31
La historia y el mito se enredan en el vínculo entre el Portador del Olvido, el Destructor y los Hacedores de Sangre. Los Caídos, los antiguos luminosos que ahora le sirven, aumentan el misterio. No sé si podré hallar la verdad oculta en el pasado, mientras estos tres bailan una danza milenaria.
De las notas de Xeli.
La noche cubría el escenario con su manto oscuro. Cather, desde un palco reservado en lo alto de la catedral de Diane, observaba todo desde arriba, en un raro acto de normalidad. Asistió a la liturgia cotidiana junto a los fieles, quienes ya habían abandonado el recinto. Ziloh, aún cerca del púlpito, descansaba con una calma inusual, su altivez habitual y las provocaciones que solía esparcir, desvanecidas.
Las palabras de lord Walex aún resonaban en su mente, atormentándola junto con el peso del colgante en su cinturón: «Los únicos que se aventuran en las noches son los locos, los que reciben órdenes y los Hacedores de Sangre». Sus leales escuderos, Kazey y Voluth, custodiaban el palco desde las cercanías. Cather había pedido personalmente a Voluth que los acompañara a la catedral, a pesar de saber que el joven no se sentiría cómodo en un lugar tan cargado de parcialidad. En ese momento, más que nunca, necesitaba la cercanía de un heroísta.
En un instante fugaz, Cather miró a sus fieles compañeros. Aunque confiaba ciegamente en ellos, todavía no les había contado su experiencia con Xeli. Necesitaba aclarar sus propios pensamientos antes de involucrarlos. Por ahora, se limitó a solicitar a Walex algunos hombres entrenados para la vigilancia de la catedral, con el pretexto de proteger a Xeli y al hierático. Sin embargo, dudaba de si Walex sospechaba algo, lo que podría hacer que esos hombres actuaran en contra de Xeli.
Quizás esa incertidumbre la impulsó a seleccionarlos.
Apoyó los codos en sus rodilleras, haciendo sonar el acero contra el acero, y entrelazó sus manos, incapaz de calmar su inquietud. Al levantar la vista, se percató de que la estatua de la Deidad Inmortal, situada junto al púlpito, la miraba fijamente, como si evaluara su conducta y la juzgara. En ese momento, Cather se sintió pequeña, acorralada por la intimidación.
«El Gran Consejo se equivocó al escogerme», pensó con duda.
¿Por qué la habían nombrado Caballera Dragón? En todo Edjhra solo había espacio para ocho Caballeros Dragón, los Hacedores de Sangre más excepcionales. Guerreros de corazones puros y nobleza de ideales, las figuras más poderosas en Edjhra. Sin embargo, Cather distaba mucho de ser eso.
Pertenecía al nivel medio de la jerarquía de los Hacedores de Sangre, un simple A positivo con apenas tres Habilidades Básicas, y considerando el complemento O negativo, solo tres Habilidades Complementarias. En contraste, los otros Caballeros Dragón poseían cuatro Habilidades Básicas y cinco Complementarias. Cather estaba lejos de ser la más fuerte, lo que hacía cuestionar por qué había sido elegida.
No solo su fuerza la hacía sentir inadecuada. Las dudas inundaban su mente, tejiendo una maraña de preocupaciones. Temía cometer un error que la llevara a su propia destrucción y a la de todos. Ansiaba demostrar su valía, honrar su título, pero en ese momento se sentía como una niña disfrazada de Caballero Dragón, una impostora.
Tenía la decisión en la palma de sus manos y, sin embargo, sabía que esa decisión podía ocasionar el fin de toda una religión. Una voz interrumpió el torbellino de pensamientos que asaltaban a Cather desde las sombras tras ella.
—¿Estoy molestando algo? —inquirió una figura que se acercaba con una sonrisa afable.
Cather se giró al oír unos pasos apresurados a sus espaldas. Era el sacerdote Ziloh, el mismo que había atacado a Xeli en la asamblea. La doncella y ella habían sospechado que Ziloh era un Silenciador de la Memoria, un agente del Portador del Olvido que quería destruir el orden. Pero ahora, dudaba de esa teoría. ¿Y si los pensamientos que Cather había leído en él no fueran más que trampas de lady Xeli? Ella había creído deducir cosas, pero cada palabra de Xeli estaba llena de indicios o sugerencias, como si manipulara a los demás para que pensaran lo que ella deseaba.
