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Capítulo 10: No más secretos

En Baker Street, dos días después de la intervención de Shirley en Barts, Sherlock se encontraba sentado en su habitual sillón en el 221-B, con las miradas de Hamish, Rosie, y Shirley en su persona. De igual manera, los niños escudriñaban a Mycroft y John, deseosos por saber la razón de aquella reunión a las 10:00 de la mañana.

—¿Papá, por qué estamos aquí? —cuestionó Shirley algo nerviosa—. Pensaba que este sitio no te gustaba...

—No es eso, princesa —le aseguró a su hija—. Es solo que este lugar está lleno de recuerdos y... Me duele pensar que Mamá no está aquí.

—¿De verdad crees lo que dijo ese tipo, Padre? —cuestionó Hamish, cruzándose de brazos—. ¿Sobre Mamá?

—No lo sé, hijo —negó el detective asesor—. Vuestra madre lleva desaparecida desde hace 8 años... Y no tenemos ninguna pista sobre su paradero.

Hamish sonrió de pronto, con esa misma sonrisa confiada que Sherlock conocía bien. El muchacho se levantó del sofá del piso, caminando hasta el perchero, donde estaba colgada su gabardina, sacando unos documentos, los cuales había "tomado prestados" de los archivos Yakuza.

—Puede que no sirva de mucho, Padre, pero encontré estos documentos en ese almacén —indicó, entregándoselos a su padre—. Solo hay unas palabras que pude comprender y no estaban en japonés —lo informó—: «Dragón del Caos».

Ante la mención de ese nombre, por todo lo que aquello implicaba, Sherlock palideció levemente.

—Mycroft, ¿podrías hacer que Eurus analice estos documentos? Puede que encontremos algo útil —indicó a su hermano mayor tras carraspear, quien asintió, caminando fuera del piso a los pocos segundos, con los documentos en la mano.

—¿Qué significan esas palabras, tío Sherlock? —preguntó Rosie, observando cómo su amigo de la infancia se sentaba junto a ella.

—Es... Una historia muy larga —comenzó a decir Sherlock—. Pero antes de explicarla, creo que lo mejor será deciros algo sobre el origen de... Cora —el detective suspiró: aquella sería la primera vez que hablaría a sus hijos de su madre en aquellos años de silencio. ¿Estaba preparado siquiera? —. Vuestra madre era huérfana. Se crio en un orfanato, no muy lejos del centro de Londres...

El sociópata comenzó entonces a relatarles todo lo que sabía sobre su mujer, explicando sin demasiados detalles cómo de niña la habían llevado a aquel lugar llamado Baskerville, donde había sido sometida a duros experimentos genéticos. No quiso hacerlos sufrir con esos detalles macabros que había vivido la pelirroja... Y aún no era necesario que supieran sobre sus habilidades. También les explicó cómo la Dra. Stapleton ayudó a su mujer y amigos a escapar de allí.

En aquel punto de su relato, los niños tenían una expresión apenada en sus rostros.

—...Fuimos juntos a la universidad —continuó, con una sonrisa suave adornando sus labios al recordar aquellos tiempos—. Allí fue donde nos conocimos por primera vez... Y donde nos enamoramos —les contó, provocando que tanto Rosie como Shirley dieran un leve gritito de emoción, mientras que Hamish suspiraba—. Sin embargo, tuvimos que seguir distintos caminos: yo me quedé en Inglaterra, estudiando, mientras que vuestra madre fue a Japón.

—De modo que mi hipótesis era correcta —murmuró el mayor de los hijos del detective—. Mamá estaba relacionada con la mafia japonesa... Pero ¿cómo?

—Nunca me explicó con demasiado detalle cómo fue que acabó trabajando para ellos, hijo, pero lo que sí sé, es que la entrenaron física y mentalmente para ser... —tomó aliento antes de continuar—. Una asesina —murmuró aquellas dos palabras con un hilo de voz, sorprendiendo a los niños—. Sin embargo, vuestra madre no disfrutaba con todo aquello, y trató de salvar a una niña.

—¿Lo logró? —preguntó Rosie.

—Sí, pero a un alto precio —afirmó Sherlock, observando de reojo la expresión horrorizada de John, quien hasta ese momento se había mantenido ignorante ante aquella información—: fue cruelmente torturada, con secuelas que continuaron hasta muchos años después —confesó—. Cuando al fin logró escapar, regresó a Londres, donde nos reencontramos, aunque para aquel entonces, ya habían pasado casi 4 años. No nos reconocimos.

—¿Entonces tuvisteis que enamoraros de nuevo? —preguntó Shirley inocentemente.

—Así es —afirmó el detective asesor, disfrutando de la sonrisa complacida de su hija pequeña—. Pero ahora que sabéis su origen, creo que lo propio es que os cuente cómo es que desapareció.

Con un hondo suspiro, Sherlock comenzó a rememorar. Rememorar aquellos días, antes y después de la desaparición de su mujer, Cora Holmes.


Hace 8 años, el 1 de agosto, Cora y Sherlock se encontraban en Baker Street, con sus pequeños. Como era habitual en la familia Holmes, el detective acababa de regresar de un intrincado caso, habiendo dejado a los infantes con su madre.

—Ma...Má... —balbuceó la pequeña Shirley con una sonrisa, tomando un mechón de pelo de la pelirroja.

—Sí, Shirley, aquí está Mamá —afirmó Cora, observando cómo su querido esposo se despojaba de la gabardina y la bufanda, sentándose en el sofá junto a ellas—. Mira, ¡es Papá!

—¡Babá! —balbuceó la infante, provocando que ambos padres intercambien una sonrisa tierna, con el detective brindándole un beso en la frente a la pequeña.

Shirley balbuceó, feliz por esa muestra de afecto.

—¿Ha sido un caso muy complicado? —cuestionó la pelirroja con una sonrisa, sujetando a Shirley en sus brazos, quien se acurrucó contra su pecho, cansada—. Pareces agotado.

—Si hubieras visto cómo corría ese tipo... —murmuró Sherlock, inclinándose hacia delante para jugar con su hijo mayor, quien estaba sentado en la moqueta del salón—. Nos habría venido bien tu ayuda para atraparlo.

—¿Qué pasa? ¿La paternidad te ralentiza? —bromeó ella, usando una frase que en alguna ocasión anterior había escuchado decir a su marido, mientras acariciaba la espalda de la bebé.

—Que graciosa... —dijo el sociópata con sarcasmo.

—Hablando de trabajo... ¿Cómo está Eurus? ¿Se ha adaptado bien a los servicios de inteligencia de Mycroft? —cuestionó de pronto la joven de cabellos carmesí, recibiendo un gesto afirmativo por parte de su marido.

—Desde que la ayudaste a salir de su burbuja es como si fuera una persona normal —indicó Holmes—. Bueno, todo lo normal que puede ser, teniendo en cuenta que viene de la familia Holmes —bromeó, recibiendo un codazo por parte de su mujer.

En ese momento, la atención del joven sociópata se centró en Hamish, quien, con el ceño fruncido, estaba intentando ponerse en pie por primera vez.

—¡Mira a Hamish! —se emocionó, provocando que Cora también lo hiciese, comenzando a brotarle lágrimas en los ojos.

—¡Vamos, peque! ¡Tu puedes! —exclamó la pelirroja con un tono orgulloso, contemplando cómo su hijo lograba ponerse en pie sin ninguna ayuda—. ¡Bien hecho, mi niño!

—¡Ese es mi hijo! —exclamó Sherlock, sujetando a Hamish en sus brazos con infinita alegría, comenzando a dar vueltas con él—. ¡Estoy muy orgulloso de ti! —le dijo, provocando que el pequeño Holmes soltase una carcajada.

—Papi, Papi, ¡ma alto! —decía el infante entre carcajadas.

Cora observaba a su marido con una gran felicidad. Hace tiempo, él habría tenido sus dudas sobre cómo sería como padre, pero ahora estaba claro como el agua que era un padre estupendo. Sus hijos lo adoraban, y Sherlock los adoraba a ellos, aunque especialmente a su pequeña niña, la cual solo tenía un año. La pelirroja de ojos escarlata no podía ser más feliz en ese momento, rodeada de todas las personas que amaba más que a nada en el mundo.

Pero como ella bien sabía, ninguna felicidad es eterna.

Pasaron los días, llegando el 12 de agosto, con John entrando a Baker Street junto a Rosie y Sherlock. Al momento en el que el detective entró por la puerta, sabía que algo no iba bien: la casa estaba demasiado silenciosa, solo roto por el sonido de los infantes, los cuales estaban jugando en el sofá. El joven de ojos azules-verdosos comenzó a indagar sus alrededores, tratando de permanecer tranquilo, pero por costumbre y por años de experiencia, sabía que su mujer no habría dejado solos a sus hijos. Nunca. Era una madre amorosa y ejemplar. Nunca se habría perdonado si dejara a sus hijos solos. Aquello bastó para ponerlo en alerta, encontrando varios indicios de pasos acelerados, como si alguien tuviera prisa por marcharse del lugar. Esas pisadas pertenecían a Cora. Algo la había puesto lo suficientemente nerviosa como para marcharse del piso... Y no solo eso. Faltaba una maleta, a juzgar por las marcas de ruedas en el suelo, los muebles desplazados y la ropa desperdigada por la habitación. ¿Acaso los había abandonado? No podía ser. Su mujer no sería capaz de hacer algo así en la vida. ¿Pero por qué ahora, y sin dar explicaciones? Sherlock tomó a sus dos hijos en brazos, decidido a encontrar a la detective de ojos escarlata, aunque fuera lo último que hiciese. Tras unas horas de recabar pistas por el piso, el de cabellos castaños contactó con Mycroft, a quien puso al corriente de la situación. Éste le informó que habían logrado captar a la pelirroja en el aeropuerto, donde se disponía a tomar un vuelo para Rusia. Aquello desconcertó al detective, pues no tenía conocimiento de que su mujer tuviese alguna relación con aquel país, a menos claro, que algo de su pasado hubiera vuelto para atormentarla...

El detective asesor y sus amigos pasaron días, semanas, meses y años buscando el paradero de la pelirroja desaparecida. Hora tras hora, lo único que Sherlock podía hacer era continuar la búsqueda de su mujer, algo que casi lo llevó a la locura. Solo habían logrado averiguar que Cora había partido desde Rusia a Oriente, pero ni siquiera ellos podían determinar a dónde había ido exactamente, pues se había asegurado de cubrir sus pasos. Los días pasaban al igual que las horas y no había noticias de ella. Ni siquiera una llamada para asegurarle a su familia que se encontraba bien. A salvo. La única pista que pudieron seguir llevaba a Oriente Medio, cerca de Arabia Saudí, pero allí no encontraron más que muerte y destrucción.

Con el tiempo, el detective comenzó a perder la esperanza, la ilusión de que estuviera con vida. Comenzó a recluirse en si mismo, llegando incluso a privar a la hermana biológica de Cora y sus abuelos de ver a los bebés. No podía soportar vivir en un mundo en el cual su querida pelirroja no estaba. Intentó quitarse la vida en varias ocasiones, pero siempre lo detenía ese fantasma: Cora. Parecía que la pelirroja solo aparecía en su mente cuando intentaba suicidarse, deteniéndolo, instándole a que pensase en sus hijos. Era una tortura. No podía pasar página, a pesar de que muchas personas se lo hubieran aconsejado, incluso habiéndose oficiado un funeral simbólico el 5º año de su desaparición. Ella aún seguía viva en su mente... Y en Baker Street. Debido a esa razón, el detective decidió que no podían seguir viviendo allí, optando por mudarse a un apartamento cercano al de John.


El detective asesor alzó la mirada, sus ojos azules-verdosos contemplando a sus hijos y a su ahijada, percatándose de las lágrimas que se habían aglomerado en sus ojos. Sin decir ni una palabra, los tres niños se apresuraron en acercarse al sociópata, rodeándolo con sus brazos, incluido Hamish, quien comprendía lo doloroso que debía haber sido para su padre relatar toda aquella experiencia. Sherlock se sorprendió por una milésima de segundo, pero reciprocó el abrazo con cariño. John tuvo que enjugarse una lágrima al contemplar aquella escena tras haber escuchado aquel desolador relato por parte de su mejor amigo.

—¿Necesitas un abrazo, John? —cuestionó Sherlock con un tono más alegre, como si al contar aquella historia se hubiera aliviado su tristeza—. Vamos, ¿por qué no abrazáis a John? —les indicó a los niños, quienes, entre risas, corrieron a hacerlo, al menos las dos pequeñas.

Hamish se quedó junto a su padre con una mirada serena.

—Entonces... ¿Hablar de Mamá ya no es un tabú? —preguntó al detective asesor, provocando que Shirley y Rosie se girasen hacia ellos, esperando su respuesta—. ¿Si te preguntamos algo sobre ella, nos lo contarás, sin secretos?

—Sí, hijo —afirmó el sociópata—. Sin secretos.


No podría decirse que el pequeño Holmes esperase esa respuesta por parte de su padre, pero en definitiva no lo desaprobaba. Al menos ahora tenía la libertad de inquirir sobre su madre cuanto quisiera, y, de hecho, podría quizás, en un futuro, encontrarla gracias al diario que aún conservaba... El diario de su madre. ¿Debería enseñárselo a su padre? Había algo en sus ojos que le indicaba que aún había secretos esperando a ser revelados. Estaba claro que aún no confiaba del todo en sus hijos, y, por tanto, aunque fuera mínimamente, aquello hirió al detective en ciernes más profundo de lo que hubiera podido hacerlo un cuchillo. Su padre acababa de prometerles con una sonrisa en el rostro que no habría más secretos, y, sin embargo, seguía ocultando algunos. Si en aquel instante el joven Holmes había rebajado su ira y su rivalidad contra su padre, ésta se había acrecentado de nueva cuenta, instaurándose una rivalidad y relación complicada que perduraría por los años venideros. Aunque claro estaba, esto aún no era conocido.

Fueron pasando los días hasta que llegó el 16 de septiembre. Aquel era el lunes en el cual se establecía al ganador de la apuesta entre los muchachos. Tras dos tediosas horas de clase, en las cuales los abusones del aula no se acercaron ni dos metros al de cabello castaño y ojos azules-verdosos, Hamish se reunió junto a Rosie, Shirley, Connor, Alma y Aiden en un lugar apartado, concretamente, en un aula de música en desuso. No estaba de más mencionar que, en cuanto el joven Holmes observó a Lucifer, le faltaron los segundos para acercarse a él, tratando de propinarle un puñetazo en el rostro. Rosie y Connor tuvieron que intervenir para que la pelea no fuera a más, sujetando Rosie a su amigo de la infancia, mientras que Connor hacía lo mismo con Aiden.

—¿A qué ha venido eso, Holmes? —cuestionó Alma en un tono molesto.

—¿¡Que a qué viene!? —se exalto Hamish—. ¿¡Por qué no le preguntas la razón de que mi hermana acabase en el hospital con dos heridas de bala en el pecho!? —rebatió, provocando que el color desapareciese de pronto del rostro de la morena.

—Den, ¿es eso cierto? —cuestionó Alma, sorprendida y al mismo tiempo horrorizada.

—No fue más que un accidente —sentenció el moreno de ojos castaños, colocándose bien la chaqueta—. Un error de cálculo... —indicó en un tono orgulloso—. Daño colateral.

—¿¡Cómo que un error de cálculo!? ¡Tu trabajo era protegerla! —le espetó—. ¿¡Acabas de insinuar que mi hermana fue un daño colateral!?

—¡Hamish, cálmate! —intentó razonar Rosie, sujetándolo con fuerza, pues trataba de soltarse de su agarre—. ¡Shirley está bien, y está viva! —le recordó—. Además, no es que me guste admitirlo, pero... Lucifer le salvó la vida —argumentó, provocando que Hamish dejase de luchar para soltarse, escuchando sus palabras—. Fue él quien la llevó al hospital y la atendió nada más recibió esas heridas —le dijo—. Lo escuché de la enfermera: si no hubiera sido tan rápido, probablemente los médicos no habrían podido hacer nada por ella.

—Gracias, Rubita —dijo Aiden, recibiendo una mirada asesina por parte de la aludida.

Hamish agachó el rostro, avergonzado por su estallido de ira, aunque comprendía lo que su amiga de la infancia quería decir con aquellos argumentos. Una vez se aseguró de que no iría de nueva cuenta contra Aiden, Rosamund aflojó su agarre, soltándolo. Por su parte, Shirley le brindó un abrazo tranquilizador a su hermano mayor, antes de dirigirle una sonrisa suave a su protector en aquel caso que habían resuelto. Aiden reciprocó la sonrisa de forma disimulada.

—Lo siento, Holmes —se disculpó Aiden en un tono sereno—. Sé que puedo parecer insensible en estos casos, pero te aseguro que no habría permitido que nada le sucediera a la Pelirroja si el caso no se hubiera torcido como lo hizo —aseguró—. Me enorgullezco de cumplir siempre mi palabra... Y en este caso no puedo decir que haya fallado: si no hubiera llegado a protegerla, ella no estaría aquí hoy —indicó antes de suspirar—. Pero comprendo tu ira. Si hubiera sido Al quien hubiera estad en su situación, yo habría actuado del mismo modo —admitió, antes de dirigirse a Connor, quien acababa de tragar saliva—. Gracias por haber cuidado de mi hermana.

—Oh, no te preocupes, Den, en realidad, podría decirse que yo cuidé del Señor Estirado —comentó la de cabello negro como la noche, en su rostro dibujándose una sonrisa divertida al contemplar cómo las orejas del castaño-pelirrojo se volvían rojas—. Pero, dejando de lado quién es la damisela en apuros... —comenzó a decir, logrando que Connor resoplase con molestia ante su comentario—. ¿Vamos a averiguar quién ha ganado la apuesta, o no?

—Tiene razón —indicó Rosie, quien estaba interesada por saberlo—. Aunque me temo que nosotros no llegamos a resolver el caso como tal... Digamos que nos quitaron del medio —admitió en un tono molesto, pues le habría encantado exigirle a Lucifer que se detuviese con los apodos.

—Es una pena, sin duda —afirmó Alma en un tono ligeramente apenado, pero sin dejar de mostrar su lado de superioridad—. Por suerte, Holmes y yo logramos resolver el caso... Y de una forma muy satisfactoria —comentó, logrando que una fugaz sonrisa apareciese en el rostro del hijo del Gobierno Británico—. ¿Qué hay de vosotros, Den? —cuestionó, dirigiéndose a su hermano mayor, quien esbozó una sonrisa ciertamente misteriosa, como si ya supiera el desenlace de la apuesta.

—Nosotros también tuvimos la suerte de resolver nuestro caso —afirmó, antes de sacar su teléfono móvil—. Veamos ahora qué equipo ha ganado esta apuesta —indicó, comenzando a observar las noticias que aparecían en varios portales de internet—. Voy a remontarme a unos días atrás, y... ¡Oh! —exclamó, encontrando una noticia—. El caso de una chica llamada Wendy Sullivan, resuelto el 12 de septiembre —leyó por encima, observando el rostro algo contrariado de la morena—. ¿Era vuestro caso, cierto, Al?

—Sí... —murmuró Alma con un leve tono molesto—. Maldita sea —comentó, cruzándose de brazos—. Entonces, si Holmes y Watson no resolvieron su caso, y el nuestro quedó resuelto el 12 de septiembre, eso significa que...

—...Exacto —afirmó Aiden con una sonrisa satisfecha, como si su orgullo saliese de su cuerpo—. Nosotros hemos ganado —sentenció, dejando que todos vieran la fecha de resolución de su caso: el 11 de septiembre, al mismo tiempo que daba una mirada a la pelirroja.

Esa noticia provocó que la niña de ojos azules-verdosos sonriese de oreja a oreja.

—¿En serio? ¡Toma ya! —se alegró la hermana del joven Holmes, dando un salto de alegría, acercándose para chocarle la palma al moreno, quien acababa de alzar la mano para ello—. ¡Eso significa que podemos pedir lo que queramos!

—Sip —apoyó el hermano de Alma con una sonrisa—. Pero, al ser tú quien más ayuda prestó en el caso, creo que te dejaré a ti el honor de elegir la petición —concedió, provocando que el rostro de Shirley se iluminase debido a la emoción.

—¡Muchas gracias, Aiden! —agradeció la pequeña en un tono suave.

—Genial... Estamos en las manos de una niña de nueve años —se escuchó murmurar a Alma.

—Te recuerdo que tu tienes diez años, Pequeña Dominatrix —le hizo tener presente Connor con un tono de satisfacción, logrando molestar a la morena—. Si yo fuera tú, dejaría de darme esos aires.

—Cállate, Señor Estirado —espetó ella, apartando su mirada de él.

—¿Y bien, Shirley? —cuestionó Hamish, observando a su hermanita—. ¿Qué vas a pedir?

—Bueno... —la pequeña comenzó a pensar—. Quiero que seamos siempre amigos —dijo con una sonrisa—, siempre mantendremos el contacto entre nosotros, y si alguno necesita ayuda, el resto acudiremos para socorrerlo. Esté donde esté —finalizó.

—Bueno, no es tan malo como pensaba —dijo Alma—. No es que me agrade la idea de ser amiga de este berzotas —comentó, señalando a Connor—, pero reconozco que me has ganado, pequeña Holmes —dijo, acercándose a la pelirroja—. Así que, cumpliré tu petición. Es lo justo —finalizó, extendiéndole la mano, la cual Shirley aceptó con una sonrisa.

—No es una perspectiva del todo desagradable —comentó Connor, acercándose a las dos niñas—. También yo me comprometo a cumplir este juramento —indicó, posando su mano derecha sobre las manos de Shirley y Alma—, aunque tenga que aguantar a cierta Dominatrix que me saca de quicio...

—Ja, ja, ja —dijo Alma con ironía, rodando los ojos.

Rosamund y Hamish se miraron, intercambiando apenas en unos segundos lo que pensaban.

—Nosotros también cumpliremos esta promesa —afirmó el detective en ciernes, posando su mano sobre la de Connor—. No hay forma en la que pudiera dejar sola a mi hermanita entre tantos lobos...

—¡Hamish! —lo regañó la rubia de forma cariñosa—. Espero que, pese a las dificultades y nuestras personalidades tan dispares, logremos entendernos —deseó, posando su mano sobre la de Hamish—. Espero que reconsideres eso de los apodos, Aiden... —apostilló con un tono inquisitivo, pero algo molesto, pues ya se imaginaba cuál sería la respuesta del moreno.

—Puede que lo haga, o puede que no, Rubita —bromeó Lucifer con una sonrisa divertida, disfrutando de la mirada airada de Watson—. A mi desde luego me gusta mi apodo, por lo que no veo nada mal el seguir usándolos —comentó, antes de posar su mano sobre la de Rosie—. Por descontado, yo también me comprometo a cumplir esta petición, y que me vaya al Infierno si no lo hago.

Los seis compañeros de investigación se mantuvieron en silencio por unos instantes, hasta que la pelirroja decidió romperlo.

—Me alegra que vayamos a ser amigos y a formar un equipo, pero... —comenzó a decir, antes de suspirar—. Mi mano está bajo las vuestras, y ya empieza a ser pesado —indicó, provocando que todos retirasen sus manos entre carcajadas despreocupadas.

—Y hablando de equipo —intercedió Alma—. Creo que nos vendría bien un nombre —sugirió—. Uno colectivo, para nosotros seis, por supuesto, pero otro para los equipos de dos, ¿qué os parece?

—No es mala idea —afirmó Rosie—. ¿Tenías alguna idea?

—¿Qué os parece "Mysteries Untold" para el nombre del grupo?

—Un poco rebuscado, ¿no? —dijo Connor.

—¿Es que no hay forma de satisfacerte, Señor Estirado? —cuestionó la morena con desagrado.

—Sí, pero no podrías hacerlo ni aunque te lo propusieras —replicó él.

—Hey, basta ya —intercedió Aiden—. ¿Pelirroja, alguna idea?

—¿Qué opináis de "Arcanum Arcanorum"? —preguntó la pequeña—. Proviene del Latín, y significa...

—...Actuando en Secreto —finalizó Aiden por ella con una sonrisa—. Creo que nos viene como anillo al dedo.

—Al fin y al cabo, actuamos a la espalda de las autoridades y nuestros padres —argumentó Hamish, asintiendo.

—Me gusta —aprobó Alma—. Parece el nombre de una sociedad secreta.

—¿Qué habías pensado en cuanto a los nombres para los equipos, hermanita? —indagó el moreno de ojos castaños, deseoso por escuchar las ideas de su hermana.

—Me parece que lo más adecuado en este caso, sería componer el nombre de los grupos con los nuestros propios. Así nos veríamos todos representados.

—Por una vez, y aunque ni yo mismo crea que esté diciendo esto, estoy de acuerdo contigo, Pequeña Dominatrix —comentó Connor con un tono sereno, logrando que la morena se ruborizase, aunque no quedaba claro si era por la vergüenza, o por el hecho de que coincidía con su opinión.

—Entonces... —la hija del Dr. Watson reflexionó por unos instantes—. ¿Qué os parecen Alnor, Shiden y Romish?

—¡Son geniales, Rosie! —exclamó Shirley con una sonrisa.

Todos expresaron su aprobación ante aquellos nombres, procediendo a encaminarse de nueva cuenta a las clases, pues la campana que indicaba el fin del receso acababa de sonar. Por el camino, el mayor de los Holmes que allí había se dirigió al detective en ciernes.

—Hamish, por cierto —se dirigió Connor a su primo—. ¿Lograsteis averiguar algo sobre la tía Cora? ¿Qué os contó el tío Sherlock?

Alma y Aiden parecieron de pronto curiosos por aquella cuestión, intercambiando una mirada.

—Poca cosa... Solo que nuestra madre desapareció de pronto encaminándose hacia el Oriente Medio —murmuró Hamish en un tono serio mientras caminaban—. Y los Yakuza la perseguían por unos eventos de su pasado.

—De modo que habéis logrado averiguar algo sobre ella —comentó Aiden, dirigiéndose a Shirley, a quien tenía caminando a su izquierda—. Me alegro por ti —le sonrió, recordando lo que ella le había confiado mientras trataban de resolver su propio caso.

—Gracias —dijo ella con una sonrisa—. Ahora tengo esperanza... Esperanza de que vuelva a casa.

Aiden intercambió de nueva cuenta una mirada con su hermana menor. Si lo que sus padres les habían contado sobre la madre de Hamish y Shirley era verdad, sin duda estaría luchando por regresar a casa. Claro que, las versiones de sus padres eran algo dispares, por lo que, los hermanos de cabello moreno estaban más que interesados en conocer llegado el momento, a Cora Holmes.


Alternativamente, en otro lugar del mundo, alejado por completo de Gran Bretaña, unas figuras encapuchadas se dirigían con pasos rápidos a un edificio situado en las profundidades de Oriente Medio. Con un golpe contundente de su mano izquierda, una de las figuras logró romper la puerta principal, dirigiéndose hacia el bunker que se encontraba bajo tierra, donde algo... O más bien, alguien los esperaba.

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