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La llegada: 3


Los labios de Neddin permanecen rectos como una flecha. Su larga corona de plumas es agitada por el viento árido de todas las noches. El líder clava su mirada severa en la sirvienta sometida y arrodillada. Están en lo que era la entrada a la grieta, ahora convertida en una zanja de rocas apiñadas.

El gigante despertó a la aldea con su estruendoso ascenso, pero solo unos pocos hombres tuvieron autorización para acompañar al líder y averiguar qué sucedía. Sus guardias más leales, los campeones del halcón (Zell), del cerdo (Tashala), del demonio de Tasmania (Maaca), y del dragón de Komodo (Bironte), cada uno vestido con partes de su respectivo animal.

—Repíteme la historia —Demanda el líder—. Ordena tus palabras. No tartamudees esta vez.

Majani, encogida en la tierra, vuelve a relatar cómo la princesa la sorprendió en la cama para pedirle visitar la fisura. En el subsuelo la situación se volvió confusa, pero el foco es que el gigante despertó y se llevó a Nadjela.

—¿Será...? ¿Será que la escogió como esposa? —Murmura Majani. Una idea fantasiosa y romántica para quizás forzarse a creer que su amiga está a salvo.

Neddin tuerce los labios en una mueca de profundo desprecio.

—¿Aseguras que mi hija tentó a ese monstruo?

La furia en el tono del líder estremece a Majani. La chica hunde la frente en el suelo.

—¡Es mi responsabilidad! ¡Todo es mi responsabilidad, mi señor! ¡Debí convencer a la princesa de no venir! ¡Debí llamar a los guardias para que la escoltaran a la seguridad de su morada! Fui muy tonta. ¡Por favor, castígueme como mejor vea! Pero se lo ruego, no me arroje a las zonas prohibidas.

Majani se arrastra y pega la cabeza entre los pies del líder, bañándole los dedos de lágrimas. Neddin chasquea la lengua y retrocede un par de pasos, como si le diera asco aquella demostración.

—Se acaba el tiempo —Dice Neddin—. En nada llegarán esos viejos odiosos.

Majani deja de sollozar, pero no de temer. Extrañada, espía desde abajo la figura de su líder y protector, que ahora poca atención le daba. Neddin mira a lo alto de la montaña, donde queda el templo y duermen los sabios ancianos. Oír como su venerable líder habla de ellos con repudio, la perturba.

-Los sacos de hueso quedarán decepcionados. No hay nada que contarles. Mi hija fue llevada por aquel ser, y su sirvienta pereció bajo el derrumbe. Quizás perder esta última esperanza los lleve un paso más cerca de la tumba, ojalá.

Majani se queda ahí sin entender, como si las palabras de su líder fuesen dichas en un idioma extraño. No nota a Zell colocándose a sus espaldas. Cuando la cuerda del arco le baja por la cara y se le pone contra la garganta, ya es demasiado tarde.

Neddin ordena deshacerse del cuerpo donde las bestias no dejen restos. Bironte y Maaca cumplen el pedido, el segundo aprovecha de quedarse con los aretes de perla. Tashala se retira a su hogar, argumentando un dolor de estómago. Zell por otro lado, permanece con Neddin para una nueva misión.

Enfilan a las termas en el interior de la montaña. Entre la clandestinidad del vapor, Neddin saca de un compartimiento secreto en una pared, una gruesa maleta de cuero. Quita los pasadores, coloca la clave en el candado, abre la maleta, y saca del interior dos lingotes de oro y una computadora portátil rectangular, vieja y poco más grande que una mano. Entrega los elementos a Zell.

—La versión oficial será que viajaras a buscar a mi hija. Encuentra un punto alto y apenas consigas señal, contacta con un mercenario. Alguien hábil, que trabaje rápido y no deje pruebas. Aprecio a mi hija... Pero tengo varias niñas, y tribus solo una. No me arriesgaré a que el pueblo se corrompa con influencias extranjeras.

Mientras el pueblo llora el rapto de Nadjela y la muerte de Majani, Zell se ata una bolsa de tela en la espalda con comida, agua, y los elementos dados por Neddin. En secreto agrega una semilla del El-nido-de-todas-las-plantas, aunque duda necesitarla. En lo que lleva de vida todavía no conoce guerrero que se le compare. Monta su avestruz, y cabalga a las zonas prohibidas.

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