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45

Las profecías resuenan, el tiempo está llegando y temo por nosotros. Esperaré en esta narración contar todo lo que sé, incluso si para ello necesite evidenciar las más cruda de mis verdades. Los crímenes que cometí hace tantos años.

De las notas de Zelif.


El sol comenzó a descender y Voluth pidió a Cather que lo acompañara al sector norte de la ciudad. El crepúsculo cernía sobre el cielo, dibujando sombras sinuosas que oscurecían el horizonte. Sin embargo, el joven marchaba delante de ella con una serenidad inquietante. Una energía extraña se cernía en el aire, imposible de desdeñar para Cather. Aunque Voluth mostraba alborozo, ella conocía lo suficiente al joven para advertir su resolución.

—Me gusta venir aquí —dijo el joven, saludando a algunos transeúntes—. Me ayuda a despejar mi mente.

Cather asintió y anduvo a su lado, con las manos entrelazadas tras su espalda. En el sector sur, algo la oprimía, algo que trascendía lo físico. La atmósfera la agobiaba cada vez más, como si el peso del mundo recayera sobre sus hombros. Además, las visiones atroces la atenazaban sin cesar, avivadas por las Lascas.

Dormía con susurros en sus oídos y vivía rodeada de sombras. En cada ocasión, las Lascas le mostraban asesinando a la doncella, mientras la ciudad se hundía en el caos. Los alaridos de pavor resonaban en su mente y la sangre se extendía como sarmientos. No obstante, en el sector norte, las visiones menguaban.

—¿Nos encaminamos a algún lugar en particular? —inquirió Cather.

—¿Cómo lo adivinaste, miladi? —preguntó Voluth.

—La forma en que caminas —replicó ella—. Pareces estar buscando algo.

—Exacto, nos encaminamos a un lugar específico. Ten paciencia.

—La noche está por caer —murmuró Cather, con un estremecimiento en su voz. ¿Sería temor?

Recordó entonces a lord Walex, quien había optado por refugiarse bajo los efectos del licor en vez de enfrentarse de nuevo a las Lascas. Nadie sabía si el hombre había salido de sus estancias en la noche. Los rumores de la corte sugerían que sus aposentos carecían de ventanas. ¿Acabarían todos como él?

—No te preocupes —dijo Voluth—. Estamos casi allí, pero primero quiero hacer una parada en la catedral. Quiero ofrecer unas plegarias al Dios Negro.

Cather asintió, comprendiendo. Quizá esa fuera la razón por la que no había invitado a Kazey. La joven había expresado su deseo de proteger al sacerdote Ziloh, y Cather había intentado persuadirla de que protegiera a lord Stawer en su lugar. Sin embargo, Kazey se negó, prefiriendo acompañar al sacerdote en todo momento. Esto la llenaba de inquietud.

La catedral se erigió ante ellos, majestuosa. Cather se detuvo un instante frente a sus puertas, contemplando las torres que se alzaban como colmillos. Por un instante, la imaginó envuelta en llamas, desmoronándose, con más muertos bajo su mirada. Las llamas eran peligrosas e incontrolables, incapaces de ser sofocadas con agua. Por eso, se tomaban precauciones al encender una llama.

—Quería mostrarte esto —dijo Voluth, con una sonrisa—. Algo que aún no has visto.

Entraron en la catedral, donde los guardias saludaron efusivamente a Voluth, pero mostraron cierta desconfianza hacia Cather. Sin embargo, el ambiente dentro de la catedral era revitalizante y apacible. Las estatuas parecían observarla con una mirada materna, recordando a una madre que ve a su hijo después de mucho tiempo.

Los fieles se congregaban allí, hombres y mujeres, niños con ropajes humildes pero limpios. Sus rostros estaban limpios y sus cabellos, cuidados. No parecían notar la presencia de Cather, centrados en el púlpito al fondo de la catedral.

El Hierático Loxus hablaba con una voz melodiosa y apacible, moviendo sus brazos con lentitud y sonriendo con frecuencia. Las personas escuchaban atentamente, ajenas al caos del mundo exterior.

—El Héroe no solo confiaba en sí mismo cuando selló el paso entre los reinos, ni en Diane cuando tomó su poder —declaró Loxus con una sonrisa cálida y fraternal—. Confiaba en todos nosotros, más de lo que podríamos expresar.

» Forjó lazos en diferentes regiones, continentes y personas. Se convirtió en la razón por la que pudimos formar una coalición perfecta contra el Portador del Olvido. Forjó amistades que perduraron incluso después de su partida.

» Confió en nosotros para ganar la guerra antes de que pudiéramos creer en nosotros mismos. Él ganó la guerra, sí, pero primero ganó nuestros corazones. Nos ayudó a confiar en nosotros mismos, porque sabía que más allá de las espadas y el poder de la sangre, necesitábamos confiar en nosotros mismos para triunfar.

Cather recordó las palabras del Hierático sobre Zelif. La voz de Loxus llenaba la catedral, aportando paz y esperanza. Cather se preguntó por qué los dianistas ansiaban destruir a estas personas.

Entonces, recordó el furor que había sentido aquel día, una ira incontrolable dirigida hacia los Heroístas sin motivo aparente. Zelif también había mencionado haber sentido lo mismo.

Loxus continuó hablando y Cather se acomodó entre la multitud. Muchos estaban sentados en el suelo, por lo que ella hizo lo mismo. Las palabras del anciano fluían, no como las de Ziloh, que golpeaban la mente con fervor, sino como una melodía de arpa, transmitiendo tranquilidad y relajación.

Volteó hacia un lado y vio a Voluth de rodillas, en profunda oración. Cather alzó la vista y observó que todos dedicaban sus plegarias al Héroe. Un silencio solemne reinaba en la catedral. Cather juntó sus manos, dispuesta a dirigir unas palabras al Héroe. Era la primera vez en su vida que lo hacía.

«Ayúdame a tomar una decisión», murmuró en su interior.

La misa terminó poco después. Algunos fieles se acercaron a hablar con Loxus, mientras que otros se dispersaron en silencio. Entonces, la miraron a ella, a Cather, en el acto de orar. La mirada de muchos se suavizó y varios le sonrieron. Otros parecían asombrados.

Cather deseó decirles que los protegería, que no permitiría que el caos se apoderara de ellos, que velaría porque nada malo les ocurriera. Sin embargo, no encontró las palabras adecuadas y solo pudo ocultar sus manos temblorosas.

Loxus la observó desde la distancia, dedicándole una sonrisa antes de retirarse a cumplir con sus deberes. Voluth se puso de pie junto a ella, mirándola con ternura y, quizás, nerviosismo.

—Bien, ahora debemos dirigirnos a nuestro destino. La noche está por llegar —dijo Voluth.

Cather frunció el ceño, pero optó por no replicar.



Avanzaban por las Calles Negras cuando Cather sintió un leve hormigueo en la espalda. Recordaba estas calles con precisión, incluso los adoquines rotos en el suelo y un muro con un gran corte. Este era el lugar de su persecución a la doncella, donde se había enfrentado al asesino. Por un momento, el pánico la envolvió.

«Tranquilidad», se dijo.

—¿A dónde vamos? —preguntó Cather, levantando la cabeza.

—Ya estamos cerca —respondió Voluth, aunque su tono revelaba agitación.

Cather iba a replicar, pero de pronto, Voluth se detuvo frente a un sótano entre las chabolas. Una pequeña escalera descendía hacia delgadas puertas de madera. Voluth bajó y golpeó la puerta del sótano, mientras Cather esperaba al lado, entrecerrando los ojos con alerta.

La puerta se abrió poco después, y Cather apenas pudo distinguir a las personas en las sombras. Aun así, Voluth avanzó hacia adentro, murmurando algo y luego señaló a Cather para que lo siguiera. Ella avanzó con cautela, preparada para luchar si fuera necesario.

