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Epílogo

Azel contemplaba el horizonte desde el puerto de la Tierra Corrompida, una vasta llanura de roca desnuda que se extendía ochenta leguas al este de la imponente Nehit. Antes de la devastadora Cantata del Fuego, aquel árido litoral albergaba una flota de navíos que surcaban las olas con gracia y destreza. Según las leyendas, Sprigont era en aquellos días lejanos una tierra marina de riqueza y esplendor sin igual.

Ahora, solo una solitaria embarcación aguardaba al Heraldo de Sangre. El mar, tranquilo por el momento, acariciaba la costa con un ritmo sosegado, al unísono con los susurros del cielo. A pesar de las mil historias y canciones que había escuchado sobre el océano, Azel nunca lo había visto hasta ahora, y le fascinaba la extraña conexión entre las aguas y el firmamento.

—¿Estás seguro de querer embarcarte en esta travesía? —preguntó Voluth, quien permanecía a su lado. Cather siempre nos advirtió sobre los peligros del Mar Oscuro.

—Tal vez deberías quedarte con nosotros aquí en Sprigont. Un Hacedor de Sangre sería de gran ayuda para nosotros. No necesitas pasar por Nehit —añadió Kazey, compartiendo su opinión por primera vez en el viaje.

Azel aún se maravillaba por lo que habían logrado en la capital.

Después del conflicto, se desvaneció como había llegado, como una bruma que se disipaba, como un espectro o un augurio de los Creadores, sin dejar rastro de su presencia. La batalla había terminado y, tras apagarse las llamas, los habitantes de Nehit y Sprigont se dispusieron a firmar el nuevo tratado de paz propuesto por la Casa Stawer.

—No —escupió al fin—. Sprigont no es pa' mí; es una locura andar por la Tierra Corrompida. Cuanto más me quede aquí, más fácil será que me pillen por lo de Zelif y el Heraldo de Sangre.

—Pero...

—Déjalo estar, Voluth —interrumpió Kazey. Tiene razón. Además, los habitantes de Sprigont lo buscarán, y lo mismo hará el Gran Consejo. Lo mejor es que se marche antes de que llegue algún inquisidor del Gran Consejo, o peor aún, otro Caballero Dragón.

Azel asintió, compartiendo la misma opinión.

—Me habría gustado ir al entierro de Cather. Ella fue la que nos ayudó a acabar con Ziloh. Ojalá hubiera pasado más tiempo con ella. A lo mejor, en otro rollo, podríamos haber sido colegas.

—Sin dudas, habrían sido grandes amigos o rivales —afirmó Voluth con una sonrisa teñida de añoranza.

Kazey, intentando mantener la entereza ante la pérdida, añadió:

—Has logrado cumplir el objetivo de Cather, quizá incluso su sueño de unir a ambas religiones. Su sacrificio ha tenido su recompensa, y ahora descansa en paz junto a Diane y el Héroe.

Azel asintió con solemnidad, desafiando la tristeza.

—¿Serían capaces de...? —balbuceó, despacio. No sabía cómo soltar lo que le pasaba —. ¿Serían capaces de echarle un ojo a los Heroístas? De cuidar a Kuxa.

Los jóvenes escuderos intercambiaron miradas antes de esbozar una sonrisa.

—Por supuesto que lo haremos.

Azel asintió en agradecimiento y se despidió de los jóvenes antes de abordar el navío.

—Son buenos, muy buenos—graznó Daxshi, descansando plácidamente sobre su hombro.

—Gente amable —murmuró. Me alegra haberlos conocido.

Azel caminaba por la cubierta del barco cuando de pronto se sintió mareado, como si hubiera perdido el equilibrio. Esperaba que esa sensación desapareciera con el tiempo; de lo contrario, el viaje sería insoportablemente largo.

Se apoyó en el costado del navío, en el estribor, como alguna vez había escuchado. Desde allí, contempló una vez más la Tierra Corrompida. Desde esa perspectiva, el paisaje no parecía lúgubre ni deprimente, sino algo más profundo. Era antigua, pero no envejecida. Por un instante, no pareció que la Devastación hubiera robado la vida, sino que la había nutrido plenamente.

«¿Será esto lo que llaman la bendición del Héroe?», se cuestionó Azel.

La propia tierra mostraba destellos de luz entre las grietas, como si el lugar experimentara diferentes tonalidades de oscuridad sobre oscuridad, negro sobre negro. Por un momento, Azel imaginó a Sprigont como una entidad viva, algo o alguien que subsistía gracias a la Devastación.

—Voluth y Kazey aseguraron que Cather fue la única de los ocho Caballeros Dragón que decidió aventurarse hasta Sprigont. Siempre sintió una profunda fascinación por estas tierras —dijo una voz familiar.

Azel se giró y encontró a lady Xeli Stawer acercándose a su lado.

—¿No te toca estar en la cama? —soltó Azel.

—¿Y perderme la despedida de mi hogar? Ni hablar —replicó Xeli.

Su mirada melancólica, con ojos como dos profundos pozos de nostalgia, transmitía el peso abrumador de abandonar la tierra natal y por la cual había combatido incansablemente en defensa de sus amados habitantes. Cada parpadeo era un eco de los días pasados, un recuerdo de las batallas libradas y los lazos forjados en esa tierra que durante mucho tiempo vieron sin vida.

—¿Qué tal tu herida? —preguntó Azel.

—¿Te refieres a los pequeños rasguños que me hice en la batalla o a la espada que decidiste clavarme en el pecho sin previo aviso?

Azel gruñó.

—Permíteme decirte que, si planeabas usar alguno de tus trucos, deberías haberme informado. Realmente pensé que iba a morir.

—No podía decírtelo. Todos nos miraban —respondió Azel mientras Daxshi protestaba. El Hacedor de Sangre puso mala cara—. Tenía que hacer creer que te había matado, así que te metí mi espada y usé la Transfusión de Sangre para curarte. En verdad, no te pasó nada.

—Habla cuando alguien te clave una espada en el pecho sin tu consentimiento.

—Ah, eso ya ha pasado.

Xeli lo miró horrorizada, pero guardó silencio. Azel soltó una pequeña carcajada.

—¿Entonces lo logramos? ¿Salvamos la ciudad? Aun no comprendo del todo lo que pasó.

—La gente se quedó flipando con la muerte de Ziloh; por fin se dieron cuenta de que seguirlo era ir al matadero —explicó Azel—. Tú eras la clave para los Dianistas chulos y despistados.

—Entiendo esa parte —concedió Xeli, tocándose el pecho. La herida había sanado hace días, pero la sensación persistía—. Lo que no entiendo es qué pasó con el fuego y los demás Heroístas. ¿Funcionó el plan?

—Los Dianistas se piraron al ver que el fuego se les iba de las manos.

—Así que abandonaron el sector norte a su suerte —murmuró Xeli con enfado.

—Casi todo el sector norte se quemó, hasta la catedral del Héroe —contó Azel, sabiendo que Xeli aún no lo sabía—. No había manera de parar el fuego. Se les ocurrió hacer un muro de fuego hacia el sector sur, funcionó como pudo, pero casi se jode todo.

—Son unos insensatos.

—Pero lo de los Heroístas fue la hostia. Una semana después del incendio, salieron de entre los escombros. Lord Stawer se quedó de piedra.

—¿Mi padre?

—Lord Stawer mandó buscar tu cadáver entre los muertos, pero nada. Al ver a los heroístas, se creyó que estabas con ellos por algún rollo.

» Y cuando no te vio, todos pensaron que se encerraría en el castillo. Pero con lord Rilox, se sacó de la manga un nuevo tratado de paz y unas leyes para proteger a los Heroístas. Ahora la ciudad se mata por arreglar el sector norte antes que el sur.

» Ahora Lord Stawer está más con los Heroístas que con los Dianistas—terminó Azel.

Xeli se quedó inmóvil, sin aliento. Luego, las lágrimas brotaron de sus ojos, recorriendo sus mejillas mientras sollozaba en silencio, aferrándose a la borda del navío. La supuesta muerte de Xeli había tenido un gran impacto, convirtiéndola en mártir y villana al mismo tiempo.

—Al fin... las cosas mejoran —murmuró Xeli, con lágrimas aún en su rostro—. Solo no esperaba que fuera así. Todo por una mentira.

Azel no replicó, sintiendo también el peso del dolor y los siglos de engaños.

—Tú también lo sentiste, ¿verdad? Desde la muerte de Ziloh... algo cambió. No solo en la ciudad. Te sientes más... en paz.

Era cierto. Cada vez que Azel se acercaba al sector sur, sentía repulsión y paranoia, como si esperara un ataque. Contra Ziloh, esa sensación se intensificó. Ahora, en cambio, respiraba con más tranquilidad.

¿Quizás por eso ahora veía belleza en las costas de la Tierra Corrompida?

—Vi algo, Azel.

El Hacedor de Sangre gruñó, perplejo.

—Ziloh siempre habló de que Diane estaba con él. Creía que hacía lo correcto. ¿Oíste sus últimas palabras? «Ellos no merecen vivir. ¡No merecen a Diane! Ella volverá conmigo... Si los mato a todos... Ella estará conmigo si los destruyo.»

» Azel... creo que vi a la «Diosa» a la que se refería.

Daxshi, en su hombro, tembló como respuesta.

—¿Qué viste? —preguntó Azel, lleno de curiosidad.

—Cuando Ziloh estuvo a punto de matarme, vi algo: una sombra, un espectro. No sé qué era, pero cada vez que lo miraba, sentía que me aplastaría. No era algo normal. Pero cuando esa cosa miraba a Ziloh tenía un aspecto más... puro, brillante. Y no es la primera vez que lo veo... También soñé con ello una vez, mientras me recuperaba del ataque de Cather.

» Era un Caído, estoy segura de que se trataba de Zal'gorath. Había estado influyendo en Ziloh y, antes de él, en Zelif, y quién sabe en cuántos más.

Azel sintió un escalofrío repentino.

—El Consumidor de Verdades... ¿Estás segura? Eso significaría...

—Que ha manipulado la religión durante... quién sabe cuánto tiempo.

—Pero Cather lo dijo, ¿no? —dijo Azel—. Los siete sellos que tienen encerrado al Portador del Olvido y a sus Caídos siguen enteros. ¿Cómo puede Zal'gorath estar suelto?

—No sé qué tan libre esté —consideró Xeli—. Parecía estar en un plano diferente al nuestro; solo pude verlo cuando agoté mis reservas de la Piedra de Sangre, al borde de la muerte. Antes era imposible. Pero creo que ha intentado destruir a los heroístas en Sprigont durante siglos.

—¿Y por qué Ziloh dijo que se fue?

—Porque eso fue lo que hizo... se marchó.

—¿Se largó? ¿Así, por las buenas?

—Cuando lo estabas venciendo, cuando lo arrinconaste y todos perdieron la fe en él, se marchó, como si lo hubieran desterrado. Quizás se alejó por completo de la Tierra Corrompida. Vencido. Exiliado.

Azel resopló, insatisfecho.

—¿Qué implica todo esto, Azel? —preguntó Xeli, con voz trémula—. ¿Se avecinan las señales? ¿Se acerca el Destructor?

—Quizá nunca lo sepamos seguro.

Xeli asintió, igualmente turbada.

Hubo un silencio.

—¿Te ilusiona ver cómo es el mundo fuera de la Tierra Corrompida? —preguntó Xeli de repente.

—No sé, la verdad —confesó Azel—. Empecé a apreciarla cuando ya era tarde. Quizá nunca lo haga del todo.

—Siempre podrás contar su historia en otras tierras; quizá seamos héroes en las leyendas. La gente nos lo agradecerá.

—No nos lo agradecerán. No seremos héroes como en las leyendas, pero salvamos la ciudad. Eso es bastante.



En Edjhra, los rumores se deslizaban como serpientes entre la gente, mudando según la Devastación alteraba la vida en Sprigont. Desde el corazón de Nehit, estos rumores se extendían más allá del Mar Negro como el eco en un valle. Este caudal de información evocaba a las llamaradas de una fogata, se propagaba como las historias de los trovadores y se enviaba como los recados de los correos a caballo por el reino.

Algunos rumores relataban la aparición de un poderoso ejército de heroístas en Nehit, compuesto por Hacedores de Sangre, que emergía de las brumas como figuras fantásticas dispuestas a sumir la ciudad en las sombras. Otros mencionaban al Hierático Zelif, quien había intentado pactar con los heroístas para salvaguardarlos bajo el manto de Diane. No; Zelif había intentado purgar a los Hijos del Oscuro de Nehit, pero estos se rebelaron en un asalto sangriento que sumió a Sprigont en una tiranía. Los Dianistas habían buscado tratar con ellos con paciencia, pero estos los degollaron. No hubo una batalla, solo una masacre.

Y algunos rumores afirmaban que los heroístas se habían liberado del yugo de la opresión y que un grupo de Dianistas los había auxiliado, aunque nadie creyó esta última alegación, y los que lo hicieron sucumbieron en la pira.

No obstante, un hecho permanecía inmutable: los dianistas de Sprigont habían sido aniquilados por los seguidores del Dios Negro: los Silenciadores de la Memoria.

Los murmullos se extendieron como penumbras por los reinos, y los corazones tejieron futuros inciertos mientras rogaban a Diane que el Destructor aún no hiciera su entrada. En el aire, el temor y la esperanza danzaban en un torbellino, pintando los ojos con ansias y desesperación. Algunos soñaban con un mundo rejuvenecido, donde las llamas del Destructor les brindarían una segunda oportunidad, mientras que otros temían la llegada de la bestia alada, cuyas garras amenazaban con desgarrar sus vidas y almas.

Sin embargo, los rumores tejían una maraña de secretos y verdades entrelazadas, dejando a todos perdidos en la neblina bajo el yugo de las profecías del olvido.


FIN

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