Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

7


Si, demasiada gente murió, ciudades fueron devastadas y cientos de especies sufrieron la extinción. Edjhra no volvió a ser lo que era. Sin embargo, ¿alguien podría haberlo hecho mejor, si ni siquiera Diane tenía la fuerza para hacerlo?

De Sangre y Ceniza: prólogo.


La noche envolvía el mundo en silencio, y el cielo se adornaba con nubes enmarañadas. Xeli, en su alcoba, enfrentaba un dilema: la elección del atuendo perfecto para el próximo baile. Su vestido negro, símbolo de su devoción, no era apropiado para la ocasión festiva. Necesitaba una prenda que reflejara su elegancia y sencillez, sin ocultar su belleza.

Oh, si tan solo fuera sencillo encontrar un vestido así...

Xeli recorría su habitación de un lado a otro, tirando con fuerza de su colgante. Su guardarropa parecía haber estallado, esparciendo vestidos por todas partes. Los probaba uno tras otro y se contemplaba en el espejo. Buscaba encarnar la nobleza, pero cada intento la hacía sentirse más torpe. Se preguntaba cómo combinar tantos accesorios y cómo evitar sentirse abrumada.

En uno de sus primeros intentos, Xeli optó por joyas deslumbrantes, pero se sintió sobrecargada y abandonó la idea. Luego, eligió un vestido simple, desprovisto de adornos, pero el resultado fue aún más desalentador. ¿Existiría alguna solución?

Pensó en consultar a una de las sirvientas. Su madre solía tener damas de compañía que la ayudaban a elegir entre los vestidos. Pero Xeli las había despedido hace muchos años. No soportaba sus cotilleos, aunque la idea le resultaba tentadora. Sin embargo, descartó la opción de hablar con los criados del castillo. No quería que los nobles, sobre todo lady Janne, supieran de su dificultad para vestirse.

¿Y su madre, podría ayudarla? Hacía tiempo que no se veían. ¿Qué tal si Jhunna no deseaba verla?

—¡Ah, ah, ya sé, ya sé! —exclamó Xeli con entusiasmo.

Se dirigió hacia uno de los cofres escondidos detrás de su guardarropa. ¿Cómo había olvidado eso? Al abrirlo rápidamente, encontró algunas de sus posesiones más preciadas: libros y apuntes sobre los Hacedores de Sangre. Y allí, cuidadosamente envuelto en un paño, descubrió un elegante vestido de seda verde.

Xeli no perdió tiempo y se cambió de inmediato. Sonrió al verse en el espejo. La amplia falda le permitía moverse con soltura, y el vestido, decorado con hilos de oro en el escote y las mangas, aportaba el toque de elegancia y sencillez que buscaba. Este vestido había sido un regalo de su madre hace mucho tiempo, reservado para una ocasión especial y con los colores de su casa.

El baile estaba cerca. El cielo se había oscurecido horas antes, envolviendo la mansión en una misteriosa penumbra. Xeli sabía que, si tenía que ir al baile, al menos aprovecharía la ocasión para cumplir una misión especial: hablar con lady Cather, la Caballera Dragón, para ayudar a los heroístas. Solo esperaba controlar sus nervios y no equivocarse con sus palabras en un momento tan crucial. La última vez que había visto a la caballera...

«No pienses en eso.»

Y arrojó los recuerdos a un rincón vacío de su mente.

En la espera, Xeli buscó consuelo en la lectura, aunque su avance era mínimo. Sentía frustración, pues su don para hallar respuestas se manifestaba desde temprana edad, ya fuera en Sprigont o en sus conjeturas sobre los cultivos. A pesar de ser alabada por sus tutoras, Xeli no ansiaba ser erudita. Su corazón palpitaba por un propósito distinto, aunque inalcanzable.

Los enigmas que agobiaban a los estudiosos de Sprigont, como la Devastación, la brevedad de la vida animal, la longevidad humana o el surgimiento de oscuras especies, atraían a innumerables sabios. Incluso su padre había sido informado sobre las capacidades de Xeli y que el Gran Consejo deseaba orientar su formación. Pero su corazón la llevaba a otra senda: quería socorrer y abogar por la paz, aunque esto implicara inmiscuirse en la política de Nehit.

Sumida en sus cavilaciones, sus recuerdos flotaban como sombras. Hacía unos días, tuvo un sueño peculiar, uno que parecía más una vivencia real. En él, presenció la muerte de Zelif, personas pereciendo y clamando por su auxilio. El Héroe también aparecía en ese sueño, su rostro divino destilaba poder, pero también mostraba una oscuridad que deterioraba todo. Xeli no sabía si ese semblante era real o solo producto de su mente.

