Tierra de nadie: 5
—Hablando en serio... Huevos —Chester lleva el saco de dormir enrollado bajo el brazo. Delante, la tierra árida reluce como un hueso amarillo recalentado por el sol. Se barre el sudor de la frente y sigue hablando. —Todas las creencias de tu gente giran en torno al mejor elemento del desayuno.
Nadjela asiente con aires de dudas, pareciéndole un pelín irrespetuoso el resumen.
—He oído peores —Agrega Chester.
—¿Peores? —Pregunta ella, avanzando con mayor soltura que Chester en esos ambientes cálidos. El conjunto blanco que viste la ayuda a sobrellevar mejor el calor. Tejido con hilos creados a partir de tallos de El-nido-de-todas-plantas, la parte superior carece de mangas y le llega por encima del ombligo. La inferior es una correa de tallos con dos tiras gruesas de tela, una al frente y otra atrás para conservar el pudor. Las telas se deslizan por las curvaturas de sus piernas morenas al andar. Ambas piezas cuentan con un diseño de zigzags y líneas rojas que imitan las alas de las aves, con tinte elaborado de las vísceras de hormigas infernales.
—Una vez, una mujer vestida de pingüino me contó que cuando alguien te pega, hay que ofrecer el otro lado de la cara —Cuenta Chester. —Todo porque un tipo al que clavaron en un pedazo de madera, lo dijo. ¡Huevos! Comparado se oye hasta con sentido.
Recorren sendas sin camino, con el gigante a sus espaldas, ahora relegado más de medio kilómetro al fondo.
—¿Es correcto abandonarlo? —Pregunta Nadjela.
—No es abandono. ¡Es un "Hasta luego"! —Dice Chester con una sonrisa confiada. —Da igual si acabo en el fin del mundo, North Star siempre logrará llegar a mi lado. Nuestro lazo es indestructible.
Nadjela interpreta el tema del mecánico como alguna clase de medico brujo especializado en gigantes. Del mismo modo, ese lazo invisible que Chester asegura poseer, la princesa lo considera un poder místico semejante al contacto incorpóreo que tiene su padre con los ancestros y la madre de aves. Chester se empeñará en negar su divinidad, pero ese cabello, y ese cuerpo capaz de soportar el veneno de komodo, eran señales de una naturaleza distinta. Sea el héroe prometido de La Cuna, o un semidiós caído, Nadjela anhela que, tras volver a su aldea, Chester solucione los problemas de alguna forma. O mínimo que ilumine con su sabiduría, porque aun luciendo joven parecía conocer de todo, aunque también a veces daba la impresión de ser el mayor de los imbéciles.
«Un rio hondo, ancho y feroz que bajo los caprichos del sol se trasforma en una seguidilla de charcos sin sustancia. Este hombre es un auténtico enigma que no sé si pueda descifrar»
Decide que al menos lo intentará. Bajo ese sol, bajo cualquier luna, indagará y salvará a su gente.
—¿Existen varias verdades? ¿Varias creencias como la del hombre en la madera? —Pregunta Nadjela.
—La verdad es la que tú quieras.
«Eso no tiene sentido. ¿Estará poniéndome a prueba?»
Nadjela, esgrimiendo una mirada astuta, cree adivinar el truco. Acelera y se planta frente a Chester haciendo que se detenga y la mire.
—Soy obediente y devota. Firme en mis valores. Capaz de sacrificarme por mi gente si es necesario. Se lo juro por la madre de todas las aves.
Acerca su expresión determinada hasta que se refleja en el visor del espadachín. Chester se inclina para atrás.
—Bien por ti. Si eres feliz con eso...
—¿Feliz? —Junta las manos como si rezara. —¿Cómo, gran señor?
Chester sufre un espasmo y endereza la espalda. Ahora es el turno de Nadjela para retroceder.
—Primero: No me digas ''Gran señor'', no me queda. Segundo: Tú sabrás cómo ser feliz, cada persona tiene su manera. Tercero: Me estoy asando. Consigamos donde reposar.
Nadjela estaba tan acostumbrada a un único paisaje desde hace quince años, que tanta amplitud y falta de límites se le antoja pecaminosa. ¿Dónde está la montaña de cara plana? ¿Las casas de ladrillo de arcilla y sus techos con forma de cúpula? ¿Los orgullosos cazadores patrullando en majestuosos avestruces?
«Se siente equivocado no ver nada de eso. Comparado, él camina tan libre...»
Incluso si quisiera imitar la confianza de Chester, la tierra caliente bajo sus pies se siente tan desconocida que fingir voluntad le cuesta. Ese viento que agita su largo cabello negro sencillamente no es "su viento". Aunque para más sorpresa, nada está teñido de la maligna representación que barnizan las historias de los ancianos sobre el exterior. Es salvaje, sí, pero también nuevo, y quizás con vacilación Nadjela admitiría, atractivo.
