Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

28

Se cuenta que hay nueve Caídos, antiguos portadores de la luz que ahora obedecen al Portador del Olvido. Los Caídos tienen muchos nombres, y su aparición en el mundo siempre ha traído la desgracia. Su historia y sus actos se cruzan con la de los Hacedores de Sangre de forma misteriosa. ¿Qué papel juegan los Caídos en este complejo tejido de acontecimientos? ¿Y cómo se vinculan con los destinos de los elegidos por la sangre?

De las notas de Xeli.


Lord Haex Stawer, el gran señor de Sprigont, citó a una asamblea que exigía la presencia de Cather. Las razones detrás de tal requerimiento se ocultaban en las penumbras del enigma. La caballera sabía que no era la única figura insigne destinada para acudir al llamado del señor.

Con paso firme y decidido, se dirigió a la sala del consejo, flanqueada por sus leales escuderos. Habían pasado casi dos semanas desde que conoció a Xeli, con quien había ideado varias estrategias para avanzar en la investigación. Era hora de escapar del laberinto de conjeturas.

Sus informantes seguían trabajando, pero ahora enfocados en el sector sur y la catedral del dianismo. Estos espías se disfrazaban de diferentes personajes para pasar inadvertidos y recoger rumores y secretos de la ciudad. Un día eran mendigos, al siguiente comerciantes, luego sirvientes o prostitutas. Se comunicaban mediante señales secretas, mensajes cifrados y contactos de confianza. Se reunían periódicamente con Cather para informar, recibir instrucciones, cobrar y compartir hallazgos.

El rumor más frecuente era sobre un posible entrenamiento de los heroístas, una señal de rebelión o defensa. Cather debía poner fin a esto cuanto antes.

Gracias a la información de Xeli, y a su posterior validación, tenían una pista a seguir. Y si sus sospechas eran ciertas, la respuesta estaría en las sombras de la Catedral de Diane. Pero infiltrar un espía en el círculo íntimo de Ziloh resultaba imposible.

Pronto se mostró la entrada a la estancia del consejo. Sus escuderos abrieron paso a la portentosa puerta labrada con relieves que honraban a la Deidad Inmortal. La cámara interna estaba alumbrada por la gracia de la luz diurna que se colaba por los vitrales. Tapices y estatuas engalanaban las paredes, mientras el blasón de los Stawer flameaba desde una de las vigas: un colmillo de dragón sobre un campo de flores.

En el centro de la augusta sala yacía una imponente mesa redonda con sus sillas revestidas en carmesí y orladas en plata. En el asiento final, orientado hacia la entrada, se erguía Lord Stawer, cuya mirada inexorable y gélida escrutaba el recinto.

La caballera había llegado con tiempo de antelación. Sus ojos recorrieron a los presentes en una rápida valoración: lord Haex, el gran señor; lord Rilox, el heredero; Lady Janne Malwer, la prometida de Rilox y la maestra comerciante; Gulax, un tesorero rollizo y canoso; el alto mariscal, valedor de la justicia en la urbe, junto a su contraparte, el capitán; lord Hacedor de Sangre, protector de la aristocracia; la propia Cather, designada portavoz del Gran Consejo; y los sacerdotes de Diane, Ziloh y Jukal, legados de la Deidad Inmortal.

No sorprendió constatar la ausencia de los heroístas en la sala. Aunque su citación había llegado a última hora, lady Cather, gracias a las confidencias de lord Walex, había sido prevenida de la asamblea. Ocultó su pesar, contentándose con el silencio tras el apoyo visual de Voluth.

La mirada de Ziloh, el sacerdote, barrió a los presentes, una sonrisa acogedora curvando sus labios. Cather no apartó sus ojos de él, aunque sus pensamientos danzaban con la conversación reciente con Xeli. Aquel hombre bien podía ser un Silenciador de la Memoria, astuto en extremo para esparcir cientos de señuelos que incriminaran a los heroístas. Pero hasta que no reuniera pruebas contundentes que lo vincularan con el crimen, sus manos estaban atadas.

En el instante previo a que Ziloh tomara la palabra, la puerta cedió ante el empuje de los herrajes. Cather no perdió detalle y su semblante se iluminó.

Con una elegancia sobria, Lady Xeli entró en la sala con sereno y el espinazo erguido como una lanza. Su piel pálida resaltaba con el vestido negro que llevaba y el collar dorado que le adornaba el cuello. Sus ojos reflejaban una determinación de acero. A su zaga, el capitán Kalex, líder de su guardia personal, la seguía con una expresión adusta y una mano sobre la empuñadura de su espada. Todos los presentes se dieron cuenta de que Xeli había sido elegida la portavoz de los heroístas.

Una sonrisa brotó en los labios de la Caballera Dragón y Xeli le devolvió la sonrisa con complicidad.

El sacerdote Ziloh quedó momentáneamente mudo, su expresión jubilosa se desvaneció. El ceño de lord Stawer se frunció, aunque no profirió palabra alguna. El Señor Hacedor de Sangre clavó su mirada en Cather como una aprobación sutil en ese gesto. Un mensaje implícito pareció flotar en sus ojos: «Mantente en alerta.»

Dos significados subyacían en ese mensaje. En primer lugar, un conflicto probable. Cather debía estar dispuesta a aplacar o, preferiblemente, disolver cualquier disputa que surgiera. Xeli y Ziloh eran polos opuestos, dos facetas de una misma moneda.

El segundo sentido brotaba de la sonrisa socarrona que lord Walex dirigía a Xeli. Semanas atrás, lord Hacedor de Sangre había insinuado sus recelos sobre la joven. Pero este momento únicamente servía para evidenciar la insensatez de tal aseveración. Un asesino avezado no adoptaría una posición tan arriesgada como la de Xeli, mucho menos ante la presencia de dos Hacedores de Sangre. Además, Cather aguardaba expectante la exposición de la joven. ¿Quién más se alzaría en defensa de los Heroístas sino ella?

Después de todo, las dos habían planeado esta entrada teatral por parte de Xeli. Ahora, juntas, debían estar atentas a las palabras de Ziloh.

—Saludos a todos, lamento la tardanza —articuló lady Xeli, inclinando su cabeza en reverencia al gran señor, para después reclamar un asiento próximo al heredero.

La joven dama evitó posar sus ojos en los sacerdotes.

La llegada de Xeli no suscitó comentario alguno, pues su estatus como segunda hija del señor la legitimaba para estar allí. No obstante, había visos de desaprobación entre los presentes. Aun así, todos eran conscientes de que cualquier intento de desterrarla sería contrarrestado por la intervención de Cather, quien detentaba el poder de juzgar bajo las prerrogativas del Gran Consejo.

—Por fin puedes expresarte, Ziloh —dijo lord Stawer con un matiz de resignación impregnando sus palabras—. ¿Qué motivo te llevó a convocar esta asamblea?

El sacerdote exhaló una bocanada de aire antes de continuar, su voz resonaba con una cadencia reverente.

—Hace dos semanas, uno de los asesinos logró infiltrarse en la venerable catedral. Ocurrió la noche después del trágico fallecimiento de Malex y Felix, que Diane los acoja en su seno.

El anuncio reverberó en el aire y sorprendió a Cather con un desconcierto palpable. Jamás había recibido información sobre este acontecimiento; había asumido que los asesinos habían permanecido inactivos durante ese tiempo.

Esa estupefacción también la compartían todos los presentes. Sus semblantes reflejaban una mezcla de sorpresa y desconcierto. Todos se preguntaban cómo había sido posible ocultar esta información. La respuesta se reveló en la actitud despreocupada de Lord Hacedor de Sangre, quien ignoraba el asunto y jugueteaba con su copa de vino.

«Tú fuiste quien encubrió esta verdad», resonó el pensamiento en la mente de Cather.

Y, aun así, no dejaba de observar a Ziloh con recelo, pues consideraba su declaración muy conveniente.

Cather golpeó la mesa con ambas manos, provocando que las copas y los platos temblaran. Su voz resonó como un trueno en la estancia.

—¿Qué demonios significa esto? ¿Por qué nos ocultaron esta información?

Nadie respondió. El silencio se hizo tan pesado como una losa. Finalmente, lord Walex apartó la mirada de su copa de vino y habló con calma.

—Querida, no se trata de un ocultamiento. Queríamos verificar algo antes de alarmarlos. Ya conoces cómo reacciona la gente de esta ciudad. Un simple rumor bastaría para desatar el pánico. ¿Es eso lo que quieres?

Cather sintió que la ira hervía en su interior. Estaba a punto de lanzar una réplica mordaz cuando Walex la interrumpió con una sonrisa maliciosa.

—Pero vayamos al grano. La verdadera razón por la que esperamos fue para ver si el asesino se atrevería a volver. Desafortunadamente, no fue así. En estas semanas, no hemos encontrado rastro del enemigo. Una pena, porque habría facilitado las cosas.

—¿Qué pretendía el asesino esta vez? —preguntó Cather, clavando sus ojos en los de Walex.

