9
Diane, con el paso de los siglos, restauraría de nuevo su poder, mientras que el Héroe adoptaría uno propio al infundirse en la esencia misma de la divinidad.
Unos los amaremos por ello.
Otros lo odiaran.
De Sangre y Ceniza: prólogo.
Antes del alba, Azel abrió los ojos en la penumbra previa al amanecer. En los últimos días, había ayudado incansablemente a Kuxa. Distribuía comida, cuidaba a los pequeños y atendía los detalles más nimios. La anciana aceptó su presencia con entusiasmo, a pesar de saber que él no era un heroísta.
Kuxa guardó el secreto sobre su verdadera identidad, demostrando su nobleza y discreción. El nevrastar, cuya voz resonaba en la mente de Azel, siempre elogiaba a la anciana y su juicio era acertado.
«¿Irnos? ¿Por qué irnos?», preguntó Daxshi, su mirada inclinada en una expresión de reflexión.
—Hoy nos toca largarnos de aquí, y quién sabe si volveremos —dijo Azel, su voz teñida de rabia y tristeza.
El nevrastar inclinó la cabeza, desconcertado, intentando comprender las palabras de Azel. Este se ajustó la capa vieja, rescatada de un basurero, procurando no ensuciar la prenda que había pertenecido al hijo de Kuxa. La tela áspera rozó su piel, recordándole la cruda realidad.
Azel se había obsesionado con infiltrarse en la imponente catedral de Diane sin alertar a los guardianes. Cada idea que cruzaba su mente parecía intrincada e insuperable. Había considerado escalar la catedral, pero la superficie lisa y sin salientes de la piedra exterior era un desafío insuperable. Incluso si lograba subir, romper un vitral alertaría a los guardias sacerdotes.
Sus habilidades resultaban ineficaces en este lugar. La Evaporación no podía traspasar las paredes ni otorgarle invisibilidad. En un espacio cerrado, el humo rojizo era detectable.
Por fortuna, hoy se celebraba la Octava Ceremonia. Azel había aguardado este momento. La ceremonia, dirigida por Zelif, atraía a miles de creyentes de todos los estratos sociales, ansiosos por oír al Hierático.
Este detalle era crucial, ya que los Guardias Sacerdotes estarían ocupados en el caos de la ceremonia. Azel consideraba este momento como su mejor oportunidad para infiltrarse sin ser visto.
Revisó sus pertenencias y halló tres frascos sellados con sangre tipo O negativo. Existía una razón subyacente por la cual el O negativo no era el último en la jerarquía sanguínea, una razón que trascendía la universalidad de su sangre, vendible al Gran Consejo, a los Grandes Señores e incluso a cirujanos y boticarios a cambio de monedas.
Había un motivo más profundo.
El poder de los Hacedores de Sangre residía en el tipo sanguíneo y el factor Rh. Estos factores conferían capacidades singulares. Azel, con sangre tipo B positivo, poseía la Habilidad Básica de División por su tipo sanguíneo y la Habilidad Básica de Expulsión por su factor Rh. La primera le concedía el dominio del cambio y la metamorfosis; la segunda, control y flexibilidad sobre la sangre.
La combinación de dos Habilidades Básicas resultaba en la Habilidad Complementaria: la Evaporación de Sangre.
Sin embargo, existía una tercera Habilidad Básica accesible al consumir uno de esos frascos: la Condensación de Sangre, la capacidad de conectarse con el flujo vital, intrínseca a aquellos con sangre tipo O negativo. Esta habilidad única era compartida por todos los Hacedores de Sangre. Solo quedaban tres frascos en su poder.
Si administraba estas reservas con astucia, podría extender el uso de la Condensación durante un período considerable, combinándola con la División y la Expulsión. Cada frasco podría significar horas o minutos, según la Habilidad Complementaria que eligiera.
Se oyeron pasos susurrantes.
Azel se tensó, su mano alcanzó la empuñadura del cuchillo y rápidamente ocultó los tres frascos. No debería haber nadie despierto a esa hora. El asesino había estudiado minuciosamente a cada miembro del refugio, conociendo sus rutinas, movimientos e incluso sus patrones de respiración y pensamiento. Estaba seguro de que nadie se levantaba antes del amanecer.
—¿Quién devastaciones eres? —gruñó Azel, fijando su mirada en la puerta cerrada de la habitación.
Nadie respondió.
Azel retrocedió hacia la ventana, preparado para escapar si era necesario. Daxshi se revolvió entre sus harapos, mostrando signos de inquietud. Entonces, la puerta se abrió con un crujido.
—¿Kuxa? —inquirió Azel, soltando el cuchillo.
La anciana todavía llevaba puesta su ropa de cama y parecía exhausta, como una madre despertada por el llanto repentino de su hijo. Pero Azel se había asegurado de ser silencioso.
—¿Por qué estás despierto a estas horas? —dijo ella, con un gesto de disgusto.
—Debo asistir a la Octava Ceremonia —confesó Azel.
—¿A esta hora y vestido así? —preguntó ella, elevando una ceja.
Azel encogió los hombros mientras retomaba su asiento para ajustarse las botas.
—Hace mucho que no duermo bien toda la noche —dijo con indiferencia.
—Eso no justifica salir en plena oscuridad; la gente puede enloquecer —dijo ella, su voz tornándose temerosa y preocupada—. Por favor, no te vayas.
Azel ignoró su petición y ni siquiera la miró al pasar a su lado hacia la salida. Kuxa intentó asirlo por el brazo, pero su agarre fue tan débil que Azel siguió su camino sin problemas. A pesar de eso, sintió algo en su interior.
Kuxa estaba temblando.
—Ten mucho cuidado —dijo ella con voz temblorosa.
Xeli Stawer ansiaba presenciar un auténtico amanecer, con rayos dorados del sol y un cielo celeste teñido de colores. Quería escapar de la penumbra y la decadencia que se cernían sobre la ciudad de Nehit. Desde el balcón, la doncella observaba la ciudad y buscaba claridad en medio del caos. Varias preocupaciones la agobiaban, sobre todo la incertidumbre del futuro para los heroístas.
La Octava Ceremonia se celebraba ese día, un evento significativo para los heroístas. Sin embargo, Xeli había decidido no asistir, a pesar de la participación de los Dianistas. La ceremonia nunca acogía bien a los heroístas y Xeli siempre había evitado asistir por razones obvias. Pero esta vez, planeaba romper esa norma y no compartiría sus intenciones con nadie. Por su parte, Favel se preparaba para asistir y apoyar a Loxus en su propia ceremonia en honor al Héroe. Habían suspendido sus investigaciones en busca de respuestas, que hasta ahora resultaban infructuosas, llenando a Xeli de dudas sobre su éxito.
Loxus se ocupaba de los preparativos para la larga misa y las innumerables tareas que demandaba la ocasión. La familia de Xeli se sorprendería al verla entrar en la catedral, pero esta estrategia era la más conveniente para evitar la ira de su padre y negarle la entrada. Ese día, solo la acompañarían los miembros de su guardia personal, individuos reservados, devotos al Héroe y fieles a Xeli, cuya lealtad no estaba en duda.
Xeli Stawer lucía un vestido de seda negro que resaltaba su figura esbelta y su piel blanca. Los bordados verdes adornaban el corpiño y el borde de la falda, símbolos de su linaje, una de las familias más antiguas y respetadas del reino. El vestido, elegante y refinado, evitaba el exceso y la vulgaridad. El escote discreto dejaba entrever el inicio de su busto, mientras la falda amplia se movía con gracia al caminar. Un collar de oro con el antiguo emblema del heroísmo rodeaba su cuello delicado, y pendientes a juego resplandecían en sus orejas. Su cabello castaño, recogido en una trenza, realzaba sus rasgos armoniosos.
Xeli sería reconocida. Las miradas y los murmullos se dirigirían hacia ella desde lejos. La doncella estaba preparada para enfrentarlos. Había decidido asistir para escuchar, necesitaba conocer las conclusiones de Ziloh sobre los Heroístas. El comportamiento de los creyentes dependía de esa perspectiva.
—Debo hacer algo... —murmuró, sus dedos jugueteando tímidamente con el colgante de su cuello.