Una vez dentro, la puerta se cerró y los sumió en la oscuridad, dificultando ver a las dos personas al fondo. Una de ellas encendió una lámpara de petralux en la pared, iluminando débilmente el lugar.

En ese momento, Cather Hirvió Sangre ante la presencia de Azel y Xeli. El poder la envolvió y la Solidificación de Sangre la cubrió. Respondió más rápido de lo esperado, y su cuerpo adquirió una textura robusta aun más resistente que el acero. Juicio brilló con una luminiscencia extraña, emitiendo un aullido espectral. La desenvainó con rapidez, cortando el aire con un silbido afilado.

—¿Qué demonios es esto, Voluth? —bramó Cather, con voz potente—. ¿Acaso estás loco? ¿Te has aliado con los enemigos?

Xeli soltó un grito y se escondió detrás del asesino, cuyo cuerpo emanaba finos hilos de sangre evaporada.

—¡Espera! —exclamó Voluth, poniéndose entre ellos.

—¿Esperar? —replicó Cather, con la piedra bajo sus pies resquebrajándose por la presión—. ¡Estás traicionando a los tuyos!

Xeli, pálida y temblorosa, salió de las sombras con urgencia en su voz.

—Cather, escucha, por favor —dijo la doncella.

La mirada de Cather era un filo cortante.

—¿Escuchar qué? ¿Más mentiras?

Voluth alzó las manos en señal de paz.

—Rilox me buscó —explicó rápidamente—. He estado en contacto con él desde que llegué. Asegura que puede terminar esta guerra y restaurar la paz. Ellos —señaló a Azel y Xeli— desean hablar contigo.

Cather miró con intensidad, su expresión era un fuego ardiente.

—He observado tu debilidad, Cather —insistió Voluth—. Me elegiste tu escudero porque confías en mi juicio. Créeme ahora. Ellos saben algo que ignoramos. Quieren salvar la ciudad tanto como nosotros.

—¿Salvar la ciudad? —rugió Cather, su voz resonando con fuerza—. Tú, asesino, mataste a Zelif. Eres la causa del caos. Y tú, lady Xeli, me has engañado.

—Por favor, escúchanos—pidió Xeli.

Xeli dio un paso adelante con timidez. La chica parecía tan frágil como la última vez que Cather la vio, delgada y sin estar preparada para el mundo en el que se encontraba. Sin embargo, su mirada, siempre determinada, lo contradecía.

—¿Qué razón tendríamos para engañarte? —replicó Xeli con vehemencia—. ¿Qué ganaríamos exponiendo nuestra ubicación? Podríamos desvanecernos en cualquier momento. Los Evaporadores somos maestros en el arte de la fuga y partir sin dejar rastro en la ciudad.

Cather frunció el ceño, manteniendo la guardia.

—¿Y por qué no lo hacen? —preguntó con desconfianza.

Xeli suspiró.

—Anhelamos preservar la ciudad. Tú conoces la verdad desde el día en que interrumpiste la ceremonia.

Voluth asintió con la cabeza, apoyando a la doncella.

—Es cierto, Cather. Recuerda lo que viste y lo que ha hecho Ziloh.

Cather apretó los dientes, reviviendo los pensamientos atropelladamente.

—Ziloh busca exterminar a los heroístas y está aniquilando todo a su paso: incluyendo a Zelif, a los sacerdotes pacifistas e incluso a mi padre.

—Te atreviste a mentirme—espetó Cather con furia—. Acusas a Ziloh, ¿pero como puedo confiar en ti? Estuviste presente cuando mataron a Malex y a Felix.

—Ellos me invitaron a la catedral —dijo Xeli con angustia—. Me aseguraron que querían mantener el tratado de paz intacto; luego, Ziloh los convocó. Me advirtieron que no los siguiera, pero lo hice y vi cómo Jukal los mataba cruelmente bajo órdenes de Ziloh.

—¿Y cómo sé que no intentas engañarme de nuevo? —gruñó Cather—. No confío en tu palabra, doncella. No volverás a jugar conmigo. ¿Tienes alguna prueba que lo respalde?

—Entiendo tus dudas, pero primero escucha lo que tenemos que decir y luego investiga por tu cuenta. Sabes dónde encontrarnos, puedes buscarnos de nuevo. Incluso a mi hermano puedes consultar. Permaneceremos aquí. Puedes asesinarnos si lo deseas, como planeabas originalmente. No me importa. Lo único que quiero es proteger esta ciudad.

Cather soltó una maldición y canceló la Solidificación, aunque mantuvo su sangre hirviendo. Xeli se dejó caer al suelo, exhausta, y Voluth se apartó, aliviado. Solo quedaron frente a frente los dos Hacedores de Sangre, con una tensión palpable en el aire.

—Confesaste que mataste a Zelif —afirmó Cather.

—Así es —contestó el asesino.

—¿Y a cuántos más has enviado al otro mundo? —inquirió Cather.

El asesino guardó silencio por unos instantes y luego bajó la cabeza.

—Demasiados —reconoció.

Un silencio sepulcral se adueñó de la estancia.

Cather debía darle muerte a ese hombre. Se había declarado culpable y podía ser un Silenciador de la Memoria, pero...

—¿Por qué? —preguntó finalmente—. ¿Por qué, Hacedor de Sangre Azel?

El asesino canceló la Evaporación y los hilos de sangre evaporada se deshicieron lentamente. Juicio Cather aún apuntaba hacia él.

—Creí que hacía lo correcto —respondió el asesino—. Ziloh me convencía de que era por el bien de Nehit, por el bien de la religión. No mataba por deseo de hacer daño, ganar fama o poder. Lo hacía creyendo que protegía a los nuestros.

Cather retrocedió, soltando un resoplido de incredulidad.

—¿Cómo podías pensar que el asesinato era cuidar? —replicó, y la Solidificación volvió a manifestarse. La roca bajo sus pies crujió—. Matar a docenas de inocentes. ¿No te diste cuenta de lo que hacías? ¿Cómo podías creer en algo tan absurdo?

Azel se encogió de hombros.

—No podía hacer preguntas —dijo.

La ira de Cather se intensificó. Dejó caer Juicio al suelo y su escudero la recogió con torpeza mientras se acercaba al desdichado hombre. Agarró a Azel por el cuello y lo levantó del suelo, su rostro crispado por la furia.

—¿No podías hacer preguntas? —escupió Cather con desdén—. Eres un asesino. Un Hacedor de Sangre no registrado... ¡Un devastador Silenciador de la Memoria! Qué patético.

Azel soltó una risa amarga.

—No sé quiénes eran mis viejos, ni de dónde salí —soltó el asesino, con voz ronca—. Pero Zelif y Ziloh me recogieron. Ziloh era como un padre pa' mí. Él me dio una razón pa' vivir: proteger la religión. Yo era el guardián entre las sombras, así me decía Ziloh.

—¿Proteger? ¿Cómo pensabas que el asesinato podía ser protección? —rugió la caballera.

—Lo intenté, joder —musitó Azel, y algunos hilos de sangre evaporada surgieron perezosamente a su alrededor. El asesino se agarró el brazo, sus manos temblaban—. ¿Nunca te has preguntado qué te pasó en tu pasado que no te acuerdas? ¿No te ha picado la curiosidad? Y cuando lo intentas... Te quema la espalda, se te ponen tiesos los brazos. Te duele la cabeza y te dan ganas de potar. No, no podía hacer preguntas. Porque cada vez que lo hacía... ¡no sé qué coño pasaba después!

«Tortura», pensó Cather.

Habían adoctrinado a un asesino para que no pudiera hacer preguntas, como a un perro que temía ser golpeado cada vez que cuestionaba a su amo.

