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Capítulo 2: Nuevas amistades

Hamish observaba el piso de Baker Street con curiosidad y asombro. No podía creer que a fin habían regresado. No recordaba demasiado sobre el lugar, dado que se mudaron cuando aún era muy pequeño, pero una cálida sensación lo envolvía al pasear por la estancia. Al igual que él, Shirley parecía absorta en todo lo que la rodeaba. Rosie se mantenía cerca de su padre, quien tenía una mirada nostálgica, la cual iba posándose en cada objeto de la habitación. De todos ellos, Sherlock era quien más afectado se encontraba: no sabría decir si era por la leve capa de polvo que se había instalado en el lugar, o por el hecho de haber puesto de nuevo sus pies en el piso en el que tantas alegrías y penas hubiera vivido anteriormente. Se acercó despacio al atril, donde una partitura se encontraba, inacabada.

"Recuerdo que estaba escribiéndola antes de mudarnos... Antes de que Cora desapareciese", rememoró, pasando las yemas de sus dedos por los trazos del papel. A los pocos segundos retiró la mano, como si el toque del papel lo quemase. Observó entonces a Shirley, quien claramente se había visto atraída por el teclado que Cora solía tocar.

–¿Esto era... De Mamá? –preguntó la pelirroja, observando el teclado con curiosidad, encendiéndolo a los pocos segundos, sentándose en la banqueta con ayuda de su hermano. Giró su rostro, esperando la respuesta de su padre.

Por lo que veo la Sra. Hudson hizo caso omiso a mis demandas y ha conservado la mayoría de sus posesiones –murmuró el detective para si mismo, antes de posar sus ojos en su hijita, procediendo a responderle–. Así es, Shirley. Tu madre adoraba tocar música en ese teclado...

Con esa sola respuesta, el rostro de Shirley pareció iluminarse de felicidad, una gran sonrisa apareciendo en su rostro. Hamish estaba feliz de ver a su hermana sonreír de aquella forma. No la había visto sonreír de verdad desde hacía años, y aquel simple gesto lo invadía de felicidad. La pequeña entonces, contempló una pequeña pieza que parecía haber sido escrita hacía mucho tiempo atrás. Con sus pequeños dedos, comenzó a tocar las teclas, la suave melodía comenzando a sonar en el pequeño piso de Baker Street. En aquel instante la casera del 221-B entró a la sala de estar, la tonada de la música habiéndola atraído, así como la inusual actividad del piso londinense, en el cual no se había escuchado sonido alguno desde hacía años.

¡Sherlock, John...! –se sorprendió la Sra. Hudson una vez traspasó el umbral de la puerta.

–Buenas tardes, Sra. Hudson –la saludó John con una sonrisa amable, feliz por verla de nuevo–. Lamentamos habernos presentado sin avisar, pero los niños querían venir –indicó John, los ojos de Martha posándose en la pequeña niña pelirroja que tocaba el teclado, así como en Rosie y Hamish, quienes la observaban, de pie a su lado.

–Sra. Hudson –Sherlock parecía comedido en sus palabras, pues sabía lo mucho que la casera debía haberlos extrañado–, lo siento mucho, yo...

–Tranquilo, cielo –dijo la amable mujer con una sonrisa, tomándolo del brazo derecho–. Comprendo lo doloroso que debe haber sido el regresar a este piso tras todos estos años, especialmente por todos los recuerdos que encierra entre sus cuatro paredes –le aseguró, su tono de voz lleno de dulzura y comprensión–. El solo hecho de que estés aquí de nuevo me hace muy feliz. El hecho de que todos hayáis vuelto –sentenció, las lágrimas comenzando a aparecer en sus ojos–. Es como volver al pasado...

Sherlock rodeó los hombros de la anciana mujer con su brazo derecho, acariciándolo suavemente en una muestra silenciosa de afecto, algo que no siempre solía demostrar desde la desaparición de su mujer. La Sra. Hudson contemplaba a los niños con una mirada añorante, llena de nostalgia. Parecía como si la pequeña pelirroja fuera la viva encarnación de su madre, Cora, al igual que Hamish era la viva encarnación de su padre.

–Tienes unos hijos preciosos, Sherlock, y tu hija también es una preciosidad, John –sentenció Martha con una voz casi quebrada.

–Gracias, Sra. Hudson –dijeron ambos hombres, contemplando a los pequeños.

Hamish es igualito a ti, Sherlock –comentó la mujer–, Rosie es sin duda igual a sus padres. John, Mary estaría muy orgullosa –comentó, pareciendo como si el tiempo retrocediese, y en vez de Shirley, Rosie y Hamish, se encontrasen Cora, John y Sherlock, resolviendo delitos, como lo habían hecho siempre–. Pero sin duda la querida Shirley es igualita a Cora.

Ante aquel comentario por parte de Martha, una nueva y leve oleada de dolor pasó por los ojos del detective asesor. Sin embargo, no dijo nada al respecto, manteniéndose silencioso. Cuando Shirley hubo terminado la pieza, Hamish, Rosie y ella se giraron al unísono, contemplando a sus padres y a la casera del 221-B.

–¡Sra. Hudson! –Rosie y Shirley corrieron hacia ella, brindándole un fuerte abrazo que por poco acabó con las tres en el suelo.

–¡Hola, niñas! –exclamó la casera con una sonrisa, abrazando a las pequeñas.

Por su parte, Hamish se acercó con calma a la Sra. Hudson, a diferencia de su hermana y su amiga. Con una leve sonrisa, la saludó.

–Buenas tardes, Sra. Hudson.

Sherlock contempló a sus hijos con una mirada suave, antes de que su atención se centrase en la habitación. Su habitación. Con pasos lentos, casi pesados, el sociópata caminó hasta estar frente a la que antaño hubiera sido su habitación. Cuando abrió la puerta, todo seguía allí: la cama, la foto de los padres de Cora, Erik e Isabella... Incluso la ropa de ella continuaba allí, sin haber sido vestida en años. Al volverse se encontró a Hamish y Shirley allí, curiosos por aquella habitación desconocida que, sin embargo, también les resultaba familiar.

–Será mejor que salgamos –les dijo a sus hijos, quienes lo observaron confusos–. Esta es una habitación especial para mi. No la deberíamos desordenar –intentó razonar con ellos, su voz apenas elevándose de un susurro.

Era vuestra habitación, ¿verdad? –inquirió Hamish, a quien apenas le habían bastado unos segundos para averiguarlo. El detective asesor sintió un breve estremecimiento. Solo en raras ocasiones se percataba de lo sagaz que era su hijo mayor, y aquella era una de ellas. Definitivamente, era su hijo, y el de ella.

Así es –replicó, sin muchas ganas de hacer mención a ello, saliendo de la estancia con sus retoños, quienes de inmediato abrieron la puerta a una habitación en el pasillo–. ¡Niños! –los llamó, pues no deseaba molestar a la casera del 221-B.

–Déjalos que curioseen, Sherlock –dijo Martha–. Al fin y al cabo, es vuestra casa.

Sí, pero... –al detective no se le ocurría ningún argumento por el cual no debían investigar.

Siguió a sus hijos a la habitación, en la cual también entraron Rosie y John. Esa era, o más bien había sido, la habitación de Hamish y Shirley cuando eran unos infantes, y antes que ellos, había sido la de John. El rubio observaba la estancia con nostalgia y fascinación, pues la casera se había esforzado notoriamente por no deshacerse de todo lo que allí había.

No pude tirar todo lo que perteneció a Cora y a los pequeños –admitió Martha–. Simplemente se me hacía muy duro.

–Tranquila, Sra. Hudson, lo entendemos –intervino John.

Rosie paseaba por la habitación junto a los niños Holmes. Hamish observaba la que antaño hubiera sido su cama con cierto aire de nostalgia, llegando a ver de forma breve un relámpago de imágenes, recuerdos, de una mujer de brillante cabellera carmesí y ojos escarlata. Fue breve, sí, pero le bastó para recordar un retazo de la que hubiera sido su madre. Shirley por su parte, encontró un pequeño álbum de fotos, camuflado entre los numerosos libros de cuentos de la estantería. Tras haberlo logrado asir en sus manos, la pelirroja caminó hasta su padre.

–¡Mira lo que he encontrado, Papá! –dijo al detective asesor, quien le sonrió, tomando el álbum en sus manos. De inmediato lo reconoció: era el álbum que Cora se trajo consigo de su época universitaria. En él, se encontraban las fotografías de aquella época junto con aquellas de su boda y sus hijos hasta el día de su desaparición.

–Vamos a verlo juntos, ¿os parece? –preguntó John, percatándose del rostro de su mejor amigo, quien, parecía no poder siquiera asimilar el hecho de que estaban a punto de ver aquellas fotografías por primera vez en años.

Caminaron todos juntos hasta el salón, donde Sherlock se sentó en el sofá, con sus hijos a cada lado. Tras unos segundos de duda, el detective abrió el álbum, no sin cierto temblor en sus manos. La primera foto era en la universidad, con Cora y él bailando en aquella graduación. Los niños parecieron maravillados en cuanto vieron aquella fotografía, contemplando lo hermosa que era su madre, pero para el sociópata, era un recordatorio de que ya no estaba con ellos. Un amargo recuerdo de lo que antaño hubiera sido uno dulce. Pasaron las hojas del álbum hasta dar con una fotografía del día de su boda. Hamish contempló a su padre, quien en aquel instante ya no pudo mirar más las fotos, apartando la vista de ellas. Con disimulo, el joven Holmes tomó aquella fotografía y la escondió en el bolsillo de sus pantalones, cerrando el álbum.

Es hora de irse a casa, niños –sentenció Sherlock, quien parecía querer abandonar el piso de inmediato.

Hamish y Shirley no pronunciaron ni una palabra ante la imprevista orden de su padre, por lo que se levantaron del sofá y recogieron sus abrigos (los cuales habían dejado colgados anteriormente en el perchero, despidiéndose de la casera del 221-B, antes de marcharse del piso.

Al día siguiente, Hamish se encaminó a su colegio con Shirley de la mano. John los acompañó a ellos y a Rosie, dejándolos en la entrada del centro educativo. Sherlock, aún demasiado afectado por lo ocurrido el día anterior, se había excusado con el hecho de que tenía un caso apremiante, al cual Watson acudiría tras dejar a los niños. Con suerte, Hamish y Rosie fueron colocados en la misma clase, comenzando el periodo lectivo, lo que no hizo más que iniciar el conflicto interno entre los estudiantes para con el mayor de los hermanos Holmes.

Nada más comenzar el día lectivo, el joven Holmes se granjeó un numero considerable (aunque mínimo) de enemistades con otros chicos de su misma edad, resaltando claramente quién había cometido algún delito, quien se acostaba con quien, incluso quién tenía relaciones con alguno de los profesores. No estaba de más decir, que todos ellos comenzaron a odiarlo de inmediato, aunque como decía Hamish, él solo decía la verdad. En clase de lengua extranjera (español), el detective en ciernes se encontraba tomando unos apuntes mientras la profesora hablaba, cuando un compañero de clase, de nombre Nathan, pronto comenzó a molestarlo, lanzándole bolas de papel a la cabeza. Intentó hacer lo posible por ignorarlo, pero aquel chico parecía ser persistente, por lo que al final, optó por girarse y encararlo.