Encendió su lámpara de petralux, pero su luz apenas alumbraba su espacio. Imaginaba cómo sería poseer una lámpara de aceite sin temor a que estallara. Finalmente, sus ojos se posaron en una frase conmovedora en el libro que sostenía:

«Diane ha caído. Está muerta.» Leyó la frase con solemnidad, dejando que las emociones fluyeran por su ser, cada palabra resonando como ecos en su mente inquieta.


No hizo falta ver su cadáver para saberlo. El cielo se había rasgado con estruendos, y la Devastación se abalanzaba sobre los tres reinos. Era el augurio de nuestro fracaso, de nuestra extinción. Ella era la única que podía plantar cara a ese horror. Ella era nuestra luz en la tiniebla. Sin ella, no teníamos ninguna posibilidad; sin ella, no éramos nada.

Las hordas demoníacas avanzaban sin piedad, mientras yo me quedaba allí, paralizado, rodeado de los cadáveres de mis amigos y hermanos, incapaz de reaccionar ni de defenderme. Contemplaba el horror y la destrucción, el pánico y el terror. Me sentía como un niño abandonado, esperando el golpe final.

Diane era la diosa prometida, el dragón pálido que traería la paz a los reinos y acabaría con el reinado del Portador del Olvido. Pero ahora estaba muerta. ¿Había hecho bien en seguir su senda? ¿Era realmente quien decía ser? Ya no tenía sentido cuestionarlo, no había vuelta atrás.

Sin embargo, todos seguían luchando. Los Caballeros Dragón resistían, mientras los demás soldados caían uno tras otro. Beatrice me decía que la guerra aún no estaba perdida, que aún podíamos vencer. No le creí hasta que lo vi con mis propios ojos.

Nadie podía detener la Devastación, eso nos lo había advertido Diane. Pero él lo hizo. El Héroe se enfrentó a la Devastación. Los demonios seguían atacando y él los repelió al cerrar el portal entre los reinos, aprisionando a su vez al Portador del Olvido. Salvó más vidas de las que puedo contar. Y lo hizo arriesgando la suya propia, como siempre había hecho.

Cuando volvió con el cuerpo de Diane entre sus brazos, lo comprendí todo. Él había tomado el poder de la diosa para lograr tales proezas. Muchos lo odiaron y maldijeron: amigos míos y fieles dianistas. Pero yo, que era uno de los consejeros más cercanos de la diosa, no pude hacerlo.

Porque la mirada del Héroe me traspasó el alma con una intensidad que nunca había sentido. Era como si me hablara sin palabras, como si me pidiera perdón por lo que había hecho. Pero también vi en sus ojos algo más: un brillo sobrenatural, una fuerza insondable, una sabiduría infinita. Vi la eternidad, el inmenso poder de la divinidad. Fue entonces cuando supe que él era el nuevo Dios. Nuestra nueva esperanza y debíamos proteger su nombre, incluso cuando el odio quisiera silenciar estas nuevas creencias.


Xeli dejó el libro a un lado y se recostó sobre el respaldo de la silla. Habían transcurrido varios años desde la última vez que leyó aquel fragmento de Sangre Oscura y, hasta ahora, no podía recordarlo con claridad. Sin embargo, el sueño que había tenido era demasiado similar. Se preguntaba cómo podía haber soñado eso sin recordar esa parte del libro.

—Tal vez solo fue mi subconsciente —se dijo a sí misma mientras masajeaba sus sienes.

Los sueños eran irracionales por definición.

Un golpe en la puerta interrumpió sus reflexiones, y Xeli permitió que la persona entrara. Esperaba a uno de los criados, pero no se sorprendió al ver a Rilox, su hermano.

—¿Ya estás con otro libro? Pero si acabas de volver de la biblioteca —comentó Rilox al entrar en la habitación y cerrar la puerta—. No entiendo cómo puedes leer tanto; yo me aburro con solo mirar las letras.

—Bueno, es que... los libros son muy interesantes, y... y aprendo muchas cosas, y... —balbuceó Xeli, sin saber cómo explicarle su pasión por la lectura.

Rilox alzó una ceja.

—¿Cuántos libros has leído en lo que va del año? —preguntó.

Xeli soltó una risita nerviosa, reconociendo su obsesión por la lectura.

—¿Y a qué se debe el honor de tu visita, oh gran heredero? —bromeó, intentando cambiar de tema.

—He venido a averiguar por qué la segunda hija del gran señor de estas tierras me dio plantón hace unas noches —respondió Ril, con su impecable voz de aristócrata.

«¡Ay, no! Se me olvidó otra vez», pensó Xeli.

—Yo... Ril, lo siento.

—No te preocupes, Xeli. Fue un día muy duro para todos —dijo su hermano con una sonrisa dulce—. Menos mal que tú no tuviste que aguantar el mal genio de nuestro padre; por un momento, creí que iba a tirarse por la ventana de la rabia.

—Cosas del heredero —dijo Xeli—. Tú eres el que pasa más tiempo con él.

—Pues me gustaría que me acompañaras alguna vez, ¿sabes? —propuso Rilox, acercándose a una de las sillas—. ¿Puedo sentarme?

—Claro, siéntate —dijo Xeli, haciendo un gesto con la mano.

Rilox rio y se sentó con las piernas cruzadas.

—¿Esta vez no vas a servirte una copa del vino agrio que tanto te gusta? —preguntó Xeli.

Ril negó con la cabeza.

—Ni hablar —respondió—. En el baile no dejarán de ofrecerme bebida, así que prefiero permanecer lo más sobrio posible hasta ese momento.

—¿Por tu prometida? —preguntó Xeli con reservas, no queriendo hablar mucho sobre Janne Malwer.

—En parte, sí —respondió su hermano—. No le agrada que beba demasiado. Dice que el heredero debería mantenerse sobrio incluso durante los bailes.

—Creo que lo dice para evitar que cometas alguna necedad —dijo Xeli—. Hasta yo sé cómo te comportas cuando bebes.

—Eso era antes —afirmó Ril—. ¿Sabes cuántos bailes y reuniones te has perdido? Hace años que no te veo en ninguno, ya no soy como antes.

—Ya lo veremos, entonces.

—¿Y qué te hizo cambiar de opinión esta vez? —preguntó Ril con curiosidad—. Siempre te niegas a venir al baile.

—Pues, Loxus me convenció de que me hacía falta salir un poco —tartamudeó Xeli, ruborizándose—. Pero antes tenía que acabar de catalogar unos libros en la biblioteca. Fue un horror, había tantos libros que no sabía ni por dónde empezar. Casi me agobio. No es que me vaya a agobiar, pero ya sabes, es muy estresante. Y, además, no me gusta dejar las cosas a medias. Me gusta ser ordenada y meticulosa. Aunque a veces eso me juega malas pasadas. Como ahora, que casi no puedo elegir un vestido. No es que me importe qué vestido elegir, la verdad, pero es de mala educación no ir arreglada, ¿no crees?

Rilox soltó una risotada.

—Qué raro que la segunda hija del gran señor de Sprigont se dedique a ordenar libros en una biblioteca —se burló Ril. Xeli le lanzó una mirada de reproche—. ¿Y me traes otro libro para leer?

Xeli guardó silencio durante unos momentos, pensativa. Solía prestarle a su hermano los libros que conseguía de la biblioteca, no para cambiar sus opiniones, sino para ampliar su mentalidad. Quería que Rilox no desconfiara tanto de los Heroístas como lo hacía su padre.

«¿Pero prestarle Sangre Oscura?», pensó.

Era demasiado arriesgado.

No era por miedo a que no le devolviera el libro, sino por lo que podría pasar si alguien descubría que él tenía ese libro. Probablemente lo tratarían igual que a Xeli. Y ella no quería causar problemas a su hermano.

—¿Qué me dices de este? —dijo Rilox, poniéndose de pie.

Se acercó a la mesa para examinar el grabado del libro con curiosidad.

Sangre Oscura—leyó Ril—. ¿No es el libro del que me hablaste una vez? El que te prohibieron seguir leyendo.

—¿Lo recuerdas? —preguntó Xeli—. Han transcurrido años desde eso.

—Te sorprendería las cosas que recuerdo, hermana —dijo él sonriente—. ¿Puedo leerlo? Se ve interesante.

—No sé... —confesó Xeli, nerviosa—. No es un libro para todos. Habla sobre lo que ocurrió en la Cantata del Fuego hace dos mil años desde el punto de vista de uno de los vasallos del Héroe. No es bien visto por los Dianistas.

—¿Dice algo malo de nosotros? —preguntó Ril.

—No, pero... —Xeli vaciló, mordiéndose el labio—. Es un libro muy polémico. Tiene muchas cosas que podrían ofender a algunos. O a muchos. O a todos. No sé, depende de cómo lo veas. A mí me parece muy interesante, pero también muy peligroso. No quiero que te metas en líos por mi culpa.

—Ah, entonces no hay problema —interrumpió su hermano—. No dejaré que nadie me vea leyéndolo, si es lo que quieres.

Xeli suspiró. A veces era inútil intentar negarle algo a su hermano.

—Está bien, puedes leerlo.

Rilox sonrió, victorioso.

—Luego del baile vendré a leer.

—Espera, ¿cómo que vendrás? —exclamó Xeli—. Tienes tus aposentos para leer.

—No sabes cuánta gente suele rondar por mi habitación —dijo Ril—. Y si quiero que nadie me vea leyéndolo, lo mejor será hacerlo en un lugar donde nadie se atreva a entrar, y tu habitación cumple ese requisito.

Xeli frunció el ceño.

—Bobo.

Ril pegó una risotada.

Xeli sintió algo inusual, un latido distante que no provenía de su corazón. Era más sutil, casi imperceptible, emanando del oeste, donde la Devastación nacía. Se acercaba rápidamente, y de repente, ya estaba aquí, para luego desvanecerse. Confundida, Xeli se levantó y dejó a su hermano para ir al balcón. Corrió las cortinas y enfrentó la noche profunda; su hermano se quedó atrás, temeroso como todos, pero Xeli no solo quería observar, necesitaba ver.

Un recuerdo acompañó ese latido, un destello del pasado aún no comprendido. Antes de que pudiera reflexionar, el mundo cambió ante sus ojos. La negrura de las edificaciones del entorno se intensificó, pasando de una opacidad pálida a un negro abismal. La ausencia de luz era deslumbrante en su intensidad.

Las sombras se transformaron. La propia sombra de Xeli se distorsionó, perdiendo forma, para luego retomar una apariencia innatural, rehuyendo de la luz en lugar de enfrentarla. Entonces, la tierra tembló con fuerza, un movimiento imposible de ignorar, poderoso, como si todo estuviera a punto de derrumbarse.

Xeli se apoyó en la pared más cercana, aferrándose a su colgante, mientras Ril se sujetaba al escritorio. Se miraron con inquietud, temiendo que la torre del castillo se partiera en dos. Xeli quiso gritar, pero su voz se ahogó en el estruendo.

«Protégenos, Héroe», suplicó en silencio.

Observó las casas en los barrios bajos del norte, chozas frágiles que, sorprendentemente, resistían el temblor. ¿La Devastación las había fortalecido? Sí, era la bendición del Héroe.

El cielo cambió, las nubes se desplazaban caóticamente hacia el oeste, acumulándose unas sobre otras. Xeli comprendió lo que veía: la Onda de la Devastación. Su poder se reflejaba en la ciudad, un recordatorio de su presencia y su amenaza.

Esta onda era más poderosa que nunca, una manifestación sin precedentes en años. La lámpara en la habitación brilló intensamente, como las lámparas de aceite fuera de la Tierra Corrompida, pero pronto la luz se debilitó, regresando a su tono mortecino. Después, todo cesó.

Xeli se retiró del balcón y se sentó en el escritorio, sintiéndose desorientada. El mundo había dejado de temblar, pero ella aún sentía una agitación interna. Ril se acercó con preocupación.

—¿Estás bien? Nunca te había visto así, parecías asustada —dijo.

—Sí, lo estoy —balbuceó Xeli, forzando una sonrisa para disimular su nerviosismo.

Observó la mano con la que sujetaba el colgante y notó las marcas visibles en su palma. Necesitaba controlar ese mal hábito.

—No pasa nada, de verdad —insistió Xeli.

Rilox frunció el ceño, consciente de que algo no estaba bien, pero no insistió en preguntar.

—Deberíamos ir al baile —sugirió Ril—. Le dije a padre que te acompañaría yo, en lugar de los criados.

—¿Y eso hace cuánto? —preguntó Xeli.

—Hace un rato —respondió Rilox—. Ahora debemos darnos prisa antes de que algo más suceda.

Xeli asintió, aun intentando asimilar lo ocurrido. Era solo otra ola de la Devastación, nada fuera de lo común. Se levantó y siguió a su hermano hacia el gran salón, que quedaba abajo, fuera de la torre.

Al llegar, Xeli escuchó la música y se dejó llevar por sus vibrantes notas. Reconoció a los músicos de inmediato: Hunflax Morkur en el violín, Yummal Fillow en el laúd y Kaley Fillow en la flauta.

—¿Los conoces, Ril? ¡Son increíbles! —exclamó Xeli.

—Vaya, tienes un oído prodigioso. ¿Cómo puedes distinguirlos así? —preguntó Ril, admirado.

—La música no es solo oírla, es sentirla —respondió Xeli con una sonrisa.

—Ya, ya, tú eres la experta en música —Ril se rió—. Bueno, ya hemos llegado. ¿Lista?

—¿De verdad? —Xeli se puso nerviosa y empezó a farfullar—. Bueno, yo... es que... no sé si... ¿tú crees que...?