Lord Hacedor de Sangre suspiró y respondió con voz grave.

—No lo sabemos. Los guardias estaban confundidos, creyeron que eran los Lascas los que habían entrado en la catedral. Solo vieron una sombra correr por los pasillos.

—¿Hacia dónde se dirigía? —insistió Cather.

—Hacia la salida —respondió Walex sin titubear—. Por suerte, esta vez no hubo muertos. En las semanas siguientes, revisamos la catedral de arriba abajo, buscamos en cada rincón y examinamos documentos. Pero si el intruso se llevó algo, no tenemos ni idea. En cuanto al primer incidente, sabemos que mató a Zelif. En el segundo, solo sabemos que dos sacerdotes lo vieron y que otro asesino tuvo que silenciarlos. En esta ocasión, queríamos tener algo seguro antes de informarles, pero otra vez nos quedamos con las manos vacías.

La estancia quedó impregnada de silencio, sus ecos resonaban en la mente de cada asistente. Ziloh y Jukal mostraban señales de inquietud, al igual que lord Stawer, quien cerró los ojos por un instante y aspiró hondamente. Entretanto, lady Xeli llevó una mano a su boca, su rostro reflejaba consternación.

Una reflexión pesada colgaba en el aire. El peso de las palabras de Walex, pronunciadas con un semblante desgarrado, captó la atención de Cather. Ahora comprendía que lord Hacedor de Sangre tomaba en serio su deber, más allá de sus palabras de la noche anterior.

El silencio persistió mientras Walex retomaba su copa de vino, insinuando que había compartido todo lo que tenía que decir.

—¿Cuál es tu recomendación, lord Hacedor de Sangre? —inquirió Lord Stawer, haciendo eco a las preocupaciones que carcomían la mente de todos.

—Ocultarse —declaró Walex con solemnidad—. O al menos, estar preparados para lo que esté por venir. El propósito de los asesinos sigue siendo enigmático, y ante esa incertidumbre, la religión, la nobleza y la ciudad misma permanecen en peligro. He compartido estas reflexiones con mis hombres, pero lo reitero aquí. Huir de los asesinos se vuelve casi imposible. Matarlos es factible solo para lady Cather y para mí. Sin embargo, eso no garantiza el éxito.

—¿Por qué? —se aventuró a preguntar el Alto Mariscal.

El rostro de Walex se ensombreció con gravedad antes de responder con cuidado.

—Como he explicado antes y, con permiso del gran consejo, puedo decirles que al menos uno de los asesinos posee uno de los poderes más letales entre los Hacedores de Sangre. Según las leyendas, se asemeja a un espectro, un fantasma. Un ser casi invisible.

» Si este individuo eligiera asesinar a lord Stawer o a cualquiera aquí presente, ninguna defensa podría detenerlo —enfatizó Walex—. Ni siquiera rodeándonos de los guardias más valerosos, ni aun manteniendo a lady Caballera Dragón y a mí como sombras constantes a su lado. Esta es la amarga realidad, y pido disculpas si alguna vez alimenté ilusiones irreales, señores y señora.

Un silencio pesado saturó la cámara, prolongándose más allá de lo cómodo.

Finalmente, una voz ronca y antigua emergió.

—Los Heroístas jamás debieron alcanzar Nehit.

Todos levantaron la vista al mismo tiempo, como si salieran de un sueño y se encontraran con la mirada de Ziloh. Cather fingió desconcierto y frunció el ceño. Ella y Xeli habían anticipado que esto pasaría.

—Permanecieron más de dos mil años fuera de Nehit y hace veinte años les permitimos volver —continuó Ziloh, su mirada penetrante recorría a todos los presentes—. Y aún me pregunto por qué les concedimos el permiso de echar raíces en la ciudad. Desde entonces, nuestro hogar ha sido testigo de sucesos incesantes. Antes vivíamos en paz. ¿No bastó con las hazañas del Dios Negro en estas tierras? ¿Por qué enviaron a sus secuaces para seguir perturbando nuestra armonía?

—¿Es la fe de una persona el factor que determina su culpa? —interrumpió Xeli de forma inesperada. Todos se giraron hacia ella, conscientes de la osadía implícita en sus palabras. Cather observó cómo las manos de la joven se estremecían ligeramente—. ¿Qué nos diferencia de los dianistas, Ziloh? ¿Por qué somos distintos a tus ojos?

» Dime, ¿conoces las doctrinas de los heroístas? Vivimos en paz, en consonancia con los deseos del Héroe. Él anhelaba la tranquilidad y la ausencia de conflictos. Por eso Loxus propuso el tratado de paz. El Dios Negro buscaba un mundo en reposo, sin más enfrentamientos. Pero, sobre todo, deseaba proteger.

» Ziloh, ¿qué ha logrado el dianismo desde nuestra llegada? Insultarnos y avivar la discordia. ¿Es eso lo que la Deidad Inmortal deseaba? Incluso nosotros mostramos respeto hacia Diane como deidad, y sabemos que sus intenciones eran otras.

Cather observó a Xeli con atención. Había sido un riesgo calculado dejar que ella provocara a Ziloh. Necesitaban que alguien lo hiciera estallar. ¿Y quién mejor que la joven señora? Pero, aunque sus palabras eran válidas, Xeli no tenía derecho a intervenir en el consejo por su posición. Jukal, Voluth, Kazey y el capitán de la guardia guardaban silencio durante las deliberaciones. A pesar de ser la hija del gran señor y la heredera del héroe, Xeli carecía de título y de poder de palabra.

—¿Cómo podemos saber lo que Diane deseaba? —inquirió Ziloh, su voz vibraba de ira—. ¡Él la traicionó y todos ustedes lo celebraron!

—Diane solicitó la intervención del Héroe —contrargumento Xeli—. Ella tenía sus motivos. Además, rendimos homenaje al Héroe por haber salvado a Edjhra, no por la muerte de Diane.

—¿Salvado? Solo observa a tu alrededor, ¿es Sprigont lo que era antes?

—Y tú, ¿habrías podido hacerlo mejor? Lo dudo —replicó Xeli con firmeza.

Las palabras resonaron como un trueno en la sala. Voluth, aunque tenso, contuvo sus propias palabras de apoyo a Xeli. Era un hombre cabal. Cather observó cómo la asamblea sobre el asesino se desviaba hacia una disputa entre Heroístas y Dianistas.

Sin embargo, esto era parte de lo planeado con Xeli. Cather decidió no intervenir, obligando a Ziloh a hablar sin restricciones. Esperaba que aquel hombre dijera algo que pudiera incriminarlo.

Y hasta ahora, el plan funcionaba. El odio de Ziloh superaba cualquier devoción o fanatismo sano. Era peligroso, capaz de desestabilizar el equilibrio.

—¡Xeli! —rugió lord Stawer—. ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Crees que tu ingenio te da derecho?

Xeli se sobresaltó ante la reprimenda de su padre, como si hubiese olvidado momentáneamente su presencia. La joven lucía agotada por el torrente de palabras.

—No, padre —respondió, su respiración era entrecortada—. Pero, ¿dónde está Loxus? ¿Por qué no fue convocado? Él tiene más autoridad en este momento que Ziloh e incluso el alto mariscal. Debería estar enterado de esta asamblea. Mi papel aquí es hablar y escuchar en su nombre.

Cather percibió la furia en los ojos de lord Haex Stawer. También notó la preocupación en Xeli; en esta ocasión, la joven no parecía tan segura y firme como en otras, como si luchara por mantenerse compuesta mientras hablaba.

—Creo que estamos perdiendo el enfoque —interrumpió el heredero cuando el gran señor estuvo a punto de responder a Xeli—. Esta discusión carece de sentido ahora. No olvidemos que el tratado de paz sigue vigente. Entonces, lord Hacedor de Sangre y lady Caballera Dragón, ¿qué proponen en respuesta a los asesinos?

Walex le guiñó un ojo a Cather. Había decidido guardar silencio.

—Los asesinos no actúan al azar —afirmó Cather con severidad—, tienen un blanco específico, como lo demostró el caso de Zelif y los sacerdotes.

» El primer asesino podría haber matado a más gente en su huida. Interrogué a los guardias sacerdotes que lo vieron y a los que enfrentaron a la segunda asesina. Ninguno pudo identificarlos debido al caos. Tampoco resultaron heridos ni muertos. Con su habilidad para desvanecerse, podrían haber cortado gargantas a su paso, sin discriminación. ¿Por qué no lo hicieron?

» Todos conocemos el rigor con el que Walex entrena a sus hombres. Si la segunda asesina hubiera querido, podría haberlos aniquilado sin esfuerzo. Pero solo los asustó. ¿Por qué no mató a nadie más aparte de Malex y Felix?

—Esa es la gran incógnita —masculló lord Hacedor de Sangre, vaciando su copa de vino.

—Mataron a Zelif para sembrar el caos —gruñó Ziloh, todavía furioso.