—¡Verde! —Exclama Chester, y apunta con el dedo a una precipitación en el descampado que lleva a un desnivel donde crecen, en un ambiente más fresco, familias de árboles de tronco blanco, con ramas colmadas de hojas verdes entrelazadas. La mayor de estas familias se ubica en el centro. Ahí es donde señala.
Las copas entrelazadas crean un filtro para la luz, que permite a la naturaleza de abajo crecer sin ser quemada por el sol. Nadjela mueve los dedos de los pies para sentir entre estos la grama y la tierra fresca. Hay flores de pétalos blancos y amarillos que ve por primera vez en la vida. Arranca una, la acerca a su perfilada nariz, e inhala el perfume dulzón.
En el centro de la arboleda yace un pequeño lago alimentado por un manantial subterráneo. Nadjela se sienta en la orilla y sumerge los pies en el líquido frio, que le saca un temblor y un jadeo de placer.
—¿Tienes hambre, a que sí? —Pregunta Chester en cuanto llega y la ve.
Nadjela abre la boca para decir que no, pero su estómago gruñe primero, y ella se ruboriza. Tiene al menos un día sin comer. Chester, todo un caballero, dice que se encargará.
Rato después el espadachín vuelve llevando sobre sus hombros a una bestia más alta que él, con un hocico desproporcionalmente grande en comparación al cuerpo, y tres franjas blancas en su lomo negro y peludo. Un demonio de Tasmania. Chester arrastra al animal desde las patas delanteras, con el suficiente cuidado de no cortarse con las garras de 15 centímetros, mientras que las patas traseras dejan surcos en la tierra ofreciendo resistencia post-mortem. Chester alcanza el oasis y descubre que Nadjela está ausente. No hay ni rastro. Abre la boca para llamarla, pero se percata que desconoce el nombre de su compañera.
Ramas se sacuden y unas cuantas hojas se desprenden. Chester deja caer las patas del demonio. Separa las piernas, y lleva las manos a la empuñadura de su katana, listo para alzarla en un segundo restallando las muñecas.
Nadjela se desliza y aterriza. Chester al verla sana y salva, entiende que no hay peligro y aleja los dedos de la vaina.
—Subí a buscar pistas sobre el paradero de mi aldea —Dice Nadjela. Su falta de alegría al explicarse, evidencia el fracaso.
—Eres buena escalando.
—Cerca de la montaña donde vivo hay rocas muy grandes. Cuando era pequeña competía con mi amiga Majani para subirlas, y después escalábamos la montaña en sí. No había mucho más que hacer...
Le apena admitir una actividad tan chabacana, por ello achaca el asunto a un pasatiempo bobo de la niñez. Fue Majani la que recomendó dejarlo, argumentando que no era adecuado que la princesa se le viera saltando como un dingo enloquecido.
—Suena divertido. ¡Hagámoslo! —Exclama Chester.
Nadjela inclina la cabeza hacia un lado, sin entender.
—¿Lo dices en serio...?
—¡Después de comer! Subamos por los arboles como monos. A todos les gustan los monos. En el fondo todos somos uno.
«Es una locura» Piensa ella. Pero como el optimismo de Chester resulta peligrosamente contagioso, acepta.
Chester destripa al demonio. Nadjela utiliza hierba seca para encender una fogata. Prende la llama al borde de la familia de árboles, porque rehúye de encender fuegos en el interior.
Bajo el sol de mediodía, Chester aparece con trozos de carne pinchados en palos. Ponen a cocinar la carne, luego la reparten, y aunque dura, Nadjela come con placer hasta quedar saciada. Un rastro de grasa le corre por la comisura de los labios. Chester le pasa una gruesa hoja que arrancó de alguna planta. La princesa utiliza la hoja como servilleta.
—No me has dicho tu nombre —Dice Chester.
La chica queda atónita, traga, y admite que es así. Estaba tan ocupada desconfiando, pensando y preguntando, que olvidó la cortesía de presentarse.
—Disculpa mi grosería. Soy Nadjela.
—Nadjela. Lindo nombre. Suena como a Nutella.
—¿Nutella es malo?
—¡La Nutella es el mejor invento del mundo mundial, junto al pan Bimbo!
Sin saber qué es la Nutella o el pan Bimbo, la princesa asiente y acepta el cumplido.
Terminando de comer, apagan la fogata y se echan a descansar, cada uno a la sombra de su propio árbol. No pasa ni quince minutos para que Chester se incorpore de un salto.
—¡O estiro las piernas o me saldrán raíces!
—¿De verdad? —Pregunta Nadjela con franca ingenuidad.
Chester se encoje de hombros.
—No lo sé, ni quiero averiguarlo. ¡A escalar!
Encuentran el árbol más alto creciendo a un extremo del oasis, su punta ligeramente curvada hacia el agua. Se colocan en posición, cada uno de pie a extremos contrarios del tronco, fijándose en la copa frondosa. Chester grita "¡Ya!" y ambos saltan.
La princesa planta las manos y pies en la corteza. Llega en segundos a las ramas. Oye las hojas del otro lado agitarse. Su corazón acelera, y deduce que a lo mucho tenía uno o dos segundos de ventaja sobre el espadachín. Apura la escalada, sus movimientos son naturales y ni suda. La luz filtrada entre la cumbre de hojas está cada vez más cerca. Un poco más y gana. Pero las prisas la llevan dar un mal paso... Resbala.
Gira entre las ramas, que la golpean y le raspan los brazos y las piernas. Recibe el viento, y luego la bofetada del agua fría en todo el cuerpo. Se hunde en el oasis sin tocar fondo. Se agita, patalea, y asciende. Saca la cabeza y escupe el agua. Se enjuaga los ojos antes de mirar arriba, descubriendo a Chester mirándole de vuelta con una sonrisa triunfante.
—¡Bola de cañón! —Grita el Lancaster sin esperar.
Nadjela no necesita comprender el significado de esas palabras para leer las intenciones del hombre. Apenas logra apartarse medio metro cuando Chester choca, se zambulle, y levanta un breve aguacero. Con sus prendas y espada empapadas, Chester sale a la superficie. Carcajea con sus mechones salvajes aplacados por la humedad.
—¡Necesitaba un buen refrescón!
Nadjela, consciente que casi le cae encima, lo fulmina con la mirada. Aunque su severidad se suaviza al reparar en cómo se crispa la cara del Lancaster, y este añade con voz torturada:
—¡Mierda! ¡Lo olvidé!
Agita las manos, pero eso no evita que desaparezca su nariz. Su frente. Sus greñas mojadas. Sus dedos en alto.
—No es gracioso. Para ya —Dice la princesa cuando Chester tarda en subir.
Dejan de proyectarse burbujas de aire. La princesa se tensa.
«Está jugando... ¿Verdad?»
Casi un minuto, y todavía sin respuesta.
«¡Por el cielo, que es sagrado! »
Respira hondo para después sumergirse con locura. Bajo el agua vislumbra la borrosa figura de Chester en una nube de sedimento, que el propio Lancaster levantó al tocar fondo. Nadjela envuelve con sus brazos los hombros de Chester. Nada con todas sus fuerzas para ascender, y después arriba lo arrastra a la orilla.
Tras dejar a Chester en la tierra, Nadjela se arrodilla a un costado y palidece al reparar que el espadachín no respira. Con urgencia busca en su memoria las enseñanzas de Zakary por si un día algún niño se caía al río. Como los niños de la tribu no son tontos, jamás Nadjela necesitó tales maniobras, pero ahora...
«El beso de la vida... ¡No! Hay otras opciones, Nadjela. Otras opciones»
Coloca las manos sobre el pecho de Chester, presiona y suaviza su empuje repetidas veces, pero no hay mejoría. Chester está cada vez más frío y blanco. Le falta su visor, sus ojos están sellados. Luce pacifico, si no fuese por el rastro etéreo de una que otra herida, su cara sería típicamente angelical. Nadjela vuelve a pensar en...
«El beso de la vida...»
Traga saliva. Su mirada baja de los ojos a la boca del hombre, muy bien puesta en una fuerte mandíbula. Nadjela lame sus propios labios por reflejo, duda, y sacude la cabeza.
«¡Si esperas demasiado morirá! Te quedarás sola en las zonas prohibidas. Jamás volverás con tu gente porque aparecerá un monstruo grande y feo, y te comerá»
Discute consigo misma.
«¡¿No es esto adulterio?!»
«¡Es cuestión de vida o muerte!»
«¡Pero guardo mis labios para el amor de mi vida!»
«¡La madre de todas las aves te perdonará! Tampoco es que quieras besarlo, o que fueses a disfrutarlo»
«Claro que no me interesa...»
«Claro que no... ¡Ahora a salvar!»
Nadjela toma aire de nuevo. Se inclina. Coloca su mano temblorosa en la boca de él para entreabrirla, y planta los labios. A Nadjela le sube la sangre a la cara, demora unos segundos en recordar que es indispensable soplar. Le entrega a Chester su primer beso y su aliento. Repite tanto la respiración boca a boca, como el empuje con las manos, cada vez más rápido por la creciente urgencia.
Chester recupera poco a poco el color. Su corazón supera la marcha lenta. De un momento a otro abre los ojos, se pone de lado, y vomita el agua de sus pulmones. Nadjela retrocede y espera a que el espadachín se calme. Chester deja de toser y queda de espaldas, con su mirada pastosa fija en las copas de los árboles.
—Nunca aprendí a nadar —Revela con voz ronca.
Nadjela retrocede hasta un árbol, se recuesta en el tronco, y desliza hasta quedar sentada entre las raíces. Suelta un soplido donde filtra tanto sus sentimientos de alegrías como de furia. Feliz de que esté vivo. Furiosa de que esté vivo. Se cubre la cara con las manos y dice:
—Gran idiota.
Chester suelta una risa magullada y contesta:
—Eso sí me queda como anillo al dedo.
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