Rilox sonrió y tomaron el último pasillo. Allí les esperaban unas enormes puertas Stawer, abiertas de par en par. No hicieron falta más que unos pasos para apreciar lo que ocurría adentro. La iluminación parecía mágica, con lámparas y candelabros que inundaban el salón de luz. Una vista poco común en la Tierra Corrompida.

Xeli entró al salón de baile y quedó maravillada. En el centro, una plataforma de madera pulida se alzaba unos centímetros sobre el suelo, invitando a los bailarines. Alrededor, mesas con manteles blancos y flores negras. Los nobles, vestidos con elegancia, ocupaban las mesas y charlaban mientras disfrutaban de manjares y bebidas. Algunos se levantaban y se dirigían a la pista de baile, donde parejas danzaban con gracia. El ambiente rebosaba alegría y emoción.

Xeli observó a las parejas con deleite, maravillada por su coordinación. ¿Cuánto habrían ensayado? Movían sus cuerpos con una soltura asombrosa. Aunque por un instante imaginó estar allí, pronto desechó la idea. Bailar había sido una negación de años, y no tenía sentido intentarlo ahora.

En un extremo, en una plataforma elevada, encontró una mesa donde estaba su familia. Ril le sonrió al acercarse.

—No esperaba que vinieras, pensé que los religiosos no asistían a los bailes —dijo alguien a su lado con sorna.

Xeli volteó, frunciendo el ceño al reconocer la voz de Lady Janne Malwer a su lado. La noble, de piel morena, era mucho más alta que Xeli, con una mirada viperina y una sonrisa socarrona que exasperaba a la joven señora. Era hermosa, lamentablemente, de ascendencia sureña más allá del Mar Oscuro, de tierras cálidas y fértiles.

Lady Janne era brillante y astuta, con gran poder y renombre. Además, la única AB positiva en Sprigont y la más alta en la jerarquía. Quizás la pareja perfecta para Ril. Sin embargo, como persona, era detestable. Xeli siempre la evitaba, era egocéntrica y desquiciante.

No esperaba esta emboscada.

—Cuando me dijeron que mi Ril había ido a buscarte, pensé que me jugaban una broma —dijo Janne, mientras escudriñaba a Xeli con la mirada—. Pero tal parece que sí era cierto.

—Hay muchas cosas que no conoces de nosotros, lady Janne —respondió Xeli, manteniendo la compostura.

—Ah, ¿sí? ¿Cómo cuáles? —preguntó Janne entre risas—. ¿Que tu guardarropa no solo tenga vestidos negros? ¿O de dónde sacaste ese vestido?

Xeli, enfrentando la provocación con serenidad, le respondió con una mirada firme.

—¿Por qué debería explicártelo? Sería más fácil hablarle a un nevrastar que a ti. Al menos, el Nevrastar prestaría atención.

—No eres graciosa, pequeña religiosa —dijo Janne, frunciendo el ceño.

—No busco ser graciosa, sino veraz —respondió Xeli, esforzándose por ocultar una sonrisa—. Lamentablemente, tu limitada comprensión parece interpretar mi seriedad como humor.

Janne bufó con desdén.

—Eres un caso perdido y una pérdida de tiempo —declaró—. Todos ustedes, los religiosos, se creen superiores, presumiendo de un intelecto superior. Pero aquí, en la vida real, y no en la iglesia, esas actitudes no tienen lugar. Recuerda con quién hablas. Puede que seas la hija de Lord Haex, pero mi casa ostenta gran influencia en Sprigont. Sin nuestra ayuda, este lugar habría caído en la hambruna como las ciudades vecinas. Agradece a nuestros comerciantes que arriesgan sus vidas cruzando el Mar Oscuro para traer alimentos.

» Ahora, por favor, evita causar problemas a mi Ril. Ya tiene suficientes preocupaciones sin tener que lidiar con alguien... como tú.

Janne se alejó sin mirar a Xeli, uniéndose a un grupo de nobles solteras que se burlaban de ella a sus espaldas.

Xeli, sintiéndose incómoda, avanzó hacia su mesa. La etiqueta religiosa no debería importar tanto. Mordiéndose el labio, buscó con la mirada a la Caballera Dragón, la invitada de honor a quien no lograba encontrar. Necesitaba hablar con ella en nombre de los heroístas.

Su padre, el señor de Sprigont, le lanzó una mirada fugaz y gruñó, pero permaneció en silencio. Su madre, por otro lado, le sonrió con timidez. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que se vieron? ¿Días? ¿Semanas? Xeli correspondió la sonrisa; era suficiente por ahora.

Lady Jhunna, aún hermosa a pesar de los años, asentía a uno de los cortesanos mientras Xeli se acercaba. Kisol, la pequeña de la familia, se emocionó tanto al ver a Xeli que dejó caer su cuchara en la sopa, causando un pequeño desastre.

—Compórtate —reprendió su padre a la niña con severidad.

Kisol inclinó la cabeza, avergonzada, y sus mechones castaños cubrieron sus ojos llorosos.

Xeli, molesta por el trato de su padre, se sentó junto a Kisol, sonriendo cálidamente a la niña y dándole un fuerte abrazo. Kisol respondió al abrazo con igual fuerza, mostrando una sonrisa inocente mientras Xeli miraba a su padre con desaprobación.

—¿Cómo has estado? —preguntó Xeli a la pequeña.

—Mamá dice que seré una gran artista —respondió Kisol con orgullo—. ¿Quieres ver mis pinturas? Podemos ir después del baile. ¿Puedes ayudarme a pintar, mamá?

Lady Jhunna miró a Xeli con una expresión de disculpa, pero mantuvo una sonrisa suave.

—Por supuesto que podemos ir —aseguró Xeli, y Kisol casi saltó de felicidad.

—Ten cuidado, Kisol —advirtió su hermano al sentarse—. Xeli suele olvidar sus promesas, especialmente cuando se trata de la familia.

Xeli frunció el ceño ante el comentario de su hermano, quien se reía para sí mientras hablaba con uno de los sirvientes.

—No le hagas caso, ya sabes cómo es. Solo busca molestar —dijo Xeli a Kisol, quien asintió eufóricamente.

Mientras terminaba su sopa, Kisol empezó a cantar la melodía que sonaba en la sala. Xeli se rio y volvió su mirada hacia la mesa, encontrándose con la mirada despectiva de Vexil, su hermana menor. Los ojos oscuros de Vexil destilaban desprecio y rencor hacia Xeli. Era evidente que Vexil no estaba contenta con su regreso. Xeli sintió un nudo en la garganta e intentó ignorar el rechazo de su hermana.

—Hola, Vexil —saludó Xeli, manteniendo su sonrisa genuina.

Vexil no respondió y desvió la mirada, como si la presencia de Xeli no tuviera importancia. Xeli se preguntó si su hermana alguna vez entendería que no era su culpa que la hubieran obligado a servir al dianismo.

Rilox se sentó entre su padre y Vexil para aliviar la tensión y ayudar a Xeli. Le agradeció con una sonrisa. Poco después, los criados sirvieron el plato principal: ternera ahumada y vino dulce. Xeli, sorprendida por la exquisitez del menú, sintió cómo su estómago rugía de hambre. Había pasado meses comiendo solo vegetales y verduras insípidas.

Lady Jhunna notó su asombro y la animó a comer.

—Hoy es un día especial —explicó su madre—. La celebración y la comida son en honor a la Caballera Dragón. Tu padre se aseguró de que prepararan la ternera y el vino lo antes posible.

Xeli observó a Kisol bebiendo zumo de naranja mientras Lord Haex aprobaba con un gruñido. Rilox disfrutaba del vino, feliz.

Preparar un banquete así en Sprigont debió ser un gran desafío. La carne fresca y el vino dulce eran raros en una tierra tan árida y muerta. Conservar la carne y mantener la ternera sana debió requerir muchos recursos y esfuerzos.

Xeli comenzó a comer, saboreando cada bocado de la suculenta ternera ahumada. El aroma y el sabor eran un deleite para sus sentidos, un contraste con su dieta habitual. El vino dulce la reconfortó, recordándole tiempos más felices.

Pronto, su plato quedó vacío. Su madre la miró con una sonrisa aún más amplia.

—Parece que tenías mucha hambre —comentó Jhunna.

Xeli asintió, devolviéndole la sonrisa, sintiéndose feliz. Había extrañado estos momentos en familia, un respiro de las preocupaciones habituales.

Un momento de paz y armonía familiar.

Entonces su padre se puso de pie, seguido por Rilox, y poco a poco todos en el salón empezaron a levantarse. Kisol tiró del vestido de Xeli con urgencia, y Xeli, confundida, miró a la pequeña, preguntándose qué sucedía.

—¡La Caballera Dragón! —exclamó Kisol, aun tirando del vestido de Xeli—. Mira, Xeli, mira. ¡Es lady Cather!

Xeli se giró hacia la entrada y se puso de pie, al igual que los demás, tomando la mano de su hermanita. La Caballera Dragón lucía un vestido plateado con una falda bombacha y escote en el frente. Su cabello ondulado y largo, junto a su tez pálida y ojos azules deslumbrantes, la hacían destacar entre la multitud.

«Es hermosa», pensó Xeli, sorprendida.

Había imaginado a la caballera como una mujer fornida y experimentada en el combate, llena de cicatrices y probablemente más vieja. No esperaba la belleza y elegancia que veía ahora. Cather era una Hacedora de Sangre, perteneciente a los Caballeros Dragón, y poseía una figura curvilínea de pecho generoso con un rostro delicado.

Detrás de ella entraron sus escuderos, Kazey y Voluth, vestidos de manera sencilla pero elegante. Se sentaron junto a Cather en una mesa especialmente preparada para ellos en una plataforma elevada.

Xeli apartó la mirada, sintiendo un escalofrío. La última vez que había visto a Cather había sido...

—Xeli, ¿estás bien? —preguntó Kisol.

—Sí, sí lo estoy. No te preocupes, sigue comiendo —respondió Xeli, pensando en cómo abordar a la caballera.

La música volvió, una melodía alegre que invitaba a bailar. Un joven se acercó a la mesa, vistiendo un traje elegante azul oscuro con bordados dorados. Era el primogénito de los Gulkan, una de las Grandes Casas de Nehit.

—¿Me concede este baile, miladi? —preguntó el joven, cuyo nombre Xeli no recordaba.

—Por supuesto —respondió Vexil con una amplia sonrisa, levantándose de la mesa.

Vexil danzaba con gracia, moviéndose al son de la música como si fuera parte de ella. Xeli, sorprendida por la habilidad de su hermana, se preguntó si el joven sería su prometido. Rilox se levantó y se dirigió hacia el fondo del salón, hacia lady Malwer, quien lo esperaba con una copa de vino. Xeli se sonrojó al notar la mirada despectiva de la mujer y de las otras damas. Se sintió fuera de lugar en este entorno aristocrático y distante.

Observando la pista de baile, vio a Vexil bailando ahora con el segundo hijo de los Dainovius. La rápida sucesión de parejas hizo reír a Xeli.

¿Era esa su tímida hermana?

Entonces, notó algo que debió haber visto antes. Un hombre cruzaba el salón con una botella de vino solo para él. Vestía una larga casaca verde que caía casi hasta los tobillos, como una capa. Sin embargo, no tenía la presencia ni el renombre que se esperaría de alguien de esa nación. Estaba desarreglado. Su cabello castaño estaba enmarañado y sucio, su barba irregular y descuidada, y sus ojos brillaban febrilmente. Caminaba tambaleándose y chocando con los demás invitados, que lo miraban con desprecio o indiferencia. Parecía un forastero en un ambiente refinado y elegante, como una mancha en un lienzo perfecto.

«Lord Hacedor de Sangre», pensó Xeli. La diferencia entre él y lady Cather era tan marcada que resultaba cómico pensar que él era el Hacedor de Sangre más importante de Nehit.

Mientras el tiempo pasaba, Xeli se sentía cada vez más incómoda y desorientada. Lady Jhunna sugirió que debería bailar, pero Xeli se mostró reticente.

—¿Y con quién se supone que baile, madre? —preguntó Xeli, mirando tristemente a Ril bailando con lady Janne—. A nadie parece interesarle bailar conmigo. Soy aburrida, solo conozco de libros y temas extraños, y no sé bailar bien. ¿Quién querría bailar con alguien así?

Lady Jhunna observó con tristeza cómo ningún varón invitaba a Xeli a bailar. A pesar de ser una excelente opción como esposa, no había pretendientes.

—Debí imaginármelo —dijo Lord Haex con desdén—. Ahuyentaste a todos tus pretendientes cuando juraste lealtad al Héroe y te alejaste de las celebraciones importantes. Parece que eres un caso perdido.

Xeli, sin responder, decidió actuar. Se levantó de la mesa y se dirigió hacia Cather, decidida a superar su timidez. En su camino, tropezó con un joven.

—Ay, perdón, no quería... —balbuceó nerviosamente, buscando consuelo en su colgante.

—Tranquila, lady Xeli —respondió el joven, Ulam de la casa Torkbon, un joven guapo—. No esperaba verte aquí. ¿Te gustaría bailar?

Xeli, sorprendida por la invitación, se quedó sin palabras, considerando la propuesta inesperada.

—Oh, no, yo... no vine a bailar, en realidad no planeaba venir —se apresuró a decir Xeli, sintiéndose incómoda—. Pero Cather está aquí, y como es una Hacedora de Sangre, quería verla. Pero no es que no... ¡Ay, qué vergüenza!

Xeli se alejó corriendo, sintiéndose torpe y avergonzada por su reacción. Se lamentaba por no ser invitada a bailes, y ahora había arruinado esta oportunidad.

Mientras se alejaba, escuchó carcajadas y vio a Ulam riendo con sus amigos, lo que aumentó su enfado. ¿Cómo pudo ponerse nerviosa por ese joven? Era frustrante.

Desde la distancia, la Caballera Dragón la observó con una mirada penetrante y le ofreció una sonrisa amable mientras se acercaba. El mundo de Xeli pareció tambalearse por un momento, envuelta en pánico y asediada por recuerdos de gritos y oscuridad. Pero antes de que pudiera reaccionar o enfrentar su destino, Cather llegó a su lado.

—Lady Xeli, ¿cuánto has crecido? —preguntó Cather, ofreciéndole una copa de vino. Xeli la aceptó con cuidado, deseando no cometer un error—. La última vez que te vi, eras una niña traviesa que evadía las clases de etiqueta.

—Gracias, Cather. Necesitaba hablar contigo...

—¡Pero si es nuestra monjita favorita! —interrumpió Lord Hacedor de Sangre, acercándose con una sonrisa burlona—. ¿Qué te trae aquí, lady Xeli? ¿Has encontrado algún libro interesante en el baile? Espero que no pongan esa música soporífera de las iglesias.

Xeli se sonrojó y trató de responder.

—Quería hablar sobre...

—¿Puedo hablar contigo un momento, lady Cather? —interrumpió Walex, ignorando a Xeli—. He intentado conversar contigo desde tu llegada, pero siempre me esquivas. Me gustaría tener un momento a solas contigo, algo de vino y un lugar más íntimo.

—¿Y te sorprende que te evite? —replicó Cather, rechazando la propuesta de Walex—. Ve y bebe en otro lugar. Ahora, habla rápido, Xeli, antes de que Walex vuelva a interrumpir.

—Quería hablar sobre los heroístas —dijo Xeli, intentando mantener la calma—. Loxus está muy ocupado, y pensé que podría ayudar.

—¡Eso sería genial! —exclamó Cather con entusiasmo—. Organizaré una reunión pronto y te avisaré.

Walex volvió a interrumpir, pero Xeli se distrajo con la música que llenaba el ambiente. Reconoció la canción de inmediato, una melodía viva y apasionada sobre Diane, la Dama del Amanecer. Sin embargo, notó que algo faltaba en la pieza.

—Hace falta un organista, ¿no? —sugirió Cather—. La canción no está completa sin el órgano.

—Es cierto, le falta vida —confirmó Xeli.

—¿Por qué no te animas a tocar? He oído que tocas el órgano como los ángeles de Rakuem—sugirió Cather.

Xeli, incapaz de resistir la llamada de la música, se acercó al órgano que estaba vacío. Los invitados se quedaron en silencio, expectantes. Ril la animaba con una copa en alto, mientras lady Malwer le hacía un guiño. La corte nunca había escuchado a Xeli tocar el órgano, y ahora todos aguardaban, tal vez esperando burlarse.

Tocar delante de todos era algo que nunca habría hecho antes, pero en ese momento sentía que la música la llamaba, susurrándole al oído. Xeli miró a su madre, a Kisol y a su padre, sonrió para sí misma y tomó asiento frente al órgano. Respiró profundamente y comenzó a acariciar las teclas con sus manos.

Entonces la música estalló con fuerza cuando Xeli presionó las teclas. La Dama del Amanecer se convirtió en algo nuevo y hermoso, envolviendo a todos los presentes con una energía y poder inexplicables. Los músicos la seguían con entusiasmo, los bailarines se movían al unísono.

Xeli se convirtió en la canción, sus dedos se deslizaban por las teclas con precisión y delicadeza, como si fuera una extensión de su cuerpo y su alma. Los pedales respondían a sus pies, creando una base armónica que llenaba el espacio. Experimentaba el poder que la rodeaba, la pasión y las emociones que vibraban en el aire. Era como si pudiera sentirlo todo, como si estuviera conectada con cada persona presente. El mundo se transformó en un lugar de armonía, belleza y luz.

Era un éxtasis de pasiones y emociones, un momento excepcional. Y entonces, la canción llegó a su fin. Sin embargo, un aplauso rompió el silencio y sacó a todos de su ensimismamiento. Era Kisol, aplaudiendo con entusiasmo, ajena al ambiente.

Jhunna sonrió y se unió al aplauso, seguida de su hermano. La sorpresa llegó cuando Lord Hacedor de Sangre y Lady Cather también aplaudieron.

—¿Nos acompañarás en la siguiente canción, mi Lady? —preguntó el líder de los músicos.

Xeli ensanchó su sonrisa.

—Naturalmente.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro