41
Sí, ya no me tenía en su poder. Pero eso no significaba que no fuera a impedirme si decidía desvelar su secreto.
De las notas de Zelif.
Cather se erguía majestuosa sobre uno de los torreones del castillo. Observaba con ojos ávidos la ciudad de Nehit, que se extendía ante ella. La urbe bullía como un hormiguero agitado. Sus habitantes, formaban una maraña de colores desvaídos, se desplazaban por las calles. Desde esa elevada posición, las divisiones de la ciudad se hacían más evidentes: una brecha nítida dividía la gloria de la decadencia.
A un extremo, se alzaban majestuosos edificios que deslumbraban con matices de color, contrastando con el cielo gris que los rodeaba. Sus fachadas reflejaban la luz del sol, creando destellos irisados que hipnotizaban a Cather. En el otro extremo, separadas por una línea casi perfecta, se extendían las simples chabolas. Estas estaban envueltas en sombras y suciedad, sus tejados humeaban con un olor acre que llegaba hasta las narices de Cather, haciéndola fruncir el ceño.
—¿De verdad buscabas una manera de unir las religiones, Zelif? —espetó, con un deje de incredulidad y frustración.
Se pasó una mano por el cabello y soltó un bufido, molesta por su propia impotencia.
Permanecía allí, en silencio, sin rumiar pensamientos concretos. Las dudas asaltaban su mente una y otra vez, juzgándola implacablemente. ¿Podría hacer algo en medio de todo esto sin ser el detonante de la guerra que parecía inminente? No lo sabía. Sus ojos se desviaron hacia el libro que reposaba sobre las almenas, junto a documentos envejecidos. No lo había terminado aún, pero cada vez más se aferraba a las palabras que contenía, a la imagen de Zelif que surgía de sus páginas.
El odio que antiguo hierático describía, Cather también lo había sentido. Lo veía en la gente que llenaba las calles, como si sus mentes estuvieran atrapadas en un ciclo interminable de hostilidad hacia los heroístas. Todo empezaba a tener sentido. Quizás ella había sido ciega hasta ese momento. Lo peor era que, si abrazaba las palabras del libro y las ideas de Loxus, debía enfrentar una verdad incómoda: había fracasado.
Sin embargo, los documentos que Loxus mencionó estaban allí, observándola desde su posición. Los miró con precaución, sin atreverse a tocarlos. Confirmaban algunas de las cuestiones del libro. Eran una formalización de las incógnitas planteadas en el diario de Zelif, una extensión del tratado de paz, un plan audaz pero admirable.
Loxus y Zelif habían buscado unir ambas religiones, restaurar los días de antaño. Era un plan arriesgado, pero si funcionaba, habría garantizado la paz en Sprigont durante siglos. Cather estaba segura de su autenticidad, reconocía las firmas y los sellos de ambos hieráticos. Loxus había llevado consigo una copia y afirmaba que la otra se encontraba en la catedral de Cather. Aun así, ella se resistía a investigar. La realidad le resultaba abrumadora.
El sonido de pasos la sacó de su ensimismamiento. Se giró lentamente, su rostro reflejaba la serenidad bruta que había mantenido. Pero esta vez, le resultaba más difícil mantenerla. Estaba agotada, exhausta por las circunstancias que se le escapaban de las manos.
Voluth y Kazey regresaron acompañando a un joven que caminaba orgulloso. Rilox, un claro ejemplo de la aristocracia avanzaba con gracia por los escalones de piedra. El viento mecía sus rizos mientras sostenía una serie de papeles en el pecho.
—¿Cómo se ven las vistas desde aquí, lady Cather? —saludó el joven, ubicándose a su lado. Los escuderos de Cather aguardaron a una distancia respetuosa, lo suficientemente cerca para escuchar, pero lo bastante lejos para no incomodar al heredero.
—Antes, me maravillaba con estas vistas, milord —dijo Cather, frunciendo el ceño al ver las marcadas diferencias entre el norte y el sur de la ciudad—. Ahora solo me provocan desazón.
Rilox asintió con comprensión.
—Xeli siente lo mismo que tú —comentó con serenidad—. Mi hermana tiene el don de ver las fisuras que se abren en la ciudad. La mayoría de los nobles las ignoran o las niegan. Para ellos, esto es lo natural y lo correcto. Pero para mi hermana y para mí, esto es una monstruosidad.
Cather inclinó la cabeza.
—¿Has pisado el sector norte? —preguntó.
