North Star: 55
El Crocodile explota. Su torso es cubierto por feroces llamas venidas del reactor, que en segundos se extienden a otras secciones del blindaje. Los esclavistas huyen en pánico, dejando las billeteras atrás. Chester agita las riendas y cabalga entre las jaulas, rompiendo los candados a tajos. Le grita e indica a los recién liberados que se alejen del fuego y corran a la aldea.
Ya todas las jaulas están vacías. Las placas del Crocodile gimen, cada vez más retorcidas por el calor nuclear. La mandíbula inferior del cocodrilo es lo primero es desprenderse. Chester contempla la pila humeante, duda, frunce el ceño, y finalmente se decide.
...
El Poste está de rodillas cerca de la montaña de fuego. Golpea la tierra repetidas veces, las lágrimas corren por sus mejillas hundidas.
—No solo Achú... También Shura... ¡Y todo por mi insensatez!
Se pone de pie, listo para arrojarse al fuego y desaparecer consumido junto a su linaje, pero el sonido del metal siendo rajado lo detiene. Mira arriba, y desde la espalda semiderruida del blindaje, ve aparecer la punta de un filo de metalcorona. El filo baja dejando un surco y se vuelve a internar, para al segundo siguiente aparecer en otro lado. El proceso se repite unas quince veces, con inconformidad y una pizca de desespero.
Ya con la coraza debilitada, Chester empuja el metal a patadas. Cuando consigue el espacio suficiente, pega un salto, llevando un bulto en brazos. Golpea la tierra y gira con el fin de apagar las llamas que le muerden. Se incorpora, Ashura queda en el suelo. El Lancaster se quita el chaleco chamuscado, y lo usa para cubrir el cuerpo enrojecido de la esclavista, cuyo vestido está casi desecho por el incendio.
Ashura quedó con profundas quemaduras en las piernas y en los brazos, y un hilito de grasa bajando por su bonito rostro, es una pista de que la máscara quedó pegada a la piel, e intentar zafársela seguro le arrancaría media cara. Su pecho sube y baja... Está viva.
El Poste se acerca. Observa al Lancaster con ojos llorosos, se rinde, y planta la cabeza entre las botas del muskita para besarle los pies. Chester, cansado de todo, lo toma de los hombros y lo detiene.
—¡Gracias, gracias, gracias! —Repite el desgraciado.
—¡Cálmate! —Lo sacude. —Tú eres el tipo de la otra vez, ¿no? El Poste.
—Dime Richard.
—Muy bien, Richard. Escucha, mis valores me impiden matar mujeres y niños... Al menos no con intención. Llévatela, y trata de que no se meta en problemas, ¿vale?
Richard asiente, vuelve a agradecer a Chester, y con las fuerzas que le otorga el deseo de proteger lo único que le queda, carga a Ashura para subirla en el camión ex-propiedad del hombre obeso. De esa manera se alejan de La Cuna.
Chester busca el avestruz blanco, lo monta, y cabalga hasta la tribu. Apenas llega, todos, nativos y esclavos, lo observan mudos durante incómodos segundos. Chester recibe tales miradas con una mueca, abre la boca para preguntar si tienen problemas con él, pero en perfecta sincronía, hombres, mujeres, niños, anciano, e incluso Gaita, se postran a su alrededor, ofreciendo pleitesía total.
¡Que teman los oligarcas...!
Claman unos.
¡Que teman los tiranos...!
Rezan otros.
¡Que teman los cobardes!
Pero todos coinciden en:
¡Larga vida al Lancasteriano!
Chester queda congelado en el centro de esa lluvia de alabanzas. La cerdita, asomada desde la puerta de la casa del líder, y Suri, hurgándose la nariz bajo su bolsa, se muestran ajenas al espectáculo, y hasta anonadadas.
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