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Tierra de nadie: 12

Séptimo día desde el comienzo de la desventura. De Nadjela para volver a casa. De Chester para encontrar un mecánico. De la cerdita para el simple viaje de existir. A diferencia de los humanos, el animal parecía satisfecho siendo un mero apoyo emocional, y comiendo todas las criaturas extrañas que Chester caza. No quita que la cada vez más presente sed le apriete tanto como a los demás. Chester da la idea de abrir al animal y beber su sangre cuando ya no puedan más, pero cierra la boca cuando le llueven quejas.

Sudando bajo el peso del sol, las opciones eran cada vez más escasas y estrechas, y sonaba menos loco la posibilidad de beber orine, y la pregunta de si es menos horrible intercambiarlo o beber los propios.

A la situación se le suma una cortina de hierro que se aproxima. La tormenta de arena viaja con rapidez pulverizadora.

Se echan a correr en búsqueda de cualquier barrera que los protegiese de la cólera de viento y polvo, pero aquella mañana el páramo se mostraba más necio de lo habitual. La lluvia de arena los derrumba contra el suelo y convierte el día en noche.

Nadjela, sorda por el tambor de arena en el que está metida, protege a la cerdita entre sus brazos. Ella misma, estremecida por el polvo hiriente que se encaja en la piel, fue guardada por otros brazos y un pecho fuerte. Chester se hace oír dentro del viento ensordecedor con un gritó que indica que hay que moverse. Con el sobresfuerzo, y los cuerpos muy juntos, logran andar contra una tormenta de minúsculas agujas.

El avance es lento, pero continúo. Luego de luchar por largo rato, y agotar buena parte de sus fuerzas, Chester, con su vista protegida por el visor, apunta a su próxima parada. La silueta temblorosa de lo que parece un panqué de crema gigante, balanceándose sobre tres pares de patas paquidérmicas. La ballena errante cede ante la tormenta y se derrumba como un camión volcado. Chester cargar en brazos a la princesa y la cerdita hasta llevarlas junto la panza de la ballena. Ahí quedaron, protegidos del viento y con la arena cada vez más arriba de sus tobillos.

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