37
¿La amenaza? Que, si me oponía, moriría y conmigo todo Sprigont.
De las notas de Zelif.
En el rincón más oscuro del aposento, Azel se acurrucaba como un durmiente exhausto que había renunciado a su bienestar. Recobrar su visión, solo lo hizo sentirse todavía más cansado.
Había descuidado muchas comidas por su fatiga. Las salidas en busca de alimento representaban un lujo que no podía permitirse debido a la limitación de su vista. Por fortuna, la esencia de su sangre en la Piedra de Sangre no solo se encargaba de curar a su portador, sino que también suplía las necesidades básicas del cuerpo mientras se mantuviera el hervor.
Azel ansiaba que la Piedra de Xeli hiciera lo mismo.
Pero el sueño se le negaba, mostrándose reacio a acogerlo. De vez en cuando, los soldados de grebas retumbantes patrullaban las calles. Sus pasos resonaban como un presagio funesto. El norte estaba bajo toque de queda.
Reconocer esta realidad fue arduo, pero Azel pudo afirmar con seguridad que el día había llegado. Las calles parecían una extensión desolada de la guarnición. Se preguntaba qué destino aguardaba a los Purificadores, a los labradores y los sembradores. ¿Habían considerado estas consecuencias al imponer el toque de queda? La ciudad latía con una tensión velada, contenida como si estuviera aguantando la respiración al borde de un cataclismo inminente.
El alboroto de la población sería estruendoso, impregnado de frustración y hastío por las amenazas y culpas que se cernían sobre ellos. Algunos estarían atemorizados, otros encolerizados. Unos pocos podrían inclinarse hacia el autor de estos actos. Nehit se encontraba al borde de un precipicio volátil. Sin embargo, Azel temía más la sombra del miedo que la llama de la ira. El miedo podía volver a los heroístas erráticos y capaces de actuar sin reflexión, sembrando el caos a su paso. Era esta turbulencia la que los dianistas anhelarían para justificar sus acciones.
—¿Qué devastaciones hago yo ahora? —masculló Azel, apretando sus manos contra la cabeza—. ¿Qué salida me queda? —preguntó, mirando a Daxshi, quien estaba en su hombro—. Ziloh se está apoderando de todo el mundo, y más ahora que ha revelado que Xeli es una Hacedora de Sangre.
» Y Lord Stawer siempre ha sido leal a su causa. No tardará en que el cura se corone como el nuevo Hierático. ¿Qué demonios hago?
La criatura pareció encogerse. Su cabeza se inclinó como si también estuviera sumida en cavilaciones. Luego, sus ojos se posaron en la chica, recostada en el extremo opuesto del cuarto. Xeli todavía se recuperaba. Su cuerpo anhelaba reposo. Vulnerable, se mostraba como un petralux en recarga. Si Cather decidiera acabar con ella, Xeli no podría resistirse; era una niña que apenas había rozado los poderes sanguíneos.
«Protégela», susurró Daxshi.
Azel calló, semejante a un niño que espera que sus preocupaciones se disipen si no habla. Pero no podía abandonar a su suerte a Kuxa. Ni a los individuos que él había forjado y guiado. En sus manos estaba la salvaguardia del refugio. Quizás era hora de dejar su escondite y explorar los designios del norte.
Así, Azel inició el proceso de almacenamiento. Sentía cómo la Piedra de Sangre escarbaba en sus venas, sustrayendo la vida de su ser. Mientras un pequeño y nuevo latido resonaba en su interior, distante y casi imperceptible en el fondo de su mente. Algo que nunca había sentido.
Tras unos días, Azel se adentró en la noche.
El hambre le atenazaba, y apenas había logrado salir unas pocas veces para obtener agua y sustento. Cada intento había sido un desafío colosal debido a la madeja de soldados patrullando las calles. En más de una ocasión, estuvo a punto de toparse con su vigilancia. La Evaporación, a la que no podía recurrir frecuentemente por su necesidad de acumular sangre, se había vuelto un recurso escaso. Poseía apenas dos litros en su reserva y confiaba en que bastara para mantener su forma incorpórea por un tiempo.
Inhaló profundamente junto a Daxshi, su compañero. No divisó signos de vida cerca, había comprobado la falta de presencia espiando por una grieta en la pared. Se esfumó en la Evaporación y apareció a la vista. Un par de calles más allá neutralizó la Habilidad Complementaria y se ocultó en un callejón. Cada paso requería la meticulosidad de un artesano, consciente del riesgo que implicaba, especialmente si lo descubrían, pues pondrían en peligro a Xeli.
Aun sentía ese extraño y nuevo latido cada vez que hervía, señalando por algún motivo a su refugio. ¿Qué significaba aquello?
Sin embargo, no pudo pensar mucho en ello, pues una revelación desconcertante lo sorprendió: los soldados patrullaban con una agitación más intensa de lo esperado. Estos hombres, erguidos y firmes, sostenían sus armas sin temor y su mirada permanecía enfocada, salvo al escrutar algunos callejones. Este detalle aumentó su inquietud, pues en sus ojos había...
«Fuego», susurró Daxshi, reflejando la misma observación.
Azel sacudió su cabeza y continuó avanzando con pasos deliberados y cautelosos. Atravesó callejones y se elevó sobre techos cuando era posible. Pocas veces se vio obligado a recurrir a la Evaporación, esquivando las patrullas con facilidad. Lo peculiar era la ausencia de comunicación entre los soldados, quienes marchaban como desconocidos.
Al llegar al refugio, no se sorprendió por lo que encontró. Guardias apostados en la entrada y merodeando con celo. La noticia de que el asesino se había refugiado allí había convertido al lugar y sus habitantes en un objetivo primordial.
Azel analizó a los guardianes y sus rondas. Se dio cuenta de que carecía de un plan para adentrarse. Las ventanas del refugio nunca ajustaban bien y quedaban entreabiertas, pero alcanzarlas era un desafío. Podría neutralizar a los guardias, pero eso activaría la alarma al reanimarse, generando un tumulto. La estrategia de las Lascas no se sostenía, ya que los residentes estaban entrenados para confrontarlo gracias a lord Walex.
Fijó su mirada en un edificio vecino, más alto. La idea le causó un vértigo momentáneo, pero abrió una nueva posibilidad: el techo. Nunca había considerado algo así. ¿Sería factible? La Evaporación le brindaba ligereza, pero ¿sería suficiente para posarse sobre el tejado sin ser detectado?
Aproximándose al nuevo edificio, comenzó a ascender con cautela.
—Ojo con los guardias, si ves a alguno acercarse, avísame —siseó Azel a Daxshi.
La criatura asintió.
La escalada era desagradable para Azel. La inestabilidad y la visión del vacío lo atormentaban con vértigo. A pesar de sujetarse firmemente a los asideros, el viento amenazaba con desplomarlo. Inhaló profundamente mientras su estómago se revolvía.
Miró hacia arriba, buscando el siguiente punto de apoyo. El edificio era una ruina de ladrillo ennegrecido, agrietado y descolorido. Parecía una chabola abandonada, olvidada por el tiempo y la gente. Se mordió el labio y siguió ascendiendo, ignorando el sudor que le empapaba la frente y las manos. Cada movimiento era una prueba de voluntad y habilidad. Un error sería fatal.
«Un poco más», se instó.
«¡Cuidado!», gritó Daxshi.
En un parpadeo, Azel se volatilizó en la Evaporación. Sintió el impulso de ingravidez. El viento lo arrastraba. Daxshi advirtió que un guardia había amagado con alzar la vista hacia donde estaban, pero el hombre siguió su marcha.
Un instante después, Azel alcanzó la cúspide.
Se sintió libre por un momento, contemplando las luces de la ciudad. Pero esta, llena de sombras, también mostraba el abandono de los purificadores en un toque de queda sin piedad. Algunos realizaban su trabajo en zonas más claras, pero la mayor parte de Nehit estaba sumida en la oscuridad.
«No puedo hacer nada por la ciudad—se dijo—. pero tal vez pueda hacer algo por ellos».
Azel respiró hondo, sintiendo su sangre hervir. Nunca había tenido sus reservas tan bajas. A pesar de todo, se esfumó en la Evaporación y se dejó caer. Descendió con ligereza, casi como si volara. Durante un momento tuvo el impulso de sonreír por la sensación de libertad.
No lo hizo.
Cuando sus pies se posaron en el tejado, el silencio se mantuvo. Avanzó con cautela, buscando una ventana vulnerable. La había visto durante su trayecto. Finalmente, la encontró y la abrió con un leve empujón. Se deslizó hacia el interior, esperando que el lugar estuviera dormido. No obstante, no tuvo tanta suerte.
Favel estuvo a punto de gritar antes de que Azel le cubriera la boca. La joven lo miraba con ojos desmesurados, temblando. Pero al reconocerlo, se serenó un poco.
Azel se apartó.
—Halex... —susurró ella.
Azel negó con la cabeza.
—Me llamo Azel. Perdona por entrar así.
—¿Qué estás...? ¡Xeli! —exclamó, pero sofocó el grito—. Xeli... ¿Cómo está? Salió herida de la catedral... temía que...
—Está viva. Hubo un... problema, pero se está recuperando. Con suerte, despertará pronto.
Favel se dejó caer en la cama, agotada. Azel la observó, notando las ojeras y el pálido de su piel. La chica había dormido ni comido bien en un tiempo. La situación era complicada para todos.
—Espera —dijo Favel—. Iré a buscar a Kuxa. Ha hablado mucho de ti. Ha enfrentado a los soldados defendiéndote a ti y a Xeli.
Sin darle chance a responder, Favel salió apresuradamente.
Azel se recostó contra el muro, sus dedos golpeaban nerviosamente su brazo mientras miraba la puerta con impaciencia. Varias veces pensó en salir a buscar a Kuxa, pero se contuvo. Cuanto menos se notará, mejor. Sin embargo, la angustia le roía.
—Quizás me tendría que largar de aquí... —murmuró.
Justo cuando iba a hacerlo, la puerta se abrió. Azel se tensó, con un nudo en la garganta. Kuxa avanzó casi como si corriera y lo abrazó con fuerza.
Podría haber sido su primer abrazo.
Azel no supo cómo reaccionar y se quedó rígido, sintiendo el calor, el cariño y la cercanía de la vieja. Era una sensación extraña. Por un momento, sus problemas se borraron y se sintió tranquilo. Cuando Kuxa se separó, Azel recuperó su mal humor.
—Tienen que largarse —dijo bruscamente. Kuxa lo miró con disgusto.
—¿Marcharnos? —preguntó Favel.
—Ziloh está a punto de ser hierático —explicó Azel—. Romperá el tratado de paz y atacará a los heroístas. Su poder y dominio son enormes, y Cather no podrá reaccionar a tiempo.
» Todos deben irse. No puedo protegerlos.
—¿Marcharnos? —insistió la anciana—. ¿Cómo lo haremos? Estamos vigilados, ni siquiera podemos salir. No nos dejarán irnos. Además, huir es imposible; el pueblo más cercano está a días, y tenemos muchos niños.
—Tiene que haber una forma... —insistió Azel—. Puedo buscar una solución para ayudarlos a escapar. Quizás si me entrego a Cather...
—No.
—Si me entrego, podría convencerla para que los proteja, con el Gran Consejo u otro recurso.
—No.
—Tal vez pueda distraer a los guardias, crear un alboroto para facilitarles la salida.
—No...
Esta vez, la voz de la vieja sonó más débil, como si estuviera a punto de romperse. Kuxa no apartó la mirada, pero sus ojos se llenaron de lágrimas.
—No necesitas protegernos —dijo con manos temblorosas—. Si tu seguridad implica que nos vayamos... prefiero que no nos protejas. No quiero sufrir lo mismo otra vez.
Azel apretó los dientes y desvió la vista, incapaz de mirarla, pues sus palabras no encontrarían réplica.
—¡Pero tengo que hacer algo! —exclamó con fuerza—. No dejaré que los lastimen otra vez.
Un silencio pesado se cernió en la habitación.
—He hablado con Loxus —intervino Favel.
Azel volvió la mirada hacia ella, frunciendo el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Buscamos una manera de prolongar el tratado de paz —explicó Favel—. O de que nos permitan partir... Solo necesitamos tiempo para dialogar con Cather. Pero hay un... inconveniente.
Azel gruñó con frustración.
—¿De qué se trata?
—Xeli y tú —señaló Favel—. Creen que forman parte de nuestra fe. Podríamos explicar que tú no tienes relación con nosotros. El Gran Consejo controla los rubíes en Edjhra y los distribuye. Solo hemos recibido uno para Xeli. Contigo, no tenemos vínculo alguno. Pero...
La voz de Favel se apagó.
«Protege», susurró Daxshi con compasión a Favel.
Xeli se había convertido en una piedra angular para los heroístas.
—¿La protegerás? —rogó Favel, adelantándose a Kuxa—. Dime que la protegerás, Azel, por favor.
Azel se preguntó si podría cumplir esa promesa.
—Mi amiga hallará una manera de cuidarnos... incluso si implica entregarse, como tú —aseguró Favel—. ¡Pero ella no tiene culpa! No dejes que lo haga...
Azel guardó silencio.
—Puedes llevarla fuera de la ciudad... lejos —sugirió Kuxa con dulzura.
Azel las contempló, preguntándose si podría hacerlo, si podría abandonarlos.
De pronto, se oyó un ruido al otro extremo del refugio. Alguien golpeaba la puerta. Favel y Kuxa se sobresaltaron.
—Debes marcharte —suplicó la anciana—. Ellos se acercan... hacen otra ronda. Por la espada del Héroe, ayúdala...
» Por el bien de todos... Ten cuidado. Prométemelo.
Azel sacudió la cabeza y se esfumó como una ráfaga de sangre evaporada, ignorando las peticiones y tratando de ordenar sus pensamientos mientras maldecía su impotencia.
Apretó los dientes... ¿Podría cumplir lo que pedían?
No...
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