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30

Lloro y tiemblo al pensar que Los Hacedores de Sangre y el Destructor puedan estar relacionados. Me horroriza que la belleza de los Hacedores esté manchada por el Rompedor de Mundos. ¿Qué futuro les aguarda a los de la sangre?

De las notas de Xeli.


En el corazón de la Sala del Pacto, oculta en los laberintos de la sacra catedral del Héroe, lady Xeli Stawer yacía en el suelo, cubierta de polvo. Sus lágrimas, cual perlas de dolor y desesperación, se mezclaban con la tierra sagrada y formaban un lamento silencioso que ascendía hacia los oscuros cielos, invocando la misericordia del enigmático Dios Negro.

La piel de Xeli empezaba a mostrar signos ominosos de su tormento. Hematomas oscuros y petequias, similares a estrellas dispersas en un firmamento de desesperación, emergían sobre su piel. Confundida y alarmada, observaba las marcas con miedo creciente, incapaz de descifrar su significado, un enigma que añadía confusión al caos de su situación.

La Onda de la Devastación había regresado. Xeli había percibido su avance inexorable, marcado por un latido ominoso. A pesar de que el augurio era conocido, la joven dama no encontraba sosiego ante el asalto inminente.

«¿Dos de estas ondas en menos de un septenario?»

Tal acontecimiento resultaba inaudito, sin precedentes en la memoria de los tiempos. Sumida en sus pensamientos, Xeli no recordaba un suceso similar en décadas. ¿Por qué ahora, en este crítico umbral de un descubrimiento que podría cambiarlo todo? El destino parecía conspirar contra ella, urdiendo una trama asfixiante justo cuando su esencia como Hacedora de Sangre se revelaba en toda su magnitud. Siempre que sus dedos rozaban algo de valor inestimable, el cruel destino parecía arrebatárselo con fuerza implacable.

En ese momento, lo único que Xeli ansiaba con toda su alma era el fin de esta Onda de Devastación, que amenazaba con engullir todo a su paso. El mundo a su alrededor temblaba, como si la misma existencia de Nehit se fragmentara en incontables pedazos, un mosaico de desesperación y caos. A sus ojos, una hecatombe de proporciones inimaginables se desplegaba, una visión apocalíptica que desafiaba toda comprensión.

Xeli, entre gemidos de dolor, sentía su pecho arder con la intensidad de un horno infernal. Parecía como si las llamas del averno la consumieran desde dentro, como si su corazón latiera al unísono con el fuego eterno. Las lágrimas brotaban incontenibles de sus ojos, recorriendo sus mejillas con urgencia desesperada.

—¡Xeli! ¡Xeli! —lloriqueaba Favel a su lado, mostrando impotencia—. Voy... ¡Voy a buscar a Loxus! ¡Aguántame un momento!

Con determinación temblorosa, Favel se dispuso a correr hacia la salida en busca de ayuda. Sin embargo, Xeli, con las últimas fuerzas que le quedaban, se aferró al brazo de su amiga, implorándole con una mirada suplicante y un apretón débil pero desesperado. Sus ojos se encontraron en un silencio elocuente.

Abatida por el agobio, Xeli no lograba articular palabra. El mero acto de respirar se había convertido en una batalla titánica. Gotas de sudor, perladas como cristales de hielo, resbalaban por su frente, mientras su cuerpo se estremecía bajo el abrazo implacable del dolor.

«Por favor... No me dejes», imploró en su interior.

Favel pareció entender su ruego y se detuvo para acomodarse a su lado en el polvo. Intentaba proporcionar aire abanicando sus manos, pero para Xeli, la diferencia era mínima.

¿El mundo había sido siempre este manto de tinieblas?

De repente, algo rechinó en su interior y la sangre corrió con un ímpetu liberador. Xeli intentaba controlarla, ordenando a la sangre ceder ante su voluntad, pero las súplicas resultaron vanas. Lágrimas carmesíes empezaron a manar y, con un pañuelo, Favel luchó por detener la hemorragia ocular de su amiga.

Entre gemidos de dolor, Xeli sentía cómo su visión se nublaba, un velo rojo invadía sus ojos, señal de una hemorragia ocular que se agravaba. Cada parpadeo era un esfuerzo, y la luz del mundo parecía alejarse, sumiéndola en una oscuridad creciente, aumentando la sensación de aislamiento y terror.

Pronto, la sangre comenzó a brotar también por sus oídos y nariz. Favel invocaba preces al Héroe mientras Xeli se encogía en el polvo, impotente ante la sangre desbocada en su ser, con su determinación mermada.

La joven dama tosía repetidamente, hasta que la sangre asomó también desde sus labios. Creía que se ahogaría, ya que respirar requería un esfuerzo colosal. Oía el burbujeo en su garganta y sentía las lágrimas atrapadas. De repente, el carácter de su sangre cambió: de líquida a gaseosa.

La sangre creció y la envolvió, formando una bruma escarlata.

Entonces, su Piedra de Sangre resplandeció con un destello cegador. Poder puro fluía de ella, y Xeli lo intuía, a pesar de ser la primera vez que presenciaba tal exhibición de su Piedra de Sangre.

Favel cesó sus ruegos, retrocediendo con un respingo. En su expresión se adivinaban asombro, terror y, al mismo tiempo, fascinación.

—Ayuda... —susurró Xeli.

Favel la abrazó, las lágrimas colmaban sus ojos. La Onda de la Devastación se extinguió en segundos que para Xeli parecieron una eternidad. Poco después, ella se desplomó, demasiado frágil y exhausta para moverse. ¿Caería presa de la inconciencia? No sería la primera vez.

Observó a Favel, su amiga, cubierta en vestiduras teñidas de sangre, al igual que las suyas. Era urgente tomar medidas; si alguien las descubría en tal estado, inferirían un ataque. Sin embargo, su mente no formulaba ideas. Incluso el acto de respirar exigía concentración absoluta.

—Eres una Hacedora de Sangre... —masculló Favel.

—Lo sé, ya te lo había contado —dijo Xeli, intentando sonreír.

—Sí, pero...

«Pero no es lo mismo que verlo con tus propios ojos.»

—Por favor... ayúdame a ponerme de pie.

Favel rodeó el brazo de Xeli por detrás de su cabeza y, con esfuerzo, la ayudó a levantarse. La joven dama se sostenía apenas, era como una carga inerte. Favel avanzó con dificultad hacia uno de los asientos acolchados en la Sala del Pacto y allí ocultó a Xeli. Allí, Xeli se desplomó sin resistencia alguna.

—Debemos encontrar a Loxus —musitó Favel, abrumada.

La mirada de su joven amiga era un torbellino de ansiedad y urgencia. No había tiempo para pensar, solo para actuar. Xeli había recurrido a un método insólito para almacenar sangre, haciendo que su Piedra de Sangre extrajera el líquido vital de sus venas sin que se derramara una gota, solo desaparecía de su cuerpo, como si nunca hubiera estado allí. Cuando la Onda de la Devastación se abalanzó sobre ellas sin previo aviso, buscaron desesperadamente a Loxus, pero solo encontraron un vacío silencioso. Xeli trató de calmar la impaciencia que le roía el pecho ante el inminente choque. ¡Qué necia había sido, creer que podría contenerse antes de sentir el golpe devastador!

—¿Cómo? —preguntó Xeli con un tono fatigado, en lugar de brusco o altanero. Su voz solo reflejaba cansancio.

Ahora ninguna de las dos podía abandonar la Sala del Pacto, vestidas como estaban en ropas manchadas de sangre. Las estancias de Loxus se alzaban a una distancia desmedida, imposible de alcanzar sin exponerse.

Favel, dubitativa, negó con la cabeza, incapaz de hallar palabras.

—Tampoco podemos dirigirnos a ninguno de mis guardias —admitió Xeli con frustración palpable—. Sus conjeturas serían inquietantes.

De repente, un golpe apremiante contra la puerta las sacudió. Xeli experimentó un aguijón de temor y un golpeteo visceral en su pecho. Sin embargo, su energía flaqueó tanto que no logró alzarse. Favel, estática, mantuvo la mirada fija en la entrada.

—Soy yo, chicas —resonó la voz afable pero urgida de Loxus—. ¿Pueden permitirme entrar?

Al oírlo, Xeli soltó un suspiro de alivio. Favel corrió a abrir la puerta, pero en un instante, Loxus pegó un respingo y selló la entrada de inmediato. El anciano sostenía prendas limpias en una mano, junto a un paño humedecido y un cubo de agua.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Loxus, avanzando hacia Xeli para inspeccionarla.

Entre gemidos de dolor, Xeli notaba cómo su visión se nublaba y un velo rojo invadía sus ojos, señal de la hemorragia ocular que se profundizaba. Cada parpadeo era un esfuerzo y la luz del mundo parecía alejarse.

Cualquier médico afirmaría que estaba en el umbral de la muerte. Aunque eso era improbable mientras poseyera su Piedra de Sangre, la cual impedía su desfallecimiento.

—Sobreviviendo... creo —articuló Xeli, con la lengua adormecida y las palabras enredadas—. El dolor constituye la esencia misma de la vida.

Loxus la miró con pena y la ayudó a sentarse mejor. Mostró el trapo en el balde y comenzó a limpiarle la sangre con cuidado.

—Lo siento mucho... —susurró el anciano.

—No... no te disculpes —respondió Xeli.

¿Por qué todo estaba tan oscuro?

—Por no poder hacer más por ti —se lamentó Loxus, pasándole el trapo por la mejilla manchada.

Xeli intentó enfocar su vista en Loxus y mirarlo a los ojos sin perder la cabeza. Era muy difícil; todo le daba vueltas y sentía ganas de vomitar. Aun así, logró sonreír, una sonrisa torcida pero sincera.

Una sonrisa que quería decir muchas cosas.

—Tú... tú me has ayudado mucho —dijo mientras la cara del anciano se desdibujaba. El sueño la arrastraba con fuerza.

—Ya casi terminas el vínculo, no te esfuerces más —aconsejó Loxus.

—¿Cuánto... cuánto falta? —preguntó Xeli.

Un gesto de incertidumbre se dibujó en el anciano.

—No lo sé seguro, pero estás cerca —afirmó—. Tal vez un día más.

Xeli sonrió más ampliamente.

—Pronto... estoy cerca...

—Quédate aquí, no salgas hasta que acabes el vínculo —rogó Loxus—. Afuera, las cosas se han puesto... raras.

Xeli frunció el ceño y Favel se aproximó, confundida.

—Varios hombres de la Caballera Dragón han venido a preguntar por ti —informó Loxus mientras le limpiaba la frente.

—¿Por qué? —preguntó Favel, mojando otro trapo en agua para ayudar.

Loxus negó con la cabeza.

—No lo sé. Les dije que no podías ver a nadie, que todavía tengo algo de autoridad. Les dije que estabas ocupada con cosas tuyas y que no podías atenderlos. No les gustó mucho, pero aceptaron unirse a tu guardia personal.

» ¿Sabes algo de lo que pasa, mi señora?

De repente, Xeli sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo y la dejó helada. El sudor frío la dominaba y se sentía empapada. No notaba los trapos mojados que le tocaban la piel ni el calor de su amiga. Las palabras de Loxus y Favel se desvanecían, como si hablaran desde muy lejos, como ecos. Un zumbido sordo llenaba sus oídos, impidiéndole escuchar con claridad.

—Tengo miedo —balbuceó Xeli con voz débil—. Cather hizo algo, lo sé. No pude contarles. Después de la reunión... me agarró del brazo y sentí que me hacía algo. Mi cuerpo reaccionó. Creo que ella sospecha de mí, que cree que yo... lo hice.

» ¿Y si... si me acusan? —continuó, con el habla cada vez más confusa—. ¿Y si ella piensa que fui yo la asesina? No fue mi culpa, fueron los dianistas. Solo quiero ayudar. Pero ¿y si por mi culpa los Heroístas y la fe están en peligro? ¿Y si por mi culpa matan a inocentes? No quiero que pase nada malo... pero tampoco quiero que me hagan daño. Quiero que todo esté bien...

¿Dónde estaban Loxus y su amiga? Alargó una mano buscándolos, pero solo tocó el vacío.

—¡No me dejen! Por favor... No quiero estar sola.

Hace un momento los tenía cerca, ¿dónde se habían ido? Entonces se dio cuenta de que no veía nada. ¿Cuándo pasó eso? ¿Cuándo dejó de ver? Pero al menos podía oír, ¿no?

—¿Favel? ¿Loxus? —llamó con angustia.

El silencio fue la única respuesta.

—¡Favel! ¡Loxus! ¿Dónde están? —suplicó entre sollozos.

De nuevo, el silencio prevaleció.

Lágrimas brotaron de los ojos de Xeli. Se sintió completamente sola y con mucho frío. Intentó moverse rápidamente, levantarse presa del pánico. Sus palabras se perdían en un murmullo ininteligible. Pero sus movimientos fueron torpes y desesperados, haciendo que cayera al suelo con un golpe. Xeli fue asaltada por convulsiones violentas, su cuerpo sacudido por espasmos incontrolables. Un dolor de cabeza extremo la abrumaba, como si su cráneo estuviera a punto de estallar. La conciencia de Xeli se deslizaba hacia el borde del abismo.

El mundo se desvaneció en un torbellino de dolor y desesperación.

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