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Capítulo 36

Nota: La escena será narrada como si Dareck estuviera pensándolo, las letras inclinadas y más pequeñas son parte de la escena de acciones pasadas y las más grande son de tiempo presente.

Narra Dareck

Al siguiente día, nos habíamos reunido tal como el rey había pedido. La sala estaba llena de rostros expectantes, todos impacientes por escuchar nuestra versión de los hechos. Los ejecutores principales, los ancianos de la corte que aún permanecían leales, la familia del rey... todos estaban allí. A mi lado, mi madre observaba en silencio, con su rostro sereno, pero su mirada siempre atenta.

El rey hizo un gesto con la cabeza hacia mí. Su voz, aunque tranquila, llevaba la firmeza de una orden.

—Dareck, puedes contar lo que pasó.

Sentí un nudo formarse en mi estómago. Las palabras parecían atrapadas en mi garganta. Cerré los ojos por un momento, buscando reunir el coraje necesario. En la oscuridad de mis párpados cerrados, la memoria de ese día volvió a mí con una claridad aterradora. Podía ver cada detalle, cada momento, como si estuviera sucediendo de nuevo.

Respiré hondo, dejando que las imágenes de aquel día se proyectaran en mi mente, y luego empecé a hablar.

El fuego crepitaba en el centro del salón, proyectando sombras danzantes en las paredes de piedra. El aire olía a humo y a la cera de las velas que apenas lograban iluminar el ambiente. Me encontraba sentado en la mesa del consejo, con mi mano derecha aferrada a la copa de vino, pero sin beber. La tensión en el aire era palpable.

Frente a mí, el rey. Mi suegro. Su rostro estaba marcado por las preocupaciones, las arrugas más profundas de lo que recordaba la última vez que nos habíamos reunido en este mismo lugar. A su lado, Dillon, uno de los únicos prototipos al que le confiaría mi vida en batalla, además de mi hermano, y ahora, en esta conspiración que debíamos tramar para detener a un hombre que buscaba destrozar todo lo que me importaba.

El villano al que nos enfrentábamos no era un enemigo cualquiera. No, era astuto, despiadado, y peor aún, ambicioso. Había logrado ganarse la confianza de muchos en el territorio de los demonios. Incluso algunos ancianos de la corte comenzaban a cuestionar el poder del rey. Un solo error en nuestro plan, y podría ser el final de la dinastía Leclerd.

—Sabemos lo que quiere —dijo el rey con un tono grave, rompiendo el pesado silencio—. Mi trono, nuestra corona... y a costa de todos los que nos son leales.

Asentí, mi mente trabajando a toda velocidad. Mi suegro, un hombre de gran sabiduría y experiencia, había visto más de lo que ningún otro había presenciado. Pero esta amenaza era diferente. El enemigo no solo venía con su ejército especial ni con espadas, sino con traiciones, manipulaciones y secretos. El veneno de la duda ya se había infiltrado en el reino.

—Si esperamos demasiado, la situación se tornará irreparable —intervine—. Ya tiene aliados dentro de la corte, y más pronto que tarde, tomará su golpe definitivo. Solo es cuestión de horas para que llegue al territorio.

Dillon, sentado junto a mí, se inclinó hacia adelante, con sus ojos centelleando en la luz del fuego. Era un estratega nato, alguien que había sobrevivido incontables batallas, pero nunca lo había visto tan preocupado. Él sabía lo que estaba en juego. Pero tenía un as bajo la manga.

—No podemos atacar de frente —dijo con calma, su tono bajo, casi un susurro—. Si lo hacemos, pareceremos desesperados. Y si somos vistos como desesperados, el reino se volcará a su favor. Necesitamos una trampa. Algo que lo exponga antes de que él pueda moverse. Una jugada que no pueda anticipar.

—Disculpen, que interrumpa. Si ya sabían sobre el plan de Don, ¿por qué no actuar en consecuencia? —Airys indagó.

—Porque no queríamos que nos vieran venir. Además, de que había traidores en el territorio y debíamos saber quiénes eran, y no podíamos actuar a ciegas. Permitan que Dareck, continue entenderán todo.

El rey asintió lentamente. Sus ojos se clavaron en mí, buscándome, buscando el apoyo que siempre me había pedido en estos momentos cruciales.

—Tienes razón —dije—. No puede sospechar que lo vemos venir. Debemos dejar que se acerque, que piense que está ganando, y en ese momento, actuar. Debemos socavar su base de poder sin que él lo note.

La habitación volvió a caer en el silencio mientras nuestras mentes trabajaban al unísono. Sabíamos que cualquier error sería fatal. No solo para nosotros, sino para todo el reino. Dillon trazó con su dedo un mapa invisible en la mesa, marcando posibles puntos débiles, alianzas que podríamos romper, informantes a los que podríamos usar.

—Habrá que usar todo —murmuró el rey, más para sí mismo que para nosotros—. Cada recurso, cada contacto, cada sombra en este territorio debe estar a nuestro servicio.

El peso de la tarea recaía sobre nosotros tres. El destino del reino, de nuestras familias, de nuestras vidas dependía de la precisión de nuestro plan. Sabíamos que Don no mostraría misericordia si ganaba.

Finalmente, el rey se puso de pie. Sus ojos recorrieron la habitación, firmes pero llenos de un cansancio que solo una situación como esta imponía.

—Entonces está decidido —dijo—. Nos prepararemos, dejaremos que él haga su movimiento... y cuando lo haga, lo detendremos antes de que siquiera se dé cuenta.

Nos miramos a los ojos, sin necesidad de más palabras. El plan estaba en marcha.

El rey se puso en pie y camino por detrás de su silla, con la mano apoyada en el respaldo como si necesitara sostenerse. El fuego continuaba chisporroteando, pero el ambiente se había vuelto más denso, casi asfixiante. El peso de lo que estábamos a punto de hacer recaía sobre mí como una losa. Sabía que las cosas podían salir mal. Muy mal.

Me recosté en mi silla, mi mente ya visualizando el primer movimiento. Cada detalle tendría que ser medido, cada paso calculado. Este hombre, este villano, era un maestro en el arte de la manipulación, y si había algo que yo sabía con certeza era que no podíamos subestimarlo. Cualquier debilidad que percibiera, cualquier resquicio en nuestra fachada, lo aprovecharía para tomar ventaja. Y con cada día que pasaba, su influencia en la corte de los ancianos se extendía más. A pesar de saber contra quien nos estábamos enfrentando, lo subestime un poco y gano territorio, de modo, que sus aliados lo apoyaran.

—No será fácil identificar quiénes están con él —dije finalmente, rompiendo el silencio que había regresado a la sala. Mi voz sonaba más tensa de lo que pretendía—. Ha tejido sus redes con cuidado, ha ganado la confianza de hombres que alguna vez fueron leales. No sabemos quién le dará la espalda al rey cuando llegue el momento.

Dillon, el estratega que había pasado más tiempo cerca de Don que en el campo de batalla a los cuales yo me enfrenté, apoyó sus brazos sobre la mesa y clavó su mirada en mí.

—Es cierto, no sabemos quién está de su lado —asintió con gravedad—. Pero los hombres como él, aunque parecen imbatibles, siempre tienen un talón de Aquiles. Su arrogancia. Se creen invencibles, creen que todo el mundo juega a su favor. Y ese será nuestro punto de entrada.

El rey, quien hasta ahora había estado mirando el fuego, se giró lentamente hacia nosotros. Había una determinación en su rostro, una que no veía desde hacía tiempo. Se había mantenido distante, dejando que la sombra de este enemigo creciera sin intervenir demasiado pronto, pero ahora estaba claro que el peligro era inminente.

—¿Cómo propones que lo expongamos? —preguntó el rey, con la voz más firme.

Dillon y yo intercambiamos una mirada. Habíamos considerado varias opciones, pero ahora era momento de tomar decisiones concretas.

—Provoquémoslo —sugerí, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a correr por mis venas—. Hagamos que crea que su plan avanza sin obstáculos, que estamos distraídos con otra amenaza. Mostremos debilidad... lo suficiente como para que sienta la confianza de moverse demasiado pronto.

El rey frunció el ceño, meditando mis palabras, mientras mi amigo se inclinaba un poco más hacia el centro de la mesa.

—Podemos usar una disputa ficticia —añadió él—. Algo interno, algo que lo haga creer que el reino está a punto de fragmentarse. En su deseo de aprovechar esa oportunidad, cometerá un error.

—¿Por eso sucedió la disputa de la sucesión? —preguntó Adriá. A lo que el rey asintió, y continue con mi relato.

La idea comenzó a tomar forma en mi mente. Crearíamos una grieta, una falsa debilidad que lo atrajera como un depredador olfateando una presa herida. Él querría acelerar su plan, reuniría a sus aliados para dar el golpe final. Impulsividad que siempre trae repercusiones para quienes se dejan seducir por ella. Y en ese momento, lo destruiríamos, exponiendo sus traiciones. Y liberando a este territorio y nuestro clan.

El rey asintió lentamente, como si el plan empezara a tomar forma en su cabeza también.

—Una disputa por la sucesión —dijo de repente, con los ojos entrecerrados—. Si damos a entender que hay dudas sobre quién me sucederá, sembraríamos el caos en la corte. Él querrá aprovechar la confusión. Y mientras todos miran hacia otro lado, nosotros lo atraparemos.

La sucesión. Era un tema delicado, y todos en la corte sabían que el rey había declarado a Adriá como su heredera oficial, sin embargo, algunos pedían que la retiraran de la línea sucesora por el escándalo de nuestro secreto matrimonio. Todo provocado por Don.

Podría ser el cebo perfecto. Los demonios ya murmuraban sobre quién sería el próximo en portar la corona, y si el villano creía que podía manipular esa incertidumbre, se lanzaría sin dudarlo. Ya que para eso la creo desde un principio, para que se viera a mi princesa de fuego como indigna de la corona.

—Una disputa por la sucesión... —murmuró de nuevo, como si lo estuviera probando en su boca, buscando algún sabor amargo que lo hiciera desistir. Pero no lo había. Solo había una fría lógica que confirmaba lo que ya sabíamos: este plan era nuestra mejor oportunidad.

Dillon me lanzó una mirada, una mezcla de duda y apoyo. Sabía lo que esto significaba para mí, para Adriá. Habíamos luchado tanto por mantener nuestro matrimonio, por protegerla de las intrigas y los cuchillos que siempre acechaban en la corte. Pero ahora, mi propia estrategia implicaba exponer esa vulnerabilidad, usarla como una herramienta.

Adriá. Mi princesa de fuego. Pensar en su nombre encendía en mí una mezcla de orgullo y desesperación. No solo sería nuestra trampa, sino que ella también estaría en el centro de todo. Si Don se movía en la dirección que esperábamos, sería ella quien cargaría con el peso de toda esta trama. Y yo... yo tendría que observar desde las sombras, confiando en que todo se desarrollaría como lo habíamos planeado.

El rey finalmente se detuvo, enfrentándonos. Sus ojos habían perdido la vacilación. Se había decidido.

—Lo haremos —dijo con firmeza—. Pero debemos ser cautelosos. No podemos permitir que esto escape de nuestro control. Si el reino percibe esta disputa como real, podríamos enfrentarnos a una revuelta interna antes de poder lidiar con nuestro verdadero enemigo.

—Lo sé —respondí—. El riesgo es grande, pero si todo sale según lo planeado, Don se precipitará antes de estar listo. Creerá que el reino está debilitado, y ese será su error.

—Es arriesgado —advirtió Dillon, siempre cauteloso—. Pero puede funcionar. Además, hay algo más que se le ha escapado a Don.

El rey se levantó, caminando con pasos lentos pero decididos hacia la mesa. Nos miró a ambos, sus ojos brillando con una intensidad renovada.

—¿Qué es eso? —Preguntó.

—Tal vez, recuerdes estas palabras que te dijeron cuando te drogaron Dareck. —Entro en contexto—Brister, ha estado gestando una revuelta para quitar del poder a Don. Fue quien plantó en él lo de casarte con la princesa.

En esta parte Adriá tuvo la misma reacción que yo, cuando me enteré.

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