A menos que quieras que le diga a tu madre, la morena que trabaja en la cafetería, que te acuestas con tu profesora particular de historia, quien es una estudiante aquí de 2º de la ESO, yo que tu, dejaría de tirar bolitas de papel –sentenció en un tono serio, antes de volver a girarse, sus ojos fijos de nuevo en la pizarra.

A los pocos segundos, sintió de nuevo el insistente golpeteo de las bolas de papel en su espalda, lo que terminó por mosquearlo. Fue a decir algo, cuando ese mismo alumno hablo antes que él.

–¡Señorita, Holmes me está molestando! –exclamó–. ¡No deja que me concentre en la tarea!

A la profesora no le bastaron ni unos segundos para echar al joven de la clase (puesto que los avisos se habían repetido aquella mañana), entre murmullos de otros de sus compañeros, quienes le murmuraban cosas como «eres un pringado» o «vete acostumbrando, friki». Ahora en el pasillo, Hamish esperó hasta que la clase acabara para entrar al aula a por sus cosas. En cuanto entró, escuchó claramente el sonido de la puerta cerrándose: era una emboscada. Cuando se giró, contempló a Nathan y a otros de los compañeros a los que presuntamente había ofendido con sus deducciones anteriores. Incluso llegó a notar a algunos alumnos de cursos superiores. Todos ellos se frotaban los nudillos: estaba claro que iban a golpearlo.

–¿Te crees muy gracioso, eh, friki? –espetó otro de los chicos, Sanders, amigo de Nathan.

–No, pero definitivamente soy más listo que vosotros. Aunque ahora mismo hay demasiada estupidez en el aula como para que os percatéis de ello vosotros mismos –espetó Holmes, evidenciando que no pensaba huir como un cobarde. Si era necesario, se defendería de los abusones.

–¿Quién te crees que eres para amenazarnos con tus estúpidos juegos, Holmes? –preguntó uno de los chicos mayores, Caleb, se llamaba.

¿Creéis que será el hecho de que sea el hijo de Sherlock Holmes? –preguntó Hans, otro de los alumnos que compartía sus clases–. No nos importa de quién seas hijo, friki de mierda. Es hora de que aprendas quién manda aquí y a quien debes respetar –lo amenazó, todos dando un paso hacia el joven de once años.

–No os tengo ningún miedo –sentenció Hamish, preparándose para la confrontación.

Lo que siguió a aquellas palabras es del todo indescriptible. La pelea y la consiguiente paliza fueron de tal calibre, que dejaron al joven detective en ciernes con un labio partido y la camisa hecha jirones. En un dado momento cuando los abusones se encontraban dispuestos a continuar con aquella paliza, la puerta del aula se abrió, siendo elevado por los aires (al haber sido asido el cuello de su camisa) uno de ellos. Una voz clara resonó en el ambiente.

Vamos, chicos –dijo la voz, claramente perteneciente a un varón–, ¿seis contra uno? Desde luego no es una pelea justa... –murmuró con cierto sarcasmo–. Ahora, vais a dejar de molestarlo –comenzó–, ¿o tengo que ponerme serio con vosotros? –inquirió, los abusones temblando de miedo.

–Lo sentimos mucho, no lo volveremos a hacer –dijo Nathan, quien no podía mirar a ese chico a los ojos. Junto a él, había una niña, de unos 10 años de edad, un año mayor que Shirley.

–Sí, no sabíamos que este era tu...

¿Mi territorio? –cuestionó con una sonrisa ladeada–. Que va, no os equivoquéis –negó rápidamente–. Es solo que no soporto a la escoria humana como vosotros. Pequeños parásitos que se alimentan siempre del más débil... Debería castigaros, pero como hoy me siento generoso, lo dejaré pasar –su tono de voz pareció engravecerse–. Pero si os vuelvo a ver merodeando alrededor de este chaval, no lo contaréis. Y ya sabéis con quién estáis tratando.

No hizo falta más para que los abusones y los de cursos superiores salieran a la desbandada. Shirley entró entonces al aula, seguida por otro joven algo más mayor que ellos. Éste tenía el cabello castaño-pelirrojo y ojos marrones, quien parecía tener la edad de 15 años. Por su parte, el salvador de Hamish tenía el pelo negro como la noche y ojos castaños oscuros. No parecía tener más de 13 años de edad. La niña que lo acompañaba, tenía los ojos claros y el cabello oscuro que contrastaba con su piel pálida de porcelana. La pelirroja de ojos azules-verdosos se acercó a su hermano y lo ayudó a levantarse.

–Gracias Shirl, pero estoy perfectamente –le dijo Hamish a su hermana menor, orgulloso y obstinando como lo hubiera sido su padre–. ¡Connor! –de inmediato reconoció a su primo, hijo de Mycroft (algo que éste mantenía en secreto, incluso de Sherlock), sus ojos abriéndose con pasmo–. ¿Tu también estudias aquí?

Ha sido cosa de mi madre –replicó Connor Holmes, ayudando a su primo menor a colocarse bien la ropa–. Mi padre quería enviarme a un colegio privado –murmuró, evaluando los daños en la ropa del chico.

–¿De modo que tú eres ese Holmes, eh? –comentó la niña de pelo negro azabache con una sonrisa sarcástica en sus labios sonrosados, una sonrisa que el de pelo negro compartió–. Presiento que nuestra relación va a ser explosiva, Sr. Estirado.

¿Y a ti quien te ha dado veda en este entierro? –preguntó Connor, sintiéndose claramente ofendido por el hecho de que alguien lo hubiera llamado así–. Esto es familiar.

–Oh, pues no lo sé –replicó ella, encarándolo–. ¿Tal vez el hecho de que mi hermano le haya salvado el pellejo a tu primo?

Haya paz, esto no es un gallinero –intercedió Rosie apareciendo en la clase–. He sido yo quien ha avisado a Connor y Shirey para que vinieran a ayudarte, Hamish, aunque aún sigo sin comprender cómo vosotros habéis decidido acompañarnos –apostilló, posando su mirada en los hermanos de cabellera morena.

No necesitaba ayuda, Rosamund –recalcó el chico, provocando que el joven de cabello negro se carcajease.

¿En serio? Pues desde mi punto de vista parecías necesitarla –comentó–. Te han dado una paliza de las buenas, hasta diría que tienes marcas en el carnet de identidad –se rio–. Pero en fin, dejando a un lado las bromas, espero que no vuelvan a causarte problemas, Holmes –le extendió la mano–. Me llamo Aiden, y esa encantadora niña es Alma, mi hermana.

–Un placer –Hamish estrechó su mano–. Pero...

...No necesitabas ayuda, lo sé –terminó Aiden por él, con una sonrisa suave–. Piensa que te he hecho un favor.

–¿Y qué quieres a cambio? –cuestionó Rosie, quien parecía conocer la reputación de Aiden por los murmullos de los alumnos. De igual manera, parecía preocupada por su amigo, pues dada la mala reputación del moreno, quien sabe lo que podría querer de él.

Nada en absoluto –replicó Aiden.

Genial, ahora me siento como si hubiera hecho un pacto con Lucifer... Estoy en deuda contigo.

Considera saldada esa deuda, Hamish –sentenció el moreno, sentándose en un pupitre cercano (perteneciente a uno de los abusones), comenzando a desbaratar su interior–. Me encanta conceder favores a la gente –confesó, sentándose su hermana en otro de los pupitres, cerca de Shirley–, y para ser completamente sincero, deseaba conocer al hijo de tan ilustre detective, aunque claro, veo que eso te desagrada desde que te percataste del hecho de que nadie espera nada de ti. Solo esperan lo propio de alguien que es el hijo y la viva imagen de Sherlock Holmes. Una autentica pena, pues ya has resuelto casos de importancia considerable, a pesar de sufrir de un claro vacío emocional dejado por tu ausente madre, y el hecho de que tu padre te infravalore...

De modo que tu también eres capaz de hacer deducciones, Aiden –comentó Hamish, cruzándose de brazos–. Reconozco que no ha estado mal, para ser la primera vez de una persona que estaba deseosa de probar sus dotes con otra gente, en especial con el hijo de una persona a la que parece admirar desde hace tiempo. Y por lo que puedo notar también, sufres leves arranques de ira, que se potencian con tus... Vaya, habilidades especiales –concluyó, logrando percibir inequívocamente cómo un leve tic se originaba en el ojo izquierdo de Aiden–. Parece que he dado en el clavo, aunque no me extraña tu comportamiento, siendo tu familia la que es...

Basta –sentenció Shirley por vez primera, interviniendo en la conversación–. Dejad de competir ya, por favor –rogó, posando sus ojos azules-verdosos en los dos chicos–. Lo primero es buscarte ropa, Mish.

–Si me permites, Pelirroja –la interrumpió el moreno–, por suerte para ti, Hamish, tengo una camisa de sobra. Puede que no corresponda la talla, pero al menos no irás con la ropa hecha jirones –ofreció–. No creo que quieras que tu padre sepa lo que ha trascendido hoy aquí, ¿me equivoco? –cuestionó, sacando una camisa de su mochila, entregándosela al joven.

Hamish, tomó la camisa, sellando esa silenciosa alianza entre ellos.

–Ya que estamos todos tan habladores –intercedió Alma–, creo que es el momento de las debidas presentaciones: soy Alma, un placer. Pienso convertirme en la mejor política y abogada del mundo.

–De modo que eres la Pequeña Dominatrix –comentó Connor con una sonrisa, habiendo deducido su parentesco y quién era su familia. De igual forma, no pudo evitar detectar esa leve fractura en su carácter, propia de la inseguridad y un complejo de inferioridad. Conocía bien ese último, pues él mismo lo sufría en su propia piel–. Espero que tengas la materia gris necesaria para el trabajo que requiere la política.

–Y tu el Sr. Estirado, ¿no es así, Connor Holmes, futuro político? –replicó ella rápidamente.

–Calma, Alma –sentenció Aiden, logrando que cerrase la boca efectivamente–. Como ya he dicho antes, soy Aiden, y me encanta hacer favores a la gente –se presentó, antes de posar su mirada en la hermana menor de Holmes–. Me temo que no sé tu nombre, Pelirroja.

–Encantada de conocerte –lo saludó–. Me llamo Shirley Holmes –se presentó la pequeña de cabello carmesí con una sonrisa–, y quiero ser igual que mi madre al crecer. Una gran detective.

–¿Qué hay de ti, Rubita? –preguntó Aiden, apelando a la hija de John quien los observaba.

–Soy Rosamund Watson, y pienso ser médico –se presentó la aludida–. Aunque prefiero que me llaméis Rosie. Nada de Rubita –apostilló, de inmediato sintiendo un aura de antipatía hacia Aiden por aquel mote.

–Lo que tu digas, Rubita –replicó él, haciendo caso omiso a sus palabras.

Calma, Rosie –intercedió Hamish, quien se percató al momento de que su amiga estaría dispuesta a abalanzarse sobre el moreno–. Será mejor que no la provoques, Aiden –sentenció, antes de suspirar–. Me llamo Hamish Holmes, y sí, soy hijo de Sherlock Holmes –se presentó–. Menos mal que se ha acabado... Odio estas conversaciones –comentó, antes de salir de aula hacia los servicios para así cambiarse de camisa.

–Lo siento, mi hermano es algo... –comenzó Shirley.

¿Cabezota? –dijo Aiden.

¿Narcisista? –cuestionó Alma.

¿Orgulloso? –reflexionó Connor con una sonrisa.

Idiota –sentenció Rosie, provocando que todos se carcajeasen al unísono, incluso Shirley, antes de que otra voz los eclipsara.

–Ja, ja, ja. Me parto –sentenció Hamish, quien ya se había cambiado. En aquel instante llegó una notificación a su teléfono móvil–. Interesante.

–¿Qué ocurre, Mish? –preguntó Shirley, curiosa.

Hay un nuevo caso –comentó Connor, quien acababa de recibir una alerta en su teléfono móvil.

–Y no solo uno –intercedió Aiden, quien acababa también de sacar su celular–. Hay tres casos nuevos que necesitan ser resueltos con urgencia.

–¿Y qué son? ¿Un perro desaparecido, un gato que se ha quedado atrapado en un árbol, o...?

–No, Rubita –negó Aiden con una sonrisa confiada–. Esto son las ligas profesionales. Nada de crímenes para aficionados –negó con convencimiento–. Son crímenes de verdad: asesinatos, en su mayoría.

–Coincido con Aiden –sentenció Connor.

Vaya, que novedad que el Sr. Estirado le de la razón a alguien que no sea él mismo –lo intentó picar la morena.

–No son casos normales, Hamish –le indicó a su primo–. No son adecuados para unos niños como vosotros –sentenció, posando su mirada en Rosie, Hamish y Shirley además de la hermana del moreno.

Su primo fue a replicar algo cuando Alma se le adelantó.

¿Y por qué no deberían serlo? ¿Por qué no dejar que resuelvan alguno? –propuso–. Si tan necesitado estás por mostrar tu valía, Holmes –le espetó al hijo del Gobierno Británico–, deberías dejar que otros que estén a tu altura compitan contigo para resolver los casos.

–Esto no es una competición –sentenció Rosie–. Son vidas humanas.

Me apunto –sentenció Hamish–. ¿Alguna regla?

¡Hamish! –exclamó Rosie, no dando crédito a sus ojos.

–Quien resuelva con mayor rapidez el caso, gana. Así de simple –sentenció Aiden con una sonrisa llena de competitividad–. Pero dado que solo hay tres casos y nosotros somos seis, propongo que los resolvamos en parejas.

¿Dónde está el truco? –cuestionó Connor.

–La pareja ganadora hará una demanda que todos los demás deberán cumplir –sentenció Alma con una sonrisa igual de competitiva, y al mismo tiempo algo maquiavélica, que su hermano.

Oh, y para que nadie tenga más ventaja sobre los demás, los equipos deberán estar equilibrados –comenzó el joven de cabello negro.

–Osease, alguien excelente con las deducciones, y otra persona que no lo sea tanto –continuó Alma.

–Y por ello... –Aiden sacó de su mochila unos palos con números– dejaremos que el azar decida –sentenció, echando los palos al interior de un bote opaco, tapándolo con su tapón correspondiente–. Cada uno agitaremos el bote unas dos veces antes de sacar un palo. De esa forma no habrá trampa posible.

–No nos engañes –sentenció Hamish, sus ojos fijos en Aiden. Casi podría decirse que la tensión y la electricidad parecían verse en sus miradas, fijas en los ojos del otro.

Yo nunca miento.

Los muchachos agitaron por turnos el bote, tal y como Aiden había propuesto. Primero Hamish, luego Aiden, Rosie, Shirley, Alma, y por último, Connor. Tras hacerlo, tomaron cada uno de ellos un palo con un número del 1 al 3, lo que les indicaría su pareja para aquel reto improvisado entre ellos. No era algo al uso, pero a todos parecía invadirles la euforia de resolver un caso, incluso a las más pequeñas.

El Nº 2 fue sacado por Hamish y Rosie, quienes se sonrieron al comprobarlo.

Genial –dijo el detective en ciernes, pues su compenetración era sin duda excelente–. No esperaba menos de mi compañera.

–Hemos tenido suerte –comentó Rosie con evidente timidez al recibir esa especie de halago por su parte–. Pero me alegro de que nos haya tocado juntos –indicó, antes de observar quién había sacado el Nº 1: Connor y Alma.

–De modo que «alguien excelente con las deducciones, y otra persona que no lo sea tanto», ¿eh? –indicó Connor con un evidente tono de ironía marcando sus palabras–. Supongo que eso deja claro quién es el más dotado de los dos para este rol...

–¡Que no se te suban los humos a la cabeza, Señor Estirado! –le espetó ella.

–Entonces, eso significa que... –comenzó a decir Hamish, percatándose de que el Nº 3 lo habían sacado su hermana pequeña y Aiden, lo que lo llenó de preocupación– oh, no.

–No te preocupes, Holmes –habló Aiden, como si pudiera leerle los pensamientos–. Pienso cuidar de ella como si se tratase de mi propia hermana –le aseguró–, y Connor, más te vale hacer lo propio –le indicó al castaño-pelirrojo, quien tragó saliva, observando impotente cómo una sonrisa de superioridad aparecía en el rostro de la morena.

–Ahora que se han formado las parejas... ¿Qué hay del tiempo límite para resolver el caso? –preguntó Rosie, de pronto decidida a ganar esa competición.

–Vaya, te veo muy motivada de pronto, Watson –comentó Alma, observando a la joven rubia–. ¿Y eso?

–Para empezar me ha tocado el mejor compañero que podía pedir –comenzó Rosie, provocando que una oleada de orgullo atravesase a Hamish como un vendaval–, y segundo, porque si gano, tendré el perfecto derecho a exigirle a tu hermano que deje de llamarme Rubita.

–¡Eso ya lo veremos, Rubita! –exclamó Aiden con una sonrisa sarcástica.

–¡Maldito Lucifer! –espetó ella, provocando que de nueva cuenta el moreno se carcajease.

–Si os parece bien, la fecha límite debería ser de aquí a una semana –sentenció Hamish–. El lunes próximo nos reuniremos y, como seguramente hayan aparecido en los periódicos y en las noticias matutinas la resolución de los casos, sabremos quién ha ganado la competición.

–Estoy de acuerdo –dijo Alma–. Ese mismo día se hará la exigencia del equipo ganador, y no podremos romperla jamás.

–Me parece justo –afirmó Connor–. Creo que como medida cautelar, deberíamos acordar no mencionar nada de esto a nuestros padres –sentenció.

–¿Qué? ¿El Sr. Estirado está preocupado porque su papá se vaya a enterar de que tiene amigos?

Cállate, anda –sentenció el hijo de Mycroft con molestia.

–No me parece una idea mala –admitió Aiden–. Así evitaríamos intromisiones de parte de los adultos –argumentó–. Si nos preguntan, deberíamos contestar que vamos a estudiar a casa de un amigo.

–O incluso que tenemos horas extra de clase, como actividades extraescolares –sugirió Shirley, pues sabía que tanto su padre como su tío recurrirían al satélite nacional para vigilarlos a ellos tres si no tenían cuidado.

Buena idea, Pelirroja –alabó Aiden, sonriéndole, recibiendo una sonrisa por parte de ella.

–Entonces queda decidido –afirmó Rosie, quien sacó su teléfono móvil–. Será mejor entonces que intercambiemos los números por si tuviéramos un problema, ya sea con nuestros padres o con algún abusón –sugirió–. No vendría mal contar con alguien que pueda ayudar en caso de necesitarlo.

Todos accedieron a la petición de la rubia, antes de acordar que se reunirían en el patio tras las dos últimas clases de la mañana para discutir entre las parejas el mejor horario para investigar cada caso, y así aumentar las probabilidades de resolver cuanto antes el misterio, claro que Hamish y Rosie llevaban la delantera por la razón de que sus padres fueran tan buenos amigos, por lo que no tendrían ningún problema a la hora de salir a investigar. El Juego había comenzado una vez más.

Ésta vez, como dijera Sherlock en una ocasión anterior, había nuevos jugadores.

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