden –intentó razonar ella con un hilo de voz–. Nos comprometimos a resolver el caso y a atrapar al asesino de Delilah. Con esto estará en paz de una vez por todas –le aseguró–. Además, no tengo duda de que allá donde va, padecerá dolor...

–No... En realidad no –negó él con firmeza–. ¿Y sabes por qué? ¡Porque ni el Cielo ni el Infierno existen! –exclamó–. Solo existe el Infierno que inventamos para nosotros –murmuró antes de encolerizarse de nuevo–. ¡Yo tendría que haberlo castigado! ¡Era mi responsabilidad! ¡Tenía que hacerlo yo! ¡Soy Lucifer, y tengo que cumplir con mi trabajo!

–Escúchame, Aiden, da igual quién te lo haya dicho, pero no eres el Diablo, ¿de acuerdo? –dijo ella, posando una de sus manos en su mejilla–. Tu eres una persona llena de bondad que hace favores a las personas solo por el mero hecho de ayudarlas...

–No me conoces... No sabes lo que he hecho.

No me importa –negó ella–. Eres mi amigo y...

En aquel instante, un disparo resonó en el estudio de grabación, impactando contra la parte superior del pecho de la pequeña de nueve años, quien cayó de espaldas al suelo. Sin embargo, antes de que sucediese una vez más, hubo otro disparo que impactó contra su abdomen El impacto de la bala en su cuerpo la lanzó de forma leve hacia atrás, atravesando una fina pared de cristal azul antes de caer sobre la moqueta. Comenzó a respirar con dificultad, como si sus pulmones se llenasen de su propia sangre. Aiden no tardo ni un segundo en socorrerla, sujetándola en sus brazos rápidamente.

¡Shirley...! –exclamó, evaluando los daños, intentando tranquilizarla.

No quiero... morir...

No lo permitiré –negó él con determinación–. Papá tendrá que esperar para tenerte –le aseguró, refiriéndose a Dios de aquella forma una vez más. En ese instante, Jimmy (quien había efectuado los disparos), volvió a disparar, esta vez al joven–. ¡Agh! –se molestó Lucifer, quien sentía el impacto en su espalda–. Dame un segundo –sentenció, antes de levantarse, dejándola en el suelo.

Con su vista borrosa, Shirley contempló cómo Aiden caminaba hacia Jimmy, quien aún continuaba disparándole, sin siquiera reaccionar al dolor. Tomó el revolver en su mano, arrebatándoselo y lanzándolo a otro extremo de la habitación. Cuando lo hubo hecho, el joven de cabello moreno asió el hombre adulto con fuerza, lo alzó en el aire, levantándolo del suelo. Para ese instante, Holmes ya había perdido la consciencia.

–¡No, por favor, no! –exclamó el hombre, aterrado, siendo empujado con una fuerza inhumana contra el cristal de la sala de control, el cual se agrietó–. ¡Por favor...! ¡No me mates, por favor!

Ah, Jimmy... –dijo Aiden ocn una voz casi de disfrute, girándolo, sujetándolo su cuello con su brazo izquierdo. Aquello provocó que Barnes observase su reflejo– Ahora vas a desear que te hubiera matado –sentenció, sus ojos tornándose de un brillante color carmesí, su piel comenzando a quemarse poco a poco, como si realmente se tratase del mismísimo Lucifer.

Cuando Shirley abrió los ojos se encontró a si misma en el hospital. Lo primero que sus ojos azules-verdosos observaron, fue a Aiden sentado en una silla junto a su cama con una expresión ciertamente aliviada. Intentó levantarse, pero un intenso dolor la recorrió de arriba-abajo.

–Vaya, mira quién ha vuelto –murmuró el joven de cabello negro, sonriendo–. Tómatelo con calma, Pelirroja.

–¿Cuánto llevo inconsciente? –cuestionó la niña, preocupada.

Tres años –replicó Aiden tras suspirar con pesadez. Los ojos de Shirley se llenaron de espanto.

¿Qué...? –preguntó, observando cómo a los pocos segundos su amigo comenzaba a carcajearse–. Que idiota...

–Gracias –replicó él–. Solo llevas unas horas durmiendo, aunque ya es el 12 de septiembre –aclaró.

–De nada –Shirley de pronto parecía pensativa, antes de posar sus ojos en el joven–. Él te disparó... ¿Por qué no estás muerto?

–Te está costando aceptar que soy inmortal, ¿verdad?

Holmes apretó los labios en una delgada línea, reflexionando sobre su respuesta, como si no terminase de creer sus palabras, incluso si él decía que nunca mentía.

–¿Qué le ha pasado a Jimmy?

–Jimmy... Recibió su merecido –replicó él en un tono misterioso–. Ahora, descansa –le indicó, levantándose de la silla, antes de inclinarse sobre ella, besando su frente–: tu padre y tus familiares llegarán pronto, y no quiero que haya malos entendidos...

–Gracias por salvarme...

Aiden le sonrió, antes de marcharse de la estancia con pasos rápidos, encontrándose a mitad de camino con Sherlock, John, Mycroft, Hamish, Rosie y Connor, quienes acababan de llegar al hospital a ver a la pelirroja. El padre de la niña ni siquiera reparó en su presencia, aunque Hamish y Connor sí que lo hicieron, dirigiéndole una mirada algo cautelosa y molesta al joven moreno.

Sherlock apenas acababa de abrazar a su pequeña hija, cuando recibió un mensaje, acompañado de la fotografía de Jimmy Barnes inconsciente y amordazado con su propia ropa. Había rastros evidentes de tortura y ensañamiento:

Ella estará siempre a salvo ahora. No se preocupe por el culpable.

Ya me he encargado yo mismo de que reciba su castigo por todo lo que ha hecho.

-L.

De camino a su casa, mientras conducía la motocicleta, Aiden sonrió de forma maliciosa, sus ojos tornándose escarlatas: había cumplido su palabra. Había vengado a Delilah y salvado a Shirley, y aunque le costase admitirlo, ser el Diablo encarnado no era tan mala idea.

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