47
Un breve lapso de calma inundó el ánimo de Azel, la paz tan anhelada. Cumplió su cometido al informar a lady Cather sobre la situación de la ciudad, confiando en que la Caballera Dragón asumiera el mando en esta empresa. Ahora, a Azel solo le restaba replegarse y reposar, un descanso largamente negado. A su lado, Xeli se acurrucaba con las piernas recogidas, mirando absorta el agujero en la pared, mientras Voluth permanecía impasible, con los brazos cruzados junto a la puerta.
—¿Piensas que todo saldrá bien? —preguntó Xeli, con zozobra en su voz—. ¿Por fin?
—La ciudad se salvará, eso es seguro. Cather se encargará. Y el gran Consejo actuará según sea necesario —respondió Azel con los ojos cerrados, como si intentara vislumbrar el futuro—. Pero nosotros... nuestras vidas cambiarán. Quizá yo muera; después de todo, he matado a muchos. Tú todavía puedes vivir.
—No estoy segura, Azel —confesó Xeli—. Siento algo extraño en el ambiente. ¿No lo notan? Cather está tardando demasiado...
Azel frunció el ceño.
—Han pasado varias horas —comentó Voluth, acariciándose la barbilla—. La ceremonia ya debería haber concluido o estar en su punto álgido. Sin embargo, no percibimos alboroto en la ciudad.
—Comparto esa sensación —susurró Xeli, visiblemente inquieta—. Algo debería haber cambiado en Nehit. La última vez que Cather interrumpió una ceremonia, los dianistas enloquecieron. ¿Por qué no lo hacen ahora? Algo no está bien.
Voluth asintió, mostrando su preocupación.
—Si lo descubierto por Cather fuera falso —dijo con cautela, lanzando miradas furtivas a Azel y Xeli—, ella habría actuado con Reducción y Extracción. Pero no lo hizo.
Xeli se llevó una mano al pecho, sintiendo un nudo en el estómago.
—¿Crees que le haya ocurrido algo? —preguntó ansiosa.
—Ella es una Caballera Dragón —afirmó Voluth—. Sería un espectáculo ver a Ziloh intentar dañarla.
Azel gruñó, apoyando la opinión de Voluth.
—Ni loco me volvería a cruzar con esa... con ella. La última vez casi nos manda al otro barrio.
Xeli permaneció en silencio, perdida en sus pensamientos. Sin embargo, tenía razón.
No era momento de descansar, no cuando todas las piezas finalmente encajaban. Daxshi se agitó sobre el hombro de Azel, revoloteando sus plumas de brea con inquietud. Quizá...
—Voluth —gritó Azel, levantándose de un salto—. ¿Qué tal la gente en la catedral y el refugio?
El joven tardó en responder, sorprendido por la repentina pregunta.
—Cather me encargó su protección antes de venir aquí —respondió—. Coordiné con los Guardias Negros, los sacerdotes y los soldados devotos del Héroe. Están alerta, patrullando las Calles Negras en grupos y manteniendo vigilancia en los límites.
Azel asintió, percibiendo una advertencia implícita.
«Peligro. Muerte», alertó Daxshi.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Azel.
—Xeli tiene razón... —dijo Azel despacio—. Algo está pasando. Los almacenes están llenos de comida pa' varias semanas. Diles a los heroístas que cojan lo que puedan y se metan en la catedral. Que cierren las puertas y se escondan.
» Algo muy chungo está pasando ahora mismo —dijo con seriedad.
Voluth asintió, preocupado.
—Transmitiré el mensaje. Ustedes esperen aquí —ordenó—. Buscaré a Cather en la catedral.
—¿Estás seguro? —preguntó Xeli, angustiada—. Es peligroso.
Entonces, la tierra se estremeció, sacudida por el sonido de una campana. El sonido resonó por toda la ciudad, vibrando entre las paredes. Los tres se paralizaron, contando mentalmente las campanadas.
En la novena campanada, Azel apretó la mandíbula.
Esperaron un poco más, sin atreverse a hablar. Todos contuvieron la respiración, como si el mundo los oprimiera. No comprendían el significado de nueve campanadas. ¿Había Cather logrado su objetivo? ¿Le había sucedido algo a ella, a la catedral, a algún sacerdote?
—Voy contigo —decidió Azel.
Voluth negó con la cabeza.
—No.
—Te hará falta un Hacedor de Sangre si la cosa se pone fea. Eres un heroísta, al fin y al cabo —insistió Azel.
—Soy el escudero de la Caballera Dragón.
—¿Y eso qué más da? —replicó Azel.
Voluth apretó los dientes.
—Está bien.
—Yo también iré —anunció Xeli, levantándose.
—No —ordenó Azel—. Te quedas aquí.
—¿Por qué? —protestó ella.
—Es muy peligroso, y todavía no controlas bien tus poderes —explicó Azel—. No podré cuidarte si nos topamos con el peligro. Lo mejor es que te quedes tranquila hasta que sepamos lo que está pasando. Si vemos que la situación se pone chunga, vuelvo por ti y te llevo al castillo para que puedas pirarte de la ciudad.
—¡No puedes estar hablando en serio! —exclamó Xeli, frustrada.
Azel frunció el ceño.
—¿No lo pillas? —gruñó—. Tu presencia en sí misma es un problema para los heroístas. Siempre has sido una figura pública, casi un símbolo para ellos, y ahora tu propio padre te ha llamado una asesina. Si te ven, te relacionarán con los heroístas, lo que solo hará que los dianistas se pongan más furiosos. Cuanto menos motivo les demos para subir el tono, mejor. Debes desaparecer mientras yo busco la forma de ayudar a los demás a escapar por la Sala del Pacto sin que nos pillen.
Xeli buscó apoyo en Voluth, pero este negó con la cabeza.
—¡Que los devore la Devastación! —murmuró Xeli, frustrada.
Azel ignoró su reacción y se dirigió hacia la salida.
La lluvia era una tormenta despiadada que se abatía sobre el mundo y golpeaba la tierra con furia desenfrenada.
Voluth avanzaba bajo su influjo, con pasos titubeantes, sintiendo cómo el cielo se retorcía sobre él. Un relámpago rasgó la oscuridad, iluminando el sombrío panorama por un instante, seguido de un trueno ensordecedor que estremeció su corazón. Un sudor frío perlaba su frente mientras se llevaba la mano al cuello en un gesto nervioso. Sus ojos escudriñaban las sombras alrededor, como si esperara un ataque sorpresa en cualquier momento.
El asesino debía estar cerca, escondido entre las sombras y la lluvia, acechando. Voluth lo intuía por los pasos que resonaban de manera deliberada en una esquina desierta, por el ulular repentino del viento que pasaba junto a él como un suspiro, y por el fugaz destello rojo que deslumbraba y luego se desvanecía ante sus ojos.
Azel se mantenía al margen, lo que aliviaba a Voluth. A pesar de conocer algo de la historia del asesino, contada el día anterior por lady Cather, sentía una profunda desconfianza hacia él. Era un Hacedor de Sangre, un Evaporador y un asesino de sangre fuera de los registros, un enigma completo. Pero eso era todo lo que Voluth y Cather tenían para evitar un genocidio.
El joven había dado las mismas órdenes que Azel le había dicho a un grupo de Guardias Negros que patrullaban las calles, y estos las acataron sin objeciones. Aunque desconfiaba del asesino, reconocía que había actuado en beneficio de los heroístas.
A pesar de no ser de noche, en el sector norte no había una sola alma en las calles. La plaza y el mercado estaban desiertos, todos eran conscientes del peligro de aquel día.
«¿Dónde estás, Cather?», pensó Voluth instintivamente, sintiendo un atisbo de pánico.
Sacudió la cabeza para disipar sus temores. Sabía que Cather había ido a la catedral acompañada por Kazey, quizás ella tendría información sobre su paradero. En su mente, la imagen de Cather se hacía cada vez más nítida, con su expresión preocupada y su determinación inquebrantable.