—Si su intención era desestabilizar la religión, habrían hecho más que matar al Hierático Zelif —replicó Cather—. Habrían acabado con todos los sacerdotes. O habrían quemado la catedral. Entonces, ¿por qué solo eliminaron a dos guardias sacerdotes insignificantes y dejaron vivir a decenas de ellos?

—La culpa es de la segunda asesina —dijo Ziloh con arrogancia—. ¿Quién sabe lo que piensan los asesinos?

—Nuestro trabajo es conocer sus pensamientos para atraparlos —respondió Cather—. Suponemos que los dos asesinos están confabulados. Felix y Malex hablaron con el espectro, quizás averiguando su identidad, y por eso pensamos que la segunda asesina los eliminó.

» Pero ¿con qué fin? ¿Por qué revelar a otra Hacedora de Sangre? ¿Por qué perder una ventaja táctica?

» Son interrogantes sin respuesta ahora.

—¿Y si el primer asesino es un peón? —sugirió Xeli, su rostro estaba pálido, pero se mantuvo firme—. El espectro mató a Zelif llamativamente, como queriendo ser visto. Luego ingresó dos veces a la catedral, buscando pasar inadvertido. Pero en ambas ocasiones, se abstuvo de matar. ¿Por qué?

» Quizás, como dice lady Cather, el espectro no pudo o no recibió órdenes de matar a otros sacerdotes. Si su objetivo era crear caos, ¿por qué se contuvo? Si, como afirma Ziloh, su meta era perturbar la religión, ¿por qué no eliminó a todos los posibles candidatos a Hierático? —Hizo una pausa, su semblante mostraba signos de vértigo—. Y si ya no obedece órdenes, ¿es esa la razón por la que no hemos visto más muertes?

Un silencio sepulcral llenó la sala.

Dos elementos acapararon la atención de Cather. El primero era Xeli, quien hablaba con autoridad y elocuencia, aunque ahora lucía notablemente fatigada. No era solo cansancio, sino debilidad, un agotamiento profundo. La joven luchaba por respirar, como evidenciaban sus inhalaciones agitadas. Además, constantemente movía la cabeza, quizás para mitigar el mareo o para mantenerse alerta.

¿Estaría enferma?

La segunda atención de Cather se centró en los sacerdotes. Sus miradas se posaban en Xeli con expresiones que iban más allá de la mera curiosidad, insinuando una complicidad silenciosa, como si compartieran información que solo ellos entendían. Cather notó cómo Jukal fruncía el ceño en respuesta al último enigma que Xeli había planteado.

Este detalle no podía pasarlo por alto; necesitaba mencionarlo en su próxima reunión con la doncella.

—No podemos ignorar esa posibilidad —afirmó Cather con un deje de resignación.

Xeli se encogió de hombros.

—Aún es pronto para sacar conclusiones —admitió la caballera—. Alto Mariscal, Capitán, ¿con qué frecuencia sus hombres mencionan las Lascas?

Ninguno de los dos respondió de inmediato.

—Nunca lo hacen —respondió el Alto Mariscal con un tono de reproche—. Las Lascas no son un tema de conversación deseado, miladi. Son incómodas y en muchos casos reflejan nuestros propios temores.

El Capitán asintió en acuerdo.

—Pues es hora de cambiar eso —ordenó Cather—. ¿Cuántas veces han visto espectros de la noche sus hombres? Muchas serán solo Lascas. Pero entre ellas, podría estar nuestro asesino. Lascas o no, deben mandar a sus hombres a investigar.

—¿Y si lo encontramos? —preguntó el Capitán con temor evidente.

—No podrán detenerlo —reconoció Cather mirando a Walex—. ¿Cómo va el entrenamiento de tus hombres?

—Todavía les falta mucho —respondió Walex—. Entrenar a soldados normales para enfrentarse a un Hacedor de Sangre es como enseñar a un niño a tocar el fuego. Puedes enseñarles a minimizar las quemaduras, pero al final, el resultado es el mismo.

—¿Serán útiles si se encuentran con el asesino? —preguntó Cather.

Lord Walex tardó en responder.

—De acuerdo —asintió Cather—. Alto Mariscal, incluyan un buen número de Anti-Hacedores de Sangre en cada grupo de búsqueda. Su misión será retrasar al enemigo lo suficiente para dar la alerta y permitir que lord Walex o yo lleguemos. Quizás incluso podamos identificarlo.

Tanto el Alto Mariscal como el Capitán asintieron, mostrando comprensión y frustración a partes iguales. Lord Stawer, en silencio hasta entonces, expresó su conformidad.

—Hemos concluido, entonces —dictaminó el Gran Señor.

Con eso, se levantó de la mesa y se dirigió hacia la salida. A medida que lord Stawer se retiraba, los demás también abandonaron la sala. Al final de la reunión, Xeli se puso en pie. Cather se acercó a la joven señora, movida por una curiosidad especial nacida desde su primer encuentro en la catedral. Las oportunidades para hablar habían sido escasas y breves. Ahora, por fin, tenían un momento.

Xeli observó a Cather de reojo y detuvo su marcha para esperarla. Los escuderos y el guardia personal de Xeli respetaron la distancia. Cather se puso a su lado.

Xeli llevaba las manos extendidas hacia delante, como buscando algo que la guiara. Su piel lucía un tono pálido y enfermizo, en contraste con su cabello oscuro.

«Qué frágil se ve», pensó Cather.

—Lady Xeli, me alegra que pudiera venir—saludó Cather, caminando junto a la joven señora—. Creo que lo que vimos hoy, puede ayudarnos.

—Ha sido un milagro—respondió Xeli con voz entrecortada y pasos arrastrados—. Voluth me avisó no hace mucho.

Cather frunció el ceño.

—¿Está usted bien? —inquirió la caballera con preocupación.

—¿Por qué lo pregunta, miladi?

—La noto pálida y exhausta. Sus pasos son torpes.

—Estoy bien. Solo un poco fatigada —confesó Xeli—. He pasado varias noches sin dormir y sin comer bien. Si no fuera por Ril y Favel, quizá estaría muerta.

Cather asintió con compasión.

—¿Qué tal vio a Ziloh? —preguntó Cather en un susurro, consciente de las paredes que hablaban.

—Aún no hay nada concreto —dijo Xeli—. Ese viejo siempre ha sido un rabietas.

Xeli esbozó una sonrisa, pero antes de añadir algo más, tropezó y estuvo a punto de caer. Cather reaccionó al instante, moviéndose con rapidez para sostener a Xeli y evitar su caída. Sus reflejos se agudizaron, permitiéndole tomar el brazo de Xeli y ayudarla a recuperar el equilibrio.

Xeli temblaba, incapaz de sostener su propio peso. Cather no la soltó, alarmada.

—Gracias, miladi —dijo Xeli, llevándose una mano a la cabeza—. Estos días han sido complicados.

Cather asintió y, en un momento, percibió algo más en Xeli. Algo que iba más allá de la palidez en su rostro. La sangre de Cather hervía con urgencia mientras sentía la vida misma de Xeli a través del contacto. Miró su aura vital y comprendió que la joven estaba en un estado de languidez, con su aura fluctuando con apatía, como si se estuviera desvaneciendo.

Xeli se encontraba en un equilibrio frágil, al borde de la muerte. No estaba muriendo, pero había una gran debilidad en ella. Un desgaste alarmante.

O quizá una anemia sin precedentes.

Cather actuó con rapidez, enfocando su atención en el sistema circulatorio de Xeli. Utilizó su habilidad básica de Condensación para explorar el interior de su cuerpo, interactuando con el flujo de sangre. Luego empleó su habilidad de Retención para incrementar su control sobre la sangre, buscando estabilizarla.

Y entonces notó algo inusual en Xeli. No podía estar segura; era un cambio sutil, casi imperceptible. Cuando exploraba a un Hacedor de Sangre, solía percibir dos auras vitales, como pilares de poder, entrelazados. Pero en Xeli, las auras parecían borrosas, difuminadas, como si los pilares estuvieran desdibujados o no existieran.

Cather nunca había experimentado algo así.



Xeli sintió que la sangre en sus venas se alborotaba con un bramido instintivo, similar al rugir súbito de una fiera acorralada. Escrutó a Cather y percibió el calor que emanaba de la caballera.

Poder.

Por instinto, Xeli se zafó del asidero de Cather con rapidez. Aunque estaba al borde del desfallecimiento, con la amenaza de arcadas y un soponcio inminente, el pavor superó sus propias flaquezas. Sus pensamientos, nublados y dispersos, luchaban por mantenerse enfocados. Una sensación de hormigueo le recorría las extremidades y un ardor irritante le picaba la lengua. No lograba comprender qué había hecho Cather, pero de algún modo lo presentía y entendía su peligrosidad.

Campanilla clamó con urgencia en su mente, exigiéndole huir. La nariz de Xeli goteaba y tuvo que tomar rápidamente un pañuelo para detener el sangrado. ¡No ahora!

—Tengo... que ir al cuarto de baño—farfulló Xeli—. Le deseo un buen día, miladi.

Se alejó con esfuerzo lo más rápido que pudo. Sentía el pecho oprimido por una sensación de pesadez y necesitaba luchar constantemente por cada aliento. Habría corrido, pero la certeza de que cualquier intento terminaría en una caída dolorosa y su mente sumergida en la inconsciencia la detuvo. Las piernas le dolían y una fatiga abrumadora la invadía. Cather permaneció en silencio, observándola desde la lejanía con sorpresa palpable.

¿Habría descubierto la caballera que Xeli ostentaba la habilidad de un Hacedor de Sangre?

¡Eso dañaría todos sus planes!

Xeli arrastró los pies por el pasillo hacia sus aposentos. Ansiaba tenderse en su lecho y olvidarse del mundo. Habían pasado dos semanas desde que había iniciado el proceso del vínculo con su Piedra de Sangre, y su vida se había convertido en un infierno.

Cada día, un martillo de dolor le golpeaba la cabeza con saña, haciéndola ver estrellas. A veces, el martillo se detenía y le dejaba un leve latido, como una advertencia. Otras veces, el martillo se ensañaba y le clavaba agujas de fuego que la hacían gritar. El cansancio la invadía como una marea, ahogando sus sentidos. Oía zumbidos constantes, veía manchas negras, olía a sangre. La inflamación en su boca le dificultaba tragar y hablar, y una extraña ansia por sabores y texturas inusitadas la atormentaba.

Loxus le había recomendado reposo, argumentando que su cuerpo demandaba descanso perpetuo. Pero había tenido que verse con Cather para que ella no sospechara y, además, todos esperaban su presencia en la asamblea.

Su ausencia no pasaría inadvertida.

Había dejado la Piedra de Sangre en sus aposentos, temerosa de que Cather o Walex pudieran sentir o ver algo. Aunque no estaba segura de su posibilidad, ahora creía que era factible. De todos modos, la había alejado lo máximo posible, por precaución. Y casi le había costado la vida.

Cada paso que se alejaba de la Piedra de Sangre la sumía en un abismo de debilidad, como si cargara con una roca inmensa sobre sus hombros y al mismo tiempo sintiera un desgarro en su propia piel. El dolor en las articulaciones se intensificaba con cada movimiento, como si cuchillas invisibles se clavaran en sus rodillas y caderas, arrebatándole fuerzas a cada paso.

Jadeaba mientras avanzaba por el pasillo, últimamente le costaba respirar. Sentía una horrible presión en el pecho. Entonces, de pronto, sintió algo nuevo, pero familiar. Tenía la certeza de haberlo experimentado antes. Campanilla resonó con ferocidad, como un aullido que anticipa una tormenta que se acerca veloz.

El miedo se apoderó de Xeli cuando comprendió de qué se trataba, aunque nadie lo hubiera explicado con palabras. Ella lo sabía.

«Por favor, no ahora», rogó internamente.

La Onda de la Devastación los alcanzó.

Y el mundo se resquebrajó.

Todo tembló a su alrededor sin previo aviso y Xeli cayó de bruces al suelo, incapaz de mantener el equilibrio. Las lámparas chispeaban como destellos y la cegaron. Sus retinas ardían, no podían tolerar tanta luz. Las sombras se alzaron, la envolvieron, la amenazaron.

«Socorro... Héroe», suplicó mentalmente.

Entonces, un ardor le invadió el pecho. Era como si el fuego hubiera nacido en su interior, como si alguien hubiera encendido una llama y la hubiera regado con aceite hirviendo. Xeli pensó que el calor la consumiría y, por primera vez en una Onda de la Devastación, lloró.

No había nadie en los pasillos que la viera, sus guardias estaban lejos. ¿Dónde estaba Kalex? ¿No debía estar con ella? Necesitaba desesperadamente a alguien que la ayudara. No quería estar sola. Se incorporó con dificultad y una ola de náuseas la golpeó.

Avanzó con los pies de plomo y los huesos de cristal. Estaba cerca de sus aposentos, ¿no? Todo se veía igual, borroso y distorsionado. Los latidos de su corazón opacaban a Campanilla, sonaban como tambores de guerra. El ardor en su pecho se intensificó, como un alarido interno. Y Xeli chilló también De pronto, sintió que la sangre le hervía y, sin querer, volutas de sangre evaporada salieron de su piel, como si fuera un horno humeante. Y esto la dejó estupefacta.

—No... —gimió.

No era el momento para eso, Cather estaba cerca, en algún lugar. ¿Qué pasaría si la descubría así? ¿O si alguien más la veía? Temía ser descubierta, pero la sangre no se detenía. Se expandió, creció y la rodeó, como si tuviera vida propia, protegiéndola.

Oyó pasos detrás de ella, alguien se acercaba. El pánico la llenó de fuerzas para seguir adelante. Se arrastró por el suelo, se levantó con esfuerzo y corrió. Chocó contra las paredes, se tambaleó y jadeó. Reconoció el lugar, estaba a un paso de sus aposentos. Demasiado cerca...

No supo cuándo abrió la puerta, ni cuándo la cerró. De repente, se halló en el suelo, recostada en la pared, con las manos aferradas a la Piedra de Sangre, sintiendo su calor reconfortante. Lágrimas brotaron de sus ojos ardientes. La sangre la cubría.

Y luego todo se oscureció.



El pasillo del castillo estaba cubierto de oscuridad, como una capa de terciopelo negro que sofocaba todo sonido. Cather se quedó inmóvil, pegada a la pared. Vio a Xeli alejarse apresuradamente. Momentos después, Voluth la siguió. Detrás de él, el capitán Kalex. El estruendo de la Devastación había cesado minutos atrás, pero el eco de su furia todavía resonaba en sus oídos.

El corazón de Cather le golpeaba el pecho, como si quisiera escapar de su cuerpo. Bajo su cinto y entre sus ropas, ocultaba un bulto con un pequeño colgante que se hacía más y más pesado.

«¿Qué... acabo de sentir en el aura Xeli?»

Desde joven, aprendió a detectar las energías vitales, gracias a las enseñanzas de su maestro. Había observado muchas auras de vida, algunas brillantes y otras opacas, algunas puras y otras corruptas, pero ninguna como la de Xeli. Dos columnas de poder, una clara y otra oscura, emergían de su pecho, ambas borrosas, como una ilusión o una sombra. Esta contradicción desafiaba su comprensión.

¿Podría haberse equivocado?

Un escalofrío recorrió su espalda a pesar del calor que aún emanaba de su cuerpo. Dos pulsos, uno fuerte y otro débil, se sincronizaban con el suyo.

—Ah, lady Cather —una voz familiar interrumpió su ensimismamiento—. Creía que ya se habría marchado.

Cather se giró hacia la voz, con la mente todavía embotada.

—Lady Malwer —saludó con frialdad, recordando un viejo truco militar para aclarar sus pensamientos. Era efectivo—. ¿Qué desea?

—Nada en particular. Acabo de regresar de acompañar a Ril con Lord Stawer. Mi habitación queda por aquí y no esperaba encontrarme con usted —explicó lady Janne, sonriendo—. Parece que ha desempeñado un buen trabajo ahí dentro. Fue astuta al aliarse con lady Xeli; ella posee una sabiduría extraordinaria.

Los recuerdos de Xeli inundaron su mente, pero Cather los apartó rápidamente, necesitaba mantener el control.

—Fue un honor trabajar con lady Xeli —respondió Cather con cautela, evitando el contacto visual con la noble.

—Sí, es una mujer admirable, no solo por su belleza, sino también por su inteligencia —prosiguió lady Janne—. Aunque es una pena que haya perdido ese precioso colgante.

El mundo se detuvo a su alrededor, Cather contuvo el aliento.

—¿De qué habla? —preguntó, tratando de ocultar su desconcierto.

—Supongo que lady Xeli lo habrá perdido durante una de sus escapadas nocturnas —explicó lady Malwer—. Era un lindo colgante, es una pena.

—Pero durante esta reunión lo tenía —señaló Cather, confundida.

—Ah, pero ese era uno nuevo, ¿sabe? —continuó lady Malwer—. Todo el mundo conocía el colgante de oro de Xeli; siempre lo acariciaba cuando se ponía nerviosa. Era una escena curiosa, miladi. Pero el que llevaba ahora era... una extraña imitación, fácilmente reconocible cuando se intenta hacer pasar el latón por oro, ¿lo sabía? Este último tenía un aspecto deslucido, con un tono más apagado. Un truco viejo, cubrir el latón con una capa fina de oro para engañar a los incautos. Aunque dudo que ella se haya dejado engañar, quizás no pudo encontrar otro colgante de oro similar al que tenía y se conformó con ese. Quién sabe.

El peso del colgante que Cather llevaba se volvió insoportablemente evidente.

—Perdóneme —se disculpó la caballera, luchando por mantener una compostura que ya se le escurría—. Tengo asuntos urgentes que resolver.

Xeli la había engañado todo este tiempo.

Y las palabras del loco resonaron en su mente de nuevo. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro