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Tierra de nadie: 9

Pocos minutos antes del amanecer, Nadjela despierta a causa de un grito lejano. Se frota los ojos y bosteza. En el horizonte ve aparecer a Chester con un evidente sentido de la prisa, cargando un bulto que se sacude.

—¡Corre! —Grita el noble, ahora a 500 pasos y restando. —¡Corre como alma que se la lleva el diablo!

Un centenar de colinas móviles viene detrás, estremeciendo el suelo bajo su polvorienta marcha. Cada vez más perfiladas, Nadjela reconoce los anchos hocicos, y el par de colmillos de metro y medio de longitud capaces de empalar a un hombre adulto. La chica suelta un grito muy agudo.

Huyen de la estampida de cerdos gigantes. El escape fortuito le pasa factura a Nadjela en forma de ardor en el pecho y dolor en las piernas, pero los roncos gruñidos cargados de hostilidad eran un estupendo incentivo para evitar flojear. Chester, sin detenerse ni soltar lo que lleva, le grita que se suba a su espalda.

«¡No tienes que repetirlo!»

Nadjela salta. Sus manos pasan bajo las axilas y se plantan con firmeza sobre los pectorales de Chester, a la vez que sus piernas envuelven la cintura del hombre. Chester ni se inmuta cuando las uñas se entierran en su carne, solo acelera.

Desde su posición Nadjela descubre lo que Chester carga con tanto celo. Otro cerdo pero de un diámetro menor, menos de un metro, y casi completamente redondo. Le faltan los colmillos, y su pelaje también se diferencia de las marañas negras de ira que les persiguen, siendo blanco con una cresta rosada y mechones del mismo pigmento al lado izquierdo del lomo, que forman vagamente una flor. Los ojos pequeños y vidriosos reflejan confusión. Nadjela teniendo contacto visual con la cerdita, se pregunta cómo sería que un ser grande y extraño te tome entre sus brazos y te aleje de todo lo que conoces. Entonces cae en cuenta de que la comprende en su totalidad.

Tras el maratón logran perder a la estampida. Chester se permite parar y caer de cara en la tierra, bañado en sudor. Nadjela se aparta con premura, evitando empeorar la situación con su peso. La cerdita empuja y logra salir debajo, pero antes que pueda alejarse más allá de un brazo de distancia, Chester extiende la mano como un rayo y le atrapa la cola, haciéndola chillar.

—Agárrala —Dice Chester entre jadeos, con la cara empolvada. —Es nuestra comida de emergencia.

Nadjela carga al animal. Es ligera y esponjosa. La mirada de la cerdita parecía lo bastante inteligente para leer intenciones, y percatarse que los intereses de la muchacha eran menos carnívoros que los del troglodita azul, de ahí que se comporte más dócil entre esas gentiles manos. Durante el rato que Chester tarda en reincorporarse, Nadjela sigue tranquilizando al animalejo usando caricias y arrullos.

—Hay historia de antes que naciera sobre mi gente intentando domesticarlos —Cuenta Nadjela al espadachín cuando este ya está de pie. —Pero solo nace una hembra más o menos cada 100 machos, y los machos son muy irritables y hostiles, además de que su carne es demasiado dura. Por eso se abandonó la idea de usarlos como ganado o monturas.

—100 machos. No sé si pueda comer algo al que le han dado por tantos lados —Dice Chester evaluando a la cerdita.

Esos pequeños ojos porcinos lo observan de regreso con infinito reproche.

—Pero cuando el hambre aprieta...

Los pequeños ojos ahora se bañan de espanto, y el redondo cuerpecito tiembla.

—Pobrecita. Déjala, tiene miedo —Dice Nadjela.

—¡Pero si es la comida! ¡Uno no mima a la comida!

—Me contaron que las hembras son más dóciles. Pero esta luce particularmente dada a confiar.

Eso, o es que la puerca teme mucho a Chester. Idea nada extraña, ella también le tuvo terror.

Nadjela interroga a Chester sobre su encuentro con los cerdos. El espadachín revela que buscaba el desayuno cuando les pilló dando vueltas y saltos sincronizados, movimientos que en un animal más esbeltos se verían gráciles, alrededor de la cerdita.

—Esta tenía pinta de saber mejor. Así que fui y la tomé.

—La cortejaban. Seguro apenas llegó a la madurez, y era su primera vez, de ahí los nervios —Deduce Nadjela con toda la comprensión que una virginal doncella de La Cuna puede dar.

—O solo se esperaba a uno con colmillos más grandes —Balbucea Chester con los dedos en la boca. Se saca un trozo de cucaracha e entre los dientes, una pata, y sonríe triunfante. Pero cuando dos pares de ojos le fulminan, desaparece su gozo y se pregunta qué hizo mal.

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