Cúpula del trueno: 27
Apuradas, alcanzan la cúpula.
—Por favor, dime que no es él —Sentada en las gradas con la cara hundida entre las palmas, Nadjela pone a Erika, sentada al lado, en un dilema.
—No es él.
La princesa espía entre sus dedos, y lo primero que ojea es la sonrisa de Lancaster, llena de brillantez y de suficiencia. Cierra los ojos.
—¡Por la madre de todas las aves! ¡Ahí está!
—Pediste mentiras, y te las di —La cazadora levanta una mano para atraer la atención a un esclavo repartidor, fácil de identificar por su gorrito blanco y la bandeja con tirantes. El esclavo de sonrisa chueca y temblorosa, entrega a Erika una bolsita de gusanos fritos caramelizados. La alemana se echa un puñado a la boca, son dulces y crujientes. Recoge otro puñado convida a la cerdita, que descansa sobre sus piernas, y hunde el hocico chato en la palma pringosa.
Una risa nerviosa en el asiento a su derecha, atrae la atención de Erika.
—Lo hizo... El lunático le retó. ¡Desde aquel becerro de dos cabezas, es lo más inaudito que mis ojos presencian! —Exclama un hombre calvo, vestido de doctor. En su tono hay un dejo de reconocimiento hacia Chester.
—¿Conoces al muskita?
—¿Eh? —Nestor el Astronauta la mira. Pronto pierde el interés en ella y vuelve a sondear la arena, donde Chester y el inquisidor se encaran. Encorvado, coloca los codos sobre sus muslos y cruza las manos cerca de sus labios. —Sí, lo conozco, estuvo en mi consulta balbuceando tonterías sobre derrocar a Máscara de la muerte y más... No creí que lo haría. A los idealistas le cuesta andar, y es un milagro que sepan diferenciar la boca del ano. Ahora mis sospechas sobre ese hombre son cristalinas... Se trata de un tipo que se pierde en sus quijotadas, un psicópata.
Erika está de acuerdo con el calvo. Chester es un psicópata como lo es ella. Pero siendo herederos de un mundo echado a perder, ¿quién no lo es?
La mercenaria se limita a desearle suerte al Lancaster, aunque si se muere tampoco le sabría a tragedia. Tal vez Nadjela sí que pierda, pero Erika estaba lista para ofrecerle un hombro en que llorar, consolarla, envolverla en sus brazos y decirle dulcemente al oído que todo mejorará, tal vez hasta le brinde un poquito de ron para que le resbalen más veloz las penas, y si hace frío en las noches, como seguramente hará, le acompañará en la cama para calentar sus sueños y algo más. Sí, ese es el plan de contingencia. Erika sonríe al imaginar cada paso del proceso, pero su diversión desaparece con la cerdita viéndola con ojos que regañan.
—¿Qué? —Pregunta la alemana.
La cerdita resopla y cambia de piernas a las de Nadjela.
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