En ese instante, volvió a sentirlo. Era un susurro tenue que apenas rozaba su conciencia, un latido apagado que parecía languidecer. Xeli alzó la cabeza y buscó la imponente silueta de la catedral heroísta. Una pasión desbordante se apoderó de ella.
Observó las ocho torres de la catedral del Dios Negro con anhelo y deseo repentino. A pesar de haber planeado visitar la catedral de Diane y haberlo discutido con sus guardias y su hermano, sentía que debía dirigirse a la iglesia del Héroe. Algo o alguien la esperaba allí.
—¿Acaso lord Héroe dirigió a los Divinos? —inquirió Ril.
Xeli emergió de su ensimismamiento y percibió sus manos adoloridas por el firme agarre de la balaustrada. Se giró y encontró a su hermano sentado, las piernas cruzadas, sosteniendo entre las manos a Sangre Oscura.
—Pues claro que sí, ¿no lo sabías? —respondió, confundida.
—No, no es tan simple —aclaró Ril con interés—. Según la historia oficial, lord Héroe apareció en el Baile de las Llamas, cuando los ejércitos de Diane estaban perdiendo la guerra. Aprovechó la oportunidad para hacerse con el liderazgo.
» Sin embargo, los Divinos llegaron en respuesta a la desesperación de Diane tras la traición de su mayor aliado angelical que se convirtió en un Caído. Lucharon junto a Diane, erigiéndose como guardianes de los cielos y la tierra, excepto el guiverno negro del Héroe.
» Pero Sangre Oscura narra una historia diferente. Afirma que el lord Héroe llegó montando sobre el guiverno negro, una criatura poderosa capaz de arrasar un ejército entero. Lo crucial era que ese guiverno era el Señor de los Divinos.
» Y así, cuando el Héroe arribó, lo acompañó una hueste de Divinos: guivernos, anfipteros, guivres y lindworms, todos bajo el mando del Dios Negro.
» Sin embargo, a pesar de todo, el Héroe seguía siendo humano en ese entonces. ¿Por qué lo seguirían a él? ¿Qué sentido tiene todo esto? —cuestionó Ril.
—Ay, Ril, ¿y soy yo quien debería convertirse en una erudita? —bromeó Xeli.
Ril dejó escapar una risa.
—¿Qué opinas del libro hasta ahora? —preguntó Xeli.
—No he avanzado mucho, pero es... intrigante —confesó Ril—. No contradice abiertamente lo que nos han enseñado, es más bien como una visión adicional. En ambos casos, se sugiere que el Héroe tomó el mando de los ejércitos, ya sea aprovechando su debilidad o respondiendo a la necesidad de liderazgo en la humanidad. Ambas pueden ser incluso ciertas.
» No obstante, el libro no respalda completamente al Héroe, ni mucho menos a Diane. Habla de la bondad del Héroe, pero también de los sacrificios que realizó. Con Diane ocurre lo mismo, se menciona su divinidad, pero también su impotencia al asumir una forma mortal.
» Aún estoy en proceso de lectura. Por ahora, solo puedo describirlo como extraño, confuso e incluso inquietante. Aunque... tengo la sensación de que falta algo en él. No es un libro que cualquiera deba leer. Y cuando se habla de su regreso... del Destructor.
Ril se estremeció como si una garra helada le arañara el alma. El solo oír el nombre del Destructor le provocaba una honda angustia. Una nueva Cantata del Fuego que desencadenaría el cataclismo y la aniquilación. El crepúsculo de todas las cosas y el despertar del Portador del Olvido. Las profecías eran inequívocas y Xeli las rechazó con vehemencia. Pero la visión en su mente de Sprigont consumiéndose, envuelta en llamaradas, emergió de forma irremediable y el Destructor alzándose le provocó un escalofrío.
—¿Entiendes ahora por qué tenía sueños tan feos de niña y por qué me dijeron que no lo leyera?
—Sí, lo entiendo —respondió su hermano, dejando el libro cerrado sobre una mesita—. Pero dime, ¿de verdad quieres hacer esto? No va a salir bien. Sangre Oscura lo dejó muy claro.
—Sí, estoy segura —afirmó la joven dama, recordando aquel sentimiento.
—Te he conseguido un lugar en la catedral, exclusivo para ti. Así, nadie te molestará —dijo Ril—. Hablé con Kalex, el capitán de tu guardia. Él conoce el sitio y te guiará.
—Gracias, Ril, por todo lo que haces por mí.
Rilox sonrió.
—No necesitas agradecerme —respondió—. Considera esto mi forma de agradecerte por prestarme el libro y por encargarte de la música en el baile aquel día.
—¡Ah, sabía que habías sido tú! —exclamó Xeli—. Me sorprendió que músicos tan buenos se atrevieran a tocar la Dama del Amanecer sin un organista.
—No lo hice solo —confesó su hermano, levantando las manos—. Madre también me ayudó. Le dije que no podrías resistirte si tocaban tu canción favorita con ese pequeño fallo.
Xeli soltó una risa.
—Eres un tramposo.
Ril emitió una carcajada.
—Me alegra que decidieras venir al baile —dijo—. No es bueno aislarse tanto de la familia, ¿entiendes?
—No soy yo quien se aleja —respondió Xeli con una mueca—. Son ellos quienes me evitan. Lo has visto, a veces ni siquiera me miran a los ojos.
El ceño de Ril se frunció en señal de duda.
—¿Todos? ¿Incluso mamá y Kisol?
—Sabes a quiénes me refiero —dijo Xeli, rodando los ojos.
—No, Xeli, no lo sé —insistió Rilox—. Que papá actúe así no significa que toda la familia te quiera excluir. Mamá siempre pregunta por ti y se alegró mucho de verte después de tanto tiempo. Y Kisol no para de preguntarme cuándo volverás a jugar con ella. Solo tiene ocho años y no comprende lo que pasa. Se puso muy contenta cuando le ayudaste con las pinturas.
—Mamá siempre intenta cambiar lo que pienso.
—¿Pero lo hace de la misma forma que papá? —Xeli no respondió—. Sabes que no es así. Todo lo que hace, lo hace pensando en tu bienestar. Quiere lo mejor para ti y para la familia. Incluso te apoyó en tus estudios. ¿Piensas que fue solo por mi insistencia con papá? Está preocupada, Xeli, al igual que yo me preocupo por ti.
Xeli soltó una carcajada.
—¿De qué te ríes? —preguntó su hermano, frunciendo el ceño.
—De nada, solo pensaba en lo cursi que serás con tu prometida.
Rilox se sonrojó y le dio un empujón juguetón con el codo.
—Cállate.
—Perdón, perdón —dijo Xeli—. Entiendo lo que dices. Intentaré no alejarme tanto, aunque no sé si pueda hacer mucho después de hoy. Tampoco sé si podré jugar con Kisol. Creo que este será el último encuentro familiar por un tiempo.
Rilox guardó silencio un momento.
—Es una de las peores ideas que te he oído decir —admitió—. Tus planes ya son imprudentes, pero esto es una locura. Si me pidieras consejo, te diría que no lo hagas.
—Por suerte, no te pedí ningún consejo —respondió Xeli, provocando que su hermano frunciera el ceño otra vez, y ella rio—. No pongas esa cara, podrías arruinar tu rostro atractivo, Ril. Sé que es una locura, una de las mayores que se me han ocurrido. Pero alguien tiene que hacerlo.
—Pero no tienes por qué ser tú —insistió su hermano—. Como dijiste, alguien debe hacerlo. No necesariamente tienes que ser tú. Puedo informarte sobre todo lo que se dice de los heroístas. Incluso puedo hacer algunas preguntas si hace falta.
—Eso puedes hacer —aceptó Xeli—. Pero no es suficiente. No basta con oír lo que dicen. Necesito escuchar lo que me dicen a mí. Si Ziloh me ve entrar, no hablará solo para los creyentes en general, sino directamente para mí. Eso cambiará su discurso.
—¿Estás tan segura de que pasará eso? —preguntó Ril con un escalofrío apenas perceptible. Ella asintió—. Es una idea tremendamente peligrosa y arriesgada.
Xeli no lo contradijo.
Afortunadamente, él era el heredero y ella, solo una de las muchas hijas del gran señor.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro