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33

Los Hacedores de Sangre son el último bastión frente al Portador del Olvido y los Caídos. Sus curas, destrezas y visiones son actos de rebeldía ante la oscuridad que devora memorias e historias. Son guardianes del recuerdo en el conflicto entre la luz y las sombras que el Destructor simboliza, mientras los Caídos acechan en la penumbra, tratando de minar la esperanza humana. Al explorar este legado carmesí, halló vínculos más hondos entre el deber de los Hacedores y el sino de su choque con el Portador del Olvido y sus pérfidos secuaces.

De las notas de Xeli.


Xeli se incorporó de golpe, escupiendo sangre que quemaba su garganta. Al abrir los ojos, el sueño desapareció y la cruda realidad se impuso: un mundo sumergido en sombras.

«¿Cuánto tiempo he estado ciega? ¿Aún estoy en la sala del pacto?», pensó.

Cada inhalación era un suplicio, como si el aire estuviera impregnado de un frío mortal. Su cuerpo, convertido en una cáscara vacía, se aferraba a la piedra de sangre, buscando en su calor la fuerza para levantarse. Sentía sus venas a punto de explotar por el esfuerzo de respirar, incapaz de contener la presión de su sangre. Sobrevivir era un milagro.

«No un milagro, sino el poder curativo de los Hacedores de Sangre».

Un hálito profundo emergió desde lo más hondo de su pecho, una exhalación llena de emoción contenida. En su ser, los pulsos vibrantes del rubí latían como el corazón de un mundo antiguo y misterioso. Uno era el eco débil de su corazón; el otro, la Campanilla, la voz de la sangre antigua.

En ese momento, Xeli comprendió que estaba al borde de completar el vínculo. Solo necesitaba un poco más. Un destello en Campanilla captó su atención. En su interior, dos pilares se alzaban. El primero reflejaba su vida, opacada y hueca. El segundo emanaba un poder indómito, una radiancia que eclipsaba mil soles. Era el poder de su piedra de sangre.

Discernió que el segundo pilar alcanzaba su plenitud. Quizás en minutos, tal vez en horas. Pero estaba cerca. Una sonrisa adornó sus labios lívidos. Aunque ciega, sus otros sentidos se agudizaron en las sombras, afinando su conexión con el mundo. Un sonido lejano de pasos rozó sus oídos, devolviéndole la audición que creía perdida. La puerta se abrió y el sonido se clarificó.

Las lágrimas brotaron cuando oyó la voz de su fiel amiga, Favel.

—¡Favel! —exclamó Xeli, extendiendo sus manos hacia la oscuridad, anhelando el alivio de su amiga.

Favel se acercó, materializándose desde la niebla como una sombra hecha carne. Su abrazo desafiaba la penumbra, brindando el calor de un nuevo día en un mundo gris.

—Pronto estaremos libres —balbuceó Xeli entre lágrimas, aferrándose a Favel—. Esta pesadilla terminará.

—Ya casi lo logras —confirmó Favel.

Xeli se enderezó, usando sus brazos temblorosos para sostenerse. Favel la ayudó, permitiéndole recostarse contra la pared áspera. La oscuridad y el frío eran implacables, pero la piedra de sangre brillaba con claridad, sus matices resplandeciendo como estrellas en un cielo nocturno.

—Hace nueve años, vi una gema igual —susurró Xeli, aún con la lengua adormecida—¿Qué ves en el rubí?

Favel se acercó más, su cercanía siendo más un eco en la percepción de Xeli. Extendió sus manos cálidas, compartiendo el peso de la Piedra de Sangre.

—Brilla con mucha fuerza —dijo Favel.

—¿Es todo lo que ves? —inquirió Xeli, una chispa de emoción en su voz.

Tras un breve silencio, Favel respondió que no podía ver más.

—Yo veo un resplandor cegador en el rubí —confesó Xeli—. Un fuego ardiente en su centro, como una llama eterna bailando en su corazón. Es una luz delicada, pura y concentrada. Creo que solo los Hacedores de Sangre pueden percibir estos matices, estas profundidades ocultas.

» Y ahora, estoy segura de lo que presencié hace nueve años, cuando Zelif me ofreció la gema. Al principio, parecía un rubí normal, solo que emitía una luminosidad exagerada. Sin embargo, luego sentí el fuego interno, su tranquilidad hipnótica. Era una belleza indescriptible.

» Después, Ziloh pinchó mi dedo, igual que hizo Loxus. Estiré mi mano hacia la gema y la tranquilidad del rubí se convirtió en tormenta desatada, un frenesí furioso e incontrolable. Sus voces parecían un grito, un coro que se superponía, como si la gema escapara aterrada ante mi cercanía.

» Y luego... un alarido desgarrador que me dejó paralizada... Después de eso, sentí terror al ver a los sacerdotes. Cuando crucé la mirada con Ziloh, creí que mi destino estaba sellado.

Favel escuchó, pareciendo una sacerdotisa del conocimiento, entrelazando fragmentos de una historia desgarrada. Aunque Xeli hubiera deseado compartir plenamente su relato, la niebla de los recuerdos oscuros había oscurecido la historia. No era falta de voluntad, sino la volubilidad del pasado en su mente infantil. Ahora, la claridad había desterrado las sombras de su memoria.

—Por eso temías tocar la gema —dijo Favel.

Un estruendo resonó en la distancia, haciendo vibrar las piedras de la catedral. Las dos jóvenes se estremecieron ante el sonido que reverberaba en sus almas. ¿Eran las puertas de la catedral las que se habían abierto? Pasos resonaban, como un ejército de sombras sacerdotales emergiendo para investigar.

—¿Quién puede ser? —preguntó Xeli, temblorosa.

Era la hora de la medianoche, cuando la oscuridad reinaba y el mundo dormía. Nadie debería estar en las calles, y mucho menos en los pasillos de la catedral.

—Voy a ver qué sucede —declaró Favel con determinación—. Quédate aquí.

Antes de que Xeli pudiera objetar, Favel se precipitó en acción. Xeli quedó sola, envuelta en una penumbra opresiva. Se sentía como una paria de la visión, condenada a las sombras. No solo había perdido la vista, sino también su movilidad, aun parcialmente paralizada.

Apenas podía percibir fragmentos de sonidos, como ecos distantes. Su concentración aguda le permitió discernir susurros y murmullos lejanos, voces que flotaban como hojas al viento. El eco de un sonido indescifrable llenó el aire, siguiendo el tumulto de pasos sacerdotales. Cada evento era un enigma, un rompecabezas con piezas invisibles.

En medio de aquel caos, dos voces se alzaron como faros en la tormenta y llamaron a sus seguidores con palabras de fuego. Sus pasos resonaron como tambores de guerra, haciendo temblar el suelo bajo los pies de Xeli. El miedo, cual bestia hambrienta, la acechó y se mezcló con su dolor y su rabia. Algo terrible había pasado, algo que había roto el equilibrio del mundo. Sudaba con el rostro perlado de gotas, pero se sentía helada, como azotada por un viento gélido. Temblaba como una hoja a merced del huracán.

La puerta se abrió y la oscuridad cedió a un hilo de luz.

—¡Favel! —exclamó Xeli, esforzándose por enfocar sus ojos en la figura que entraba—. ¿Qué ocurre? ¿Qué está pasando?

Favel entró apresurada, cerró la puerta tras de sí y echó el cerrojo con rapidez. La urgencia en su mirada era palpable, y la agitación en su voz se filtraba a través del aire.

—Es lady Cather —anunció, entrelazando sus palabras con ansiedad—. Viene por ti.

Xeli quedó enmudecida y el nombre resonó en su mente como un augurio oscuro. No podía ser. ¡Estaba tan cerca!

—¿Lo sabe? —murmuró Xeli. La cabeza de Favel se movió de un lado a otro en un gesto frenético.

—No lo sé. Dijo que te buscaba y envió a sus escuderos a recorrer la catedral. Por suerte, no me vieron, así que vine corriendo hacia ti. Cather mencionó que el asunto era delicado y no quería compartirlo con un simple sacerdote guardián, así que ordenó a los demás sacerdotes a encerrarse en sus aposentos.

—Ella cree... que soy la asesina —musitó Xeli, con voz ahogada.

Las palabras sabían a amargura y la certeza de que ningún argumento podría borrar esa sospecha de la mente de Cather. La verdad era demasiado enrevesada, demasiado ajena a la lógica. Si tan solo no se le hubiera caído su colgante.

—Loxus logró contenerla por un tiempo —dijo Favel, ansiosa—. Está hablando con ella para que puedas escapar. Debemos irnos, Xeli.

Las palabras golpearon el cerebro de Xeli como un martillo de alarma. Era el momento de la verdad, la última oportunidad de escapar antes de que el cepo se cerrara sobre ellos. Se apoyó en el brazo de Favel, que la sostenía con fuerza, mientras se abrían paso entre la multitud. Cada paso era un suplicio, como si sus huesos fueran de vidrio a punto de romperse y sus pies se clavarán en ascuas. Su cabeza era un torbellino, incapaz de concentrarse en nada más que en seguir adelante. Una gota de sangre le resbaló por la nariz y manchó sus labios.

Sus manos rozaron la fría piedra del altar. En ese momento, el segundo latido de su piedra de sangre palpitó con una vitalidad renovada, respondiendo al roce de sus dedos sobre el rubí incrustado en la superficie. Los latidos sonaban como el compás de una canción antigua y resonaban en armonía con las fibras de su ser. Xeli se aferró a la piedra con determinación, ganando fuerzas de ese contacto.

