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Capítulo 31


Narra Dareck

—¿Y si me niego? —pregunté, sabiendo ya la respuesta, pero necesitaba escucharlo en voz alta.

Dillon alzó una ceja, divertido.

—¿Negarte? —soltó una carcajada seca—. No seas estúpido, Dareck. Tú no tienes opción. Sabes lo que está en juego. Adriá, Enger, Tamara... ¿de verdad vas a arriesgar sus vidas por un rey que ni siquiera sabe que existes? —se acercó más, sus ojos fríos clavándose en los míos—. Haz lo que se te ordena, y todos seguirán vivos. Esa es la única promesa que puedo hacerte.

Apreté los dientes, conteniendo las palabras que querían salir. Sabía que no servía de nada discutir con él. Estaba atrapado en este juego, y el tiempo corría en mi contra. Tenía que hacerlo. No había más opciones. Don se había asegurado de eso.

Sin decir una palabra más, me di la vuelta y me alejé de Dillon. Sentí su mirada en mi espalda mientras me iba, como un cuchillo al acecho, esperando el momento adecuado para atacar. Sabía que él disfrutaba verme en esa situación, vulnerable, atrapado entre el deber y el miedo.

El frasco en mi mano pesaba más de lo que debería. Su contenido no era solo veneno; era el símbolo de mi traición. La traición a un rey, a una causa, y quizás a mí mismo. Pero lo peor era que, en el fondo, sabía que haría lo que debía. Porque mi familia estaba en peligro. Y porque Don me había convertido en un hombre sin salida.

El destino estaba sellado.

La noche estaba cayendo, y con ella, una oscuridad profunda se instalaba en las calles. Me dirigía hacia el palacio, pero no sabía cómo enfrentar lo que vendría después. No había vuelta atrás, lo sabía. Al final, todo se reducía a proteger a mi familia, a cualquier costo. Aunque ese costo fuera manchar mis manos con la sangre del rey.

Llegué al palacio justo cuando la luna estaba en su punto más alto, iluminando las torres y las murallas como si fueran fantasmas vigilantes. Las puertas estaban abiertas, una bienvenida que nunca me habría imaginado unos meses atrás. Entonces, era uno de los hombres de confianza del rey, alguien a quien llamaba "amigo". Ahora, era un traidor que venía a acabar con su vida.

Mis pasos resonaron en los pasillos vacíos. Todo estaba en silencio, demasiado silencioso. A pesar de mi misión, algo dentro de mí esperaba que hubiera alguien, algo que me detuviera. Pero no había nadie. El destino estaba decidido.

Al llegar al sótano donde lo tenían cautivo sabía que detrás de mí estaban dos prototipos que están para cerciorarse que cumpla. El rey, sentado en su imponente silla de madera y hierro, se encontraba mirando fijamente la pared gris. Parecía tan tranquilo, ajeno al peligro que se cernía sobre él. Una parte de mí quería advertirle, decirle que huyera, que se protegiera. Pero las imágenes de mi familia volvieron a inundar mi mente. Sabía lo que tenía que hacer.

—Dareck, hijo —la voz del rey rompió el silencio, sin siquiera volverse para mirarme—. Sabía que vendrías.

Mi corazón dio un vuelco. ¿Lo sabía? ¿Sabía lo que iba a hacer?

—¿Sabías que vendría? —pregunté, intentando mantener la calma mientras mi mano se cerraba alrededor del frasco en mi bolsillo.

El rey suspiró, finalmente girando su cabeza para encontrarse con mis ojos. Había una tristeza en su mirada que no esperaba ver.

—Sí. Don no deja cabos sueltos. Y sé que él te tiene atrapado. No te culpo, Dareck. —Su voz era sorprendentemente suave, como si hubiera aceptado su destino—. Sé lo que significa proteger a quienes amas.

Las palabras me golpearon como un martillo. Proteger a quienes amas. Eso era lo que yo estaba haciendo, ¿no? Pero ¿a qué precio? El rey no parecía sorprendido ni asustado. Era como si ya supiera todo y simplemente estuviera esperando el final.

—No tienes que hacer esto —continuó, su tono lleno de comprensión—. Pero sé que lo harás. Porque Don no deja otra opción. Yo tampoco la tuve cuando ocupé este trono.

Mis manos temblaban, pero no era el miedo lo que me consumía, sino el remordimiento.

—Si no lo hago... —empecé, pero mi voz se apagó.

—Tu familia... —El rey completó mis pensamientos—. Lo sé. Don siempre juega con las personas más cercanas a ti. Es su forma de controlarte.

Cada palabra que salía de su boca hacía que la daga en mi interior se hundiera más profundamente. ¿Cómo podía hacer esto? ¿Cómo podía matar a un hombre que entendía mi dolor mejor que nadie? No tenía de otra.

—Toma el trono, Dareck —me sorprendió con sus palabras—. Acaba con Don. Y luego, gobierna con justicia. No seas como él.

Saqué el frasco lentamente, como si fuera una bomba que podría explotar en cualquier momento. Mis dedos temblaban mientras lo sostenía en alto, mi mente dividida entre dos caminos igualmente oscuros.

El rey me miró, sereno.

—Hazlo rápido. Ya no hay más que decir.

Cerré los ojos, el veneno ahora en mis manos. Sabía lo que debía hacer, pero la voz del rey seguía resonando en mi mente. "Acaba con Don. Gobierna con justicia."

Con un último suspiro, vertí el contenido del frasco en su copa, ofreciéndosela con una mano temblorosa. El rey la tomó sin vacilar, sus ojos aún fijos en los míos. Bebió lentamente, con una calma que me devastaba por dentro.

—Gracias, Dareck —dijo antes de dejar la copa vacía sobre el brazo del trono—. Ahora, ve. Tu verdadero enemigo espera.

Salí de la sala sin mirar atrás, mi corazón hecho trizas. Había cumplido mi misión, pero el costo era más alto de lo que podía soportar. Don esperaba, y con él, el último desafío que decidiría el destino de todos.

Narra Adriá

Unos hombres que ni siquiera se quienes son inrupieron en mi habitación, y me obligaron a ir con ellos porque Don quería comunicarnos algo. Mientras íbamos bajando la escalera, note a mi madre más adelante y junto con ella estaba mi hermano, Yeiden.

Nos llevaron a la oficina de mi padre, donde Don ya se había instalado. Todo esto ha falta de un trono físico, puesto que mi padre nunca quiso uno, porque le gustaba estar más involucrado en el funcionamiento del reino.

Cuando llegamos, ya Dareck se encontraba ahí.

—¿Ya terminaste con tu trabajo de eliminar a Yeisir? —Indago, Don.

El aire se volvió pesado, casi irrespirable, cuando escuché las palabras de Don. Mi cuerpo se congeló por completo, incapaz de reaccionar ante la magnitud de lo que acababa de decir. Mi padre estaba muerto. Las palabras resonaban en mi cabeza, pero se sentían como un eco distante, como si no fueran reales.

—Lamento que se enteren de esta forma, Adriá —dijo Don, su tono cínicamente suave—. Pero tu padre ha fallecido. Fue una pérdida trágica, realmente, pero inevitable, mi querida Airys. Sabes cómo son estas cosas, el poder siempre exige sacrificios. —Concluye, mirando con lascivia a mi madre.

Me quedé mirando a Don, incapaz de hablar. Mi madre no soportó y se desplomó. Sentí que el suelo bajo mis pies se desmoronaba. Mi padre... mi padre, el hombre que había sido mi refugio en medio de todo el caos, había sido asesinado, y lo peor era que sabía que Don tenía algo que ver. Sus palabras estaban llenas de veneno, pero también de una calculada frialdad. Él lo había orquestado. Él lo había permitido.

—¿Cómo... cómo pudo suceder? —mi voz salió rota, apenas un susurro.

Don me observó, con esa sonrisa serpenteante que odiaba más que nada en el mundo. Se acercó lentamente, como un depredador acechando a su presa.

—No era su tiempo, Adriá, pero, como bien sabes, a veces el destino es implacable. El rey, tu padre, tenía enemigos poderosos, y uno de ellos decidió que su tiempo debía acabar.

Mis manos temblaban. Sabía a dónde iba con todo esto, pero mi mente se negaba a aceptarlo. Quería gritar, llorar, romper algo, pero mi cuerpo no respondía. Lo único que podía hacer era mirarlo, esperando alguna explicación que le diera sentido a esta tragedia, aunque sabía que no la habría.

—¿Quién...? —fue lo único que pudo preguntar mi hermano, con la voz ahogada por el dolor y la ira que comenzaba a arder en sus ojos.

Don suspiró, como si se sintiera casi apenado. Casi.

—Es doloroso, lo sé. Pero alguien cercano a tu hermana lo traicionó, alguien en quien ella confiaba plenamente. —Sus ojos se clavaron en los míos, disfrutando cada segundo de mi sufrimiento—. Dareck. Él fue el que dio el golpe final.

Mi corazón se detuvo. Dareck. No. No podía ser. Mi mente se rebeló contra la idea, rechazándola de inmediato. El hombre con el que había compartido estos días conmigo, el hombre que había prometido protegerme, había sido quien mató a mi padre. El suelo pareció desaparecer bajo mis pies, y me tambaleé, buscando algo en qué sostenerme.

—Mientes —susurré, con los ojos llenos de lágrimas que no podía contener—. Dareck nunca haría eso... él... él no lo haría.

—Oh, Adriá —respondió Don con una sonrisa venenosa—. ¿Crees que lo hizo por su propia voluntad? No. Lo hizo para proteger a su familia. No podía arriesgarse a perder a su hermano. Y, al final, no somos tan diferentes. Ambos haríamos cualquier cosa por nuestra gente, ¿no es así?

Cada palabra que decía era como una cuchillada en mi corazón. Mi respiración se aceleraba, y el aire parecía no llegar a mis pulmones. Dareck me había traicionado. Mi padre estaba muerto. Todo lo que creía estable en mi vida se había desmoronado en un segundo.

—¿Por qué me dices esto? —pregunté, luchando por no desmoronarme frente a Don, aunque sabía que él disfrutaba verme rota—. ¿Qué ganas con esto?

—La verdad siempre tiene un precio, Adriá. Y creo que es hora de que lo sepas todo. —Su tono era casi triunfal—. Dareck está atrapado, igual que lo estaba tu padre. Ahora te toca a ti decidir cómo continuar este juego.

Sentí que las lágrimas finalmente caían por mis mejillas, pero no me importaba. Mi mundo estaba destrozado. Todo en lo que había creído se había convertido en cenizas. Mi padre estaba muerto. Dareck había sido su verdugo. Y Don... Don seguía jugando con nosotros como si fuéramos simples piezas de ajedrez, disfrutando de nuestra desesperación.

Me quedé allí, en medio del silencio, mientras el dolor y la traición me envolvían. Sabía que este era el punto sin retorno. Y no importaba cuán oscuro fuera el camino, una cosa estaba clara: la muerte de mi padre no quedaría impune.

Me quedé mirando a Don, mi mente intentando asimilar todo lo que acababa de escuchar, pero algo en mi interior se rompió definitivamente. La traición de Dareck, la muerte de mi padre, el control implacable de Don sobre todo lo que amaba... Sentí que algo se encendía en lo más profundo de mi ser, algo que nunca había sentido con tanta intensidad. Ya no era solo dolor, era una furia avasalladora.

—¿Qué esperas que haga ahora? —pregunté, mi voz vacía pero cargada de una rabia contenida que comenzaba a tomar forma.

Don me observó por un largo momento, como si evaluara cada gesto, cada reacción en mí, antes de esbozar esa sonrisa venenosa que tanto odiaba.

—Espero que seas inteligente, Adriá —respondió, con su tono suave, casi paternal—. Que entiendas que la única forma de sobrevivir en este mundo es aceptando que el poder siempre gana. Siempre. Tú y yo no somos tan diferentes, después de todo. Ambos hemos perdido, pero también hemos ganado. Ahora, es tu turno de hacer lo que sabes que debes hacer. Haz que el sacrificio de tu padre no sea en vano.

Mi cuerpo temblaba, no por miedo, sino por la fuerza del odio que crecía dentro de mí. Él lo había planeado todo, desde el principio. Sabía que la muerte de mi padre me destrozaría, que la traición de Dareck rompería mi espíritu, y que al final, no tendría más opción que seguir su maldito juego. Porque tenía razón en una cosa: el poder siempre había sido su herramienta más efectiva, y ahora, estaba intentando hacerme parte de él.

—¿Crees que puedes manejarme como a los demás? —espeté, mi voz ahora llena de veneno—. ¿Crees que voy a dejar que juegues con mi vida, con la de mi familia, igual que hiciste con Dareck?

Don soltó una risa seca, como si mi desafío le resultara casi adorable.

—Manejarte no sería necesario si supieras cómo manejarte a ti misma, querida. —Se inclinó hacia mí, sus ojos oscuros clavándose en los míos—. Lo que te ofrezco es la verdad. El control. Si me ayudas, si aceptas la realidad, no solo sobrevivirás, sino que te convertirás en alguien mucho más poderoso de lo que jamás imaginaste. Puedes seguir culpando a Dareck, a mí, al destino... pero al final, solo los fuertes sobreviven. Y yo te estoy dando esa fortaleza.

Mi corazón latía con fuerza, y la imagen de mi padre y Dareck se entremezclaba en mi mente. Sabía lo que Don estaba haciendo: me estaba tentando, tratando de manipularme con promesas de poder. Pero había subestimado algo. No era el poder lo que buscaba, era justicia. Y ahora, tenía más claro que nunca lo que debía hacer.

—No soy como tú —murmuré, con una calma que me sorprendió incluso a mí—. No soy tu pieza ni tu instrumento. Tú mataste a mi padre, destruiste a Dareck, y crees que me destruirás a mí también. Pero estás equivocado, Don. Muy equivocado.

Sus ojos se estrecharon ligeramente, su sonrisa desvaneciéndose un poco, como si finalmente percibiera el cambio en mí. Pero no dije nada más. No le iba a dar el placer de ver cómo tramaba mi venganza. Ya no era la misma Adriá que había entrado en esta habitación, rota y destrozada. Ahora, era alguien que haría lo imposible por ver a Don caer, y si Dareck estaba de por medio, también encontraría la forma de enfrentarlo.

Me di la vuelta y caminé hacia la puerta, cada paso resonando en el silencio pesado de la habitación. Sabía que Don me observaba, tal vez creyendo que todavía me tenía bajo su control. Pero algo en mí había cambiado. Ya no era la hija perdida y traicionada; ahora, era alguien con una misión clara.

Abrí la puerta, sintiendo el frío aire del pasillo golpear mi rostro. No me detuve, no miré atrás. Solo había una cosa en mi mente: vengar a mi padre, destruir a Don, y enfrentar a Dareck.


Don había dado el primer golpe, pero la guerra acababa de comenzar, y yo estaba lista para luchar.

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