Liberación: 39
Shura contempla a su hermano. Dos esclavistas que aún permanecen fieles, trajeron y presentaron el cuerpo. Achú yace el sofá desde donde disfrutaba de sus películas viejas, ahora con los ojos para siempre sellados, y el izquierdo vuelto trizas. Si se ignora la herida, casi parece dormido.
A Shura las piernas le flaquean, incapaz de seguir en pie, planta las rodillas. Toma esa mano inerte, la besa, pega la frente en ella, y llorando, ruega perdón por sus debilidades cómo mujer, por sus falencias cómo hermana, y por nunca decirle de frente lo mucho que lo amaba. ¿Acaso a partir de ahora tendrá que esclavizar sola en el yermo? Puede que no...
—Shura...
Una voz ronca sin eco de pleitesía le sorprende a sus espaldas. Con espasmos Shura vuelve el rostro, y descubre a la piltrafa humana con carteles colgando. Pero esta vez los ojos de El Poste no se mueven temblorosos entre la línea de la locura y el estén, todo lo contrario, parecen competentes y poseedores de una iniciativa. Shura percibe que ya no es El Poste trastornado por años de humillación, sino el hombre que le dio la vida y que Achú derrocó en venganza por los maltratos y burlas de la niñez.
El hombre, tras enterarse de la muerte de Achú, más que gozó recuperó una valentía perdida. Revitalizado, logró entender que todo lo ocurrido es en parte su responsabilidad, un síntoma del error cometido al fracasar con sus hijos, desde el momento que supuso que una mano dura y cruel los haría fuertes para sobrevivir a este mundo tormentoso. Le dolió saber que con Achú ya más nunca obtendría chance de redención, pero aún existía una luz en la forma de Shura. Podría ayudarla, podría revelarle que hay más en la vida que el horror de las cadenas. Cubierto de dicha determinación, se acerca a Shura y la envuelve en un abrazo.
—Sé que cometí miles de errores contigo, y tu hermano... Pero ahora, en estos momentos de necesidad, quiero que sepas que estoy para ti, para acompañarte, y ayudarte, y lograr que entres en razón. Porque sé, hija mía, que la furia y el dolor te ahogan. Pero antes de dejarte dominar por la ira y condenarte a un destino de más pérdida y sangre, deseo que sepas que solo porque provengas de un hombre podrido, que te inculcó la violencia y la dominación como única manera de vivir, no significa que seas incapaz de cambiar, y mucho menos alejarte de este yermo doliente. Shura, mi deseo es que, en vez de buscar la venganza, encuentres la felicidad.
Las palabras del viejo frenan el torrente de lágrimas de la mujer que, con suavidad, se separa para ver al hombre a la cara, pálida y boquiabierta, expresión que no demora en evocar el rojo y apretar los dientes.
—¿Shura...?
...
El Poste es atado de pies y manos, a estilo blasón, en un camión de la caravana. El enjambre es formado por coches con pinchos, motocicletas tuneadas, poderosos tanques, y artillería motorizada. El centenar de esclavistas reunidos rugen pidiendo guerra y sangre. Atacan a cualquiera de los rezagados que intentan huir o que reniegan del conflicto, sean esclavos o cadeneros, da igual.
En lo que queda del taller, cadeneros utilizan los recursos supervivientes, para recargar la batería de misiles y los GAU-8 Avenger. Shura, vistiendo la mascará de Achú, escala la escalerilla del ducto quemado y retorcido, y pisa la cabina del Crocodile. Enciende los interruptores en la espalda de la silla, y toma lugar. No necesita los grilletes, esa bestia fue construida para ellos, y si algo confirmó las pruebas bajo la supervisión del hombre quemado, es que su mente y voluntad es incluso más fuerte que la de su querido hermano. Tras deslizar el visor trasparente del casco hacia arriba, colocárselo (Esta diseñado para calzar perfectamente con la máscara), y contar hasta 30, la conexión es hecha, y su mundo se convierte en el del Crocodile.
Shura habla. Su voz y sus instrucciones son trasmitidas por poderosos amplificadores envolventes. Los esclavistas liberan al Crocodile de las cadenas de arrastre y, con el trabajo concluido, huyen a las murallas. Shura empuja sus toneladas hacia adelante, las orugas en sus pies reaccionan y pulverizan todo lo que se atraviesa. Su envergadura termina de derrumbar los restos del muro cuando cruza al exterior.
El rostro del hombre que quebró su nariz relampaguea en su mente. Rememora el testimonio de quienes trajeron a su hermano: Achú, asesinado durante la búsqueda de una misteriosa tribal, misma indígena a la que se vio escapando en un jeep con el Lancasteriano. La furia de Shura llega a su cenit, y prende su espalda. Los cohetes vomitan fuego y humo, levantan las orugas del suelo, y extienden una alfombra incineradora a lo largo y ancho del asentamiento.
La cúpula se transforma en una antorcha, los edificios en brazas, los rezagados en cenizas, y los restos de Achú en polvo de estrellas. El Crocodile se eleva 20 metros sobre el infierno. La mujer que lo pilota honra a su hermano, se despide del pasado, y adopta un nuevo nombre que reúne la fuerza de los dos. Se promete a sí misma, alejarse de las vanidades y torpezas que encadenaban a su viejo ser.
—¡Mi nombre es Ashura! —El Crocodile ruge con ella. Desde la caravana todos alzan la mirada con una mezcla de reverencia y temor. —¡Para todos los gloriosos bastardos que me escuchan y me apoyan, solo tengo una exigencia a cambio de un futuro próspero! ¡Tráiganme la cabeza de Chester Lancaster!
Por primera y última ocasión, hay truenos en la cúpula, y en vez de provenir de un huracán con nombre de mujer, surgen de una mujer con la piedad de una tormenta. El Crocodile aterriza generando un pequeño terremoto. La carava lo sigue... Eso sí, quitando el nitro para no sobrepasarlo.
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