Voluth emergió de las calles negras y se aventuró en el sector sur. De repente, se detuvo en seco, una oleada de miedo recorrió su espalda. Sacudió la cabeza en todas direcciones, negándose a avanzar. Aquella sensación le recordó los primeros días como escudero de Cather, cuando cruzaban los desolados terrenos de Sprigont, donde la vida languidecía y moría.
Con la mano aferrada a la empuñadura de su arma, escudriñó su entorno como si esperara que una banda de ladrones, asesinos o incluso Guardias Rojos surgieran de las sombras. Sintió que cualquier cosa podía dañarle en ese momento. Su pecho latía con violencia, presa del pánico, la inseguridad y el malestar. Ahora entendía lo que los Hacedores de Sangre habían mencionado el día anterior, esa inexplicable mezcla de miedo y repulsión al acercarse al sector sur.
Y si él lo experimentaba, los dianistas debían estar ardiendo de ira.
—Cuidado—advirtió una voz junto a él.
Voluth estuvo a punto de desenfundar su arma cuando vio al asesino materializarse a su lado. El rostro de Azel mostraba desconcierto, pero sobre todo duda, como si temiera algo.
—¿También lo sientes? —preguntó Voluth, tragando saliva y tratando de ocultar sus temblores.
Azel asintió.
—Algo ha cambiado—dijo el asesino mientras su cuerpo poco a poco se hacía invisible, como si se esfumara llevado por el viento—. Voy a adelantarme para limpiar investigar, ten cuidado con todo y con todos.
—Gracias—murmuró Voluth con una nota de ironía.
Prefería sentir la presencia del asesino junto a él que avanzar solo por ese lugar. En ese momento, deseaba que su armadura fuera de otro color para no ser reconocido de inmediato. Avanzó a toda prisa sintiéndose incómodo en ese ambiente opresivo y con una mano sudorosa en la nuca.
«Espero que esto sea solo una broma de mal gusto», pensó mientras seguía adelante.
Poco a poco, distinguió la figura de los Guardias Rojos. Fruncieron el ceño al verlo, pero le dieron paso sin objeciones. Todos lo conocían como el escudero de Cather, aunque ahora sus miradas contenían ira, rabia y enojo, pero también compasión, como si sintieran pena por él.
—¿Qué ha pasado? —se atrevió a preguntar a alguien a su lado.
El anciano, frágil por la edad y el mal tiempo, lo miró con tristeza y luego negó con la cabeza, alejándose de él. Los demás lo imitaron, abriendo una vía clara hacia la catedral. No recibió insultos ni burlas mientras avanzaba, solo miradas de tristeza.
Fue entonces cuando comenzó a correr, sintiendo su corazón latir desbocado.
Azel jadeaba sobre una de las azoteas frente a la imponente catedral. Desactivó la Evaporación debido al desgaste que implicaba esa habilidad. En los últimos días, se había abastecido de sangre anticipando cualquier contingencia, y ese momento parecía haber llegado.
No se atrevió a acercarse a la catedral, presintiendo un terror sin igual y una desolación abisal que lo sumiría en la demencia si lo hacía.
Desde su posición elevada, escrutaba el interior de la catedral. En el centro, un anciano con sotana carmesí se balanceaba en el viento, sujetando firmemente un báculo con el glifo de Diane. Este hombre había ascendido a Hierático en una noche de truenos y lluvia, pero no había festejo ni júbilo, solo perplejidad reinaba en el aire. Las miradas de las personas se perdían, sus cuerpos permanecían inertes, todos fijos en un altar central.
Azel identificó el cuerpo y la armadura bañada en sangre, la piel abrasada y la hoja de sangre junto a él. Vio al joven con armadura negra y a la chica con armadura roja avanzar entre la multitud. Kazey estaba petrificada y Voluth había caído de rodillas.
Lágrimas llenaban los ojos de ambos, ya que Cather yacía muerta, su cadáver decapitado exhibido ante todos.
Imposible...
«No...», murmuró Daxshi.
Azel soltó una carcajada amarga y retrocedió, incapaz de desviar la mirada del cadáver de Cather. La sangre aún goteaba, testigo de las heridas infligidas en su agonía. Esa muerte había sido atroz, una de las peores que Azel había presenciado.
Conocía solo una fuerza capaz de infligir tal castigo. Dirigió su mirada hacia Daxshi, quien ocultaba su rostro entre sus alas. Solo el misterioso nevrastar poseía el poder para matar a Cather. A pesar de ello, Azel albergaba dudas. Recordó su enfrentamiento con la criatura, sabiendo que, con su espada, podría haber sido él quien acabara con ella.
La verdad parecía increíble.
«Peligro», sollozó Daxshi, tratando de ocultarse bajo las ropas de Azel.
—No podía palmarla, joder—escupió con una voz ronca—. Ella era nuestra esperanza, la que tenía que arreglar este desastre. ¡No dejarnos tirados en esta mierda, y menos aún ser la que lo liara todo!
Pero Azel no era un necio. Sabía que algo más había ocurrido el día que enfrentó al nevrastar, una razón por la que tuvo que huir, un peligro oscuro y siniestro. La muerte. Había algo que incluso él ignoró por incredulidad, pero que ahora debía considerar como posible.
Ziloh y su conversación misteriosa.
El sacerdote había matado a Cather, aunque de una forma aún no clara para Azel.
El nuevo Hierático alzó su bastón con fuerza y gritó algo inaudible para Azel. Voluth levantó la mirada, consternado, y pronto un coro de vítores estalló.
—¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Asesinos!
Azel sintió un escalofrío al escuchar los aullidos de ira propagarse como una marea entre la multitud. Pronto las voces se unieron en un potente coro de condena. Era una última advertencia.
Ese sería el día en que muchos morirían por lo que él había iniciado con el asesinato de Zelif. La sangre de Azel hirvió, y se desvaneció como una nube de sangre evaporada. Escapó rápidamente, moviéndose entre la multitud sin ser visto. Percibió las miradas furiosas de la gente, sus almas encendidas por una llama.
El miedo crecía dentro de él, pero continuó huyendo. Vio a los soldados erguirse, aumentando en estatura y poder. El sector sur se agitó como despertando de un sueño, una energía se transmitía de creyente a creyente. Pero esa energía llenaba a Azel de desesperación, debilitando su poder.
Cayó al suelo, luchando por respirar en medio del caos. Rugió al levantarse, resistiendo la presión, como si una mano invisible lo aplastara. Jadeó al ver que la Evaporación fallaba y su cuerpo se materializaba gradualmente.
Finalmente, corrió hacia un callejón, buscando refugio junto a una pared en ruinas, esperando pasar desapercibido. Sabía que, si lo atrapaban cerca del cadáver de Cather, sería el detonante final.
Inspiró profundamente y controló el poder de la sangre mientras huía. Nadie lo notó avanzar, y al llegar al sector norte, sintió una extraña sensación de protección, una paz inconfundible. Apretó la mandíbula, consciente de que esa paz pronto se convertiría en caos.
Imaginó a Gezir muerto, a Kuxa muerta, a Glovur muerto, a todos muertos. Contuvo las lágrimas mientras corría hacia su escondite, abrumado por el dolor.
Azel comprendió que Cather conocía la ubicación de su antiguo escondite, lo que lo hacía inseguro. Si alguien tenía el poder para aniquilar a la caballera, también podría torturarla y extraer información. Además, estaban los frascos de sangre. ¿Ziloh también tendría acceso a ellos?
Imaginó a Xeli sufriendo los efectos de la Reducción y la Extracción. Abrió la puerta de su refugio, sumergiéndose en la penumbra. Los truenos y la lluvia amortiguaban los sonidos, incluso sus pasos sobre el suelo añejo parecían silenciados.
Un nudo se formó en su garganta al descubrir la habitación vacía. Xeli había escapado con la espada de sangre.
Esa tarde, los disturbios estallaron en la ciudad.
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