El rostro de Ziloh era una máscara de serenidad y sencillez. Cather lo observó con recelo, sin saber qué responder, pues, aunque sus dudas lo atormentaban, el hombre seguía siendo una amenaza potencial.
—La he visto con frecuencia en la catedral —comentó Ziloh—. ¿Se preocupa por mi seguridad o encuentra consuelo en las ceremonias?
Cather pensó en responderle con sarcasmo, pero se contuvo. Estaba cansada de los juegos de palabras y las intrigas.
—Un poco de ambas, en realidad —confesó, dejando traslucir una mirada impasible.
Ziloh prosiguió, hablando de la paz que se había instaurado en la ciudad desde la llegada de lord Hacedor de Sangre. Había una expectación latente, una espera tensa, confiando en el hallazgo de los asesinos y en la intervención de Cather y sus compañeros. La calma reinante contrastaba con el contexto turbulento. Cather no había tenido ocasión de visitar la catedral del Héroe, y Voluth había sido su representante ocasional. A pesar de la importancia del lugar, dudaba que la iglesia se atreviera a tramar algo semejante. Las normas del Gran Consejo lo impedirían.
Ziloh guardó silencio, sellando sus labios en una línea tensa. ¿Qué le había ocurrido al hombre proclive a las réplicas? ¿Dónde estaba el Ziloh que siempre hacía gala de su presencia ante todos?
Cather le contó sobre su encuentro con Xeli en la catedral, sobre su interrogante acerca de la razón de su visita.
—Lady Xeli ya no es bienvenida en la catedral, miladi—respondió Ziloh con un tono grave—. Su visita fue un desafío, una imitación al Dios Negro. Aunque Diane en algún momento apoyó al Héroe, discrepaba de su soberbia, egocentrismo y provocación.
—¿Acaso las doctrinas de Diane se basan en avivar el odio? —espetó Cather, con un dejo de hastío en su voz—. Desde que llegué a esta catedral, solo he visto desprecio y rencor hacia los heroístas. No hay día que no los insulten o los acusen de algo.
» Lady Xeli me lo dijo dos veces. Una vez cuando nos encontramos aquí y otra en la reunión reciente. Ella habló de las doctrinas de los heroístas y yo las he sentido en mi propia piel desde que pisé esta ciudad. Pero ¿qué me dices de las doctrinas de Diane?
El sacerdote guardó silencio por unos instantes, como si pesara sus palabras antes de pronunciarlas.
—Es verdad —admitió Ziloh al fin. Cather se sorprendió al verlo reconocer su punto. ¿Acaso Ziloh había aceptado la validez de sus argumentos? El hombre, antes arrogante y desafiante, ahora se mostraba viejo, cansado y triste. —El Libro de los Principios relata las enseñanzas de Diane desde su llegada a Edjhra —continuó el sacerdote—. Diane encarnaba la paz y la bondad. Era hija y guardiana de los Creadores.
» Cuando el Portador del Olvido asesinó a los Creadores, su poder persistió, transformándose sin cesar. De ese poder surgió Diane, destinada a protegernos del Portador del Olvido.
» La llegada de la Divinidad Inmortal apaciguó el mundo, miladi. Su presencia nos brindaba seguridad y su existencia emanaba un poder superior al de los ejércitos en conflicto.
» Pero recientemente solo hemos mostrado odio y desdén hacia los heroístas. Ellos nos arrebataron todo. Diane, la última diosa viva, cayó por su mano. ¿Cómo podríamos reaccionar de otra manera? Si asesinaran a tus padres, ¿acogerías a su verdugo con amabilidad?
—Diane fue proclamada Divinidad Inmortal tras revelarse que no había muerto —replicó Cather—. Aunque su cuerpo pereció, su esencia, poder y conciencia ascendieron al reino de los dioses. Las profecías son claras respecto a su retorno.