Recordó claramente la vez que alguien tocó ese mismo rubí y cómo desencadenó la apertura de una abertura en el suelo. Necesitaba invocar ese mismo poder ahora para escapar a través de los intrincados túneles que yacían ante ella. Sus intentos resultaron infructuosos. La energía no fluía; una barrera invisible separaba su voluntad del vínculo con la gema. El fuego latente en su interior se opacaba por la inaccesibilidad de su propio poder. La impotencia y la derrota se adueñaron de ella.

—¿Qué pasa, Xeli? —preguntó Favel con inquietud.

—No... no puedo abrirla —confesó Xeli, exhausta y desilusionada—. Mi poder... no puede fluir. La piedra de sangre... está drenando mi fuerza. Lo siento, Favel.

La maldición que escapó de los labios de Favel resonó en el aire como una plegaria desesperada. Los planes se desmoronaban y las esperanzas se desvanecían en ese lamento. No había tiempo para lamentaciones.

—Está bien, buscaremos otra forma —murmuró Favel, mostrando su angustia—. ¿Puedes caminar?

La joven dama dio un paso vacilante y sintió como el fuego abrasaba sus pies. Asintió con determinación.

—Estoy bien —jadeó—. Sigamos adelante.

Cada paso que daban era un suplicio, una odisea a través de terrenos igníferos donde sus huellas parecían explotar en llamas. Poco después, el fuego se alzó como una ola y golpeó las regiones de su mente, exigiendo tregua. Xeli se vio obligada a pedirle a Favel que detuviera la marcha varias veces, su necesidad de descanso tan ineludible como el rugir de un torrente. El mundo giraba en una espiral confusa y sus contornos se perdían en la oscuridad.

Entonces, el repiqueteo de pasos penetró su audición. Los pasos sonaban como el crujir de la tierra, el peso aplastante de un corcel en estampida, un trueno retumbando implacable. Ambas jóvenes viraron sus cabezas, incapaces de desentrañar la figura en el horizonte sombrío. La amenaza se acercaba, inexorable. Sabían, con claridad gélida, que el breve respiro otorgado por Loxus finalmente se había esfumado.

El tacto de su piedra de sangre, aún caliente en su mano, proporcionó un atisbo de alivio y determinación. Xeli inhaló hondo y forjó su resolución con cada bocanada de aire. Persistió a pesar del dolor que resonaba en cada fibra de su ser. No podía permitirse flaquear, no en este laberinto mortífero. Tenía que escapar, tenía que distanciarse antes de que Cather la encontrara. De lo contrario, moriría.

Sus pasos las guiaron por pasillos serpenteantes, rogando que la penumbra desorientara a su perseguidora. Siguiendo la guía de Favel, avanzaron hasta un pasaje sin salida, donde las paredes parecían abrazarse en una danza oscura. Favel extendió sus manos y exploró con cautela. Su tacto se encontró con una puerta diminuta, camuflada en la piedra. Era la puerta tras la estatua de uno de los antiguos Caballeros Dragón, una salida que aguardaba entre las sombras en caso de emergencias.

Favel abrió la puerta y la noche se desplegó ante ellas como un inmenso mar de tinieblas. El aire fresco era un bálsamo en contraste con el hedor de la catedral. La luz de la luna parecía más intensa. Xeli podía sentir la resonancia en su piedra de sangre, el segundo latido ahora más fuerte que nunca, como un himno de poder. La gema vibraba en sintonía con la noche. De súbito, una sensación invasora se adueñó de su ser. Los latidos de su corazón resonaron como un lamento angustioso. La niebla que había oscurecido su visión comenzó a disolverse paulatinamente.

El mundo ante ella onduló con una familiaridad que la hizo evocar instantes pasados. Las sombras se retorcían en un baile misterioso, como espectros que se perseguían por las calles de la ciudad.

—Vamos —apremió su amiga, urgente—. Corre y busca amparo.

Apoyándose en el muro, Xeli sintió un torrente ardiente recorriendo su cuerpo. Un escalofrío de dolor la asaltó y amenazó con arrancar un grito de su garganta. Aguantó con los dientes apretados y resistió la marea de sensaciones. Aunque la salida al aire libre le hubiera brindado cierto alivio, sabía que no estaba en su mejor estado.

—Debes irte —urgió Favel con desesperación—. Huye. Cerraré la puerta con llave y la esconderé tras la estatua. Ganaré tiempo para ti. ¡Corre, Xeli!

Las lágrimas empañaron los ojos de Xeli. El dilema la apresaba entre la lealtad hacia su amiga y la necesidad de protegerla. Temía que ayudarla a escapar pudiera poner en riesgo la seguridad de Favel.

Su amiga, sin más contemplaciones, la empujó. Xeli cayó al suelo con un impacto doloroso. La sensación de fuego y hormigueo arremetió contra su cuerpo y amenazó con consumirla. Gimió, jadeó y soltó un grito ahogado mientras Favel cerraba la puerta.

El corazón de Xeli latió con frenesí y retumbó en sus oídos como un tambor de desesperación.

—No...

Con esfuerzo, la joven logró incorporarse y sus pasos vacilantes la llevaron sin rumbo. Desconocía su dirección, solo ansiaba alejarse de la catedral, de la prisión que había sido su hogar. Esperaba que Favel hubiera logrado escapar, que no fuera atrapada injustamente en la maraña de su desgracia. Por eso, debía distanciarse, huir tan lejos como pudiera.

Los vientos helados la envolvieron con su abrazo glacial, como suspiros de muerte acariciando su piel. Las ráfagas eran como lamentos del más allá, susurros que hablaban de su destino sellado. Cada paso aumentaba el temblor y el frío se insinuaba en su cuerpo mal vestido.

Además, Xeli notó que su percepción se había vuelto más aguda, como si sus sentidos se hubieran despertado con intensidad. Sus pies desnudos tropezaban con las piedras y sentía cada aspereza como miles de agujas que la herían. No pasó mucho tiempo antes de que las lágrimas comenzaran a brotar.

Era como si las emociones contenidas explotaran junto con su mundo. El diluvio de lágrimas se mezcló con la lluvia del cielo, dos tormentas convergiendo en un caos interno. Todo lo que había conocido había cambiado irrevocablemente. Las risas compartidas, las horas leídas junto a Favel, la asistencia a Loxus; todo eso se desvanecía en la distancia como un sueño efímero. Su pasado y su presente eran dos orillas separadas por un abismo sin puente.

Xeli aceleró el paso, impulsada por una urgencia repentina. La adrenalina corría por sus venas, acompañada de una oleada de calor.

«¿Por qué a mí?»

Sus pies tamborileaban en el pavimento. Las sombras a su alrededor se transformaban, adquiriendo formas que preferiría no ver. Visiones llenas de tormento danzaban ante sus ojos, como una condena inevitable.

«Los mataste», resonó una voz en su cabeza.

—No lo hice —sollozó Xeli.

«Nos mataste

Cayó de bruces en un oscuro callejón, azotada por la dura realidad. El dolor estalló como un fogonazo de luz y laceró cada fibra de su ser. El sabor metálico y salado de la sangre inundó su boca mientras tosía con violencia, y la tierra parecía temblar furiosamente bajo su cuerpo.

El cielo rugió con furia. Las nubes se entrelazaron en un torbellino y el viento aulló como una bestia liberada. Las gotas de lluvia cayeron sobre ella, pesadas y frías, empapando su ropa de sangre y mezclándose con sus lágrimas. Xeli estaba atrapada en el ojo de la tormenta, mientras el mundo se convulsionaba.

Los truenos bramaron y Xeli dio un respingo, sintiendo la reverberación en su alma. Se preguntaba por qué Sprigont desataba su ira sobre ella en ese momento. La incertidumbre se entrelazaba con su tormento interno.

Se acurrucó en el suelo, perdida en medio de la furia de la naturaleza y su tormenta interior. Lloró sin restricciones, mezclando sus sollozos con el repiqueteo de la lluvia. Entre lágrimas y ruegos silenciosos, rezó al Héroe, al Dios de los débiles y marginados.

—Así que estabas aquí —una voz emergió de la oscuridad.

Los ojos de Xeli se alzaron, llenos de temor. En la penumbra del callejón, la silueta de la Caballera Dragón se recortaba como una amenaza. Cather se erguía, iluminada por el resplandor de un trueno lejano. Detrás de ella, los escuderos cerraban el paso.

Cather desenvainó una de sus espadas con un gesto fluido. La hoja centelleaba con una luz propia. Xeli la miró a través de la lluvia que le empapaba el rostro y reconoció la espada que no era suya, sino la del asesino.

—Eres una farsante, una impostora —escupió Cather con desprecio—. Me has engañado desde que te conocí. Te di mi confianza cuando nadie más lo hacía.

Cada frase era un puñal que se hundía en el corazón de Xeli. Los recuerdos de la confianza otorgada eran estocadas que la desgarraban por dentro.

—Vi algo en tu mirada y quise creer en ti, aun cuando las pruebas apuntaban a los heroístas —prosiguió Cather.

Se acercó y la punta de su espada apuntó hacia Xeli.

—¿Quién iba a pensar que eras tú? —continuó Cather—. Siempre fuiste la asesina. La oveja negra de la familia, la devota del Héroe; la mentirosa, la traidora. Una asesina y Hacedora de Sangre fuera de los registros. Una devastadora Silenciadora de la Memoria.

La espada se elevó y Xeli la observó con ojos llenos de lágrimas.

—¿Por qué? —preguntó Cather. Su voz no mostraba ira, solo buscaba comprensión—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Desde cuándo eres uno de ellos? ¡Confíe en ti y me traicionaste!

Xeli quiso responder, pero las palabras se habían convertido en un nudo en su garganta. El calor que la había envuelto se esfumó, dando paso a un escalofrío que la hacía tiritar. Se enfrentaba a su muerte y en ese momento, solo era una niña asustada. Sus pensamientos se confundieron, el cansancio y la desesperación nublaron su mente. Luchó por mantenerse consciente, aunque su resistencia disminuía.

—No... fui yo... —logró murmurar con voz débil.

Las palabras, apenas audibles, se dispersaron en la tormenta. Cather, en un gesto sorprendente, arrojó la espada hacia Xeli y ante ella cayó aquella obra divina. Era un arma de perfección inmaculada y belleza incomparable, adornada con intrincados patrones que semejaban venas palpitantes. ¿Esperaba Cather que Xeli la tomara y se enfrentara a ella? Era una locura, no solo por la falta de destreza en esgrima de Xeli, sino también por su debilidad latente.

—Al principio, me extrañó que un símbolo tan viejo y misterioso adornara una espada como ésta —dijo Cather, su voz resonaba como el trueno de montañas lejanas—. Pero ahora lo entiendo. Solo alguien como tú podría entender ese símbolo, alguien dispuesta a ser acusada. Tu soberbia te impulsaba a tomarla, a actuar como una caballera en nombre del Héroe, un mensajero del Dios Negro.

» Querías desestabilizar ambas religiones, destruirlas, como siempre lo hacen los Silenciadores de la Memoria. Y esto lo confirma.

Entonces la caballera extendió su mano, reluciendo un colgante de oro.

Xeli apretó los dientes, impotente.

—No puedes engañarme más —dijo Cather, su voz resonando entre la tormenta—. Sé que estuviste en el lugar del asesinato. Has sido descubierta, Silenciadora. Ahora vas a decirme por qué lo hiciste, aunque tenga que arrancarte las palabras con tormento. Incluso si debo destrozar tu piedra de sangre para forzarte a hablar. No habrá juicio para ti, pequeña. Ningún Hacedor de Sangre no registrado, ningún Silenciador de la Memoria, merece tal consideración. Ninguna artimaña te salvará. Solo la verdad será tu salvaguarda. Dirás lo que necesito saber, y si persiste el silencio, buscaré cómo quebrarlo. Pero no toleraré más juegos ni evasiones.

Xeli contempló la espada, maravillada y a la vez intimidada. Su mirada recorrió la hoja hasta llegar a la guarda, donde vio el símbolo aludido por Cather: una espada curva, con una hoja y una guarda sacadas de sueños. Era el mismo símbolo de su colgante, pero incompleto. No era el símbolo completo del Héroe; era la mitad de una representación más antigua y trascendental.

«El glifo de la primera dualidad», reconoció Xeli.

Estaba a punto de compartir aquello con Cather, pero la expresión de la caballera se tornó sombría al guardar de nuevo el colgante. Sacó la segunda espada, una hoja doble más imponente que la anterior, y la alzó.

Xeli cerró los ojos, temblorosa y sollozante.

—Por favor... —musitó.

La espada no cayó. Xeli abrió los ojos lentamente, conteniendo el aliento. Los escuderos de Cather yacían en el suelo, maltrechos y gimiendo de dolor, mientras una estela de sangre evaporada cruzaba el callejón. Había cerrado los ojos por un instante y aquellos muchachos ya habían sido derrotados.

Cather rugió y se lanzó al ataque. La estela de sangre esquivó cada golpe con gracia, flotando entre la hoja divinas. La destreza del espectro era sobrenatural. El asombro eclipsó el dolor de Xeli; su miedo la mantuvo fascinada por el espectáculo.

El escenario cobró vida, como si Nehit despertara bajo la luz del amanecer. El espectro atravesó a Cather, deslizándose como un suspiro del viento por debajo de sus pies. La sangre evaporada se dispersó a pocos metros de Xeli y de pronto, las partículas se aglutinaron, formando la silueta de un hombre.

—No quiero más sangre en mis manos —dijo el espectro. Xeli se heló al escuchar su voz. No era la de un malnacido sin corazón, sino una voz arrepentida, afligida.

Era Halex.

—Lárgate —susurró el asesino sin mirarla—. Vete a las Calles Negras, allí te buscaré.

Xeli vaciló, su mirada clavada en Halex. ¿Había sido él el asesino de Zelif? ¿Era el tal Azel? Nada tenía sentido. ¿Por qué se había escondido con Kuxa y los demás? ¿Por qué la ayudaba ahora? La piedra de sangre en su mano irradió calor de nuevo.

—¿Creen que pueden escapar? —inquirió Cather, su voz sonando inhumana.

Xeli tragó saliva y su percepción captó cómo la apariencia de la caballera cambiaba, como si su piel se hubiera fundido con su armadura o viceversa.

La espada de la Caballera Dragón brilló intensamente.

El cuerpo de Azel comenzó a desvanecerse y las partículas de sangre evaporada emergieron de su figura. Finalmente, se convirtió en una neblina de sangre. Para sorpresa de Xeli, la hoja divina del asesino fue lo único que no se evaporó.

Entonces cayó en cuenta: la espada del asesino seguía en el suelo, olvidada. Xeli la tomó entre sus manos y no sintió nada. Sacudió la cabeza y se puso en pie con esfuerzo, inundada por un súbito calor interior. Alentada por el ímpetu que le recorría las venas, trató de ofrecer la espada al asesino. Mas su gesto fue desdeñado.

Cather atacó primero.



Azel sintió temor, una sensación que no podía ignorar. Sin embargo, no retrocedió ni permitió que Cather lo intimidara. La enfrentó y, con sus acciones, desafió su propio miedo.

Su espada chocó con la hoja de Cather, y la sangre evaporada se dispersó, formando una ventisca sangrienta. La espada de Azel se melló al tocar el arma de su oponente.

«Cuidado, mucho cuidado», advirtió Daxshi.

Pese al peligro, Azel no vaciló. Necesitaba actuar rápido. Avanzó hacia el costado, buscando la espalda de la Caballera Dragón. Cather lo impidió y contraatacó con un tajo lateral.

Azel apenas bloqueó el ataque. El impacto casi rompió su espada y le lastimó la muñeca. Retrocedió, jadeando. Nunca había visto un Solidificador, pero reconoció que Cather era uno. Su fuerza era irracional.

El problema para Azel residía en que Cather neutralizaba su ventaja. Su Evaporación le permitía evadir ataques como el humo. Sin embargo, Cather poseía la Solidificación y su hoja de sangre replicaba esa habilidad. Si el arma tocaba la Evaporación de Azel, anularía su habilidad. Además, la habilidad del asesino sacrificaba velocidad y para atacar, Azel debía arriesgarse a cancelar su habilidad, convirtiéndose en un blanco fácil.

Pero Azel no podía retirarse. Xeli necesitaba protección. Sin embargo, Azel contaba con un as bajo la manga: su propia hoja de sangre.

«No», se dijo, forjando su determinación.

Tomó aire profundamente y adoptó la postura de un Evaporador. Cather no sabía su ubicación entre la bruma que lo rodeaba. Sin embargo, la intuyó y adoptó la pose de un Solidificador. Azel tomó la iniciativa.

Avanzó y dirigió un tajo hacia la caballera. Cather, con destreza, se movió de manera precisa y calculada para esquivar el ataque. Azel mantuvo el asalto, lanzando otro tajo aún más rápido que el anterior. Cather lo bloqueó en el último momento.

Cather manejaba su espada con perfección, como una prolongación de sí misma. Azel recordó a su maestro, Malex, y sus enseñanzas. El arma de su mentor le hablaba y le susurraba que protegiera. La segunda pulsación de su piedra de sangre lo calmó.

El ritmo del combate continuó y Azel desplazó sus pies con rapidez, dejando marcas diminutas en la piedra que se desprendían como virutas de sangre brumosa. Parecía fusionarse con la brisa cuando soplaba, moviéndose al unísono con ella, como si él y el viento fueran una sola entidad, una extensión de la tormenta que rodeaba a los Hacedores de Sangre.

Sus miradas se encontraron en un momento que trascendió el tiempo y el combate. Azel se estremeció al ver la mirada solemne de Cather.

Las espadas chocaron y Azel retrocedió. No podía enfrentarla de esa manera. Su espada estaba a punto de romperse y no podía bloquear un golpe de Cather.

«Estoy jodido», maldijo.

La Evaporación y la Expulsión le costaban mucha sangre. Era frustrante estar en desventaja frente a Cather. No sabía cuánto tiempo resistiría sin comprometer su organismo. Necesitaba cambiar de estrategia para sobrevivir.

«¡Devastación! ¿Dónde está la niña?», pensó con urgencia.

«Al fondo», respondió Daxshi.

Azel miró hacia allá y vio a Xeli tambaleándose con la espada en sus manos en dirección a la salida.

«Estúpida niña», murmuró con frustración.

El peligro que corría Xeli encendió en él una ira ardiente. Cather también la vio y se preparó para atacarla.

—¡No! —gritó Azel, lleno de angustia mientras la sangre dentro de él hervía de furia.

El mundo pareció ralentizarse. La lluvia se congeló mientras la espada de Cather caía sobre Xeli. El grito de la joven atravesó el corazón de Azel. Sin dudar, canceló su Evaporación. Se materializó y su velocidad aumentó enormemente. Avanzó hacia Cather, acortando la distancia en un instante. Cada paso creaba explosiones de agua.

Cather se giró sorprendida. Intentó defenderse del ataque sorpresa, pero fue inútil. La espada de Azel cortó su armadura, pero se quebró al chocar con su piel solidificada. La lluvia y las esquirlas de acero nublaron la visión. Azel aprovechó el desconcierto de Cather y se posicionó detrás de ella otra vez. Sacó su cuchillo y lo clavó donde había roto la armadura. Gritó mientras la hoja rasgaba la piel endurecida, dejando un rasguño superficial.

Aunque el corte parecía insignificante, fue suficiente. Azel intensificó su hervor, extrayendo la sangre del acero mellado de su cuchillo. El poder de la sangre ardiente le reveló la esencia vital de Cather y su poder. Azel comprendió la verdad: Cather era mucho más fuerte que él, incluso en igualdad de condiciones.

Azel sintió temor al entender la desigualdad, pero no se rindió. Temblando por la revelación, usó sus dos Habilidades Básicas: Condensación para acceder al flujo sanguíneo y División para restructurarlo. Sabía que podía superar la fuerza de Cather con la Habilidad Complementaria, la misma que había debilitado a un Nevrastar.

Por lo tanto, Azel empleó la Reducción de Sangre.

La Caballera Dragón se paralizó, su piel se volvió pálida. Un instante después, Azel notó una fragilidad en ella, evidente en el lento latir de su corazón y en el enfriamiento de su sangre. Cather parecía a punto de ceder bajo su propio peso, mientras su fuerza se esfumaba rápidamente

Azel jadeó de satisfacción al ver el efecto de su poder. Una sonrisa fugaz apareció en sus labios mientras observaba cómo la espada de la caballera perdía su brillo. Pronto notó una fuerza contraria que emanaba del interior de Cather, estabilizándola.

Azel retrocedió bruscamente y saltó hacia atrás para alejarse de su oponente. Buscó con ansiedad a Xeli, arrodillada en el suelo, recuperándose del terror reciente.

¿Había pasado tan poco tiempo?

—¡Corre! —gritó a Xeli, urgente.

Xeli reaccionó lentamente y se levantó. La ansiedad de Azel creció aún más. La espada de Cather recobraba su luminiscencia y su poder. La caballera emitió un gruñido feroz que hizo temblar las ventanas de las casas.

—¡CORRE! —aulló Azel de nuevo, con ferocidad.

La orden impulsó a Xeli. La joven empezó a correr, gimiendo de dolor, pero decidida. Mientras tanto, Azel se enfrentó a Cather, debilitada pero no indefensa. Chocó con la caballera, golpeando su peto con el hombro.

Un dolor agudo recorrió el brazo de Azel como un relámpago al colisionar contra una pared. Aplicó más fuerza en su embestida y ambos cayeron al suelo, rodando entre los charcos oscuros.

Azel levantó la mirada y se llevó una mano a la cabeza, sintiendo la contusión. No logró ver a Xeli, lo cual le pareció favorable. Cather soltó un quejido al levantarse con una mano en su rodilla. Su mirada ardiente de ira y su cabello empapado enmarcando su rostro, junto a la espada a su lado, le daban un aspecto intimidante. En contraste, Azel parecía más un vagabundo exhausto que un guerrero.

—La atraparé —afirmó Cather con voz gutural— y a ti te derrotaré. Juro en nombre de los Creadores que os ejecutaré a ambos.

Azel permaneció inmóvil, sintiendo el agua goteando de su frente mientras evaluaba la recuperación de Cather. Observó cómo se tensaban sus músculos y el color regresaba a su piel, desvaneciendo cualquier señal de debilidad. A pesar de los esfuerzos de Azel, la Reducción de Sangre se desvanecía, inútil frente a la habilidad de Amplificación de Sangre de Cather. Al anularse ambas habilidades, Cather recobró su fuerza, pero Azel quedó en un estado lamentable, con escasa sangre y sin poder. Su única opción parecía ser la huida.

Con dificultad, Azel se puso de pie, apoyándose en el muro más cercano, y miró a Cather con una mezcla de respeto y rencor. Sabía que no podía vencerla, pero tampoco se rendiría, consciente de que algo más importante que su propia vida estaba en juego: la de Xeli.

Y el futuro de la ciudad.

—Ella no es la asesina —dijo Azel, con voz entrecortada, sin apartar la vista de Cather y empuñando su cuchillo—. Yo fui quien mató a Zelif. Por mi culpa murieron los sacerdotes, pero Xeli es inocente.

Cather, impasible, se irguió lentamente.

—¡Yo soy el culpable! —exclamó Azel, elevando su voz en un lamento, mientras Cather se preparaba para atacar.

Azel adoptó la postura del Evaporador, con su pierna derecha retrasada y la izquierda adelantada, buscando firmeza mientras luchaba contra el cansancio. Un latigazo de dolor inundo su brazo herido. Era consciente de que no podría sostener el duelo por mucho tiempo, especialmente porque Cather estaba a punto de usar su arma más letal. Con un suspiro, activó su Evaporación justo cuando Cather abatió su espada.

La batalla entre los Hacedores de Sangre se intensificó. Azel, sin embargo, no estaba preparado para enfrentar el dolor en su brazo. A pesar de que el Hervor lo mantenía alerta y aceleraba su sanación, necesitaría tiempo para recuperarse completamente.

Cather atacaba con ferocidad. Su espada se precipitaba hacia Azel, cortando el aire como si fuera una maza. La hoja de sangre chocaba con los muros del callejón, despedazando el granito como si fuera agua. Ambos combatientes se movían en una danza mortal, esperando cualquier error del otro. Mientras tanto, Azel luchaba por mantener el equilibrio bajo el implacable asalto.

Cuando la espada de Cather se abalanzó con rapidez, Azel apenas consiguió levantar su cuchillo, intentando detener el ataque. El impacto del choque resonó en su brazo, causándole un dolor agudo. El cuchillo salió despedido y se desintegró en el aire. Las lágrimas brotaron en los ojos de Azel, pero resistió, mordiéndose el labio y forzándose a moverse. Sabía que bloquear o atacar era imposible. Se volvió vaporoso, imitando al viento, buscando cambiar su destino inexorable. Cather, en silencio, estaba resuelta a matarlo.

La necesidad de huir consumía a Azel, pero ¿cómo hacerlo? Ya había revelado dos Habilidades Complementarias y la tercera no le sería útil en ese momento. Sorprender a Cather parecía imposible, y desconocía si ella tenía más habilidades ocultas. Su vida pendía de un hilo.

A pesar de su desesperación, Azel no podía rendirse. La vida de Xeli estaba en peligro, y su muerte la dejaría a merced de Ziloh. Cargando con la culpa, sabía que todo se desmoronaría y los heroístas serían aniquilados.

Kuxa moriría.

Lanzó un grito, una explosión de pura determinación mezclada con desesperación.

Quizás había una salida, un camino a seguir. Buscó en su interior, en su poder, y sintió el segundo latido y el flujo de la Devastación. Inhaló profundamente, concentrándose en las Habilidades Básicas: Expulsión y División.

Hasta ese momento, Azel había sido cauto con su sangre, conservando sus reservas y utilizando sus habilidades con moderación. Pero el tiempo se había agotado. Dividió y expulsó toda la sangre almacenada en su rubí.

El poder estalló como un torrente de energía.

El callejón se sumió en una densa bruma, una niebla que oscureció la visión y erigió un muro rojo. Azel reprimió un grito al sentir una debilidad súbita. Había agotado su sangre de golpe, aunque conservaba lo orgánico. Apretó los dientes, dispuesto a todo.

Escuchó las maldiciones de Cather y se alejó con cautela, como si estuviera a punto de estallar. Buscó en sus ropas el pequeño libro con las notas de Zelif y lo arrojó al suelo, lejos para distraer a Cather. Con suerte, ella lo encontraría. El resto del plan dependía de la caballera.

Avanzando con cuidado para evitar los charcos, Azel se dirigió hacia la salida del callejón. Cada paso era un susurro mientras pasaba junto a los escuderos. Cualquier ruido podría sellar su destino. Pero logró avanzar, paso a paso, hacia las Calles Negras.

Cuando estuvo lo bastante lejos, corrió.



Xeli se sentía atrapada en una pesadilla. El mundo se deformaba sobre los adoquines húmedos. Los edificios se alargaban y retorcían, desafiando la gravedad y la razón. La lluvia caía con fuerza y hacía vibrar el suelo. Las sombras se burlaban de ella, como espectros que se regodearan de su desgracia.

La tormenta cesó, pero Xeli no sintió alivio. Empapada y helada, un frío le calaba los huesos. El cansancio y el dolor le cerraban los párpados. Una mano invisible le apretaba el pecho y le robaba el aire. El mundo se desvanecía ante sus ojos.

Apenas recordaba lo ocurrido. Había presenciado el enfrentamiento de dos Hacedores de Sangre y había huido, impulsada por un calor que le recorría las venas. Después, se encontró allí. Sola y abandonada en las Calles Negras. Su mente estaba llena de preguntas. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué sentía ese frío tan intenso? ¿Sería ese el anuncio de su final?

Xeli, con un esfuerzo sobrehumano, encontró refugio en las Calles Negras, siguiendo el consejo de Azel. Se preguntaba qué hacer a continuación. Carecía de fuerzas tanto para levantarse como para defenderse. Sostenía su espada cual talismán, aferrándose a ella como su última esperanza. Por instinto, se aferró a su piedra de sangre, aunque su calor empezaba a extinguirse.

El rubí, que una vez fue cálido, ahora se sentía helado

De pronto, unos pasos rompieron el silencio y un trote apresurado se acercó. Una figura sombría emergió de la oscuridad y se inclinó sobre Xeli. Con esfuerzo, reconoció a Azel. Se preguntaba si habría salido victorioso de su duelo o si habría acabado con Cather. El asesino tomó el pulso de Xeli, aunque ella apenas percibió el contacto. Solo experimentó un cosquilleo gélido, una caricia desprovista de vida. Las palabras del asesino brotaron de su boca, cargadas de rabia.

—¡Devastación! —rugió—. No te voy a dejar palmar, ¿me entiendes? Algo ha fallado con el vínculo, pero... ¡Joder! No voy a dejar que te mueras. ¡No te vas a morir!

Luego todo se hizo oscuro.


FIN DE LA TERCERA PARTE

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