—Un par de veces —respondió Rilox, apartando la mirada de la catedral del Héroe—. Xeli me insistió que la acompañara en algunas ocasiones. Al principio, me negué. Es un lugar sórdido y no me siento cómodo allí. Después de todo, soy un dianista.
» Pero resultó ser una experiencia reveladora —prosiguió—. Siempre imaginé el sector norte como un lugar de desesperación y penuria. No comprendía qué le atraía tanto a mi hermana. Seguramente muchos nobles piensen igual que yo. Sin embargo, nada era como lo había concebido. El lugar es lúgubre, modesto y sucio, pero no infeliz en absoluto. La gente sonríe y vive con el mismo gozo que en el sector sur, quizá incluso más. Si caminas por allí, verás verdadero color, no la impostura que los dianistas pretenden imponer, sino un color genuino: la alegría.
Cather asintió con una comprensión honda. Era verdad, irrefutablemente cierto.
—¿No te daba miedo que te hicieran daño? —interrogó Cather, sin poder contener su curiosidad.
—¿Daño? No, en absoluto —respondió Rilox con una expresión que denotaba que la idea era absurda. Incluso esbozó una sonrisa—. Fue todo lo contrario. Cuando visité la catedral del Héroe, me ofrecieron protección. Pero no la protección que se concede a un noble, al Heredero de Sprigont. Fue más bien el afecto que se dispensa a un amigo.
—Eres el único que he escuchado decir algo así.
Rilox entornó los ojos, curioso.
—¿Hay algo malo en eso, miladi?
Ella negó con la cabeza y se recostó contra la almena.
—En absoluto. Solo me sorprende lo diferente que es. Yo también he estado en el sector norte y solo sentí paz. Pero en el sector sur...
—Sientes inquietud.
—¿Desde cuándo lo sientes tú? —preguntó Cather, mostrando un genuino interés—. ¿Desde cuándo paseas por el sector sur y solo ves caos?
Rilox no respondió al momento.
—Desde que decidí apoyar a mi hermana. Hace años, cuando empecé a dialogar con ella y la acompañé al sector norte —el chico suspiró—. ¿Tú también lo percibes? Nadie más en la corte lo hace. Todos lo ignoran... o son ciegos.
—Sí, también lo siento —dijo Cather, mirando de soslayo a sus escuderos.
Voluth parecía sorprendido, como si la conversación lo hubiera cogido desprevenido. Al parecer, entendía a lo que Cather se refería y él también sentía lo mismo. Por su parte, Kazey entrecerraba los ojos. ¿Estaba enojada o acaso sentía algo más? Era difícil discernir sus emociones bajo su expresión fría.
—¿Puedo preguntar algo? —interrumpió de repente el heredero.
—Por supuesto.
—¿Por qué estamos teniendo esta conversación ahora? —No sonaba enojado—. ¿Tiene algún sentido? ¿Alguna importancia? Últimamente no tengo mucho tiempo. Mi padre y mi madre han estado enfermos y todas las responsabilidades de la corte han recaído sobre mí. ¿Esperas lograr algo?
Cather no supo qué responder.
—No falta mucho para que nombren a Ziloh hierático del dianismo —prosiguió el heredero—. Ya han comenzado los preparativos y la ciudad parece estar conteniendo el aliento. Calculo que su nombramiento será en un par de días. Ziloh ha manifestado el acuerdo de Lord Stawer al respecto. ¿No te parece absurdo? Mi padre está enfermo, pero, aun así, Ziloh logró entrar a sus aposentos y salir de allí con un documento que mostraba el consentimiento del Gran Señor de Sprigont sobre el nombramiento del nuevo Hierático.
» Dime, lady Cather, ¿crees que será un buen hierático, como lo fue Zelif?
Cather apretó la mandíbula.
Rilox la observó fijamente, con una mirada de descontento en sus ojos.
Ziloh, Hierático de Diane. La simple idea estremeció a Cather, aunque nunca lo admitiría en voz alta.
Ambos contemplaron la ciudad que se extendía bajo ellos, envuelta en sombras y misterio. Las sombras se agitaban y bailaban por las calles. En el sector sur, sí, las muchedumbres parecían festejar.
—Nunca imaginé que mi hermana llegaría a cumplir su sueño —dijo de pronto Rilox, con una sonrisa en los labios—. Ella quería ser una Hacedora de Sangre, incluso aspiraba a convertirse en una Caballero Dragón. Supongo que tú, más que nadie, sabrás lo difícil que es. Pero ese era el sueño de mi hermana. Finalmente, es una Hacedora de Sangre. Espero que le traiga felicidad.
» Dime, ¿planeas matar a mi hermana?
Una vez más, Cather se quedó sin palabras.
¿Matar a la chica?
Alzó la vista hacia el sector norte. Las Lascas no podían afectarla bajo la luz del día, pero aun así veía las sombras en la penumbra. Se imaginaba a sí misma matando a Xeli una y otra vez. Pero por más que lo visualizara, nunca parecía ser la solución ideal.
¿Era ella cómplice del asesinato de Zelif de alguna manera?
Pero sus poderes... no tenía sentido. Ningún Hacedor de Sangre emergía a los diecisiete años.
Rilox clavó sus ojos en Cather, y en ese instante, una tensión palpable se cernió sobre el torreón. La luz del sol mortecino se inclinaba sobre ellos, arrojando sombras danzantes en el suelo de piedra.
—Conozco a mi hermana —comenzó Rilox con una voz que resonaba con una mezcla de orgullo y pesar. Cather se sintió repentinamente diminuta bajo su intensa mirada, como si la fuerza de sus palabras la empujara físicamente hacia atrás—. Siempre ha luchado por lo que es justo. Tengo fe en que hará lo correcto, nuevamente. Creo en eso, porque es lo que Xeli siempre ha hecho.
El aire se llenó de una solemnidad casi tangible mientras Rilox continuaba, su voz cargada de emociones conflictivas.
—Ella se metió de lleno en la investigación. Y no, no era por alguna razón oscura. Lo hizo porque le importaba, realmente le importaba nuestra gente. Ahora lo veo... fui un tonto por no entender lo que intentaba decirme, por no ver las advertencias entre líneas. Pero ahora lo entiendo, todo tenía su porqué. Ella no buscaba ayuda para descubrir al Silenciador de la Memoria. No, lo que quería era encontrar esa pista clave, esa que lo delataría sin lugar a duda.
Rilox extendió su mano, entregándole a Cather unos papeles que parecían cargar el peso de un destino incierto. Cather los recibió con dedos temblorosos. El pergamino era grueso y áspero, como la corteza de un antiguo árbol, sellado con cera verde que ostentaba el emblema de los Stawer.
—Si tengo que decir algo, no permitas que Ziloh sea el futuro hierático de Diane —dijo Rilox, su voz ahora era un susurro cargado de urgencia para que ni Voluth ni Kazey escucharan—. Las pistas que recolecté apuntaban a él. No tengo nada que pueda resultar como una prueba absoluta de que él mandó a asesinar a Zelif, lastimosamente. Pero la última pista que me dio mi hermana fue que buscara sobre un tal Azel. Ella creía que se trataba del asesino. Y cuando investigué al respecto... Tengo varios testimonios. Los sacerdotes criaron a un niño que se llamaba Azel, lo entrenaron para que se convirtiera en un guardia sacerdote, pero este niño «murió» hace mucho tiempo. Creo que ya sabemos la identidad de ese otro Hacedor de Sangre.
Rilox observó al horizonte, su figura, delineada por la luz temblorosa del sol, se alzaba imponente.
—El Silenciador de la Memoria debe ser alguien que planea destruir ambas culturas y que nunca estuvo de acuerdo con el tratado de paz —dijo Rilox, casi como si citara algo volviendo a su tono habitual—. Ahora, si me disculpas, tengo asuntos pendientes.
Oyó al heredero alejarse.
Oyó a Kazey marcharse, probablemente con el sacerdote Ziloh, como ya lo había hecho tantas veces antes.
Cuando el cielo se oscureció y la vida se retiró a sus refugios, temerosa de las Lascas, Cather se quedó allí, con Voluth colocando una mano reconfortante en su hombro mientras la noche avanzaba implacablemente. Las palabras de Walex revoloteaban en su mente:
«¿Qué temes más, una partida de supuestos herejes como los Heroístas, o toda la nobleza, con su hueste y su influjo, como los dianistas?»
Finalmente, Cather se abrió. Hizo algo que nunca habría imaginado.
—Voluth, no tengo la menor idea de cómo afrontar esto —confesó, su voz temblaba como una hoja sacudida por el viento otoñal. Las Lascas, esas criaturas de la noche, se acercaban, sus siluetas apenas visibles en la penumbra—. Si dejo que Ziloh actúe, la ciudad caerá en un caos inimaginable. Y si lo detengo... el resultado será el mismo. Estoy perdida, sin un plan, sin una estrategia. Siento como si estuviera caminando a ciegas en una tormenta sin fin.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro