Tierra de nadie: 8
Nadjela dice adiós a los árboles que les ofrecieron cobijo todo el día de ayer, mientras que Chester rellena con agua su cantimplora. Toca seguir la ardua marcha por el yermo.
Para el mediodía el sol ya caía a plomo, y a la noche les visitó un frío lacerante y carente de humedad, que les obligó a esconderse bajo un pedrusco que apenas superaba el metro y medio altura. Si Nadjela supiera del mar, habría comparado la manera en que el viento mece los centímetros de polvo y tierra, con un oleaje.
Tras intentos infructíferos de Chester por encender un fuego, primero frotando ramas secas y luego aporreando piedras, Nadjela se quita el collar y, desde sus palmas juntas, este proyecta una esfera de luz blanca que les rodea, alejando las sombras y el malestar. Incluso el viento se percibe más amable bajo ese foco. Ambos estiran sus cuerpos en ese pequeño rincón de confort. Chester silba y pregunta cómo funciona.
—Es imposible de explicar —Dice la princesa. —Solo sé que me ayuda cuando se lo pido. Es un poder mágico que me cuida.
—¿Crees en la magia?
—¿Tú no...?
—Me cuesta creer en lo intangible para mi espada. La magia; Santa Claus; El impuesto sobre la renta.
—No entiendo que es el impuesto sobre la renta, o Santa Claus, pero... Viniste del cielo, volando, en un ser casi tan alto como una montaña. ¿No es lo bastante mágico para ti?
—Todo eso tiene una explicación lógica, verás...
Chester abre la boca para responderle con ideas de tecnología y ciencia, pero sus labios permanecen quietos, como si reparase en lo inentendible que le resultan esos tecnicismos que ocupan espacio en su cabeza.
—Si la enana dientona que me entregó a North Star estuviera presente, tendría mil quejas y palabrería que soltar. Cosas de física, ingeniería, y aerodinámica, que alguien sonso como yo jamás comprendería... ¿Sabes qué? ¡Me quedo con tu versión! Que todo sea magia y sigamos rodando.
Aun aceptando eso, Nadjela pregunta a Chester sobre qué era la física, la ingeniería, y la aerodinámica, deseosa de ampliar sus conocimientos. La faz de Chester se curte de perlas de sudor. Repite que no es su tema, que él es un tipo de acción. También cae la pregunta de si a los enanos en el cielo les permiten vivir.
—En La Cuna cualquier bebé deforme es considerado maldito y sacrificado por los ancianos, siendo arrojado desde lo alto del templo.
—Arriba —Chester apunta al cielo. —No hace falta ser deforme para que te vean como un maldito o te borren.
—Que cruel.
—¿Y los ancianos que respetas no son crueles?
—Es diferente —Desvía la cara, recelando la facilidad con la que el espadachín plantea la cuestión. —Los niños deformes aportan poco y mueren jóvenes, y durante sus cortas vidas solo reciben vergüenza y dolor. En comparación, ser sacrificado a lo divino es un destino misericordioso.
«Suena un poco mal en voz alta. Pero es lo justo y es la verdad. Se ha hecho así desde generaciones»
Chester ríe. Nadjela lo ve con reproche.
—Perdón. Es que no puedo más que reír frente esa lastima podrida. ¿Nos encanta elegir sobre los demás, a que sí? Como si nuestra vida fuera perfecta, o estuviera escasa de vergüenza y dolor, o supiésemos todas las respuestas. La crueldad es crueldad, y el asesinato es asesinato. Da igual cómo lo pintes, le sigues negando a alguien la posibilidad de experimentar la vida, de reír y llorar, de encontrar la felicidad si hay una mísera posibilidad de que la pruebe, aunque sea por cuatro momentos mal contados.
Chester empuja con los talones para quitarse las botas. Luego con una mano levanta la vaina de su espada. Pone la otra mano en la empuñadura, y desenfunda varios centímetros de metal, reflejando su mirada escarlata en la hoja.
—Por eso jamás seré un salvador, o un héroe de las historietas, o las películas. Al final del día solo soy un paria cuyo único talento es cortar cosas por la mitad. —Cierra el filo y lo recuesta en la roca, entre los dos. —Lo que me redime, más o menos, es que entiendo que esos cuatro momentos felices valen la pena.
Nadjela quiere decirle que no es un paria, recordarle que gracias a sus esfuerzos y atenciones siguen vivos. Pero Chester lucia tan anhelante y esperanzado escudriñando el horizonte, buscando sabe qué secretos o confirmaciones, que a la princesa se le atoraron las palabras.
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