Cather apretó la mandíbula y soltó a Azel, quien cayó al suelo. Luego, rebuscó entre sus pertenencias y arrojó un libro al suelo, frente a los pies de Azel. Era el diario de Zelif, el mismo que el propio asesino le había entregado. El asesino recogió el libro del suelo y lo miró un momento, reconociéndolo.

—¿Lo escribiste tú? —preguntó Cather.

Azel negó con la cabeza.

—Creo que ambos sabemos quién fue.

Xeli se acercó al asesino con curiosidad y este le entregó el libro sin preocupación. La joven lo abrió rápidamente, pasando las páginas mientras miraba de reojo a los presentes. Voluth también mostró interés, observando asombrado. La culpa era de Cather por no haberle explicado nada al joven.

—Zelif... —murmuró la chica.

—¿Dónde lo encontraste? —gruñó la caballera.

—Bajo la catedral de Diane —respondió el asesino.

—No hay nada allí—dijo Cather.

—Pues claro que hay, solo que tú no lo has visto —contestó el asesino, con desdén—. Bajo la catedral hay una red de túneles que no sé pa' qué sirven ni cuánto se extienden. Pero son grandes, oscuros y están hechos una mierda. No sé cuánto tiempo llevan ahí... si son más viejos que la propia catedral o qué, pero no quiero volver a pisar ese sitio.

Cather estuvo a punto de refutarlo.

—¿Qué encontraste allí? —preguntó Cather al asesino, intrigada.

—Muertos —respondió—. Cientos de ellos, amontonados como basura. Algunos estaban en celdas, otros parecían haber corrido como locos pa' escapar de algo. Pero también encontré... una sala. El estudio de Ziloh.

—¿Qué viste ahí? —preguntó Cather, con el corazón latiendo rápido por la curiosidad.

El asesino suspiró y se ajustó la chaqueta.

—Había notas pegadas por todas partes —empezó a contar—. Algunas hablaban de Zelif, otras de los heroístas. Había muchas cosas que no pude ver bien, muchas preguntas sin respuesta. Porque Ziloh tenía un puñetero guardián, una bestia que no puedo matar sin mi espada de sangre y, aun así, no sé si podría hacerlo fácilmente. Esa fue la razón por la que no pude buscar más.

La tensión era palpable mientras todos escuchaban la sorprendente revelación.

—Nevrastar... —musitó Cather—. Esto es inaudito. ¿Puedes describirlo?

—No era jodidamente normal, si eso es lo que quieres saber —respondió con sequedad—. Una criatura de cuatro patas, hecha de una sustancia negra, con una cola como un tridente y sin cara, solo una boca llena de dientes en una cabeza ovalada. Era más grande que dos o tres de nosotros juntos.

—¿Y cómo puedo siquiera creerte? —bufó Cather—. ¿Por qué debería confiar en ustedes?

—Vete tú misma, si quieres. Enfréntate al nevrastar, aunque te lo desaconsejo —gruñó Azel—. Pero tenemos que parar a Ziloh. No podemos dejar que se convierta en un Hierático. Si dudas de lo que te decimos, ve a los túneles. Están en el sótano de la catedral. Hay una estatua de Diane con un rubí de verdad en su collar...

—Una puerta de sangre —interrumpió Cather—. Solo los Caballeros Dragón y los Hieráticos deberían conocerla. ¿Cómo...?

—Eh... En la catedral del Héroe hay algo similar —dijo Xeli—. Un rubí en el altar de la Sala del Pacto es la entrada a las cuevas.

Era increíble. No había manera de que ellos conocieran ese secreto. Incluso Azel, un Hacedor de Sangre experimentado, no debería haber podido descubrirlo así. Además, ambos conocían uno de los secretos más importantes del Gran Consejo. ¿Por qué mentirían? Ambos compartían el deseo de salvar y proteger la ciudad.

Cather solo necesitaba una confirmación más.

—¿Hay también una red de túneles bajo la catedral del Héroe?

—Sí, también están deteriorados —respondió Xeli, pensativa—. Pero encontré algo más. Una gran caverna con grabados del Héroe. Parecía un refugio antiguo, tal vez donde la gente de la primera oleada de demonios se refugió durante la Cantata del Fuego. Allí encontré... un libro.

—¿Qué libro? —inquirió Cather, con un tono amenazante en su voz.

Sangre y Ceniza.

El corazón de la caballera dio un vuelco.

—Estás mintiendo —gruñó Cather.

—Ojalá fuera así —respondió Xeli—. Sangre y Ceniza ahora está en manos de Loxus. Favel y yo se lo entregamos después de leerlo. ¿Sabes lo que decía?

Cather negó con la cabeza. Solo había escuchado rumores sobre ese libro, prohibido por el Gran Consejo hace dos mil años.

—Puedo contarte su contenido si lo deseas. O puedes ir a verlo tú misma. Dado tu rango, dudo que Loxus te lo niegue —dijo Xeli—. Pero debes saber algo: Kayel, el autor, estaba al tanto de algo muy malo ocurriendo en el dianismo.

» «Insisten en que traicionó a Diane y condenó todo Edjhra» —añadió Xeli.

Alguien plantó esta idea en sus corazones

Los Dianistas nunca habían actuado de una manera tan errática, con un odio tan profundo y consumido sino hasta que la Devastación cambió a Edjhra. Amigos míos, incluso, me despreciaron hasta el punto de querer acabar con mi vida.

Los Heroístas fueron desplazados, nadie quería saber de nosotros.

Todo sucedió tan rápido, como si hubiera surgido una nueva calamidad en el mundo. El Gran consejo, apenas si pudo mermar las disputas. Incluso, en sus filas, había gente que quería vernos muertos.

Y cada que escuchaba hablar a sus sacerdotes más importantes, comenzaba a sentir un profundo sentimiento de repudio. Me sentía asquiento con cada palabra que decían, mientras que los Dianistas se vigorizaban y entusiasmaban.

Hay algo que nunca acabé de comprender.

Cather y Azel permanecieron en silencio mientras Xeli recitaba una parte de Sangre y Ceniza. Ninguno interrumpió ni comentó. Cather, ocasionalmente, dirigía su mirada hacia Azel y él hacía lo mismo. Ambos comprendían la gravedad de las implicaciones de esas palabras y un escalofrío les recorría la espina dorsal.

Pero Cather sintió miedo, aunque no lo demostrara abiertamente. Se sentía aterrada. Había experimentado lo mismo durante la Octava ceremonia semestral, cuando percibió una ira latente, y también días atrás, al caminar por el sector sur y sentir un profundo odio hacia los heroístas. Incluso había visto esa expresión en los rostros de los dianistas, incluyendo a Kazey.

—Al principio me paralicé —dijo Xeli entre el silencio—. Pero todos hemos sentido lo mismo, ¿cierto? El repudio. Y creo que todos hemos sido testigos de esa aversión irracional de los dianistas. No es algo normal.

Nadie respondió de inmediato, pero la verdad era evidente. El sentimiento de desdén se cernía sobre ellos como una tormenta inminente. Cather se sentía especialmente incómoda en el sector sur, donde el repudio se manifestaba tangible, como el aliento helado de un espectro nocturno. Al escuchar a Ziloh, esa sensación se intensificaba, atrapándola en una pesadilla interminable. El mundo parecía torcido, algo estaba terriblemente mal en los cimientos mismos de su realidad.

Había presenciado más de una vez cómo el odio desenfrenado hacia los Dianistas se apoderaba de las personas, incluida ella misma en ocasiones. Era un frenesí voraz, un ansia asesina que se apoderaba de las almas, similar al fuego que consume un bosque antiguo. Era una locura visible en los ojos de otros, una oscuridad que también había sentido en su propio corazón en momentos de debilidad.

Aunque Xeli pudiera estar inventando esas palabras, Cather las había experimentado en carne propia. Conocía ambas sensaciones.

—¿Qué significa esto, lady Cather? —inquirió Xeli, su voz resonando como cristal frágil—. ¿Es verdadero lo que dice Zelif sobre el Destructor?

Cather no respondió de inmediato. ¿Realmente acechaba el Destructor? Solo contaban con las palabras fugaces de un anciano aterrado por su venida. ¿Había algo que augurara su irrupción en el mundo? Cather no había visto nada que lo corroborara.

Ella había forjado su sendero con la convicción de servir a Edjhra, guardián de este reino frente a los Silenciadores de la Memoria, los adoradores del Portador del Olvido. Siempre existieron necios que veneraban la memoria de esa deidad, como aquellos nueve traidores que desafiaron a la Deidad Inmortal hace dos milenios: los Caídos.

Cather estaba convencida de que el Destructor aún no había llegado, pues su arribo traería seísmos que sacudirían el mundo. Las campanas anunciarían el ocaso de una era.

—Conocen las profecías, ¿verdad? Todos han oído hablar de ellas —dijo Cather—. Aún no se han cumplido. El Destructor no ha llegado y el Portador del Olvido sigue encerrado.

Azel miró a su alrededor, inquieto, como si el miedo lo rodeara.

—Lo que vi fue de verdad... —dijo Azel—. Cuando ese Ziloh se acercó... se me olvidó el Nevrastar y todo. Nunca había sentido un cague así encima. Era como si el jodido Portador del Olvido o un puñetero Caído me estuviera rondando, y no había nada que pudiera hacer.

—¿Es uno de ellos, lady Cather? —Xeli habló casi con un sollozo—. ¿Un Caído?

Cather apretó los puños.

—Los Caídos también están aprisionados por los siete sellos del Héroe —afirmó con vehemencia—. Los Desterrados de la Eternidad no están en Edjhra. Ninguno de los sellos se ha roto.

—No importa lo que sea—gruñó Azel—, tenemos que detener a Ziloh o esta ciudad ardera.

—¿Cuánto tiempo queda para que Ziloh sea nombrado Hierático del dianismo? —preguntó Xeli, esperanzada.

—Solo un día —respondió Cather con seriedad—. Mañana es su nombramiento.

—Tenemos que detenerlo —suplicó Xeli—. He visto lo que puede suceder. La ciudad quedará devastada. Muchos morirán. ¡Tenemos que evitarlo!

—Lady Cather... —dijo Voluth, tímidamente—. Creo que tienen razón. Rilox también lo piensa. Ziloh manipuló a lord Stawer para obtener su aprobación. Debemos impedir el nombramiento de Ziloh.

Cather apretó los dientes con fuerza y finalmente emitió un rugido.

—Denme su sangre —ordenó.

Xeli dio un respingo y Azel entrecerró los ojos, desconfiado.

—¿Me tomas por un memo, como esos pavos de la nobleza? —escupió Azel—. ¿Quieres que te regalemos nuestra sangre pa' que luego puedas matarnos sin que nos demos cuenta? Ni borracho, miladi.

—Podría matarlos ahora mismo si quisiera —respondió Cather con firmeza—. No confío completamente en ustedes. Si quieren mi ayuda, denme una muestra de su sangre para asegurarme de que no me traicionarán. Si son sinceros, no la usaré y se las devolveré cuando todo termine. De lo contrario, la usaré en su contra.

Azel frunció el ceño, dudoso.

—Está bien —dijo Xeli, extendiendo el brazo hacia Cather y mirando a Azel—. Adelante, mi sangre es tuya, Caballera Dragón.

Azel gruñó y también extendió su brazo.

—Más te vale que no la cagues, Xeli —amenazó Azel—. Mi sangre es tuya, Caballera Dragón.

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