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North Star: 56

Frente el río seco de La Cuna, ahora hay dos montañas. Una de roca quebrada, la otra de chatarra retorcida. Cerca de los pedruscos apiñados de la primera montaña los tribales trabajan para quitar las plumas, las carnes, y el hueso, de un mutante colosal con aspecto de pájaro y de hombre. Los nativos construyeron un canal de tierra que funciona como desagüe para la sangre corrupta que brota del ser, estela roja y fría que expulsa al ambiente un hedor a hierro.

Erika, luego de frotarse los ojos con las manos al reparar en el extraño ser, deja a las niñas con los primeros tribales que encuentra. Los nativos se muestran con caras amargas, y al ver a Erika le comentan que se preparan para partir.

—¿A dónde...? —Pregunta la alemana sin entender.

La respuesta siempre es la misma: Donde el Lancasteriano decida.

Cuando pide noticias sobre Chester y Nadjela, todos le señalan al cráneo de cocodrilo derretido, ese que sobresale a la mitad de la montaña de metal calcinado. Erika asiente y enfila al montículo. Escala los restos del blindaje, yendo con mucho cuidado de no cortarse las palmas y los muslos con las crestas afiladas y abiertas. Llega a la entrada de la calavera y descubre a Chester.

El Lancaster esta recostado sobre un flanco interno del cañón de riel. En una mano sostiene una botella de ron a medio acabar, obtenida del botín dejado por los esclavistas. Erika acorta la distancia y se sienta a su lado, con las piernas muy juntas. ¿Si quiera puedes embriagarte? Le cuestiona, pero Chester guarda silencio con los ojos cerrados. Ella mira al fondo, donde yace una pila funeraria con un cuerpo envuelto por vendas de tejido vegetal.

—¿Y ella es...? —Por la silueta de la figura, Erika la reconoce cómo femenina.

—Es Nadjela —Contesta Chester, para después dar un prologando sorbo a la botella.

Erika abre muchos los ojos.

—¿Cómo...?

—No pude protegerla —Esboza una sonrisa de auto-desprecio—. Yo, que me llené la boca con poder hacer de todo, fui incapaz de ser un héroe para ella.

Chester aprieta tanto la botella que varias grietas aparecen en el vidrio.

—La quemaran esta noche. Se elevará, cómo dicen. Será el último ritual de ellos aquí, porque se mudarán. El Crocodile es dañino... En más de un sentido.

Vuelve a empinar la botella pero Erika se la arrebata. Ahora la que da un prolongado sorbo es ella, y en cuanto se seca las gotas que resbalan de sus labios, dice:

—También fallé. Ash se robó tu blindaje.

—¿En serio...? —A Chester no se le oye molesto. Únicamente parece capaz de sentir odio hacia sí mismo— Qué mala suerte. Tampoco es que me sorprenda, jamás le caí bien.

—¿Y decidiste confiarle tu juguete de todas formas?

—Tenías razón —Chester recibe la botella y da otro trago—. Nadjela me afectó. Me contagió su confianza hacia los demás. Pero ya no más, ahora mi espada nunca dudará. ¿Crees que estaría decepcionada si me oyera?

—Creo que estaría triste de verte tan decaído por su culpa. Te amaba, Chester. ¿Tú la amabas...?

El Lancaster queda meditativo, observando el cuerpo en el fondo.

—No lo sé —Responde y sin ver, regresa la botella a la alemana—. Yo estos sentimientos no los comprendo.

Se mira las palmas duras y callosas por apretar tan fuerte su espada.

—Que me odien. Que me envidien. Que me quieran muerto. Sé cómo reaccionar a eso. La furia y la violencia son viejas amigas, estoy cómodo con ellas, quedaría desorientado en un mundo donde no estén. Pero responder a que me amen... Eso nadie me lo enseñó. Nadie me dijo que eso fuese útil.

—¿Y qué hay de tu tío? Hablas mucho de él, suena a que te quería.

—El tío Julius no era un hombre de sentimientos. Me dio valores de piedra, un ideal para perseguir, y siempre estaré agradecido con él por eso. De lo contrario hoy no sería yo, sino un monstruo. Más adecuado para el Crocodile que para el North Star. También está Simon... Siempre me admiró, siempre quiso seguir mis pasos. Y yo me pregunto: ¿Hay algo que admirar? ¿Hay pasos que seguir?

—A mí me da que si la amabas —Erika saca la lengua y deja que las últimas gotas de ron caigan. Arroja la botella vacía hacia la chatarra y esta se quiebra en mil pedazos—. Por instinto y a lo bruto, pero tenían química.

—Entonces amo cómo el puto culo.

—He visto peores... Yo misma...

—¿La Erika que conozco puede amar?

—No seas imbécil, claro que tengo mi corazoncito. Negro, frío, y arrugado, pero ahí está. Ahora no te cuento la historia por idiota.

—Perdón.

—Jódete —Dice la nazi, pero su sonrisa, que se debate entre la dulzura y la amargura, deja entrever que está lejos de molestarse en serio—. Desde ahora recibirás mucho amor. Toda esa gente allá abajo está fascinada contigo, ¿verdad, Lancasteriano?

Erika suelta el apodo con retintín y con movimientos rápidos de ceja. Chester lanza un largo suspiro y se lleva una mano a la cara.

—Están fascinados con la fantasía que construyeron sobre mí —Se le oye muy frustrado—. ¿Lancasteriano? ¿Qué coño significa eso? El que lo inventó es un idiota. Ni me dejaron escoger el nombre. Espero que el cuento no vaya a más, es demasiado vergonzoso.

—¿Qué nombre habrías elegido, pues?

Chester se recuesta, lleva las manos a las rodillas, mira el techo y piensa.

—Algo que suene a metal... Algo cómo...¡Súper Mega Chester!

Transcurren varios segundos de silencio, que dan paso a la risa. Fuertes y estridentes carcajadas compartidas. Se agarran el estómago, se les salta las lágrimas, pierden el aliento.

La risa de Erika es la primera en cesar. La de Chester se convierte paulatinamente en un gimoteo, y luego en un sollozo. Encorvado, con las palmas conteniendo su llanto, se arrima a Erika buscando consuelo. La alemana lo acepta en un abrazo. El pesar del muskita descansa contra el pecho de la mercenaria.

—Se puso delante —Murmura Chester.

—Ya, ya —Ella le acaricia la espalda.

—¿Por qué se puso delante, Erika?

—No es tu culpa.

—Lo sé. Pero eso no impide que me sienta mal.

Permanecen enlazados hasta que el silencio los cubre. Bajo esa calma, Erika decidió guardar para sí la anécdota de apariciones y señales que guiaron su regreso a la tribu. Al menos hasta que Chester pase su luto.

...

La luna bendice la noche, hermosa y llena. El fuego aletea en los restos del Crocodile.

Chester observa el humo elevarse, vigila el rito desde una ventana de la casa de Tashala. Habló con la familia antes, y ellos consideraron todo un honor que el héroe de la tribu decidiera hospedarse con ellos. Lo cierto es que Chester no soportaba la posibilidad de quedarse en el hogar de Neddin.

Echado en una hamaca y acariciando la cerdita sobre su panza, el Lancaster prueba a dormir, sabiendo que necesitaría de todas sus energías para dirigir el éxodo de mañana. Prometió llevarlos a un paraíso sin igual, donde la comida y el agua abunden, la hierba sea verde, y la muerte invisible, esa que devora la piel, se mantenga lejos. ¿Y si no encuentran ese paraíso soñado? Decidió que lo construirían con ingenio y voluntad.

¿Será difícil? Seguro. ¿Habrá dolor? Posiblemente. ¿Enemigos querrán impedírselo? Los vencerá. ¿Y si fracasa...? Aceptará la responsabilidad de sus actos y la penalización, sea cual sea. O triunfa, o triunfa, no hay medias tintas cuando tu meta engloba la vida de tantas personas. De lo contrario al aferrarse y negar el error, sería igual que Neddin, un déspota ciego de necedad que mantuvo en hambre y miseria a su pueblo.

Chester se consuela con la idea de que seguramente el nombre de Neddin desaparecerá en los mares tormentosos de la historia. Y el de Nadjela quedará atesorado cómo el nombre de aquella joven y hermosa princesa que, armada solo con su bondad y mejores deseos, enfrentó lo desconocido y abrió la puerta a un futuro mejor.

—Salgo a orinar —Dice una somnolienta Erika que se levanta de una hamaca cercana.

—No tienes que anunciarlo—Responde Chester con una sonrisa vaga.

—Cállate.

—Tampoco tienes que ir fuera.

—Prefiero el monte, ¿y qué?

...

—Carajo —Gruñe y jala—. Necesito... Una... Jodida... Pijama.

Da pequeños brincos hasta que lograr subirse del todo el cierre del uniforme. Vicisitudes de los héroes que el pueblo no ve. Sale de entre los arbustos, para acto seguido sufrir un sobresalto por la aparición ubicada a diez pasos de distancia. Erika palidece.

De nuevo Nadjela, esta vez manifestada con una nitidez tal que parece la de carne y hueso.

—Necesito pedirte un favor —Dice la princesa con una voz muy clara, libre de cualquier subterfugio sobrenatural. Erika puede jurar incluso que hay cierto rubor en las mejillas de la chica.

—¿Qué favor...? —Erika tartamudea.

...

La cerdita chilla de emoción y salta de Chester hacia los brazos de alguien. Los ronquidos de júbilo no se hacen esperar. El Lancaster se pregunta la razón de tanto alboroto, y al echar un vistazo la impresión le arrebata el aliento.

—¿Eri...? ¿Nad...? —La lengua se le enreda, lo mismo con las ideas. Queda paralizado.

La fémina viste un conjunto blanco tejido con hilos creados a partir de tallos de El-nido-de-todas-plantas. La parte superior carece de mangas y le llega por encima del ombligo. La inferior es una correa de tallos con dos tiras gruesas de tela, una al frente y otra atrás para conservar el pudor. Las telas se deslizan por las curvaturas de sus piernas pecosas al andar. Ambas piezas cuentan con un diseño de zigzags y líneas rojas que imitan las alas de las aves. Cómo guinda, el collar, un orbe blanco perfecto.

Luego están los tatuajes de guerra... Su altura mayor a la de la morena... Las facciones germanas... El cabello de fuego. Nada de eso debería computar... Pero aquellos ojos poseían una pureza y piedad que la Erika que conoce jamás podría falsificar.

—Fuiste tú —No hay rastro alguno de un acento violento en su tono de voz piadoso.

—¿Qué...? —Chester sigue aturdido.

—Mi primer beso. En el lago, después de salvarte, me aproveché de ti...—Nadjela deja a la cerdita en el suelo y se sienta con Chester. Lo abraza. Hunde el rostro en su nido favorito. —Ahora quiero otro... Uno que me alcance para toda la eternidad.

Chester demora en salir de su estupor, pero finalmente, y sin dejarse amedrentar por las alertas que la lógica le indica, se inclina y se lo da. Saborean cada segundo, cada cosquilleo del aliento, cada regusto del otro, cómo un obsequio celestial. Se miran a los ojos sin cansarse. El noble sonríe.

—¿Te aprovechaste de mí?

—Ajá...

Las prendas que estorban, se eliminan.

—¿Me perdonas, Nadjela?

—¿Perdonarte qué?

—Moriste...

—Viví bien.

Nunca antes esos cuerpos mellados habían sido tratados con tanta dulzura cómo ahora. Las caricias que se otorgan son lentas, pero arden más que cualquier corte o disparo.

—¿Volveremos a vernos?

—Dentro de muchos años, espero.

—¿Por qué no ahora?

—Te falta...

—¿Qué cosa?

—Vivir bien.

Bajo la luna, princesa y espadachín se vuelven uno.

—Nadjela.

—¿Sí?

—Te amo.

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