Cúpula del trueno: 29
Tashala, el guerrero del cerdo, alimenta la fogata con ramas secas. La llama le agradece alejando a los horrores que pululan por la noche y que temen a la luz. El sitio donde se refugia es una prueba de la voracidad del yermo. Lo que antes fue una ballena, ahora es una colosal cámara torácica con arcos de marfil. Acurrucando en su manto, con la espalda descansando en una costilla, Tashala cierra los ojos y decide seguir el ejemplo del avestruz sentado a su lado, y dormir un rato. Necesita descansar, los últimos días estuvo tratando de encontrar cualquier rastro de la princesa, sin mucho éxito.
Sueña con un lugar donde la niebla se alza como una pared a menos de diez pasos, y entre esa bruma etérea vislumbra una silueta esbelta, con un punto de luz en el cuello. Tashala, atraído como una polilla, penetra en la niebla y llega a una colina con la hierba más verde que ha visto jamás. Una silenciosa mujer ubicada diez pasos adelante, le da la espalda. Tiene hombros del color del cobre, y el pelo negro atado en una coleta que le llega a la cintura. ¡La princesa! Piensa emocionado, pero las telas que la cubren son negras, es un poco más alta, y la princesa suele llevar el pelo suelto.
—Madre consorte Nadjela... —Dice Tashala entre la sorpresa y el respeto.
Recuerda cuando Neddin la exilió, acusada de dudar del cielo y de practicar brujería. Pero lo cierto es que ella, al igual que los campeones, estaba demasiado cerca de Neddin y de sus matices oscuros. Nadjela al principio rogó que cambiase sus formas, y se mantuvo al lado de su esposo por el bien de la unidad de la tribu. Pero con los años fue poniendo más en duda sus esperanzas al ver que el líder seguía oprimiendo, y limitando a su gente en nombre de la tradición y de cuidarse de las amenazas exteriores. Nadjela lo acusaba de tirano, de cruel, hasta que Neddin se cansó. Desde el exilio Tashala no tuvo noticias de ella. ¿Ahora está ahí, en sus sueños?
Tashala avanza con intención de hablar, y pedirle disculpas por mirar a otro lado cuando más lo necesitó. Toca el hombro de la mujer, esa piel en apariencia tibia resulta helada como la piedra. Nadjela se vuelve y Tashala palidece de espanto. La mirada que lo encara viene de un cráneo blanco con ojos ausentes.
Nadjela toma a Tashala del pescuezo con la fuerza suficiente para quitarle el aliento, y con la otra mano señala un punto de luz en las lejanías, el mismo que lo llevó a la colina y que hace un rato se exhibía en el cuello de la madre consorte. Más allá de la bruma, casi perdidos en la distancia, Tashala ve a la princesa Nadjela acompañada por un hombre de cuerpo fuerte, ojos rojos, y una abundante melena azul. Ambos se sonríen, pero pronto una pesada seriedad borra el confort de sus caras, y miran abajo para descubrir cómo la sangre fluye de una herida abierta en el costado de la joven.
Tashala se incorpora gritando y empapado en sudor frío. Despierta al avestruz, que lo observa inquieto. El guerrero lleva la mano a su cuello, donde las marcas de unos dedos espectrales permanecen varios segundos allí. El fuego cercano aun crispa. Observa los alrededores esperando más visiones, pero la oscuridad está tranquila y solitaria... Eso lo relaja, aunque la idea de una siesta le fue arrancada de raíz.
—Tengo que seguir moviéndome... —Dice y se pone de pie.
Carecía de pistas sobre el paradero de Nadjela, pero comprende que la madre consorte quiere que encuentre a su hija con premura. ¿Qué pasaría si fracasa? Tashala sacude la cabeza. Una cosa es lidiar con Neddin, y otra muy diferente es lidiar con los muertos. Si algo quedó claro para el guerrero del cerdo, es que la mano y los deseos de la madre de Nadjela provienen de un reino diferente, igual que el collar que guarda la luz.
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