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Liberación: 35

—¡Cuidado donde disparan, zánganos! —Un cadenero enano, muy bien vestido, corre entre los vehículos intentando poner orden en la marabunta de esclavistas que accionan sus fusiles contra las dos ratas intrusas. Varios montan en las torretas de los coches o en las artillerías móviles para intentar destruirlos, pero en vez solo consiguen marcar y abollar ligeramente la coraza superficial del Crocodile. —¡Si Máscara de la muerte ve que dañan a su bebé, nos decapitará a todos!

Pero la mayoría ni oye al enano, y siguen disparando a ese par de figuras que escala por el brazo izquierdo hasta el hombro del blindaje, donde se les une la mecánica que hace poco trajeron. Las tres ratas desaparecen por la espalda, y los esclavistas se apresuran a rodear al Crocodile por ambos lados para aplicar un ataque de pinza. A poco de alcanzar las piernas delanteras, un objeto rápido y pequeño se eleva de la retaguardia del blindaje.

—¿Qué es ese sonido...? —Pregunta el enano al escuchar un zumbido cada vez más próximo. Lleva la cara al sonido y pega un brinco. Grita, estira las manos frente su cara cómo si eso hiciese diferencia, e intenta correr, pero sus piernas cortas no llegan muy lejos. El drone impacta, la carga explota con un estruendo, y del humo que se levanta saltan plumas y restos sanguinolentos.

...

Erika ríe, la pantalla del mando ahora enseña pura estática y un letrero parpadeante de NO SIGNAL. Devuelve el controlador a la talega y cruza la puerta por donde fueron Ash y Chester, cerrando detrás de sí, y girando la válvula con firmeza para que cueste abrirla del otro lado. El ascenso está en diagonal, cuenta con una escalerilla que Erika sube, y alcanza la cabina del piloto.

Ash se tapa la nariz con la mano. Chester y Erika están acostumbrados a ese hedor.

El suelo es enrejado. Las paredes y el techo son una esfera, fusión de diferentes metales, con uniones firmes, pero rusticas y sencillas de ubicar a ojo. Focos en el techo iluminan la cabina. Un aire acondicionado de capacidad industrial mantiene estable la temperatura del Crocodile, que de lo contrario cocinaría vivo a su piloto. Ventiladores alejan el dióxido de carbono a los ductos de ventilación. Cadenas mantienen a flote el asiento reclinable, y delante de este cuelga un casco para conexión humano-maquina. Tres pantallas de gran tamaño ocupan lugar en la zona frontal de la cabina, en esos instantes apagadas al estar el blindaje en reposo. Pero quizás lo más llamativo en la cabina (Y lo que asqueó tanto a Ash), sea el cadáver carbonizado, tumbado en el asiento del piloto. Le falta la cabeza, y los restos de materia gris quemada todavía manchan y cuelgan del interior del casco.

—¿Y este...? —Pregunta Chester.

—Algún cadenero... Debió escabullirse e intentar domar el Crocodile, quizás para dar un golpe de estado... Pero fracasó.

—Obvio —Dice Erika.

Ash cruza junto el fiambre sin verlo, y enciende las pantallas. Cada uno de los monitores enseña 9 pantallas dividas, cada sector, una cámara, ofreciendo una perspectiva de 360 grados alrededor del Crocodile. Se ve a los esclavistas rodeando la máquina y buscando por donde entrar. Ash se barre el sudor de la frente con la mano y mira a sus secuestradores. Chester y Erika intercambian miradas, y asienten, ambos entienden que solo hay una salida. Acercan los puños.

—¡Piedra, papel, o tijera! —Exclaman en unisonó.

Chester saca piedra. Erika siempre saca tijera, quizás traicionada por deseos conscientes.

—Mierda...

—¡Sí! —Celebra el Lancaster con el puño al aire.

Ash queda boquiabierta al verlos.

Chester quita al fiambre del puesto, necesita aplicar fuerza, el cadáver está pegado, y este al golpear el suelo produce un sonido crujiente, de las grietas brotan jugos internos que se deslizan por el enrejado hasta manchar la superficie del aire acondicionado. Erika ayuda sacando con los dedos los restos de corteza del casco, y después apretando los grilletes en las piernas y manos del Lancaster, destinados a mantenerlo quieto en el asiento.

—Mantente fuerte —Erika le quita el visor y lo mira directo a los ojos. —Si explotas, no sé qué le contare a la princesa.

—¡Cuéntale que morí como un hombre!

—¡Le contaré que te desangraste cuando un caballo te dio por culo!

—¡Ey!

Erika sonríe, pero pronto su semblante pasa a uno más serio, y en respuesta el de Chester también.

—Sabes que está enamorada de ti, ¿cierto?

Chester asiente. Sus ojos escarlatas se mantienen sobre los azules de Erika.

—No soy bueno para ella...

—Yo tampoco. Pero aquí estamos, haciendo lo mejor que podemos.

—Así es... Tratando de no cagarla.

—Y a duras penas consiguiéndolo.

Ambos fuerzan una sonrisa. Erika se queda con los lentes, la katana, y da un paso atrás. Ash procede a colocar el casco en el Lancaster, el acero guarda la melena azul y el visor trasparente cubre su mirada. Chester cierra los ojos, soporta lo viscoso que se siente el aparato, y espera a que el blindaje se active. Ash corre al respaldo del asiento y prende las dos hileras de 10 interruptores ubicados en la espalda. El rumor del reactor avivando alcanza como un eco el interior de la cabina, junto a la vibración del poder atómico poniéndose en marcha.

Chester no siente ni escucha nada de lo que ocurre, el casco, al reconocer que tiene un piloto disponible, actúa y aísla cada vez más sus sentidos. La computadora principal, que es el cerebro del Crocodile, envía impulsos eléctricos que se funden con las señales neuronales de Chester, estimulando y manipulando la zona encargada de los ciclos de sueño. En su cabeza, Chester realiza una cuenta atrás de treinta. Es en exactamente 30 segundos cuando toca abrir los ojos. Un segundo más y terminaría dormido, un segundo menos y tocaría reiniciar. La clave está en quedar en un estado denominado: Pre-vigilia.

Esa fase inicial es aterradora para cualquiera que pruebe tales cascos por primera vez. Cómo el hechizo de incubo, te roba las fuerzas, las sensaciones, y el ánimo, es casi cómo ser drogado o morir. La clave es no asustarse, entender que el decaimiento forma parte del proceso, y reaccionar cuando la mente esté óptima para establecer conexión. Es la segunda fase la que aterra hasta a los pilotos profesionales, especialmente cuando toca montar un blindaje nuevo o muy acostumbrado a otro piloto. El luto de las maquinas es longevo.

Chester reacciona en el segundo correcto. Abre los ojos, estos se mueven veloces y descontrolados. Las pupilas crecen y decrecen, asaltadas por impulsos que nadie más puede ver. La sangre escala a su semblante, que se retuerce de angustia. El cuerpo se tensa, suda, y los músculos se inflan. Los grilletes rechinan por la búsqueda instintiva del hombre por despegarse del asiento. A pesar de la evidente tortura a la que se expone, ningún sonido florece entre los dientes apretados de Chester.

—No soportará. Hay que desconectarlo —Ash quiere apagar el blindaje.

Pero Erika la detiene de una mirada feroz.

—Lo logrará.

Ash duda, pero tampoco puede acercase con la cazadora dedicándole esa mueca asesina. El chirrido de una puerta abriéndose alerta a las mujeres. Voces amenazantes vienen del ducto de la escalerilla. Erika saca de la talega una correa de granadas, quita el seguro a una con los dientes, lanza el racimo al agujero, acto seguido se arroja al suelo con las manos en las orejas. Ash la imita.

Como un collar de flores, la correa de explosivos termina en el cuello del cadenero que lidera la subida. Demora un segundo en procesar qué pasó, y otro en lanzar un grito de pánico.

El ducto vomita un trueno llameante. El Crocodile tiembla. El único esclavista sobreviviente retrocede tosiendo y maldiciendo, bañado de pies a cabeza con los restos de quienes iban adelante. Afuera, los cadeneros buscan una forma alternativa de invadir, ahora que la entrada principal a la cabina demostró ser complicada.

...

Rojo y negro. Intercambiando. Cuadrados rojos. Rectángulos negros. Intercambiando a cada segundo. Cuadrados rojos y rectángulos negros y... Triángulos amarillos. Creándose y destruyéndose, en un cubo cuyas líneas son cadenas infinitas.

Huele y prueba humo. Un rugido ensordecedor. Pero lo peor es el peso. Lo empuja, lo aplasta. Su cuerpo cruje, su cabeza amenaza con estallar. La presión quiere pulverizarlo, deformarlo. Y lo logra... De lo contrario, ¿por qué siente que su cráneo sobresale del pecho?

Chester resiste. Recuerda quien es, y sus motivos para pelear. Aunque el rojo y el negro persisten, se dice a sí mismo que está sentado en una cabina, entero y sano, y nada de lo que ve es real.

El cuadrado rojo crece y lo cubre todo. El rectángulo negro cambia hasta ser un largo hocico. Los triángulos amarillos ahora son un par de ojos feroces. La bestia colosal abre sus fauces y revela una garganta de fuego. Al Lancaster le quema el pecho, y quiere parpadear, porque sus ojos arden, y quiere huir, porque su cerebro entra en ebullición.

Grita, pero no de miedo, la bestia lo devoraría. Reúne cada gramo de determinación para gritar con furia, con valor, y amenaza al Crocodile con que, si se le sigue resistiendo, se cogerá a su madre.

...

—¡Sigan y me cogeré a sus madres! —Grita Erika antes de disparar otra ráfaga de fusil al interior del ducto. Los esclavistas se repliegan. La alemana busca continuar el fuego, pero el gatillo deja de responder. Chasquea la lengua, arroja el fusil descargado al suelo, va donde Chester y le quita la magnum de la tanga. No se percata que el espadachín se tranquilizó, pero Ash le avisa.

La mirada de Chester es serena y decidida. Su postura abandonó cualquier tensión. Se muestra enfocado, ¿pero dónde...? La atención y sentidos del Lancaster van mucho más allá del titanio de la cabina.

...

Su cuerpo es lento, pesado, agarrotado, aplastado de poder. Cada musculo está envuelto en bloques de metal. Cadenas disminuyen su casi nulo movimiento. ¿Significa eso que es débil? En absoluto. Chester por un momento cree ser el avatar de la fuerza misma.

No se deja engañar, esas ideas son una ilusión. Percibe apéndices en los hombros, fuego explosivo en la izquierda, y cuando abre y cierra la extremidad derecha, los cinco GAU-8 Avenger giran con un silbido eléctrico.

360 grados de visión le permiten ubicar a los esclavistas que lo escalan. Son cómo hormigas, si no las viese ni sabría que existen. Desplaza los cañones pesados como si fuesen pulgares extras sobre su cabeza, pero el rango de maniobra es escaso. ¿Será por la ingeniería rustica, o porque el Crocodile todavía se resiste?

«Lo admito, no soy tu dueño. Pero colabora, anda. Sé que ansías repartir dolor»

Dispara los tres cañones a la vez. Una gran porción de techo colapsa hacia afuera, revelando el cielo. Cadenas, placas, pasarelas, y trozos de concreto, caen para aplastar vehículos y cadeneros desafortunados. Los esclavistas pegados al Crocodile, son mandados a volar por la onda expansiva e incrustados en las paredes, suelos, y pilares, con el cuerpo vuelto en posiciones anatómicas imposibles. Los que rodeaban al Crocodile sin tocarlo, son derribados con los tímpanos hechos trizas. El resto simplemente cae de culo.

Un silencio se apodera de la escaramuza, y este solo es roto por el movimiento (Limitado por cadenas de arrastre) de la mano del diablo. Chester, con una sonrisa de oreja a oreja, apunta y dispara contra el arsenal esclavista, y los escondidos ahí. Donde sea que el Lancaster dirige los dedos, la muerte llueve desde cinco antorchas resplandecientes. Cada cilindro rotativo cuenta con 7 cañones (En total 35) de calibre 30mm, con una frecuencia de 4200 rondas por minuto. Los proyectiles del tamaño de una botella de cerveza, convierten los tanques y vehículos blindados en chatarra encendida y humeante. ¿Las personas? Totalmente vaporizadas, sin nada que enterrar.

Frente ese poder divino, los esclavistas escapan en todas direcciones. La munición que falla, estremece a la pared reforzada del fondo que, tras medio minuto de castigo, colapsa en una nube polvorienta. Las balas siguen al exterior, asesinan en su trayecto a peatones y vendedores ambulantes, y se incrustan en locales y casas aledañas. Familias que cenaban tranquilamente, o gente que disfrutaba de su hora onanista frente al ordenador, es sorprendida por proyectiles que destruyen paredes y vuelven nada a seres humanos.

Gritos, confusión, estruendo, y llanto. Un ala entera de edificios se derrumba bajo el ataque proveniente del taller. Varias billeteras terminan volcadas, con su contenido convertido en jugo rojo. Cuando la destrucción alcanza depósitos de gasolina y gas, se convierten en voraces incendios que cubren y matan donde no llegan las balas.

A esos australianos, duros y acostumbrados a dominar, ni se les ocurre atacar, solo huyen de la ráfaga, llevados por el miedo. Sobre sus cabezas, venidos del boquete del taller, silban misiles que impactan como golpes de tambor. El bombardeo es como la ley: Ciega.

Entre el fuego y el humo, esclavos prófugos asesinan a sus amos y liberan a sus compañeros. Varios cadeneros intentan recuperar el control agitando sus látigos, pero nada detiene a la ola humana que los acorrala y los despedaza con las manos desnudas, procediendo a elevar los miembros arrancados cómo si fuesen trofeos. Desde el infernal ruido se canta una primicia:

¡Viva la libertad! ¡Viva el Lancasteriano!

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