—Es cierto que no murió —concedió Ziloh—. Pero eso no altera el hecho de que sufrió traición y engaño, obligada a abandonar nuestro mundo. Con la partida de Diane, la paz en nuestros corazones se esfumó. La seguridad que proporcionaba desapareció.
» Algunos creyentes eligen ignorar el pasado, buscando una paz ilusoria. Zelif fue uno de ellos. Desoyó la historia para permitir la convivencia de ambas religiones en la Tierra Corrompida. Le advertí que era una trampa. Terminaron asesinándolo, al igual que a Diane. Dime, lady Cather, ¿dónde está Zelif ahora? Fue el primer Hierático asesinado en dos mil años. Curiosamente, fue el único en firmar un tratado de paz genuino. Su confianza se convirtió en su debilidad.
» No es cierto que hayamos abandonado la bondad y la paz enseñadas por Diane. Simplemente, no las extendemos a quienes nos han fallado repetidamente, a los que nos traicionaron desde la Cantata del Fuego. Diane no buscó paz con el Portador del Olvido porque sabía que era inútil. No podemos permitirnos la paz con el Héroe, siempre nos manipulan y traicionan con astucia.
» Debemos mantenernos firmes antes de que se cumplan las profecías. No podemos mostrar debilidad.
La imagen del Destructor, el Forjador de Paz y el Rompedor de Mundos invadió la mente de Cather, provocando un escalofrío que recorrió su espalda como el filo de una espada de hielo. El tiempo pareció detenerse en ese efímero momento, y un frío intenso la envolvió, congelando su aliento en el aire. La mención de las profecías por parte de Ziloh la sumergió en una profunda reflexión. Nadie había encontrado rastro de esas profecías desde que se grabaron en el núcleo de la Devastación, hace más de dos mil años, en un mar turbulento de sangre y fuego.
—Lady Xeli no compartiría esa visión —dijo Cather, intentando apartar los recuerdos que la atormentaban.
—Lady Xeli nunca está de acuerdo con nada—masculló Ziloh—. Siempre ha sido una rebelde, una hereje que se burla de la Iglesia y de nuestra fe. ¿No recuerdas lo que pasó hace nueve años?
Cather asintió, consciente de su inminente rol como la próxima Hacedora de Sangre.
—Cuando se le pidió que tocara la gema, ella se negó y se marchó—continuó Ziloh—. Nos despreció con su mirada, nos llamó farsantes por no recibir la bendición de Diane para ser Hacedora de Sangre.
» Lady Xeli renunció a su destino—añadió Ziloh—. Se apartó de nosotros, se alió con los heroístas y nos traicionó en ese momento. Zelif quedó herido durante semanas, culpándose por haberse equivocado con las señales. Pero a Lady Xeli poco le importó. Sin embargo, Zelif siguió visitando el sector norte para hablar con ella, incluso después de nueve años.
Se produjo un silencio.
—¿Zelif hablaba con lady Xeli? —preguntó Cather, con la sangre a punto de hervir.
—Claro, ¿qué otra razón tendría para ir al sector norte? —respondió Ziloh—. Iba por ella. No sé todos los motivos, pero buscaba más que convencerlos de unirse a Diane, también quería apoyarlos.
—Pero lady Xeli nunca formó parte del círculo íntimo de Zelif—dijo Cather, con recelo.
—No, nunca lo hizo—afirmó Ziloh, con voz tranquila—. De ese círculo, quedamos pocos. La mayoría eran como yo, demasiado viejos para continuar. Zelif les pidió que descansaran en pueblos o granjas cercanas. Pero siempre quiso que lady Xeli y lady Vexil entraran en ese círculo».
—¿Zelif confiaba en Xeli? —preguntó Cather con cautela, intentando controlar sus emociones.
—No entiendo cómo confiaba tanto en ella—dijo Ziloh con un deje de fastidio—. Actuaba como si quisiera su perdón, cuando era ella la que debía pedírselo.
Cather no respondió. Ziloh asintió para sí mismo.
—Debo partir, miladi—anunció Ziloh.
Cather cerró los ojos, escuchando los pasos que se alejaban sobre la madera. La quietud del retiro del sacerdote dejó espacio para el eco de las palabras y los dilemas que seguían danzando en su mente.
Xeli siempre había negado tener relación con Zelif.
¿Había ocultado su don de Hacedora de Sangre por sus desavenencias con las doctrinas dianistas? No cuadraba. Xeli se había unido a los heroístas mucho después de que le negaran su destino como la próxima Hacedora de Sangre. Aún era fiel a Diane, como toda su estirpe. Lo natural habría sido que reclamara su renombre como Hacedora de Sangre, tal vez ambicionando superar a su padre como la Gran Señora de Sprigont, incluso por encima de Rilox, el primogénito.
Siendo Hacedora de Sangre, podría aspirar incluso a eso.
«¿Y si había conspirado con los Silenciadores de la Memoria incluso desde antes, buscando erradicar la fe en la Deidad Inmortal y el Dios negro en Nehit?»
¿Era acaso factible? Apenas era una niña de ocho años en ese entonces...
Aunque, recordó a siervos del Portador del Olvido mucho más jóvenes que ella, niños a quienes había tenido que eliminar, ya que habían pronunciado los juramentos de los silenciadores.
El colgante bajo su cinto pesaba más.
Y luego, las palabras del loco volvieron a su mente: «Las capas rojas arderán». Y después: «Quizás deberías investigar a tus aliados entre la nobleza».
Aun así, la imagen de Xeli como homicida seguía pareciendo inverosímil para Cather.
—Voluth, Kazey—llamó Cather, la voz desfallecida, incapaz de alzar la vista.
Los jóvenes acudieron, consternados ante la visión de Cather encorvada, con los nudillos apoyados en su sien. Kazey cerró la puerta mientras Voluth se aproximaba con cautela. La Caballera se volvió hacia ellos y los jóvenes realizaron un saludo marcial.
Era hora de compartir, de aliviar su mente de la pesada carga.
—Por favor, tomen asiento.
Con cierta duda, los jóvenes se sentaron a su lado en el palco elevado. Cather no habló de inmediato, no porque esperara que sus escuderos intervinieran, sino porque necesitaba reunir fuerzas antes de continuar.
—Voluth, ¿qué tal te ha ido con lady Xeli en tus visitas a la catedral? —preguntó Cather.
Un temblor se notó en los ojos de Voluth.
—No he podido verla—confesó el chico—. Se encierra durante horas, a veces en la biblioteca y otras veces con Loxus. Cuando voy, ya está ahí, y cuando me voy, todavía no ha salido. Así ha sido desde que les avisé que iría a visitarlos.
Cather asintió, procesando la información.
—Y ese día, ¿viste algo más de lo que me contaste? —insistió Cather, sabiendo que Voluth ocultaba algo—. Después de la reunión, Xeli salió corriendo a su habitación. Tú la seguiste, incluso antes que su guardia personal. ¿Por qué?
El chico se sobresaltó, buscando apoyo en Kazey, quien miraba con curiosidad.
—Me preocupé por ella—respondió Voluth con recelo—. Se veía débil.
—Hay algo que sabes—presionó Cather—. ¿Has hablado con ella? ¿Te ha dicho algo? ¿Qué escondes, Voluth?
Las palabras no encontraron respuesta en el joven, quien parecía abrumado. Voluth miró a Kazey, buscando respaldo. Sin embargo, Kazey solo levantó una ceja, un gesto de curiosidad.
—Noté algo extraño—admitió Cather, intentando transmitir confianza a Voluth—. Algo en Xeli me llamó la atención. Quizás era poder, no estoy segura. Un Hacedor de Sangre experimentado podría ocultar sus pilares de poder. Pero con Xeli, fue algo insólito. Podía sentir los pilares y, al mismo tiempo, no. Como si existieran, pero tan débiles que estuvieran a punto de desaparecer».
La postura de Kazey cambió, manifestando inquietud; su rostro turbado y sus ojos desorbitados revelaban una agitación que Cather notó. La joven dama esperaba precisamente esta reacción. ¿Sería que la doncella ocultaba el poder de la sangre en su interior, desconocido por todos? Lo que más le interesaba a la Caballera Dragón era la reacción de Voluth, quien, a diferencia de Kazey, desvió la mirada y apretó su mandíbula, un gesto de incomodidad.
—No he hablado mucho con ella—comenzó Voluth, notablemente nervioso—. Pero aquel día la vi correr, vacilando, a punto de caer. Nadie la acompañaba, lord Rilox se había ido con lady Malwer y lord Walex habló con Kalex, impidiendo que este siguiera a Xeli. Ni siquiera tú habías decidido seguirla, Cather. Así que la seguí, intentando alcanzarla rápidamente sin causar alboroto. Pero entonces, llegó la Onda de la Devastación. Todo tembló y me vi forzado a detenerme, aún más preocupado por su bienestar.
Voluth continuó con su relato, mostrando fluidez a pesar de su evidente nerviosismo:
—Me acerqué lo mejor que pude y la vi postrada a lo lejos. Se encontraba frágil, llorando, suplicando y gritando. El dolor insoportable que parecía padecer era evidente. Traté de llamarla, pero no parecía escucharme. O, si me oía, me evitaba. Después corrió y, cuando estuve a punto de seguirla, me detuve al ver sangre en el suelo.
» Golpeé la puerta de Xeli, pero nadie respondió. Pregunté si la habían agredido o algo similar, pero nadie sabía nada. Al día siguiente, en la catedral, afirmaron que Xeli estaba bien. No pude ver más; quizás se hirió en la caída.
Cather apretó los dientes, reconociendo de inmediato lo que Voluth describía. Ella había experimentado algo similar hace años y aún lo sentía si no tenía cuidado. Observó a Voluth, entendiendo que había más en su mente de lo que compartía.
La Caballera Dragón afirmó con un frágil susurro tras el relato de Voluth, y sus palabras resonaron en el tenso silencio:
—Xeli es una Hacedora de Sangre.
Voluth saltó, negando frenéticamente con la cabeza. Kazey, por su parte, se mostró visiblemente impactada en su asiento, su expresión oscilando entre horror y perplejidad.
—Conozco esa sensación que describiste, Voluth —prosiguió Cather, iluminando el misterio—. Es un ardor en el pecho inimaginable, como si ardiera fuego en tu interior. No te mata, pero desearías que lo hiciera.
» A los Hacedores de Sangre nos ocurre en dos situaciones. La primera, al vincularnos con nuestra Piedra de Sangre. Estamos inestables, con nuestro poder dividido. La Onda de la Devastación nos afecta al notar esa debilidad. La segunda, cuando agotamos las reservas de nuestra Piedra de Sangre y usamos la sangre de nuestro cuerpo. La Onda nos afecta entonces por la ausencia de poder.
» En ambos casos, el poder puede salirse de control. Así que dime, Voluth, ¿qué viste que nos ocultas? Si hubiera habido rastros de sangre en el castillo, las alarmas habrían sonado.
El joven desvió la mirada, observando sus manos desnudas con inquietud.
—Sangre... —balbuceó—. Humo rojo. No era mucho, quizá una alucinación. Cuando ella se fue, no quedó nada. No puede ser.
—La Evaporación... —murmuró Cather con una risa amarga.
Se preguntó por qué no había sido otro tipo de Hacedora, como la Reconstrucción o la Destrucción, incluso la Solidificación. Cualquier don que no fuese la Evaporación le habría permitido dudar un poco más sobre sus conjeturas acerca de la joven señora.
Cather recordó intensamente el día en que el rubí rechazó a Xeli. La imagen volvió, fresca y nítida en su mente. Recordó cómo la niña, aterrorizada, no había tocado la gema de sangre antes de huir. ¿Habría sido una artimaña? ¿Cómo una niña de ocho años había engañado a tantos, manteniendo esa farsa durante nueve años y ocultando su verdadera naturaleza como Hacedora de Sangre?
«¿Por qué lo hizo?»
Los Silenciadores de la Memoria eran maestros del disfraz y la manipulación. Adoptaban cualquier rol, desde nobles hasta soldados, y pasaban desapercibidos. Nadie sospechaba de ellos hasta que cumplían su misión.
Cather sintió tensión en su mandíbula. Solo había una razón para ocultar a un Hacedor de Sangre: la capacidad de usar sus dones en actos atroces sin dejar rastro. Era un secreto bien guardado, un disfraz que les permitía tejer su trama en las sombras.
¿Qué razón tendría alguien para rechazar las riquezas y actuar en la oscuridad? Solo servir al Portador del Olvido.
Habían pasado nueve años. En su niñez, a los ocho años, Xeli quizá no entendió lo que sucedía, posiblemente hubo fuerzas ocultas que la engañaron. Pero ahora, con diecisiete años, la responsabilidad de la revelación era suya. Sabía que seguía al Portador del Olvido.
Cather desenfundó una de las dos espadas que llevaba consigo, el arma relucía con una sutil hostilidad.
—Esta fue la primera prueba del asesino —explicó Cather, con voz firme—. Los Hacedores de Sangre, al iniciar nuestro vínculo, elegimos a quién servir marcando el glifo en la daga con nuestra sangre de niños. En esta espada está grabado un antiguo símbolo, un emblema del Héroe, perdido en el tiempo.
Un silencio opresivo y pesado se cernió sobre la sala, cargado de incertidumbre y temor a la verdad revelada.
—Al principio, me resistí a creerlo —continuó Cather, perdida en recuerdos y revelaciones—. Las pistas aparecían fácilmente: una espada con el glifo del Héroe, una capa negra manchada de sangre, y luego, el loco... Todo apuntaba a los heroístas, pero ¿cuál era el juego de los Silenciadores de la Memoria?
Kazey intervino con ojos brillantes y peligrosos.
—O tal vez no —dijo, llena de sospechas—. Quizás querían que creyéramos lo obvio, que los Dianistas eran los culpables, cuando en realidad eran los heroístas.
Voluth, confundido y consternado, luchaba por procesar las complejas intrigas que se desvelaban ante él.
—¿Cómo dices? —preguntó el joven.
—No todos los heroístas —aclaró Cather—. Los Silenciadores buscaron formar un manto de debilidad con los heroístas para que, al buscar nuestro apoyo, no pudiéramos rechazarlos. Querían que, cuando lady Xeli se acercara a mí, no resultara sospechoso.
» La muchacha jugó conmigo.
—Pero ¿por qué sería ella la asesina? —preguntó, refiriéndose a Xeli—. Ha hecho tanto por proteger a los heroístas. Incluso cultivó trigo en Sprigont.
Cather entonces desató la bolsita, revelando un colgante de oro que extendió hacia Voluth.
—Porque esto —dijo con énfasis— fue hallado en la escena del crimen. Este collar, perteneciente a la doncella, estaba cerca de los cadáveres de los sacerdotes. Xeli dijo que paseaba esa noche, que se le rompió el collar y que lo iba a mandar a arreglar. Pero el que llevaba en la asamblea era una falsificación. ¿Por qué nos engañaría a mí y a todos, si no fuera culpable?
«No soy una noble maquinadora, soy un soldado», pensó.
Y como buen soldado, sabía que en la vida a veces hay que atacar o defender. Y había llegado el momento de atacar.
—Es difícil aceptar —dijo Cather, levantándose con determinación—. Pero los Caballeros Dragón ocultamos nuestra fe para mantenernos neutrales en conflictos. Nadie sabe si actuamos por el Héroe o por Diane, así nadie puede juzgar nuestras acciones. Y eso es lo que debemos hacer, porque es lo justo. Si juzgo a lady Xeli, acabaré con los conflictos. Y si tengo que matarla, nadie podrá culpar a ninguna religión. Seré yo, una Caballera Dragón, quien lo haga. No toleraré otro ataque.
Con estas palabras, Cather abandonó el palco privado, llevando el conocimiento de dónde se encontraba lady Xeli en ese momento. Había enviado a un Anti-Hacedor de Sangre para vigilarla. Este sería su primer viaje a la catedral del Héroe desde su llegada, un viaje que podría cambiar el curso de la historia.
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