༆ 𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐈 ༆
Un matrimonio que comenzó mal, a la hora de consumar el matrimonio Donatella no se sentía cómoda, se sentía una perra para el.
El hombre la había puesto de espaldas y la trataba un poco brusco, pero la joven rubia no se rindió en lo absoluto; trataba de hacerlo feliz.
Una vez que terminó se tumbo a su lado y al poco rato él se quedó dormido. Ella tardó en dormir, pero al final lo logró; una vez ambos despertaron a la mañana siguiente ella comenzó sus tareas de ama de casa, fue cuando comenzó a pensar distinto de él.
—¿Qué haces?— se cruzó de brazos mientras la miraba lavar —Para eso voy a pagar a una sirvienta— se acercó hacia ella.
—Oh, bueno entonces esta bien— dijo mientras se lavaba las manos.
—Eres mi esposa, no mi criada— tomó su rostro entre sus manos y le sonrió levemente —Perdona si soy un poco brusco, trato de medirme—
Dudo un momento en si llamarla por algún apodo o no, ella le ganó la pregunta mientras lo miraba.
—¿Cómo te gustaría que te llame? — era le primera vez que le hablaba de tú.
—Como gustes, ¿y tú? —
—Donna— dijo con una pequeña sonrisa —Te diré Massi—
El hombre tragó saliva, en su mente llegó el recuerdo de una chica que lo llamaba... ¿Como era? No recordó.
—Massi esta bien, pero sólo cuando estemos solos, ¿de acuerdo? — tenía que mantener la apariencia de tipo rudo.
Donna asintió, a partir de ese día su matrimonio no empeoró, de vez en cuando Massimo regresaba molesto a casa pero eso no la desanimó. Mientras estaba sola, comenzó a tener un gusto por la mitología griega, tenía una libreta llena de dibujos de los dioses.
Había gente que en el pasado la comparaba con Afrodita, pero ella sabia que no debía jactarse de eso.
Donna trabajaba con cristales, y ahora, con dioses. Tenía un pequeño Altar en su habitación, tan discreto como se podía. Massimo no se daba cuenta, pero Donna comenzaba a creer que él era su Ares.
Las semanas pasaron, y el comportamiento de Massimo comenzó a cambiar, el hombre era distante en veces y en veces muy cariñoso. Hasta que una noche todo cambió.
Donna lo estaba esperando en la cama, estaba leyendo cuando lo escuchó llegar.
—¡Mujer! ¿Donde diablos estás? — se escuchaba borracho.
Donna se asomó —Massimo... Estoy en la habitación— su voz denotó nerviosismo.
El hombre caminó hacia ella y la tomó del rostro bruscamente, ella comenzó a sentir miedo. Massimo la analizó y la arrastró hasta la habitación.
—No me esperas como deberias— visiblemente molesto gruñó —Eres una inútil ¡¿Me oyes?! —
Una bofetada aterrizó en el rostro de la chica, enrojeciendo la zona y haciendo que sus ojos se llenasen de lágrimas. Le evitó la mirada y su cuerpo comenzó a temblar, sintió que la tomó del cabello y la tiro al suelo.
—Ni siquiera puedes complacer a tu esposo... — le asestó otro golpe, esta vez a puño cerrado.
No sabía que hacer, solo se cubría la cabeza y las costillas mientras lloraba y le rogaba que se detuviera. Ese día pensaba darle una bonita sorpresa, pero estaba claro que no la recibiría, no por que no se la mereciera, si no por que ya no estaba ahí.
Una vez Massimo se cansó de golpearla ya dejo fuera de la habitación y cerró la puerta de golpe. Cojeando, Donna llegó al baño, y fue cuando se dio cuenta de que había perdido al pequeño que se comenzaba a gestar en su vientre.
Con lágrimas en los ojos se dio una ducha, se limpio los golpes y fue a dormir al sofá; a la mañana siguiente Massimo no recordaba nada, pero a la chica le daba miedo revivir el momento, así que se tapó los golpes con maquillaje para que el hombre no los viera.
—Buenos días Donita— dijo besando la mejilla de la joven.
—Buenos días Massimo— sonaba un poco asustada —Te preparé el desayuno—
Sirvió la mesa y se sentó junto a él para comer, con el corazón en la boca esperó a que le gustase la comida a su esposo.
Por fortuna así fue, terminaron de comer, y ella trataba de evitarle la mirada, pues aún estaba asustada.
—¿Te pasa algo? — pregunto preocupado.
—No, todo bien— sonrió a duras penas y le dejó una caricia en su hombro.
—No te creo, dime que te pasa linda— la detuvo, noto como temblaba y la soltó.
—Solo fue un error, yo... Ahora se como esperarte cuando llegues en la noche— bajo la mirada.
—De que... — noto que con las lágrimas de la chica el maquillaje se iba corriendo.
Tenía un gran moreton en el pómulo derecho, el cual le hizo recordar todo lo que había pasado la noche anterior; la abrazó con un poco de fuerza y la escucho llorar.
Le costaba aceptarlo, pero le dolía verla llorar. Levanto su rostro y con sus pulgares le limpió las lágrimas.
—Perdoname Donatella— susurro mientras miraba el miedo en los ojos de la chica.
—Esta bien, yo no soy tan buena esposa —
—Claro que lo eres, eres la mejor que podría pedir—
Donna lo creyó, y lo abrazo fuertemente.
Esa montaña rusa que pasaba entre ellos seguiría por semanas, meses y hasta años... Y ella no lo sabía.
Las semanas siguientes fueron un sube y baja de emociones, pero todo fue normal. Varias veces ella iba con el a trabajar.
Ya lo había visto matar, torturar y regresar bañando de sangre a la habitación en su trabajo.
La rutina era la misma, se levantaba, cosinaba, trabajaba un poco a escondidas, se daba un baño y preparaba ropa sexy para su marido.
Poco a poco su luz se fue apagando. Ya no era la alegre Donatella que todos conocían, ahora era una mujer rencorosa, llena de ira y sin sentimiento alguno.
Pero, ya en la noche, cuando el sueño la abandonaba y el corazón estaba sensible notaba algo... Algo que la hacia llorar.
Massimo no estaba, por ningún lado.
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